Corría el año 73 a.C. cuando la República Romana se estremeció con una noticia: los gladiadores fugados del ludus de Capua ya no derrotaban sólo a las milicias locales que les habían salido despreocupadamente al paso sino que, engrosadas sus filas con miles de esclavos que se les fueron uniendo, vencieron también a un ejército enviado por el Senado al mando del pretor Cayo Claudio Glabro. Fue lo que hoy se conoce como la batalla del monte Vesubio, la primera gran victoria de Espartaco y los suyos, conseguida gracias a una mezcla de genio, audacia y osadía.

De Espartaco no se sabe gran cosa antes de estos hechos, salvo que era un prisionero medo (una tribu de origen frigio asentada en Tracia), quizá de familia noble puesto que tenía cultura y su nombre era usual entre los miembros de la realeza en aquella región. Su caída en desgracia habría sido causada por una deserción de su puesto de auxiliar en una legión, siendo destinado a la esclavitud al carecer de la ciudadanía romana.

Como al parecer era fuerte, fue comprado por un mercader para la mencionada escuela de gladiadores de Capua, propiedad del lanista Cneo Cornelio Léntulo Batiato. Allí permaneció hasta que organizó un plan para escapar junto con cuatro compañeros, dos celtas llamados Casto y Cánico y dos galos, Crixo y Enomao, que tuvieron éxito y huyeron con otros doscientos gladiadores armados únicamente con utensilios de cocina. La mayoría de los evadidos acabaron capturados o muertos a manos de las milicias locales, pero setenta y cuatro lograron ponerse a salvo.

Tras equiparse mejor, gracias a la emboscada que tendieron a un convoy que transportaba armas para el ludus, empezaron a asaltar las villas romanas de la zona, liberando a sus esclavos e incorporándolos a sus filas; otros se evadían directamente con el mismo objetivo, ya que veían en él una esperanza a su desdichada vida. Hay que entender que, en el período republicano, un esclavo no era considerado persona sino una mera propiedad, pudiendo su amo tratarlo a su antojo e incluso matarlo.

Dado que los esclavos constituían la principal mano de obra en el campo y las minas, el número de ellos era más que considerable y que un grupo insumiso de ellos fuera creciendo y campando por la península itálica era un verdadero peligro para el orden establecido. De hecho, las dos guerras serviles de los años 135 a.C. y 104 a.C. eran un ejemplo de ese riesgo, así que el Senado decidió enviar una fuerza para acabar con Espartaco y los demás revoltosos.

Se destinaron a ella cinco cohortes que sumaban unos tres mil hombres, a cuyo frente fue designado el pretor Cayo Claudio Glabro. Cabe puntualizar que, si bien ya no se trataba de simples milicianos, tampoco eran precisamente tropas de élite sino auxiliares reunidos ad hoc con cierta premura; al fin y al cabo, no debían combatir a un ejército enemigo sino a una banda de saqueadores sin adiestramiento militar que encima apenas sumaba unos mil o mil doscientos integrantes.

Destinar al problema una fuerza mediocre fue el primero de la serie de errores cometidos, ya que el núcleo de aquellos esclavos eran gladiadores, luchadores entrenados específicamente para combatir a muerte. El segundo estuvo en que el desprecio llevó a enfrentárseles sin adoptar las debidas precauciones, pues a pesar de que la superioridad numérica jugaba a su favor -cuarenta a uno-, los romanos tenían en contra el terreno.

Y es que Espartaco y sus hombres habían acampado en lo alto de una colina, según Plutarco, aunque Apiano dice que se trataba del Vesubio. Si tiene razón el primero, como sabemos ese volcán iba a entrar en erupción un siglo más tarde arrasando Pompeya, Herculano y Estabia, pero por entonces permanecía dormido y su orografía resultaba idónea para atrincherarse, ya que tenía un único y tortuoso camino de subida y además las laderas estaban sembradas de viñedos que dificultaban a los soldados moverse en formación.

Con buen criterio, Glabro juzgó arriesgado intentar un ataque frontal cuesta arriba y con tantos obstáculos, por lo que optó por bloquear el sendero y sitiar el cono para que fueran el hambre y la sed las que obligaran al enemigo a rendirse. Lamentablemente para él, dispuso ese cerco sin adoptar las medidas preceptivas para esos casos. En primer lugar, considerando que los esclavos no podrían bajar estando el camino guarnecido, no rodeó su campamento con una empalizada sobre parapeto de tierra ni excavó un foso.

En segundo lugar, no destinó vigilancia a una de las laderas del volcán por tratarse de un farallón vertical que parecía un perfecto obstáculo natural para impedir que sus adversarios se retirasen. Lo que nunca imaginó fue que por allí precisamente iban a descender por sorpresa porque a Espartaco no se le escapó esa equivocación de Glabro y mandó fabricar largas escalas y cuerdas con los sarmientos de las viñas, que sus gladiadores emplearon para salvar el desnivel amparados por la oscuridad de la noche.

A continuación en lugar de aprovechar para escabullirse, rodearon la montaña guiados por pastores y una hora más tarde alcanzaron el campamento romano, donde los soldados dormían plácidamente considerándose seguros; tuvieron un terrible despertar. Los asaltantes dieron rienda suelta a su odio y realizaron una masacre en la que aniquilaron a la mayor parte de las cohortes, sobreviviendo un puñado que huyó en un deseperado sálvese quien pueda. El propio pretor escapó por poco, protegido por sus centuriones y después de que Espartaco en persona le matase el caballo.

Luego los esclavos saquearon las tiendas y carros de bagaje, obteniendo así tanto nuevas y mejores armas (espadas, jabalinas) como protecciones adecuadas (cascos, escudos, cotas de malla). También caballos y provisiones que les permitieron equipar adecuadamente a todos.

Porque, aunque sufrieron dos centenares de bajas, su número ya no paró de crecer, organizándose en adelante como un ejército regular bien pertrechado (había infantería, caballería, carpinteros, herreros, médicos y hasta sacerdotes) y entrenado.

Ese invierno se dedicaron a esto último, mientras asaltaban otras ciudades (Nuceria, Nola, Turios y Metaponto) y sus líderes trazaban la estrategia a seguir en el futuro, que pasaba por salir de Italia por los Alpes y buscar refugio en Germania. Pero antes, tuvieron que afrontar una nueva amenaza: el Senado volvía a enviar tropas contra ellos. Esta vez, dos legiones al mando del pretor Publio Varinio que sumaban unos seis mil hombres… aunque, una vez más, reclutados a toda prisa en el norte peninsular.

Ese número es más teórico que real, puesto que al llegar el otoño abundaron los retiros y eso suponía un contratiempo importante ante un enemigo que, por contra, se había multiplicado. Aun así, Varinio marchó hacia los esclavos y distribuyó a sus efectivos en tres columnas para envolverlos en una tenaza. Sin embargo, no disponía de efectivos suficientes para hacerlo con éxito y Espartaco, debidamente informado por sus exploradores, le desbarató el plan enfrentándose y venciendo a cada columna por separado.

Los tribunos que dirigían dos de ellas, Furio y Cosino, fueron claramente superados -el segundo murió en la batalla- y los gladiadores cargaron entonces contra la que mandaba Varinio en persona, quien perdió su caballo y tuvo que escapar a pie mientras sus líctores caían prisioneros. Roma experimentaba así una segunda vergüenza y veía agravarse el problema, pues las filas enemigas continuaron engrosándose y alcanzaron las setenta mil personas.

Pero surgieron disensiones entre los sublevados y veinte mil de ellos, fundamentalmente galos, germanos y los estratos autóctonos más pobres, se separaron siguiendo a Crixo, empeñado en aprovechar la ocasión para conquistar Roma frente a Espartaco, que, considerando imposible doblegar el potencial de ésta, seguía adelante con su idea de abandonar la península por el norte. Crixo carecía del genio de su compañero y cayó derrotado en Apulia ante las legiones del propretor Arrio, muriendo en combate.

Meses después, los dos ejércitos consulares de Cneo Cornelio Léntulo y Lucio Gelio Publícola marcharon contra Espartaco. Las fuerzas de éste habían crecido aún más hasta las ciento veinte mil personas, suficientes para ir rechazando los ataques esporádicos que los romanos les hacían hasta que terminó con ellos. También se impuso al cónsul de la Galia Cisalpina, Cayo Casio Longino, pero en vez de cumplir el plan previsto de dejar la península dio media vuelta.

Es posible que quisiera vengar la muerte de su amigo Crixo o que tuviera que atender las exigencias de su gente, deseosa de tomar Roma porque al fin y al cabo aquella era también su tierra.

En cualquier caso, Espartaco fue infiel a su propia percepción del poder del enemigo, que envió contra él nada menos que diez legiones al mando del pretor Cayo Licinio Craso. Todavía hubo un canto del cisne de los gladiadores cuando aplastaron a la columna de Mummio, uno de los ayudantes de Craso que intentó operar por su cuenta, provocando el pánico entre sus legionarios.

La vergonzosa huida de éstos era un contratiempo moral que Craso no podía permitirse y cuentan que ordenó una decimatio (uno de cada diez soldados fue apaleado hasta morir a manos de sus propios compañeros) que le permitió restablecer el orden en sus filas. Luego se lanzó en persecución de la gente de Espartaco, que iba hacia el sur con la intención de pasar a Sicilia en unos barcos contratados a piratas cilicios.

Sin embargo, al llegar a Calabria se encontraron con que éstos no habían cumplido su acuerdo. Como tampoco podían volver atrás, pues Craso les cerraba el paso, y además el Senado enviaba también contra ellos a Cneo Pompeyo (que acababa de reprimir la rebelión de Sertorio en Hispania) y Lucio Licinio Lúculo (reciente vencedor de la primera guerra mitridática), quedando rodeados, no les quedó más remedio que disponerse a jugársela en una batalla campal.

Aquellas veinte legiones igualaban las cifras de combatientes entre ambos bandos o incluso conferían superioridad a los romanos, ya que sólo ochenta mil esclavos empuñaban las armas -el resto eran sus familias-, a los que vencieron en Apulia, junto al río Siliario; se calcula que les causaron sesenta mil bajas por sólo un millar propias, poniendo fin a lo que se considera la tercera guerra servil. No se sabe qué pasó con Espartaco.

De los veinte mil que sobrevivieron, cinco mil que trataban de abrirse paso hacia el norte también fueron aniquilados por Pompeyo. Otros se dispersaron y algunos lograron alcanzar Sicilia; los seis mil que cayeron prisioneros terminaron crucificados por Craso a ambos lados de la Vía Apia, entre Capua y Roma, como escarmiento público. Había que lavar con sangre aquella serie de humillaciones que empezó con la osada acción en el Vesubio.


Fuentes

Apiano, Historia romana | Plutarco, Vidas paralelas | Sexto Julio Frontino, Estratagemas, el arte de la guerra en Roma | Floro, Epítome de la Historia de Tito Livio | Tito Livio, Periocas | Serguei Ivánovich Kovaliov, Historia de Roma | Barry Strauss, The Spartacus War | Wikipedia


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