Al igual que pasó antes con Roma y después con el famoso Pony Express del Oeste norteamericano, la expansión del imperio incaico debió mucho al desarrollo de una extraordinaria red viaria que facilitaba las comunicaciones entre los distintos puntos del Tahuantisuyo y Cuzco con asombrosa rapidez, permitiendo actuar en consecuencia. Sólo que en el caso andino la ausencia de caballos obligó a que las noticias no viajaran a cuatro patas sino sobre dos piernas. Las de los chasquis, un cuerpo de mensajeros tan proverbialmente eficaz que los españoles siguieron empleándolo bastante tiempo después de la conquista.

Chaski es una palabra quechua que puede significr «recepción, aceptación, consentimiento», aunque la acepción más adecuada para el tema que nos ocupa es «correo». El término para «mensajero» era kacha, pero no se aplicaba en este ámbito sino que quedaba reservado para designar a los embajadores y/o emisarios personales de la realeza, según testimonia el Inca Garcilaso de la Vega (Gómez Suárez de Figueroa, escritor, historiador y militar mestizo, hijo de un conquistador y una princesa indígena nieta del gobernante Huayna Cápac, el padre de Atahualpa).

En 1609, Garcilaso publicó una obra titulada Comentarios Reales de los Incas en la que narraba la historia, cultura y costumbres de ese pueblo.El capítulo VII está dedicado precisamente a los chaskikuna (el plural, en español chasquis) y constituye una de las fuentes documentales principales para saber cómo funcionaban. No es la única, ya que contamos también con el relato Primer nueva crónica y buen gobierno, de Felipe Guamán Poma de Ayala (un cronista de ascendencia noble india entre cuyos antepasados estaba el inca Túpac Yupanqui), que tiene el interés extra de ir acompañado de ilustraciones.

Asimismo, hay que citar entre otros muchos, dos libros: Suma y Narración de los Incas, de Juan de Betanzos (explorador y cronista que formó parte de la expedición de Pizarro y Almagro, ejerciendo de intérprete gracias a que aprendió a hablar quechua) e Historia general del Perú, de fray Martín de Murúa (un fraile mercedario doctrinero que además de quechua también aprendió aimara), así como los informes al rey redactados por Juan Polo de Ondegardo y Zárate (encomendero y corregidor de Charcas y Cuzco).

Gracias a todos ellos se ha podido reconstruir la singular figura del chasqui, que como decimos jugó un papel importante en la formación y expansión del incanato porque mantenía informada a su cabeza gracias a la prontitud con que le proporcionaba la información, ya fuera de otros, ya propia, pues una labor complementaria de sus funciones era la de ejercer de espía (al igual que pasaba con los pochtecas o comerciantes mexicas). Se entiende, pues, la alta consideración de que era objeto y por qué era un oficio reservado a los hijos de los curacas (caciques locales de lealtad probada).

Los chasquis transmitían las órdenes del Sapa Inca a los jefes políticos y militares de las provincias, de la misma manera que, a la inversa, llevaban los mensajes de éstos a Cuzco. Para hacerlo con rapidez, ya que en ésta residía la clave del servicio, contaban con la infraestructura viaria que mantenía comunicados los territorios del imperio con la capital. Pero además aportaban su excelente condición física, que les permitía cubrir las distancias en el tiempo estimado para ello. Con ese fin se les entrenaba desde la infancia, tanto en carrera como en natación, pero también para conocer las rutas y vados, puentes y atajos.

Eso sí, seguían siendo humanos y por tanto limitados. Por eso el servicio se realizaba mediante un sistema de postas: un chasqui hacía tan rápido como podía la media legua (dos kilómetros y medio) que tenía asignada para optimizar su esfuerzo. Ésa era la distancia a la que se sucedían por las calzadas los tambos menores, construcciones arquitectónicas atechadas que servían de almacenes, arsenales y albergues (había tambos más grandes, pero situados a distancias más grandes, como los del Qhapaq Ñan o Camino Real del Inca, que estaban a veinte o treinta kilómetros -una jornada a pie- y servían para acoger tropas o brigadas de trabajadores en desplazamiento).

Correr un par de kilómetros y medio puede resultar poco impresionante en estos tiempos de pŕactica deportiva generalizada, pero hablamos de hace medio milenio y encima con el agravante de que buena parte de esas carreras se hacía en el entorno andino, a una altitud que produce efectos negativos en el organismo como el llamado mal de altura (dolor de cabeza, taquicardia, náuseas, insuficiencia respiratoria…); Cuzco, por ejemplo, está a 3.399 metros sobre el nivel del mar. Cabe decir que, según Polo de Ondegardo, la distancia entre postas era mayor, de legua y media (siete kilómetros y medio).

Fuera cual fuese su separación, en esos tambos pequeños esperaban varios compañeros del chasqui, entre cuatro y seis individuos. Uno relevaba al que acababa de llegar, que pasaba a descansar del esfuerzo en una pequeña cabaña ad hoc denominada chasquihuasi («casa del chasqui») mientras los demás esperaban la posible venida de otros chasquis en una u otra dirección. En el siguiente puesto se repetía la operación. Los relevos ya estaban preparados porque cuando un chasqui se aproximaba a la cabaña (podía verla ya desde lejos debido a que se construían en sitios elevados con ese objetivo), anunciaba su aproximación haciendo sonar un pututu (caracola grande).

De ese de modo, el único tiempo que perdían era la transmisión del mensaje, unas veces oral -lo que obligaba al relevo a aprenderlo de memoria- y otras escrito en un quipu. Éste consistía en un conjunto de cuerdas y nudos, cuyo número y colores codificaban la información.

Se ignora si los chasquis sabían leerlo o era un cometido exclusivo de los expertos quipucamayoc. Es posible que dependiera de la naturaleza de los datos, pues algunas fuentes indican que la información de éstos era incompleta y tenía que completarse con la parte oral que había memorizado el chasqui.

La misión de estos correos, que estaban de servicio las veinticuatro horas del día durante un mes antes de ser sustituidos por un nuevo equipo, se llevaba a cabo también en horario nocturno, con tiempo bueno o malo. Se encendían hogueras si era necesario mejorar la visibilidad, al igual que se hacía si las noticias requerían mayor rapidez aún que la de los chasquis, como sufrir una invasión. Guamán Poma de Ayala aporta curiosos datos, no sólo sobre la velocidad de los chasquis sino también acerca de su organización y equipamiento:

«… hase de saber que el rey Inga tenía de dos maneras de correón en este reino: el primero que se llamaba churo mullo chasqui, correón mayor, que de más de quinientas leguas le traían caracoles vivos, que mulo (sic. Mullu) es caracol, de la mar de Novo Reino, éstos estaban a media legua; y correón menor se llamaba carochasque, estaba puesto a una jornada de cosa pesada. Y éstos correones han de ser hijos de principales, de caballeros fieles, y probado, ligeros como un game. A éstos lo pagaba y proveía el Inga como Señor y Rey y traían por señal en la cabeza un quitasol grande de plumas que le cubría toda la cabeza para que le viesen de lejos, y una trompeta que le llama uaylla quipa y daban un grito grandísimo y tocaba la trompeta, y por arma traía un chambi y una honda. Y ansí gobernaban la tierra estos dichos correones y eran libres de todo cuanto hay ellos como sus mujeres e hijos, padre, madre, hermanos y hermanas, y así de día y de noche nunca paraba en cada chasqui había cuatro indios diligentes en este reino.»

Es decir, a los chasquis se los identificaba de lejos por el penacho de plumas blancas con que se coronaban y viajaban ligeros, llevando sólo el quipu y el pututu, aunque iban armados con huaraca (honda) y champi (maza con cabeza de estrella) para asegurarse de que nada les impidiera cumplir su misión. En ese sentido, Pedro Cieza de León explica que eran muy discretos y no revelaban el contenido de los mensajes -aun cuando fueran antiguos-, sin ceder ante amenazas ni sobornos.

Cabe preguntarse a qué velocidad corrían. Según un estudio moderno, realizado a mediados del siglo XX por el arqueólogo y antropólogo estadounidense Victor Wolfgang von Hagen (un especialista en culturas precolombinas que pasó dos años en Perú y descubrió el único puente colgante de cuerdas que queda), eran capaces de hacer un kilómetro en cuatro minutos, manteniendo el ritmo más o menos durante otros cuatro. Eso significa que, a base de relevos, el mensaje podría recorrer de 15 a 20 kilómetros en una hora, que al día serían alrededor de tres centenares.

Los cronistas españoles dieron fe de ello. Polo de Ondegardo recoge en un informe:

«…afirman que desde Cuzco hasta Quito, que son quinientas leguas y la mayor parte tierra muy áspera, cuanto más tardaban de ida y vuelta eran veinte días, y es de creer porque después acá, cuando ha habido guerras y otras necesidades en la tierra, hemos usado nosotros de este remedio de los chasquis, lo cual como era orden vieja y estaba repartido y aún las casillas en la mayor parte están el día de hoy hechas, luego en mandándoselo, los ponen y algunas veces yo los he hecho poner, y no hay duda sino que entre día y noche debían de correr las cincuenta leguas que dicen (…) y he recibido cartas a razón de treinta y cinco leguas en sólo un día y una noche. Otras veces he visto llegar cartas de Lima al Cuzco en cuatro días, que son ciento veinte leguas, casi todas caminos accidentados y muy difíciles de caminar. «

Juan de Betanzos dice que el Sapa Inca recibía todos los mensajes en un plazo de cinco o seis días, mientras que Martín de Murúa pone un interesante ejemplo:

«Cuando el Ynga quería comer pescado fresco de la mar, con haber setenta u ochenta leguas desde la costa al Cuzco, donde él residió, se lo traían vivo y buyendo, que cierto parece cosa increíble en trecho y distancia tan larga, y en caminos tan ásperos y fragosos, porque lo corrían a pie y no a caballo, pues nunca los tuvieron hasta que los españoles entraron en esta tierra.»

Murúa añade que el décimo sapa inca, Túpac Yupanqui, a quien considera creador de los chasquis (en cambio, Pedro Sarmiento de Gamboa y Juan de Betanzos lo atribuyen respectivamente a su padre Pachacútec y su abuelo Viracocha Inca), dio orden de seleccionar «entre los indios los que fuesen más prestos y ligeros, y tuviesen más aliento en correr», pasando a detallar aspectos de su adiestramiento y capacidad:

… «y así los probaba, haciéndoles que caminasen corriendo por un llano y, después, que bajasen por una cuesta con la misma ligereza, y después subiesen una cuesta agria y fragosa, sin parar, y a los que en esto se señalaban y lo hacían bien, daba oficio de correos, y se ejercitaba cada día en la carrera. De suerte, que eran tan alentados que alcanzaban los venados y aun vicuñas, que son animales silvestres ligerísimos, que se crían en los páramos y desiertos más fríos.»y así los probaba, haciéndoles que caminasen corriendo por un llano y, después, que bajasen por una cuesta con la misma ligereza, y después subiesen una cuesta agria y fragosa, sin parar, y a los que en esto se señalaban y lo hacían bien, daba oficio de correos, y se ejercitaba cada día en la carrera. De suerte, que eran tan alentados que alcanzaban los venados y aun vicuñas, que son animales silvestres ligerísimos, que se crían en los páramos y desiertos más fríos.»

Asimismo, informa de que quien no corriera como era esperado recibía como castigo un porrazo en la cabeza o cincuenta golpes en la espalda o le rompían las piernas, seguramente por orden del Hatun Chasqui (Churo mullo chasqui, según Guamán Poma de Ayala) una especie de correo mayor que, no obstante, también otorgaba premios.

Y concluye que los españoles no desaprovecharon tan excelente servicio, manteniéndolo en activo como tal hasta 1613 -cuando empezaron a generalizarse en América caballos y mulas- bajo la dirección de la familia Galíndez de Carvajal, concesionaria del correo en las Indias:

«El día de hoy se ha continuado, por los Virreyes y gobernadores deste reino, este ministerio de chasquis, como necesarísimo para el buen gobierno y utilidad dél, y así le tienen sustituido en todos los caminos reales que hay desde la Ciudad de los Reyes, donde residen, por la Sierra, subiendo hasta Jauja, Guamanga, Andaguailas, Cusco, Collao, Chucuito y Huguiapó, Potosí y la Plata, y en el camino de la costa por Cañete, Yca, Lagasca, Camaná, Arequipa, y Arica, y así a abajo desde Lima hasta Paita y Quito, que ha sido un medio muy acertado para el reino y para los mercaderes y tratantes, y todo género de personas, saliendo cada mes el primer día, sin falta ninguna.»


Fuentes

Inca Garcilaso de la Vega, Comentarios reales de los incas | Felipe Guamán Poma de Ayala, Nueva coronica y buen gobierno | Juan de Betanzos, Suma y narración de los Incas | Martín de Murúa, Historia general del Perú | Jorge F. Buján, Ciudades y territorio en américa del Sur del siglo XV al XVII | Gonzalo Lamana Ferrario (ed.), Pensamiento colonial crítico. Textos y actos de Polo Ondegardo | Juan Gargurevich Real, La comunicación imposible: información y comunicación en el Perú | Jean-Claude Valla, Los incas | Wikipedia


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