Y lo siguió un segundo ángel que gritaba: «Ha caído, ha caído Babilonia la grande…»
Apocalipsis, 14_08
Seguro que a más de uno le suena este versículo de la Biblia; hace referencia a la conquista de la ciudad mesopotámica por los persas de Ciro el Grande en el 539 a.C., año en el que pusieron fin a una etapa de apogeo babilonio protagonizada por Nabucodonosor II.
Pero un siglo antes, en el 648 a.C., la urbe ya había pasado por una tragedia similar cuando el asirio Asurbanipal (el Sardanápalo de la literatura clásica) la arrasó y masacró a sus habitantes por desafiar su autoridad. Fue un episodio fratricida, puesto que el líder de aquella resistencia era su propio hermano, Samasumukin (Shamash-shum-ukin).
Ambos eran los herederos de Asarhaddón, rey de Asiria e hijo del célebre Senaquerib. Al morir éste, Asarhaddón subió al trono pese a no ser el promogénito, gracias al fallecimiento previo de dos de sus hermanos mayores y la renuncia de un tercero (que luego se arrepintió y organizó una insurrección junto a otros parientes). Gobernó en Asiria durante doce años, siendo una de sus iniciativas más destacadas la reconstrucción de Babilonia, que su padre había demolido (incluyendo la deportación de la población) por otra rebelión, dándole la consideración de segunda capital por detrás de Nínive.
Como se ve, los babilonios constituían un problema continuo para los asirios y se mostraban siempre remisos a aceptar su autoridad, por eso cuando una enfermedad crónica terminó con la vida de Asarhaddón, fue su madre y regente, Naqi’a Zakutu (Naqia la Pura) la que tomó las riendas de la sucesión. Algunos investigadores identifican a esta mujer con el Nitocris que según Heródoto reconstruyó Babilonia (que sería distinta a la reina egipcia homónima), aunque otros opinan que Nitocris es una deformación del nombre Nabucodonosor, quien históricamente pasa por haber sido el restaurador de la ciudad.
Sea cual sea la verdad, Naqi’a, ejerció una gran influencia sobre su hijo Asarharddón y decidió cumplir los deseos de éste para poner fin a aquella incertidumbre, repartiendo la herencia entre los dos nietos candidatos. A su favorito, Asurbanipal, le entregó la corona del imperio; al otro, Samasumukin, el mando de Babilonia.
Paradójicamente, eso no iba a acabar con la recalcitrante insumisión babilonia, como tampoco con las guerras civiles que solía originar la sucesión, dado que Samasumukin era mayor que su hermano y se sintió injustamente postergado.
De hecho, no era el único con motivos para estar descontento. El primogénito, Sin-nadin-apli (en realidad tenía una hermana por delante, Serua-eterat), había muerto inesperadamente en el 672 a.C., dos años después de ser proclamado sucesor, por lo que los derechos debían pasar a Samasumukin; pero además había un tercer hijo por delante de Asurbanipal que se llamaba Shamash-metu-uballit y que tampoco fue tenido en cuenta, quizá porque sufría mala salud (y se cree que Asurbanipal pudo ordenar su ejecución al asumir el trono).
Ese plantel se completaba con otros cinco hermanos menores, algunos de existencia comprobada que se convirtieron en sacerdotes y otros apenas referenciados en cartas. La crisis, no obstante, tardó en producirse. Al principio, Asurbanipal y Samasumukin parecían llevarse bien y aceptar la decisión de su abuela, dedicándose a gobernar sus respectivos reinos. El primero incluso organizó un fastuoso festival de coronación de su hermano en Babilonia, en la que ambos hicieron una entrada conjunta, aunque eso no ocultaba el hecho de que los babilonios eran vasallos de los asirios, quienes mantenían en su territorio gobernadores y tropas.
No se sabe qué razón llevó a Asarhaddón a repartir el poder entre dos hijos relegando al mayor; quizá trataba de emular a su padre Senaquerib, que le eligió a él por delante de su hermano mayor, Arda-Mulissu, pero debería haber tenido en cuenta que aquella decisión originó una contienda civil que ahora corría el riesgo de repetirse. Para explicarlo se ha sugerido que Asurbanipal y Samasumukin pudieron no tener la misma madre (Esharra-hammat era la esposa principal, pero había varias concubinas, como la citada Naqi’a), sino que la del primero sería asiria y la del segundo babilonia, lo que parecería hacer propicias esas respectivas designaciones.
De todos modos, ambos eran príncipes y recibieron la misma educación, tanto intelectual (ciencia, literatura, música…) como física (equitación, armas, manejo de carros); la habitual en gentes de su alcurnia y destino. También tuvieron una útil formación administrativa, ya que la mala salud de Asarhaddón le obligaba a delegar en sus vástagos esas tareas con bastante frecuencia. Eso les proporcionó experiencia política y militar, y debió de afianzar al monarca en su decisión de que ellos fueran sus herederos.
Como decíamos, primero fue coronado en Nínive Asurbanipal en el 669 a.C.; Samasumukin tuvo que esperar a la primavera siguiente para protagonizar una ceremonia en la que devolvió al templo de Esagila el Asullḫi, es decir, la estatua de Marduk (también conocido como Bel y que era el dios patrón de Babilonia). De acuerdo con la tradición religiosa, esa figura confería al rey su legitimidad y por eso los asirios se la habían llevado tras la última revuelta. Constituía todo un símbolo de que el reino babilonio volvía a tener su propio monarca en lugar de ser regido desde Asiria, pese a que Samasumukin era asirio.
En ese sentido cabe aclarar que el reino babilonio ya no era el de antaño, aquel que, a partir de una simple ciudad-estado, inició una gran expansión en el segundo milenio a.C. por casi toda Mesopotamia de la mano de Hammurabi. Es más, tras la muerte de este rey en el 1750 a.C. empezó un decaimiento progresivo que culminó con el derrocamiento del rey Samsu-Ditana por los casitas, entrando entonces en una época de invasiones continuas (hititas, arameos, caldeos) hasta la conquista por parte del Imperio Neoasirio.
Ahora el reino había visto reducidas sus fronteras notablemente y apenas agrupaba un puñado de ciudades dignas de tal nombre, como Babilonia, Borsippa, Dilbat, Kutha y Sippar, además de otras localidades menores y sus respectivos alrededores. Urbes babilonias como Ur, Uruk y Nippur, pese a formar parte del reino, eran supervisadas por Asiria a través de gobernadores.
Por tanto, no estaban claros los límites competenciales del monarca babilonio, pues Asarhaddón había especificado la obligatoriedad de que Samasumukin debía realizar un juramento de lealtad a Asurbanipal, al mismo tiempo que advertía a éste de que no interfiriese en la política del otro.
Parece ser que Asurbanipal no acató póstumamente esa disposición de su padre y redujo la autonomía del gobierno de Babilonia, seguramente temiendo que su hermano pudiera volverse demasiado fuerte y reclamar el trono conjunto; al fin y al cabo, sólo había un precedente de príncipe asirio que reinase únicamente en Babilonia (su tío Asurnadinsumi, el primogénito de Senaquerib). Ese temor llevó a Asurbanipal a limitar también el tamaño de su ejército y cuando los elamitas invadieron Babilonia en el 653 a.C., Samasumukin tuvo que pedir ayuda a su hermano.
Aún así, la mayor parte del primer reinado de Samasumukin transcurrió con tranquilidad y sosiego; reconstruyó las murallas de Sippar, restableció el Akitu (siembra de la cebada, una festividad de primavera que en su calendario equivalía al año nuevo y no se celebraba desde que faltaba la mencionada estatua de Marduk), promovió mejoras en muchos templos (entre ellos el de Ishtar en Uruk, cuyos dominios territoriales amplió) y, en suma, se identificó plenamente con la cultura y mentalidad babilonias. Paralelamente Asurbanipal hizo otro tanto en Nínive, fundando la famosa biblioteca.
Todo esto se torció en el año 652 a.C. La documentación babilonia de la época registra los nombres de ambos reyes como prueba de su coexistencia pacífica, pero la asiria sólo menciona a Asurbanipal, evidenciando la diferencia de estatus entre ellos a pesar de que las cartas de Samasumukin nunca se refiere a él como superior sino que le llama siempre «hermano mío» (con el significativo detalle de que a Asarhaddón siempre se refirió con la expresión «el rey, mi padre»); lástima que no se conserve ninguna respuesta de Asurbanipal para aclarar la cuestión.
Decíamos que en el 652 a.C. terminó la pantomima porque Asurbanipal empezó a recortar la jurisdicción de Samasumukin. La correspondencia comercial de entonces revela que las ciudades babilonias estaban escindidas en dos grupos: los fieles a su rey y los que reconocían al de Asiria como señor supremo. Éste pasó a supervisar cada orden dada por su hermano, de las que era conocedor gracias a los informes que le enviaban sus gobernadores, funcionarios y agentes, haciendo que el resentimiento por el pasado aflorase de nuevo entre los babilonios.
Tampoco es difícil imaginar el descontento de Samasumukin, probablemente azuzado por la vecina Elam, rival de Asiria. Brotó pues la discordia y, aunque Serua-eterat (la hermana mayor) intentó mediar, fracasó (una leyenda posterior dice que, deprimida, marchó al exilio) quedando las cosas abocadas a dirimirse en el campo de batalla cuando Samasumukin prohibió a Asurbanipal llevar a cabo sacrificios en ciudades babilonias. Dado que dichos rituales constituían una prerrogativa de la corona asiria, símbolo por tanto de su potestad, aquello equivalía a una declaración de guerra.
Samasumukin obtuvo numerosos apoyos de las etnias mesopotámicas, lo que revela la antipatía que despertaba Asiria en la región: elamitas, caldeos, arameos, guti, amorreos… Todo el sur aprovechó la ocasión para rebelarse contra Asiria ignorando las peticiones de alianza enviadas de Asurbanipal, quien en ellas se refería a Samasumukin con expresiones como «no-hermano», «hermano infiel», «enemigo» y otras más poéticas, como «ese hombre a quien Marduk odia», igual que recriminaba al monarca Ummanigash de Elam haber aceptado los «sobornos» ofrecidos por Babilonia.
Las fuentes también mencionan la ayuda de Meluhha, sin que se haya podido determinar a qué pueblo se refieren. Algunos historiadores creen que podría tratarse de los medos, aunque igual podría ser una forma de llamar a los egipcios, que entre los años 667 y 665 a.C. habían sido víctimas de una campaña de Asurbanipal, si bien parece improbable porque éste dejó faraones títere conjuntos a Necao I y Psamético II y no consta en ningún sitio que hubiera tropas de Egipto presentes en el conflicto.
Éste duró casi cuatro años. Los primeros discurrieron con alternativas, alternando ambos bandos victorias y derrotas sin mayor trascendencia. Luego la contienda se enmarañó debido a las defecciones de los aliados menores, instigados por agentes dobles de los que el mejor representante fue Nabu-bel-shumati, un gobernador meridional que cambió de bando varias veces. A la larga la balanza empezó a inclinarse del lado asirio, cuyo ejército tenía acreditada fama en aquellos tiempos, lo que demostró una vez más derrotando a los elamitas en Der (la actual Tell Akar iraquí).
Hacia el 650 a.C., las tropas de Asurbanipal fueron sitiando y capturando, una tras otra, Sippar, Borsippa y Kutha, para finalmente poner cerco a la propia Babilonia, que ya no podía esperar auxilio de nadie. Aislada y privada de aprovisionamiento, cayó víctima del hambre y las epidemias, llegándose a registrar casos de canibalismo. Incluso así resistió dos años; en el 648 a.C. los asirios lograron forzar las defensas y entrar en la ciudad, saqueándola a su famoso y brutal estilo… Así lo describió el propio Asurbanipal en una inscripción:
«Sus cuerpos descuartizados los di de comer a perros, cerdos, lobos, águilas, aves del cielo y peces de las profundidades».
En otra, describía de forma bastante gráfica la fatalidad destructiva que supuso aquella derrota para sus adversarios elamitas:
“Entré en sus palacios, habité allí con regocijo; abrí los tesoros donde se acumularon plata y oro, bienes y riquezas […] los tesoros de Súmer, Akkad y Babilonia que los antiguos reyes de Elam habían saqueado y llevado […]. Reduje a la nada los templos de Elam; sus dioses, sus diosas, los dispersé a los vientos. Las arboledas secretas donde ningún forastero había penetrado jamás, donde ningún profano había pisado jamás, mis soldados entraron, vieron sus misterios, los destruyeron con fuego. Las tumbas de sus reyes antiguos y recientes que no habían temido [a la diosa] Ishtar, mi señora, y que fueron la causa de los tormentos de los reyes, mis padres, esas tumbas las destruí, las expuse al sol y las destruí […]. Devasté las provincias de Elam y [en sus tierras] esparcí sal […].”
Los asirios incendiarion Babilonia y a esas llamas se lanzó voluntariamente Samasumukin para evitar la humillación de acabar prisionero. Al menos así lo cuenta el relato tradicional, aunque las fuentes de la época sólo dicen que «encontró una muerte cruel» y que los dioses «lo arrojaron al fuego y destruyeron su vida»; algo que no debe interpretarse al pie de la letra sino metafóricamente porque era una alusión al carácter sacrílego que tuvo su rebelión, al alzarse contra el soberano legítimo.
En realidad no se puede descartar que Samasumukin sufriera otro destino. En caso de ejecución, los escribas evitarían dar testimonio de ello porque el fratricidio era inadmisible en la mentalidad asiria; en caso de haber muerto a manos de un soldado, éste perdería también la vida por matar a alguien de la familia real, ya que no se trataba de un usurpador. En cualquier caso, es imposible saberlo.
Lo que sí parece claro es que su figura sufrió una damnatio memoriae, puesto que a partir de ahí prácticamente se le deja de mencionar en las inscripciones y algunas estelas encontradas presentan su figura con el rostro borrado. Asurbanipal sustituyó a su fallecido hermano colocando en el trono babilonio a Kandalanu, un funcionario del que no se sabe gran cosa y cuyo nombre aludía a una tara física en el pie, lo que quizá influyó para que el rey le eligiera a modo de humillación hacia los babilonios.
Otra hipótesis dice que se trataba de un apodo babilonio adoptado por el propio Asurbanipal, tal cual habían hecho predecesores como Tiglatpileser III y Salmanasar V, quienes se hicieron llamar Pulu y Ululayu respectivamente.
En fin, las prerrogativas de Kandalanu fueron muy limitadas y con él se extinguió, veinte años después, la dinastía X asiria. La sucedió la XII caldea, fundadora del Imperio Neobabilónico en la persona de Nabopolasar, que aprovechó el vacío de poder surgido de la coincidencia de muertes de Kandalanu y Asurbanipal. Su hijo Nabucodonosor II vengaría el honor babilonio en el 612 a.C. arrasando Nínive con ayuda de los medos y reconstruyendo Babilonia, a la que dotó de sus famosos jardines colgantes.
Fuentes
Elena Cassin, Jean Botttéro y Jean Vercoutter, Los imperios del antiguo Oriente. La primera mitad del primer milenio | Joaquín Sanmartín y José Miguel Serrano, Historia Antigua del Próximo Oriente. Mesopotamia y Egipto | Sami Said Ahmed, Southern Mesopotamia in the time of Ashurbanipal | Shana Zaia, My Brother’s Keeper: Assurbanipal versus Samas-suma-ukin (en Journal of Ancient Near Eastern History) | Jean Bottéro et al., Introducción al Antiguo Oriente. De Súmer a la Biblia | Wikipedia
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