El aventurero francés Victor Hughes, protagonista de la novela de Alejo Carpentier El siglo de las luces, cuenta en un pasaje algunas de las maravillas que ha visto en sus viajes y entre ellas reseña “en Barbados, la tumba de un sobrino de Constantino XI, el último emperador de Bizancio, cuyo fantasma se aparece en las noches de tormenta a los vagabundos solitarios…”. Se refiere a Ferndinand (o Fernando) Paleólogo, cuyos restos mortales se encontraron en 1819.

Ese hallazgo se produjo después de que un huracán arrasara la iglesia de la isla caribeña en la que estaba enterrado el cuerpo. Cuando se abrió el ataúd de plomo que los contenía, los presentes vieron un esqueleto perfectamente conservado, mezclado con la cal viva que, según la costumbre, se había aplicado para desintegrar la carne y evitar así epidemias. Dos cosas llamaron especialmente la atención: su elevada estatura y el hecho de que descansara con los pies orientados al este, en lo que entonces se creyó que era una costumbre griega -erróneamente, pues es inglesa-.

El sepulcro se cerró, pero fue reabierto en 1844 para comprobar la veracidad del relato y luego se trasladaron los huesos al cementerio parroquial, donde se levantó un monumento funerario con el objetivo de promocionar el lugar de cara al turismo. Así pues, no todo es Rihanna y aquel que visite Barbados ya conoce otro personaje de su historia, aun cuando no fuera oriundo del lugar. Porque, aunque Fernando Paléologo nació en la ciudad inglesa de Plymouth, pasó casi la mitad de su vida en la isla.

Como decimos, vino al mundo en Inglaterra en 1619. Era el hijo menor de Teodoro Paleólogo, un soldado natural de Pésaro que había llegado a Londres en 1597, contratado por las autoridades de la República de Lucca (un estado creado en la Edad Media en la ciudad homónima toscana) para matar al comerciante y diplomático Alessandro Antelminelli, cuya familia fue ejecutada bajo la acusación de traición. Al estar éste sobre aviso, pudo huir impidiendo así que el asesino a sueldo cumpliera la misión encomendada.

Teodoro decidió quedarse en la capital británica. Allí estuvo al servicio del conde de Lincoln y conoció a John Smith, el de Pocahontas, a quien ayudó a establecerse cuando regresó de Virginia. Posteriormente trabajó también para el duque de Buckingham y otros nobles hasta que se asentó en Landulph, Cornualles, donde falleció en 1636. Antes se había casado con Mary Balls y tenido siete hijos (cuatro niños y tres niñas), varios de los cuales participaron en la Guerra Civil en los dos bandos, incluido Fernando.

Teodoro era descendiente directo por línea masculina de la dinastía Paleólogo, la última que reinó en el Imperio Bizantino. Su postrero representante en el trono, Constantino XI, había muerto en las murallas de Constantinopla defendiéndolas del asalto de Mehmed II en 1453. El caos y la incertidumbre en aquellos dramáticos momentos originó no pocas leyendas sobre un hijo superviviente que pudo escapar y otro póstumo que tuvo la emperatriz, lo que se sumó a la confusión en las reclamaciones a un trono que, en realidad, quedó en poder otomano para siempre.

Y es que los tres sucesivos déspotas de Morea, Demetrio, Tomás y Andrés, todos ellos miembros de la dinastía, se consideraban herederos legítimos del imperio; finalmente, el tercero optó por vender sus derechos a los Reyes Católicos en 1502. Otra rama de la familia gobernaba el Marquesado de Monferrato, en el noroeste de Italia, desde el año 1306 y siguió haciéndolo hasta 1533, cuando los Tercios españoles lo ocuparon y el último marqués, Juan Jorge, tuvo que entregar el gobierno a Federico II de Gonzaga, vasallo mantuano de España, muriendo luego sin descendencia.

Volviendo a Teodoro, la lápida de su tumba dice que era “el hijo de Camilo, el hijo de Próspero, el hijo de Teodoro, el hijo de Juan, el hijo de Tomás, segundo hermano de Constantino Paleólogo, el octavo de ese nombre y el último de la línea que radicó en Constantinopla”. Salvo la referencia a Juan, que es incierta, está comprobada la autenticidad del linaje, que prolongó en sus propios vástagos. El primogénito, llamado también Teodoro, falleció con apenas dos meses, así que se puede considerar la mayor a Dorothy, la segunda hija, que fue la más longeva al morir en 1681; pero como lo que importaba era la transmisión masculina, la responsabilidad recayó en Fernando, el menor de todos.

De la infancia de Fernando no se sabe nada excepto que recibió el bautismo en 1619. Para encontrar el siguiente dato sobre él hay que saltar diecinueve años, a 1639, cuando su nombre aparece registrado en un listado militar con motivo de la turbulenta situación que vivía en Inglaterra y que ha pasado a la Historia enmarcada en el epígrafe de las Guerras de los Tres Reinos, cuyo episodio más célebre fue la Guerra Civil Inglesa. Como suele pasar, decíamos antes, los hermanos Paleólogo tomaron diferente partido en ella.

Así, Teodoro, el cuarto hijo -se le llamó igual que al infausto primogénito- combatió en las filas de los roundheads (parlamentaristas) mientras que el quinto, John Theodore -el padre era insistente con el nombre, como se ve- lo hizo en las de los cavaliers (realistas). Se cree que Fernando también tomó partido por el bando del Parlamento, pero al contrario que los otros, combatió como simple soldado, sin ostentar mando alguno. Ahora bien, las cosas distan de estar tan claras.

Como no era oficial, no apareció más en las listas que se hicieron en 1642, cuando los dos ejércitos realizaron recuentos de tropas al empezar la contienda, por lo que no se sabe qué pasó con él en esos primeros años de lucha. Dado que su siguiente aparición documental es ya en 1644 y no en Inglaterra sino en Barbados, una hipótesis sugiere que en realidad pudo mantenerse leal al rey Carlos I y se vio obligado a huir del país para evitar la consiguiente represalia política cuando ganaron los partidarios del Parlamento. Lo reforzaría el hecho de que John Theodore se marchó con él.

Sea cual sea la explicación, Fernando y su hermano cruzaron el Atlántico y se instalaron en la isla caribeña, donde la familia de su madre poseía al menos tres grandes plantaciones de caña de azúcar, una de ellas la mayor insular. Barbados, la más oriental de las Antillas Menores, había sido descubierta por los españoles, que sin embargo la incluían en esa categoría que, junto a las Lucayas (Bahamas y Turcas y Caicos), denominaban islas inútiles y únicamente la utilizaban para las esporádicas vendimias, es decir, incursiones para capturar esclavos caribes (se permitía por tratarse de caníbales) con los que completar las bodegas de los barcos y asegurar la rentabilidad de sus expediciones perlíferas.

Por tanto, Barbados estuvo libre de presencia europea mucho tiempo. Es probable que los portugueses la usaran como base en sus viajes a Brasil (fue uno de ellos, Pedro Campos, el que le puso su peculiar nombre sin que se sepa exactamente la razón), pero no hubo una población blanca estable hasta la llegada del inglés John Powell en 1625 y la fundación dos años después de la colonia de Jamestown (actual Holetown) por su hermano Henry. Los Balls se establecieron con las primeras oleadas de colonos, aprovechando que la población caribe (que había reemplazado a la anterior arahuaca y ésta a la taína) era escasa y consiguieron enormes lotes de tierras.

El mismo Fernando prosperó hasta convertirse en dueño de una plantación de algodón y azúcar que bautizó como Clifton Hallen recuerdo de su hogar natal. La casa todavía está en pie, si bien fue reformada en el siglo XIX y del XVII sólo conserva la cocina, los aposentos de la servidumbre y un par de dependencias que hoy sirven de vestuario a una piscina. Está cerca de la parroquia de St. John, a la que siempre ayudó -fue sacristán, celador síndico- y cuya iglesia sería la que comentábamos al principio que acogió su sepultura.

Antes de 1649 contrajo matrimonio con la hija de un terrateniente local, Rebecca Pomfrett, y eso le permitió ampliar sus propiedades, según demuestran escrituras inmobiliarias de 1662. Una de ellas se llamaría Paleologus and Beal y aparece en los documentos señalada con una piña, lo que significa que añadió ese cultivo a los anteriores; todos ellos trabajados con mano de obra esclava, como era habitual en el Caribe. Aparte, desde 1654 ejercía de teniente de la milicia y cuatro años más tarde añadió el cargo de agrimensor de caminos.

Apodado el Príncipe griego de Cornualles, enfermó a principios de 1670 y fue empeorando a lo largo de los meses siguientes, de modo que en septiembre redactó su testamento legando la mitad de sus bienes a Rebecca y la otra mitad al hijo que tuvo con ella (al que, ya se imaginarán, puso el nombre de Theodore, puesto que era una tradición griega bautizar al primogénito como al abuelo); asimismo, dejó dinero a sus hermanas y otros parientes. Falleció en una fecha indeterminada, en torno al 2 de octubre de 1670. Sin embargo, la dinastía Paleólogo no se extinguió con él.

Rebecca se volvió a casar con el terrateniente Alexander Beale, con el que tuvo más hijos. El de su matrimonio anterior, Theodore III, como es generalmente aludido para distinguirlo de su abuelo y su tío, tenía diez años cuando se quedó huérfano. Aunque inicialmente se asoció con su padrastro -de ahí el nombre de la plantación que decíamos antes-, en 1684 tomó por esposa a Martha Bradbury y ambos se mudaron a Londres. Allí se embarcó en la Carlos II, una fragata contratada por España -el nombre alude al monarca hispano, no al inglés- para recuperar tesoros de los galeones hundidos en el Caribe y que estaba al mando del capitán Gibson.

Se trataba del mismo barco que una década después sufrió un motín en La Coruña dirigido por el primer oficial, Henry Every, que lo rebautizó Fancy y lo empleó para un cometido muy diferente, la piratería, en la que se labró estentóreo renombre; ya le dedicamos un artículo en el que contamos cómo consiguió el mayor botín de la historia de la piratería. Theodore no formó parte de esa tripulación fuera de la ley porque murió en alta mar el año anterior, poco antes de arribar a España, siendo enterrado en algún sitio incierto de la ciudad coruñesa (probablemente en el Cementerio Inglés).

Theodore tuvo un hijo que murió niño antes que él y del que no se sabe nada. También una hija póstuma, nacida en 1694. Le puso el extraño nombre de Godscall, cuyo significado se desconoce, especulándose con que podría ser una adaptación del griego Theocletiane, una derivación de un apellido perdido de su madre o un excéntrico nombre religioso como los que solían poner los puritanos (en ese sentido, Godscall podría traducirse como “Dios la llama”, alusivo a que nació tan enfermiza que se preveía un fatal desenlace).

Salvo la fecha de nacimiento, indicada en el acta bautismal, no se conserva absolutamente ningún dato biográfico de ella y se ha sugerido que quizá murió poco después, insistiendo en la idea de su mala salud.

En cualquier caso se cuenta que, durante la guerra de la independencia de Grecia, el gobierno provisional envió una delegación a Cornualles y Barbados en busca de descendientes vivos de la dinastía imperial y, al no encontrar a nadie, se considera que Godscall sí fue la última de los Paleólogos.


Fuentes

Alejo Carpentier, El siglo de las luces | James C. Brandow (ed.), Genealogies of Barbados Families. From Caribbeana and the Journal of the Barbados Museum and Historical Society | Patrick Leigh Fermor, The Traveller’s Tree. A journey through the Caribbean Islands | Eric Cullhed, From Byzantium to the Andes (en Wanted: Byzantium. The desire for a lost empire) | D. M. Nicol, Byzantium and England | Wikipedia


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