Una prisión-panadería, donde se confinaba y explotaba a los esclavos y a los asnos para moler el grano necesario para hacer pan. Una habitación estrecha sin vistas al exterior, con pequeñas ventanas con rejas de hierro para el paso de la luz. Y en el suelo muescas para coordinar el movimiento de los animales, obligados a caminar durante horas con los ojos vendados.

La instalación ha surgido en la Regio IX, insula 10, donde se están realizando excavaciones como parte de un proyecto más amplio para asegurar y mantener los frentes que rodean la zona aún inexplorada de la antigua ciudad de Pompeya.

Las investigaciones han sacado a la luz una casa en proceso de renovación. Una vivienda subdividida -como suele ocurrir- en un sector residencial decorado con refinados frescos de estilo IV, y un cuarto productivo destinado en este caso a la fabricación de pan.

En una de las salas de la panadería ya habían aparecido tres víctimas en los últimos meses, lo que confirma que, a pesar de la renovación en curso, la vivienda estaba lejos de estar deshabitada.

Una fotografía/testimonio del penoso trabajo al que se sometía a hombres, mujeres y animales en las antiguas fábricas de pan de molino, de la que tenemos la suerte de contar con una fuente excepcional, el escritor Apuleyo, que vivió en el siglo II d.C., quien en las Metamorfosis IX 11-13 relata la experiencia del protagonista, Lucio, transformado en asno y vendido a un molinero, basándose evidentemente en el conocimiento directo de contextos similares.

Los nuevos descubrimientos también permiten describir mejor el funcionamiento práctico de la planta de producción, que, aunque en desuso en la época de la erupción, nos proporciona una oportuna confirmación del desconcertante cuadro pintado por Apuleyo.

El sector de producción sacado a la luz carece de puertas y de comunicación con el exterior; la única salida da al atrio; ni siquiera el establo tiene acceso rodado, como es habitual en otros casos. Se trata, en otras palabras, de un espacio en el que hay que imaginar la presencia de personas de condición servil cuya libertad de movimientos el propietario sentía la necesidad de restringir, señala el director Gabriel Zuchtriegel.

Es el lado más chocante de la antigua esclavitud, la que carecía de confianza y de promesas de manumisión, en la que uno se veía reducido a la violencia bruta, impresión que queda plenamente confirmada por el cierre de las escasas ventanas con rejas de hierro.

La zona de las ruedas de molino, situada en la parte sur de la sala central, linda con el establo, caracterizado por la presencia de un largo pesebre.

Alrededor de las piedras de molino se identifican una serie de rebajes semicirculares en las losas de basalto volcánico. Dada la gran resistencia del material, es probable que lo que a primera vista podrían parecer «huellas» sean en realidad tallas realizadas específicamente para evitar que los animales de tiro resbalaran en el pavimento y trazaran al mismo tiempo un camino, formando así un «surco circular» (curva canalis), como también lo describe Apuleyo.

Las fuentes iconográficas y literarias, en particular los relieves de la tumba de Eurisaces en Roma, sugieren que una piedra de molino solía ser movida por una pareja formada por un asno y un esclavo.

Este último, además de empujar la muela, tenía la tarea de incitar al animal y vigilar el proceso de molienda, añadiendo grano y sacando la harina.

El desgaste de los distintos surcos puede atribuirse a las interminables revoluciones, siempre las mismas, efectuadas según el patrón trazado en el pavimento. Más que en un surco, cabe pensar en el engranaje de un mecanismo de relojería, diseñado para sincronizar el movimiento en torno a las cuatro piedras de molino concentradas en esta zona.

El entorno resurgido, con su testimonio de la dura vida cotidiana, completa el cuadro narrado en la exposición «La otra Pompeya: vidas comunes a la sombra del Vesubio» -que se inaugurará el 15 de diciembre en la Palestra Grande de Pompeya-, dedicada a la miríada de individuos a menudo olvidados en las crónicas históricas, como los esclavos, que constituían la mayoría de la población y cuyo trabajo supuso una importante contribución a la economía, pero también a la cultura y al tejido social de la civilización romana.

A fin de cuentas, añade el director, son espacios como éste los que también nos ayudan a comprender por qué hubo quienes consideraron necesario cambiar aquel mundo y por qué en los mismos años un miembro de un pequeño grupo religioso llamado Pablo, más tarde santificado, escribió que era mejor que todos fuéramos siervos, douloi que significa esclavos, pero no de un amo terrenal, sino de uno celestial.


Fuentes

Parco Archeologico di Pompei | Gennaro Iovino, Alessandra Marchello, Ausilia Trapani, Gabriel Zuchtriegel, La disciplina dell’odiosa baracca: la casa con il panificio di Rustio Vero a Pompei (IX 10,1)


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