En la época del Dominado, durante el Bajo Imperio Romano, vivió una mujer que ha pasado a la Historia por haber sido quien abrió las puertas de Roma a los visigodos de Alarico en el año 410 d.C. Nos referimos a Anicia Faltonia Proba, famosa porque además tenía una gran cultura, fue poetisa y mantuvo relación de amistad con algunos de los grandes pensadores religiosos de su tiempo, como Agustín de Hipona (el futuro San Agustín) y Juan Crisóstomo.
Respecto a todo esto puede decirse que de casta le venía al galgo, ya que su abuela, Faltonia Betitia Proba, también había alcanzado celebridad por los versos que escribía, hasta el punto de que San Isidoro se refirió a ella como Proba uxor Adelfii Proconsulis y Proba uxor Adolphi mater Olibrii et Aliepii cum Constantii bellum adversus Magnentium conscripsisset, conscripsit et hunc librum, aunque lamentablemente sólo se conserva un centón en hexámetros dirigido al emperador Honorio en el 393 d.C. bajo el título Cento Virgilianus de laudibus Christi.
En realidad, y pese al tema bíblico del texto, la obra de la abuela copiaba claramente a Virgilio y posteriormente, en la Edad Media, pese a obtener gran popularidad, no recibiría el visto bueno de San Jerónimo y algunos papas, quizá porque era una pagana conversa, lo que no impidió que su libro llegara a ser impreso en Venecia en 1472. Precedió a Eudoxia, la esposa de Teodosio II y autora de Homerocentones, en ser la primera poetisa cristiana de la que se conserva al menos una parte de su obra.

El caso es que hay dudas sobre la autoría de Faltonia Betitia Proba. Así, tanto el Cento Virgilianus de laudibus Christi («Cento virgiliano sobre las alabanzas de Cristo») como otro poema suyo, hoy perdido, Constantini bellum adversus Magnentium («La guerra de Constantino contra Majencio») serían obra de su nieta, según una hipótesis. A falta de pruebas que lo demuestren de forma fehaciente, veamos quién era dicha nieta.
Se trataba de la mencionada Anicia Faltonia Proba, cuyo nexo de unión con su predecesora era su padre, Quinto Clodio Hermogeniano Olibrio, hijo que la anterior había tenido con Clodio Celsino Adelfio. Pertenecían a la clase senatorial, a la gens Petronia, que era de origen sabino y que más adelante, en el 455 d.C., alcanzaría el trono imperial en la persona de Petronio Máximo. Ahora bien, Quinto contrajo matrimonio con Turrania Anicia Juliana, de la gens Anicia, que al contrario que la otra era de origen plebeyo y probablemente procedía del Lacio.
Los Anicios, cuenta Edward Gibbon, empezaron a brillar con luz propia en el siglo IV d.C., reinando Diocleciano, gracias a las alianzas matrimoniales con familias ilustres como los Anios, los Olibrios o los Petronios. Ello permitió a sus miembros acceder a menudo al consulado y crecer en riqueza y poder. También les favoreció el hecho de ser el primer linaje del Senado en convertirse al cristianismo, según las malas lenguas para expiar el apoyo que habían dado a Majencio, perdedor de la lucha por el trono ante Constantino.
Anicia Faltonia Proba, como queda patente en su nombre (en esa época, las mujeres romanas solían recibir como nombre al nacer el de su gens), quedó adscrita a los pujantes Anicios. Esa tradición fue pasando de generación en generación. Quinto Clodio Hermogeniano Olibrio, al igual que su progenitor y su suegro, ocupó el cargo de praefectus urbi -también su hermano lo fue-, pero además alcanzó otros; el primero, en el año 361, el de procónsul de África, por entonces una provincia del Imperio Romano.

Allí nació Anicia, en una fecha indeterminada, y allí se casó con Sexto Claudio Petronio Probo, al que conoció porque fue procónsul tres años antes que su padre. Él pertenecía a la rama veronesa de la gens Anicia que, como decíamos, había adoptado la nueva fe cristiana. Era hijo de Petronio Probino, hermano de la reseñada Faltonia Betitia Proba, la abuela de Anicia de la que hablamos antes. Es decir, los dos contrayentes eran primos.
Probo pudo presumir de un cursus honorum bien consistente: procónsul de África en el 358 y prefecto pretoriano en cuatro ocasiones: de Ilírico en 364, de Galia en 366, de Italia entre 368 y 375, y otra vez entre 383 y 384; además alcanzó el consulado en el 371, teniendo como compañero a Graciano, futuro emperador. Llegó a tener tal importancia que, cuenta Edward Gibbon sus dos vástagos mayores fueron asociados a la dignidad consular desde niños a petición del Senado, algo insólito.
No extraña que su patrimonio engordase en la misma medida que lo hacía su prestigio. Si respecto al primero se popularizó la expresión «Los mármoles del palacio Anicio» como sinónimo de opulencia y esplendor, el segundo se ensalzaba con elogios del mismo tipo: Aniciae domus culmen («culmen de la casa de los Anicios»), omnibus rebus eruditissimus («el más versado en todas las cosas») o nobilitatis culmen, litterarum et eloquentiae lumen («culmen de la nobleza, luminaria de la literatura y la elocuencia»), estas dos últimas frases alusivas a su cultura y mecenazgo de las letras.
Apadrinar literatos fue una costumbre que continuaron dos de los hijos varones que tuvo con su esposa, el promogénito Flavio Anicio Probino (que fue cónsul y procónsul de África, aparte de probable padre del citado emperador Petronio Máximo) y el segundo, Flavio Anicio Hermogeniano (cónsul junto a su hermano en el 395 y padre del emperador Olibrio). Además, Probo y Anicia tuvieron un tercer hijo varón, Flavio Anicio Petronio Probo (cónsul en el 406 junto al emperador oriental Arcadio) y una hija, Anicia Proba.

Probo debió de ser todo un personaje; eso sí, con claroscuros, tal como refleja el historiador romano Amiano Marcelino en su obra Rerum gestarum libri XXXI:
«Tenía posesiones en casi todos los puntos del Imperio; algunas bien y otras mal adquiridas. Había dos hombres en él, uno amigo leal y sincero, otro enemigo peligroso y vengativo. A pesar del aplomo y confianza que debían darle sus inmensas generosidades y la costumbre del poder, Probo bajaba el tono en cuanto lo alzaban con él, no siendo gran personaje más que con los humildes. Así como el pez no vive fuera del líquido elemento, Probo no respiraba desde el instante en que no ocupa algún cargo o sinecura. Además, siempre le impulsaba al poder, de bueno o mal grado, el interés de alguna familia importante, que no concordando la regla del deber con la intemperancia de los deseos, quería asegurarse la impunidad, procurándose elevada protección. Porque debemos consignar que, si personalmente era incapaz de exigir nada ilícito a un cliente o a un subordinado, no dejaba, sin embargo, cuando pesaba alguna sospecha sobre alguno de los suyos, de tomar su defensa con razón o sin ella, aunque fuese en contra de la justicia.»
Falleció en torno al año 388, dejando viuda a una Anicia que, siguiendo el ambiente familiar, mantuvo una dinámica vida cultural con las más destacadas figuras intelectuales de su tiempo. Por ejemplo con Agustín de Hipona, que también era africano, de Numidia; un pagano que se convirtió en el 385 para recibir una década más tarde el obispado de la colonia de Calama (en la actual Argelia) y cuya incesante lucha contra las herejías, así como la fundamental teología que plasmó en La ciudad de Dios, le valdría la canonización en 1298.
Otro ilustre pensador que mantuvo buena relación con Anicia fue Juan Crisóstomo, también conocido como Juan de Antioquía por su lugar de nacimiento. Junto a San Agustín, Ambrosio de Milán y Jerónimo de Estridón es uno de los Cuatro Padres de la Iglesia. Obispo de Constantinopla, denunció los excesos y extravagancias del emperador Arcadio y su esposa Eudoxia, lo que le valió el destierro a Armenia, donde murió.
El verano del 410 d.C. fue una fecha especial en la vida de Anicia. Se hallaba en Roma cuando los visigodos de Alarico, que dos años antes habían aprovechado el óbito del general Estilicón para entrar en la península italiana, asaltaron Roma, incapaz de resistir por la escasez de víveres que sufría a causa del bloqueo, y la saquearon. El emperador Honorio, que acababa de rechazar otro ataque a Rávena, no pudo acudir en auxilio de la antigua capital, cuyo prefecto, Prisco Átalo, se unió al enemigo con el objetivo de usurpar el trono.

El 24 de agosto alguien abrió la Puerta Salaria desde dentro, permitiendo a los bárbaros entrar en la urbe. Unos dicen que fueron esclavos godos que Alarico había regalado a varios patricios tiempo atrás con la idea de que, una vez dentro, le facilitaran la entrada si en alguna ocasión quería capturar la ciudad. Otros, por ejemplo Procopio de Cesarea, consideraron responsable a Anicia, que lo habría hecho para aliviar el sufrimiento del pueblo; cabe puntualizar que los historiadores se inclinan a pensar que esto fue difundido por sus enemigos para desprestigiarla, pero no hay nada concluyente y así ha pasado a la historia.
En cualquier caso, Anicia huyó de Roma hacia su África natal. La acompañaban su nuera, Anicia Juliana, y su nieta, Demetria, hija de su segundo vástago, Anicio Hermogeniano Olibrio, y hermana del futuro emperador Olibrio. Pero saltaron de la sartén para caer en el fuego: el comes Africae, Heracliano, que se había mantenido leal a Honorio frente a la rebelión de Prisco Átalo, consideró a aquellas mujeres sospechosas de apoyar la insurrrección y ordenó su encarcelamiento.
En su Epistolario, Jerónimo de Estridón (buen amigo de Demetria y otro futuro Padre de la Iglesia y santo) cuenta que al final la solución llegó en forma de soborno: consiguieron la libertad gracias a la proverbial fortuna de los Anicios, que sirvió para pagar a Heracliano una suma fabulosa; le venía muy bien a éste, dado que en el 413, con la ventaja de haber sido nombrado cónsul, rompió su fidelidad al emperador y se alzó contra él (acabó derrotado y muerto, por cierto).
Ahora bien, Anicia ya era una cristiana plena y, estando viuda -por tanto parcialmente marginada en la sociedad por la turpitudo-, trataba de llevar una vida consagrada a Dios. Por eso vendió muchas de las propiedades que había heredado, especialmente en Oriente Próximo, donando el dinero al obispo romano y a la Iglesia en general para que se repartiera entre los pobres. Ella falleció en el 432 y su cuerpo fue trasladado desde África hasta Roma para ser enterrado junto al de Probo en la antigua basílica de San Pedro; se dice que ella misma había escrito el epígrafe fúnebre de su marido.
Fuentes
Amiano Marcelino, Historia del Imperio Romano | Procopio de Cesarea, Historia de las guerras. Guerra vándala | San Jerónimo, Epistolario | Rosalía Rodríguez López, Mujeres en los difíciles tiempos del Imperio Romano de Occidente. Nov. Mai. 5,6,7 y 9 (458-459 d.C.) | Edward Gibbon, Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano | Ian Michael Plant, Women writers of Ancient Greece and Rome. An anthology | Adrian Goldsworthy, La caída del Imperio Romano. El ocaso de Occidente | Peter Heather, La caída del imperio romano | Wikipedia
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