Una de las mayores afrentas sufridas por las legiones romanas tuvo lugar en el año 321 a.C., tras la batalla de las Horcas Caudinas. No sólo por la obligada rendición, sin ni siquiera llegar a luchar, sino también por la humillación que sufrieron a continuación oficiales y soldados, obligados a pasar, vestidos únicamente con sus túnicas, bajo un yugo formado con sus propias jabalinas. Los responsables de tamaña osadía fueron los samnitas, un belicoso pueblo del centro de la península italiana que llegó a mantener hasta tres duras guerras contra Roma.
El Samnio es una región situada al sur de los Apeninos, delimitada al norte por el Lacio, al sur por la Lucania, al este por la Apulia y al oeste por la Campania. Allí vivía una confederación de cuatro tribus que se organizaban en torno a macizos montañosos que les servían de refugio en caso de peligro: los pentri de la zona central, los caracenos de la septentrional, los hirpinos de la meridional y los caudinos del suroeste; luego se les unieron los frentanos del Adriático.
Inicialmente hablaban la llamada lengua presamnita, después solapada con el osco y el latín porque, en realidad, constituían una rama de los sabinos, un pueblo emigrado por la presión de los umbros.
Según cuentan Dionisio de Halicarnaso y Estrabón, los sabinos vencieron a los umbros gracias a la intervención divina, para obtener la cual celebraron un Ver Sacrum, un ritual consistente en sacrificar todo lo producido en un año, bebés recién nacidos incluidos. Obtuvieron la victoria, pero también una hambruna que se abatió sobre ellos.
Años después, como continuación de aquel ceremonial, los niños ya adultos debían marchar al exilio en busca de nuevas tierras para aliviar económica y demográficamente a los suyos. Lo hicieron en grupos, siguiendo cada uno a un animal totémico (un buey, un lobo, un pájaro carpintero…) y cada uno de dichos grupos dio origen a una tribu samnita.
Este evidente mito fundacional, que algunos creen creado por los griegos para facilitar una alianza con ellos, no coincide con el registro arqueológico, que muestra el surgimiento de los samnitas a partir de una cultura itálica preexistente. La cronología abarca desde el siglo VII a.C. hasta el III a.C.; en medio, se dio el abandono de la Campania por los etruscos en el siglo V a.C. y el establecimiento allí de los samnitas, momento en el que se puede empezar a hablar de esa etnia de forma diferenciada.
Pese a que uno de los pilares de su economía era la ganadería trashumante -sobre todo ovina-, practicaban también una eficaz agricultura favorecida por la riqueza del terreno y un activo comercio -gracias a los puertos marítimos de que disponían-, en el que exportaban lana, bronce, hierro, aceitunas y cerámica.
No había grandes núcleos urbanos, estructurándose en ciudades autónomas (vicus), dirigidas por un kombennio (una especie de asamblea o senado), que a veces se agrupaban en grupos llamados pagi (al mando de un funcionario conocido como meddiss) y éstos en cuatro toutos.
O sea, se trataba de una sociedad fundamentalmente rural -las monedas que acuñaba eran para uso estatal, no individual- estratificada en dos niveles generales: una clase alta minoritaria formada por un puñado de familias aristocráticas y una mayoría popular con un estatus similar al de la servidumbre.
Se supone que hombres y mujeres tendrían roles marcadamente diferentes, si bien la iconografía artística -de inspiración claramente etrusca- y la arqueología lo desmienten: hay muchas tumbas femeninas con armas y masculinas con enseres domésticos, y las lesiones identificadas en esqueletos son similares para ambos sexos, así como los análisis sobre su alimentación.
Parte de esa confusa situación se debe a las fuentes documentales romanas, como Titio Livio, tardías y sospechosas de dar una imagen distorsionada de los samnitas por razones propagandísticas. Y es que los consideraban un pueblo guerrero y profundamente militarista, duro, recio (ni siquiera solían usar calzado).
Curiosamente, aparte de recurrir a menudo a la contratación de mercenarios griegos, los samnitas destacaban por una organización que inicialmente era tribal y luego pasó a combinar elementos helenos (falange) y romanos (cohortes), con la Legio Linteata como fuerza de élite.
Los soldados, entrenados mediante una institución denominada Verehia o Verreia, se protegían y armaban al estilo hoplita; los más pudientes con kardiophylax (un peto sencillo, de disco) o coraza de triple disco; los menos, con un cinturón metálico ancho que protegía sólo el abdomen. El resto del equipo estaba compuesto por un casco (los usaron de diversos estilos, pero era una seña de identidad rematarlos con penachos, plumas o cuernos), grebas, un aspis (escudo redondo), lanza y/o jabalina, más una espada (inicialmente de tipo antena, luego corta).
Como para darles la razón a los romanos, los samnitas practicaban el culto a Marte, dios de la guerra, aunque también a Vulcano y Diana, aparte de un panteón propio encontrado en la Tabla Osca (una tablilla de bronce del 250 a.C. que menciona dieciesiete divinidades), tras una evolución desde una religión primitiva basada en los numina (espíritus). Ya vimos que una de sus costumbres religiosas más características era la Ver Sacrum; otra, compartida también por los romanos, era la atención prestada a los augures; pero la más curiosa sin duda era la de la prostitución ritual que obligaba a todas las jóvenes fuera cual fuese su posición social.
Volviendo al desarrollo histórico, a partir de aquel asentamiento en la Campania los samnitas fueron entrando en conflicto con otros pueblos, desde los campanos a los volscos, pasando por los latinos y los griegos epirotas. Era cuestión de tiempo que al acercar sus límites territoriales al Bajo Lazio y el Tirreno napolitano terminaran chocando con los romanos, gran potencia emergente a la que los campanos pidieron ayuda. Al principio, la amenaza se solventó mediante la firma de un tratado que establecía la frontera común en el río Liri en el 354 a.C., en lo que constituyó la primera referencia documental a los samnitas.
Cuando éstos ocuparon la ciudad etrusca de Capua en el 343 a.C. y sus habitantes pidieron de nuevo ayuda a Roma, ofreciéndole una deditio in fidem (entrega incondicional y conversión en tributaria), la guerra estaba servida. Al menos así lo cuenta Tito Livio, en un relato que los historiadores actuales ponen en duda al considerarlo parcial o quizá mero recurso estilístico intentando establecer una comparación con otros.
En cualquier caso, al Senado Romano le interesaba hacerse con Capua, expandiendo así sus dominios y diversificando una economía excesivamente dependiente de la agricultura, por lo que ambos bandos quedaron abocados a dirimir sus diferencias armas en mano en la que fue la primera de las conocidas como Guerras Samnitas.
La contienda fue breve, un par de años, ya que resultaba impopular en algunos sectores sociales romanos, hasta el punto de que hubo guarniciones en Campania que se amotinaron.
El cónsul Marco Valerio Corvo, joven -veintinueve años- pero experimentado en el campo de batalla tras haber combatido a los galos y los volscos, impuso su carisma y popularidad entre las tropas, dirigiendo las operaciones militares magistralmente para derrotar al enemigo en el monte Gaurus, cerca de Cumas. Su ayudante, Publio Decio Mus, pasó más apuros en las montañas, pero logró superarlos y unir sus fuerzas con las de Corvo para aplastar a los samnitas en Suessula.
El cónsul pudo celebrar un sonado triunfo al regresar, obteniendo además el nombramiento de dictador y pasando a ser uno de los grandes héroes primigenios de la historia de Roma. Con los samnitas se acordó una paz precaria por la que debían reconocer la romanidad de Capua y los intereses romanos en Campania, a cambio de que la República les cediera los territorios de los vecinos sidicinos.
No obstante, la guerra supuso para Roma un contatiempo mayor, ya que los integrantes de la aliada Liga Latina (una confederación de treinta tribus), obligados a luchar contra los samnitas sin ser consultados, consideraron aquello un abuso y al ver rechazada su petición de equiparación en las decisiones rompieron su amistad, dando lugar a la Segunda Guerra Latina. Irónicamente, los romanos se enfrentaron a ellos con un insospechado apoyo: los samnitas, que pasaban de enemigos derrotados a aliados al ver satisfechas sus ambiciones territoriales a costa de los citados sidicinos.
Las legiones romanas marcharon a enfrentarse con los volscos planeando repartirse sus tierras con sus nuevos aliados, por eso el ejército latino invadió preventivamente el Samnio. Sin embargo los samnitas, uniendo sus fuerzas a su antiguo adversario, lograron imponerse conjuntamente a los latinos y campanos en la batalla del Vesubio, en el 339 a.C. Al año siguiente, una segunda victoria en Trifanum expulsó de Campania a los latinos.
La guerra terminó en el 338 a.C. con desastre para el Lacio, que encima perdió su flota; las proas de sus barcos pasaron a decorar la rostra del Foro, la Liga fue disuelta y sus ciudades quedaron integradas en la República, unas con todos los derechos -ciudadanía incluida- y otras como meras colonias.
Sin embargo, la amistad romano-samnita estaba abocada a romperse al colisionar sus respectivos intereses económicos, como pasó en el 327 a.C., cuando los segundos trataron de apoderarse de Paleópolis (Nápoles) y los romanos se opusieron, desconfiando asimismo de los contactos que mantenían con los vestinos para obtener una salida al Adriático.
Empezaba la Segunda Guerra Samnita, siendo sus primeros escenarios una próspera zona fronteriza donde los romanos fundaron las colonias de Fregelas y Venafrum; era territorio samnita y, consecuentemente, una invasión. Durante cinco años, las legiones romanas fueron imponiéndose y el líder samnita Brutulo Papio se quitó la vida ante la exigencia de entregarse con sus riquezas.
Podía haber acabado todo ahí, pero el Senado se negó a reconocer a los samnitas como socii (aliados federados) y continuaron las hostilidades, que iban a sufrir un inesperado giro a raíz del nombramiento de un nuevo líder, Cayo Poncio, dispuesto a seguir combatiendo.
Llegó así la emboscada de las Horcas Caudinas que contábamos al comienzo. Poncio difundió el rumor de que pensaba apoderarse de Apulia y los cónsules romanos Espurio Postumo Albino y Tito Veturio Calvino marcharon hacia allí para impedirlo, quedando bloqueados en un desfiladero -no identificado hoy- entre Benevento y Campania.
Sin agua ni posibilidad de escapar, tuvieron que rendirse y sufrir la citada humillación. Al regreso, los cónsules fueron destituidos, generándose una crisis de poder que finalmente se solventó nombrando para el cargo a Quinto Publilio Filón y Lucio Papirio Cursor.
El ánimo decaído por la deshonra todavía se incrementaría seis años después con una nueva derrota en Lautulae, lo que llevó a los romanos a cambiar de estrategia: decidieron aislar a los samnitas, rodeando sus territorios con un cinturón de colonias y guarniciones que se comunicaban gracias a la nueva infraestructura que empezaron a construir, la Vía Apia.
En el 310 a.C. los etruscos, aliados de los samnitas, fueron vencidos, lo que permitió a las legiones ocupar Apulia, tomar Boviano (la capital de Samnio) y forzar una negociación en la que impusieron sus condiciones: quedarse con la Campania, exigiendo al enemigo una renuncia formal a cualquier expansión en el futuro.
Eso fue en el 304 a.C. y la tranquilidad no duró más que seis años, porque en el 298 a.C. los samnitas organizaron una gran coalición antirromana, a la que se sumaron etruscos, umbros, lucanos e incluso celtas, para iniciar una tercera guerra. Roma la disputó con astucia, enfrentándose a cada rival por separado e imponiéndose definitivamente en Sentino, en el 295 a.C.
Eso supuso la rendición etrusca y el principio del fin para las aspiraciones de victoria de los samnitas, quienes terminaron capitulando un lustro después. Sufrieron una vengativa destrucción y deportaciones masivas, siendo separadas las tribus entre sí.
Aunque todavía intentarían sacudirse la influencia de Roma aliándose con los esporádicos adversarios que le iban surgiendo a ésta (la Guerra Social, Pirro I, Aníbal, Tercera Guerra Servil, Catilina) y consiguieron mantener cierta autonomía, lo cierto es que poco a poco a fueron siendo romanizados hasta obtener la ciudadanía por la Lex Plautia Papiria; algunos se incorporarían a la clase dominante y hasta alcanzarían cierta fama, como Poncio Pilato o el papa Félix IV.
Fuentes
Tito Livio, Historia de Roma desde su fundación | Dionisio de Halicarnaso, Historia antigua de Roma | Estrabón, Geografía | Apiano, Historia romana | José Manuel Roldán Hervás, Historia de Roma | Pierre Grimal, El helenismo y el auge de Roma. El mundo mediterráneo en la Edad Antigua | Sergei Ivanovich Kovaliov, Historia de Roma | Wikipedia
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