El último hombre vivo es el título español que se puso a la película The Omega man, la adaptación cinematográfica que el director Boris Seagal hizo en 1971 de la novela Soy leyenda, un clásico del género de terror y ciencia ficción que publicó el escritor y guionista estadounidense Richard Matheson en 1954. Sin embargo, la literatura fantástica tiene una obra de ese mismo género y título similar, The last man (El último hombre), casi desconocida para el gran público a pesar de que su autora fue nada más y nada menos que Mary Shelley, que ocho años antes había firmado la célebre Frankenstein.
Nació en el Londres de 1797, segunda hija de la filósofa feminista Mary Wollstonecraft y del periodista William Godwin, quien al quedar viudo tras el parto crió a su hija (y a su hijastra) en solitario, Educada por su padre en el liberalismo político e imbuida de las ideas revolucionarias de su fallecida progenitora gracias a los libros que ésta había escrito, Mary adquirió una vasta cultura y se enamoró del poeta Percy B. Shelley, de quien tomaría el apellido pese a estar ya casado y del que quedó embarazada, aunque un parto prematuro malogró su matenidad. Para resarcirse decidieron veranear en Villa Diodati (Suiza), acompañando a otra hermana de Mary, Claire Clairmont, que iba a visitar a su amante, Lord Byron.
Como es sabido, la meteorología adversa causada por la erupción del volcán Tambora les obligó a permanecer en casa días varios días seguidos, lo que aprovecharon para contar historias de fantasmas en torno a la chimenea, así como para conversar sobre los experimentos de Andrew Crosse y Erasmus Darwin -abuelo del autor de El origen de las especies-, de los que se decía que habían conseguido reanimar materia orgánica muerta con electricidad; también visitaron un castillo cercano donde había trabajado el alquimista Johann Conrad Dippel. Todo eso les llevó al juego de escribir cada uno un cuento de terror.

Byron aportó el tercer canto para su poemario Las peregrinaciones de Childe Harold y el esbozo de un relato titulado El entierro, que aprovechó su secretario, John William Polidori, para alumbrar El vampiro. Mary, que basó el suyo en un sueño que tuvo una de aquellas noches, terminaría ampliándolo y publicándolo en 1818, tras una revisión gramatical y estilística de Shelley: Frankenstein o el moderno Prometeo. Salió de forma anónima, sólo con un prólogo de Shelley y una dedicatoria a Willian Godwin, siendo la primera tirada de medio millar de ejemplares (en tres volúmenes, como era costumbre).
El éxito llevó a nuevas reeediciones, traducciones e incluso al estreno de una pieza teatral, Presunción; o, el destino de Frankenstein, firmada por el dramaturgo Richard Brinsley Peake. La vida de Mary, en cambio, se convirtió en una montaña rusa: la muerte de sus sucesivos hijos la sumió en depresiones frecuentes que la alejaron de su pareja, lo que se sumaba a su delicada salud y a la estrechez económica con que vivía.
El golpe definitivo llegó en 1822, cuando Shelley murió ahogado en un accidente, en Italia. Mary regresó a Inglaterra e inició una carrera literaria propiamente dicha. El primer producto de esa vocación, más allá de trabajos menores, fue El último hombre, en el año 1826, y le sirvió de válvula de escape:
“Siento que vuelve la fuerza, y eso ya es una alegría. Al fin se disipa el invierno que había tomado mi alma. Vuelvo a sentir el entusiasmo luminoso de la escritura a medida que puedo volcar lo que siento en el papel. Las ideas se elevan y me complace expresarlas”.

Dspués vendrían otras novelas, como Perkin Warbeck (1830), Lodore (1835) y Falkner (1837), además de libros de viajes como Caminatas por Alemania e Italia en 1840, 1842 y 1843 (1844), artículos, cuentos, etc. Aunque nunca repitió el éxito de Frankenstein, se ha hecho un hueco en la historia del género fantástico no sólo por la historia de la criatura que luego inmortalizó definitivamente el cine, sino también por aquella otra con la que dio inicio a su vida de escritora profesional. A veces se añade una coletilla al título dejándolo en El último hombre en la Tierra, lo que acentúa el tono apocalíptico del argumento. Dicho tono sirve para envolver un relato que constituye una distopía, es decir, la descripción de una sociedad futura indeseable y perversa.
Las distopías no eran nuevas en la literatura, pues autores como Jonathan Swift (Los viajes de Gulliver) y Ludvig Holberg (Viaje al mundo subterráneo) ya las habían tratado en el siglo XVIII como contrapunto a la anterior Utopía de Tomás Moro. En el siglo XX lo harían otros como Robert Hugh Benson (Señor del mundo), E. M. Forster (La máquina se para), Yevgueni Zamiatin (Nosotros), Eduardo Urzaiz Rodríguez (Eugenia) o Thea von Harbou (Metrópolis), antes de la edad de oro que tuvo en George Orwell (1984), Aldous Huxley (Un mundo feliz) y Ray Bradbury (Farenheit 451) a sus máximos exponentes.
Entre una época y otra, Mary imaginó su propia distopía con la reseñada pátina apocalíptica que más tarde practicaría también otro destacado distópico literario, H. G. Wells, en varias de sus novelas, especialmente La máquina del tiempo y The shape of things to come. Uno y otra tienen en común el introducir en sus obras cierto naturalismo y -más en Wells que en ella por la diferencia cronológica- una imaginación que no se limita a lo mecánico (aunque Mary incluye en su novela unos globos forrados de plumas como medio de transporte) sino que alcanza lo social.

La escritora se inspiró, según explicó ella misma en el prólogo, en la consulta de unos documentos durante su estancia en Nápoles en 1818: los de la Sibila de Cumas, aquella profetisa hija de una ninfa, natural de Jonia pero que pasó casi toda su vida en una cueva de Campania (una región de la Magna Grecia, hoy el sur de Italia) y redactó los Libros Sibilinos, una colección de predicciones que los romanos conservaron celosamente hasta el siglo V d.C. porque sus gobernantes los consultaban cada vez que debían tomar una decisión trascendental que afectase a su futuro. De hecho, el libro empieza en la gruta y las peripecias del protagonista de El último hombre, Lionel Verney, transcurren en la segunda mitad del siglo XXI.
En el primer volumen, Lionel, hijo de un noble arruinado que se suicida, crece aislado del mundo junto a su hermana Perdita. En 2013 se proclama una república en Inglaterra y Adrian, un joven noble de ideales republicanos, entabla amistad con Lionel, al que educa concienzudamente. Luego tras una guerra anglo-griega, un héroe de ésta, Lord Raymond, regresa y se enamora de Perdita. Se sucede entonces una trama de amores y desamores entre los personajes, con sus correspondientes implicaciones familiares, mientras el contexto político va derivando hacia una dictadura.
En el segundo volumen, Lionel y Raymond lideran una invasión de Constantinopla en la que fallece el segundo. Entretanto, una temible epidemia que se propaga por el aire y devendrá en pandemia avanza imparable desde Asia y empieza a azotar Europa y América, exterminando a cuantos se contagian (salvo a los animales), lo que provoca la huida del proclamado Protector inglés. Adrian ocupa su puesto tratando de gobernar con juicio, pero emigrantes americanos saquean Irlanda y Escocia, planeando incluso la invasión de Inglaterra, aunque Adrian consigue reconducir la situación sin necesidad de recurrir a las armas.
En la tercera y última parte, Lionel se contagia de la enfermedad pero logra sobrevivir, siendo la única persona que lo ha hecho. Mientras, los inmigrantes se escinden en dos facciones, una de las cuales está dirigida por un líder mesiánico que promete a sus seguidores que se salvarán de la plaga y se enfrenta a Adrian, que ha conseguido unir a los demás. El falso mesías termina quitándose la vida y los protagonistas supervivientes se establecen en Suiza huyendo de la epidemia. Cuando el tifus alcanza a alguno, se embarcan hacia Grecia, pero una tormenta hunde el barco y ahoga a Adrian. Sólo queda Lionel, el último hombre vivo de la Tierra, que alcanza a nado la costa y se establece en Roma pasando el resto de sus días recorriendo el mundo en busca de otro humano hasta el año 2100.

En esta síntesis argumental se aprecia claramente cómo Mary Shelley aprovechó muchas de sus experiencias personales, tal como admitió en 1824:
[«El último hombre] Podría muy bien describir los sentimientos de ese ser solitario, sintiéndome yo misma la última reliquia de mi querida raza, mis compañeros extintos antes que yo…»
Así, vamos viendo desde el viaje a Suiza al ahogamiento de Shelley -a quien identifica con Adrian-, pasando por la asimilación de Raymond con Lord Byron, el fracaso de los ideales del romanticismo revolucionario ante el ascenso bonapartista, la descomposición del círculo de amistades por la muerte de sus integrantes, la pérdida de hijos que sufren los personajes femeninos, la lucha -fracasada- de la ciencia para afrontar la plaga, la Guerra de la Independencia de Grecia, etc. El hilo, por otra parte, parece ser que se inspira en Le dernier homme, una novela que el francés Jean-Baptiste Cousin de Grainville publicada en 1805 y traducida al inglés al año siguiente con el título Omegarus and Syderia. En realidad se trataba de una moda temática que llevaba prácticándose un par de décadas y que le pasó factura a Shelley por hartazgo general.
Y es que, aunque su autora la consideraba una de sus novelas favoritas, El último hombre fue un fracaso absoluto. Su visión implacable de un futuro en el que la peste extingue a los seres humanos entre guerras, revueltas, racismo y otras mezquindades egoístas, lo que paralelamente favorece el desarrollo de la naturaleza -el surgimiento de un nuevo jardín del Edén, se podría decir-, provocó la burla general de la crítica e incomodó a muchos lectores que desde poco antes, con la explosión de descubrimientos de fósiles de dinosaurios por Mary Anning, sabían que las especies no eran eternas y podían desaparecer.
Consecuentemente, el libro sólo tuvo una edición nacional (hubo otra en Francia ese mismo año y una tercera en EEUU en 1833, esta última ilegal), no volviendo a publicarse hasta una fecha tan tardía como 1965, cuando los nuevos tiempos parecían más propicios para acoger un tema como el que trata. Sin embargo, a la par, también habían cambiado los gustos estilísticos y el lenguaje romántico resultaba demasiado ampuloso, por lo que tampoco en el siglo XX consiguió repercusión. Quizá hubiera sido oportuno reeditarlo en 2019, con ocasión de la pandemia de Covid.
Fuentes
Mary Shelley, El último hombre | Miranda Seymour, Mary Shelley | Betty T. Bennett, Mary Wollstonecraft Shelley. An introduction | Anne K. Mellor, Mary Shelley. Su vida, su ficción, sus monstruos | Wikipedia
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