La griega Cleopatra la Médica en el siglo I a.C., la greco-egipcia Metrodora entre el II y el IV d.C., la salernitana Trótula en el XI d.C… Todas estas mujeres de otra época tuvieron en común el haber sido pioneras de la medicina femenina. Pero fueron precedidas por otra que tuvo la osadía de estudiar en Egipto y disfrazarse de varón para ejercer como ginecóloga, levantando la animosidad de sus colegas masculinos aunque consiguiendo que sus pacientes se enfrentaran a ellos. Se llamaba Hagnódica (o Agnódice).

Para ser exactos, antes de Hagnódica merecería ser citada Peseshet, una sacerdotisa que vivió en el Antiguo Egipto en tiempos de la dinastía IV y poseía el título de supervisora de mujeres médicas que otorgaba la administración faraónica. El problema es que no se sabe a ciencia cierta si realmente ejerció esa profesión o sólo acumulaba otra dignidad más, ya que también acreditaba la de superintendente de las sacerdotisas de la madre del rey, aunque se cree que seguramente sí tenía formación como matrona en la célebre escuela de Sais.

Las matronas y parteras egipcias tenían tal fama que incluso hay una referencia a ellas en la Biblia, concretamente en el Éxodo, donde se dice textualmente en el contexto de la opresión que sufrían los hebreos: “Y el rey de Egipto habló a las parteras de las hebreas, una de las cuales se llamaba Sifra y la otra Puá, y les dijo: cuando estéis asistiendo a las hebreas a dar a luz y las veáis sobre el lecho del parto, si es un hijo le daréis muerte, pero si es una hija entonces vivirá. 

Relieve egipcio del templo de Kom Ombo con la representación de un parto/Imagen: Dennis Jarvis en Wikimedia Commons

Volvamos a Hagnódica. La única fuente para conocer su historia es la obra Fabulae, escrita por Cayo Julio Higino, un liberto de Augusto, posiblemente nacido en Hispania o Alejandría, que fue director de la Biblioteca Palatina de Roma, donde enseñaba filosofía y era admirado como oráculo. Fábulas, originariamente titulada Genealogiae, es un compendio de casi trescientos relatos breves sobre mitología, basados en la Biblioteca mitológica de Pseudo Apolodoro y en las tragedias clásicas de Eurípides, Sófocles y Esquilo, además de otras epopéyicas (fundamentalmente, de Hesíodo y Homero).

Uno de esos relatos está dedicado a Hagnódica, lo que, junto con otros elementos que después veremos, hace dudar de su historicidad. Pese a todo, Higino aporta algunos datos biográficos, como que nació en la Atenas del siglo IV a.C., en el seno de una familia acomodada. Es sabido que las mujeres de la Antigua Grecia en general y las atenienses en particular vivían un considerable postergamiento social que las recluía al ámbito doméstico, en el gineceo, carentes de derechos ciudadanos; consecuentemente, tenían vetada la práctica de la medicina.

Una corriente historiográfica feminista opina que esto último no siempre había sido así. Que en tiempos de Hipócrates estaba permitido que las mujeres aprendieran determinadas disciplinas relacionadas con la salud femenina, como partería, obstetricia o ginecología, pero que, tras la muerte del famoso médico, las autoridades descubrieron que algunas de ellas practicaban abortos y terminaron prohibiéndoles ejercer.

Hagnódica retira su túnica para descubrir los senos y demostrar que es mujer. Grabado decimonónico/Imagen: wellcomeimages.org en Wikimedia Commons

Sea como fuere, Higino narra que los dolorosos partos que sufrían las atenienses entonces conmovieron tanto a Hagnódica como para querer aprender medicina y atenderlas adecuadamente; y como no podía, so pena de muerte, se cortó el cabello y vistió ropas de hombre, mezclándose con los estudiantes. Contó para ello con la complicidad de su padre, que cuando terminó su formación fue un paso más allá y le financió un viaje a Egipto; allí el estatus femenino, siendo secundario también, no era tan bajo como en Grecia y sí había mujeres en la profesión, como hemos visto.

Hagnódica estudió en la Escuela de Alejandría con Herófilo de Calcedonia, un prestigioso anatomista griego-bitinio precursor de la disección de cadáveres con fines científicos (junto a Erasístrato de Ceos), descubridor de los ovarios y de los vasos sanguíneos del cerebro, además de autor de nueve tratados de anatomía perdidos durante el incendio de la famosa biblioteca de la ciudad en tiempos de Julio César (se conocen gracias a las obras de Galeno). Su nueva alumna resultó brillante, la mejor de todos sus discípulos, obteniendo la titulación correspondiente; Higino la llama obstetrix, aunque es difícil establecer si de aquella había diferencias reales entre obstetricia y ginecología. Hagnódica ya era médico, pues.

Regresó a Atenas y, manteniendo su disfraz masculino, comenzó a ejercer la profesión con tanto éxito que se corrió la voz y todas las mujeres procuraban sus servicios frente a las de sus colegas varones. A alguna incluso le reveló su verdadera identidad para conseguir mayor tranquilidad y confianza a la hora de tratarla, pues la otra “no quería ponerse en sus manos pensando que era un hombre”. Eso le granjeó una gran popularidad entre las embarazadas, que empezaron a rechazar los servicios del resto de médicos, lo que, como contrapartida, despertó recelo y envidia en éstos. Según Higino, pensaban que Hagnódica “era un esclavo depilado que las corrompía”, por lo que la denunciaron bajo las acusaciones de seducción de las pacientes y engaño al pronosticar falsas enfermedades.

El Areópago visto desde la Acrópolis/Imagen: ajbear en Wikimedia Commons

Tuvo que comparecer ante el Areópago, un pequeño montículo pétreo que hay al pie de la Acrópolis y en el que se reunían los arcontes (magistrados que originalmente gobernaban la ciudad pero que en el siglo IV a.C. ya sólo mantenían su función judicial). Durante el proceso, Hagnódica recurrió a un viejo uso llamado anasyrma, consistente en levantar la túnica para mostrar sus atributos sexuales; en el contexto de las dionisíacas y los misterios eleusinos formaba parte del ritual, pero en este caso se trataba de una simple provocación para demostrar que no podía haber abusado de ninguna mujer ya que ella no era un hombre.

La jugada resultó contraproducente, pues pasaron a acusarla de un delito más grave: suplantar la identidad masculina para practicar la medicina, prohibida a las mujeres. La cosa no pintaba bien, pero entonces ocurrió algo inaudito: las esposas de atenienses importantes, a las que había tratado con éxito, se personaron en el Areópago y reprendieron a los presentes a la vez que ensalzaban el trabajo de Hagnódica: “Vosotros no sois esposos sino enemigos, porque condenáis a quien nos ha devuelto la salud”. Esa inesperada intervención dio un vuelco a la situación y la acusada no sólo fue liberada sino que se cambió la ley para permitir el acceso femenino a la medicina.

Ahí termina el breve relato de Higino, que apenas suma un puñado de líneas, dando paso a las dudas. Antes adelantamos que este juicio y lo que le rodea lleva a los historiadores a cuestionar la historicidad de Hagnódica, a la que habría que considerar más bien una figura mítica, un símbolo de la incorporación de la mujer a la ciencia médica. Son varios los datos cuestionables. Para empezar, frente al testimonio negativo de Higino (“Los antiguos no tuvieron comadronas, de ahí que las mujeres murieran por pudor”), está demostrada la existencia de maiai (parteras) en la Antigua Grecia.

Figurilla de terracota hallada en Chipre representando a una partera ayudando a una mujer a dar a luz/Imagen: Marsyas en Wikimedia Commons

No sólo eso sino que hasta tenían buena consideración social, equiparándoselas a veces a los filósofos. Para ejercer, se les exigía haber sido madres y haber superado la edad de procreación, valorando así su edad y experiencia. Baste como ejemplo que Sócrates no nombró mayéutica a su método filosófico por casualidad; lo hizo porque estableció una analogía entre la filosofía y la mayéutica, que era como se denominaba el arte de las maiai, ya que su madre, Fenáreta, había desempeñado ese oficio.

La figura de la comadrona o partera es llamada iatrine, maia, obstetrix y médica indistintamente por los autores clásicos, algo que no cambia hasta unos siglos después, cuando en el Imperio Romano de Oriente se implanta la titulación de obstetra (iatros gynaikeios) para diferenciarla de la simple matrona (maia). En el de Occidente no se llevó a cabo esa separación y las parteras eran, sobre todo, mujeres libertas, aunque también había excepciones, como muestra un relieve de terracota del siglo II d.C. al testimoniar como comadrona a Escribonia Ática, esposa del cirujano Marco Ulpio Amrimnu.

Retomando las dudas que suscita Higino en su fábula, es inevitable no percatarse de la discordancia cronológica que habría si se acepta que el maestro de Hagnódica fue Herófilo de Calcedonia (Higino se limita a mencionarlo como “un tal Herófilo”), ya que éste vivió a caballo entre finales del siglo IV a.C. y el III a.C., por lo que resultaría más tardío que Hagnódica; obviamente, podría tratarse de otro Herófilo, aunque parece mucha casualidad. A ello se sumaría que el recurso a la anasirma es típico de la mitología, algo especialmente significativo teniendo en cuenta que la obra Fabulae es precisamente una antología de cuentos mitológicos.

En el caso de aceptar la veracidad del relato y su historicidad, faltaría solventar el debate de si a Hagnódica hay que considerarla la primera médica -entendiendo por tal a la profesional capacitada para tratar a todo tipo de pacientes y no sólo mujeres y niños- o únicamente la primera partera de Grecia conocida por su nombre.


Fuentes

Cayo Julio Higino, Fábulas. Astronomía | John F. Nunn, Ancient Egyptian medicine | William Smith,  Dictionary of Greek and Roman Biography and Mythology | Wikipedia


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