Hoy en día, los cohetes están asociados casi exclusivamente al ámbito lúdico, en el que tracas y fuegos artificiales anuncian o despiden las fiestas. Sin embargo, un tipo concreto fue adoptado y perfeccionado por el ejército del Imperio Británico desde su descubrimiento durante las guerras Anglo-Mysore, empleándose en escenarios bélicos diversos hasta el último cuarto del siglo XIX. Hablamos del cohete Congreve, que debe su nombre a William Congreve, un militar inglés que tenía cierta facilidad para los inventos.
Congreve, nacido en Kent en 1772 en el seno de una familia noble, había estudiado leyes y fundado un periódico de marcado tinte político tory -conservador-, pero una denuncia por difamación le llevó a aparcar su vocación editorial para alistarse en la caballería. Era el año 1803 e iba a tener una exitosa carrera en la que alcanzaría el generalato, no tanto por sus méritos en el campo de batalla como por las aportaciones que hizo a la ingeniería militar. Y es que, aparte del desarrollo del citado cohete, también alumbró otras innovaciones, nada menos que diecicocho patentes registró a lo largo de su vida.
Entre ellas podemos reseñar una carcasa sin retroceso para pistolas, una espoleta de tiempo, una esclusa hidroneumática para canales, un motor a vapor, un proceso de impresión en color, papel moneda infalsificable, un original mecanismo relojero, un mejorado tipo de pólvora, un sistema de medición de gas, una máquina de movimiento perpetuo… También cabe destacar otros relacionados con la cohetería, como un paracaídas para ralentizar la caída de esos artilugios, un cohete especial para cazar ballenas (el buque Fame lo probó en 1821 con resultado satisfactorio, pero destrozando a un cetáceo), fuegos artificiales, etc. Todo ello favorecido por su puesto de interventor del Royal Laboratory, en el que, por cierto, sucedió a su padre.
El cohete Congreve constituyó su pasaporte a la historia, pero, como decíamos al comienzo, en realidad ese arma no era original suya sino una adaptación de otra con una procedencia exótica: el Reino de Mysore, fundado a finales del siglo XIV en el sur de la India tras independizarse del Imperio Vijayanagara y que, tras una fulgurante expansión, se anexionó casi la mitad meridional del subcontinente, terminando por chocar con los estados limítrofes. Entre éstos figuraba la India británica, con la que se enzarzó en una serie de cuatro contiendas, las Guerras Anglo-Mysore.
En ellas sus ejércitos recurrieron al uso de cohetes, que utilizaban como cobertura de los ataques en masa de la infantería; era un arma habitual en Asia, como vimos en el artículo dedicado al Hwacha coreano. El gobernante Tipu Sultan, ayudado por Zainul Abedin Shustari, escribió un tratado de coehetería titulado Fathul Mujahidin que reglamentó el equipamiento con ese tipo de arma a partir de 1750, especificando que cada cushoon (regimiento, de los que había entre catorce y veinticuatro) debía destinar doscientos hombres a manejarlos. Asimismo, introducía una plataforma que permitía lanzar una decena a la vez, unos explosivos y otros incendarios.
Hyder Alí, el padre de Tipu Sultan, ya había cambiado el cuerpo de los cohetes de Mysore, pasando del tradicional cilindro de papel a uno de hierro dulce que anulaba el peligro de estallido prematuro y favorecía la impulsión. Tenía una longitud de unos veinte centímetros por un ancho de entre tres y siete, estando atado con tiras de cuero a una vara de bambú de metro y cuarto de largo, permitiéndole alcanzar casi un kilómetro. El propelente era pólvora negra y no tenía demasiada precisión, aunque tampoco importaba mucho porque servían para deshacer formaciones masivas del enemigo, ya fueran de infantería o de caballería. Los había de varios tamaños y se fabricaban en barrios conocidos como taramandal pet (mercados galácticos).
Aquel sorprendente arma adquirió protagonismo en batallas como las de Pollilur (que los británicos perdieron en 1780, después de que un cohete cayera sobre su polvorín, detonándolo y dejándoles sin munición), la primera de Seringapatam (1792), Sultanpet (donde en 1799 los cohetes frustraron un asalto de Arthur Wellesley, futuro duque de Wellington) o la segunda de Seringapatam en 1799 (una afortunada bala británica perdida alcanzó un cargador de cohetes enemigo y provocó una gran explosión que permitió la toma del fuerte).
La victoria final fue para los europeos, que convirtieron al Reino de Mysore -o lo que quedó de él, pues fue desgajado en múltiples territorios- en un principado vasallo de su imperio. Pero el principal botín de guerra fue el cohete, que había causado graves estragos en las filas de los guerreras rojas y era el arma más temida porque, explosiones y deflagraciones aparte, muchas unidades llevaban unas aspas de acero atadas al bambú que volvían inestable el vuelo en el último tramo, girando como guadañas y cortando cuanto había a su paso sin posibilidad de predecir que dirección tomarían.
Fue el teniente general Thomas Desaguliers, de la Artillería Real de Woolwich, el que, tras leer los informes sobre los cohetes de Mysore que le enviaban desde el frente, decidió que sería buena idea incorporarlos al ejército. Nacido en Middlesex en 1721, hijo de un pastor protestante francmasón, Desaguliers se alistó en 1740 y tomó parte en la Guerra de Sucesión de Austria, antes de recibir el mando del Arsenal de Woolwich ocho años más tarde. Allí trabajó en la forma de potenciar los cañones y, curiosamente, tuvo su papel en los fuegos artificiales lanzados en el estreno de la obra de Handel Music for the Royal firewoks.
Entre otros trabajos, Desaguliers inventó un método para disparar perdigones pequeños con morteros y diseñó un instrumento para examinar y verificar las bocas de los cañones. Como decíamos, al acabar la guerra con Mysore también empezó a experimentar con cohetes, aunque no consiguió desarrollar uno eficaz, de ahí que solicitase que se le enviasen algunos de los capturados al enemigo. Sin embargo, ya no sería él quien se ocupara de la investigación, puesto que falleció en 1780; William Congreve fue el designado para recoger el testigo en 1801.
Tras una fase de adaptación, a partir de 1804 empezó a comprar cohetes feriales en el mercado londinense, si bien pronto los desechó al comprobar su limitado alcance: poco más de quinientos metros, la mitad que los orientales, debido a que el cilindro no era metálico sino de cartón. Por tanto, trabajó en un modelo propio a partir de carcasas y ejemplares sin usar enviados desde la India; también tendría en cuenta, seguramente, el prototipo ideado por Robert Emmet, un nacionalista dublinés que en 1803 lideró la rebelión irlandesa que lleva su nombre y que usó ese tipo de arma en los enfrentamientos con los ingleses.
En 1804, Congreve ya había terminado el primer cohete, con un alcance de casi mil cuatrocientos metros, haciendo una demostración en el Arsenal Real al año siguiente. La prueba resultó lo suficientemente satisfactoria como para que le autorizaran a frabricar varios y dotar a algunas unidades a la Royal Navy, que se disponía a atacar Boulogne (Francia), pues Europa ya llevaba tiempo inmersa en las Guerras Napoleónicas. El buque elegido fue el HMS Musquito, que disparó dos millares de unidades en media hora. Aquellos cohetes tenían carcasa de hierro y un calibre que iría aumentando hasta que en 1806 llegó a las treinta y dos libras y un alcance de tres mil yardas (unos dos mil setecientos cuarenta y tres metros).
En 1807, pese a los limitados efectos obtenidos en Boulogne, volvieron a emplearse cohetes en el bombardeo de Copenhague: trescientos de ellos fueron disparados sobre la ciudad, dejándola envuelta en llamas, aunque también se dispararon otros proyectiles incendiarios. Asimismo, en Egipto, ese año se dispararon algunos más ligeros de seis libras, en tierra y, dos después, el célebre Lord Cochrane llevó cohetes en los barcos con los que se enfrentó a los franceses en la batalla de la Isla de Aix. El arma ya estaba asentándose y hasta se decidió reconvertir dos balandros mercantes, el HMS Galgo y el HMS Erebus, en plataformas de lanzamiento flotantes.
Los Congreve tenían menos alcance que los cañones, pero a cambio su cadencia de tiro resultaba muy superior y además sus sistemas de lanzamiento (un trípode o una plataforma, bastando incluso una simple pendiente) eran menos pesados que los armones artilleros, bastando la mitad de caballos de tiro. Además se podían desplegar en cualquier terreno, incluyendo un simple bote de remos, resultando temibles en asedios… siempre que hubiera material inflamable, pues de lo contrario no podían hacer nada contra los muros fortificados y carecían de precisión.
Curiosamente, Wellesley, que los había sufrido en Mysore, no quedó convencido de su utilidad en una prueba realizada en 1810 y rechazó dotar a sus tropas con ellos. En cambio, en 1813 fue creada la Rocket Brigade, que se envió a Suecia para incorporarse el ejército de Bernadotte, un exmariscal de Napoleón entronizado y vuelto contra él. Esa brigada debutó en la batalla de Gohrde y se consagró en la de Leipzig con el exitoso ataque a un bastión enemigo. Después tuvo otras participaciones y en 1814 la rebautizaron con el nombre de 2nd Rocket Troop.
Entretanto, Wellesley terminó por aceptar cohetes para su campaña española: la Rocket Company, luego renombrada 1st Rocket Troop. Combatió en Saint-Palais, Toulouse y, sobre todo, Waterloo; en esta última sustituyeron, al parecer, a los obuses, pero sólo dispusieron de ochocientas unidades. Sin embargo, el arma estaba ya plenamente integrada en la estructura militar y, de hecho, en las siguientes guerras se empleó normalmente. En la librada contra EEUU en 1812, los Royal Marines emplearon cohetes contra la ciudad de Lewes, así como en las batallas de Bladensburg, North Point, Lacolle Mills, Cook’s Mills y Fort Browyer.
Los congreve causaron tal impresión en los americanos que su temible recuerdo quedó reflejado nada menos que en el The Star-Spangled Banner, el himno nacional estadounidense: en la quinta línea del primer verso dice textualmente «the rockets’ red glare» («el resplandor rojo de los cohetes»), en referencia al ataque realizado por el HMS Erebus contra Fort McHenry en 1814. Tal característica, la de atemorizar, se sobreponía a su efectividad real, especialmente en batalla campal, y como la mayor parte de las guerras libradas en lo que quedó de siglo fueron coloniales, se aprovechó el efecto psicológico que provocaba entre los combatientes indígenas.
Así, en 1816 una flota combinada anglo-holandesa bombardeó Argel, nido de piratas, con la participación de lanchas lanza-cohetes de los Rocket Troop. En 1824, en las batallas de Yangon y Danubyu, los birmanos vieron como sus elefantes de guerra se desmandaban por el pánico que les causaban las explosiones de los cohetes. Éstos también tuvieron su papel en el bombardeo de Cantón y la batalla de Palikao, durante las Guerras del Opio en China. Los maoríes lograron mitigar los congreves refugiándose en zanjas, pero los cipayos indios rebeldes atrincherados en la mezquita de Sha Najaf fueron diezmados por los que deplegó la Brigada Naval del HMS Shannon y HMS Pearl en 1857.
En realidad, los cohetes ya se habían internacionalizado y en la Guerra de la Triple Alianza, que enfrentó en a Brasil, Argentina y Uruguay contra los paraguayos, éstos trataron de compensar su inferioridad adquiriéndolos a Reino Unido. Los emplearon en varias batallas con buenos resultados, al contrario que la marina brasileña, que también recurrió a ellos para destruir las trincheras enemigas pero sin alcanzarlas. Otra guerra convencional de aquella época en la que se dispararon cohetes fue la de Crimea, si bien para entonces el modelo Congreve ya estaba siendo sustituido por otro más moderno, el Hale, que hizo allí sus primeras pruebas para el ejército británico.
Tomaba ese nombre del inventor inglés William Hale, cuyo sistema eliminaba la barra guía y dirigía parte del empuje a través de orificios de escape inclinados para permitir la rotación, lo que mejoraba su estabilidad al volar. Los Hale pesaban sesenta libras (veintisete kilos) y tenían como característica el ruido y el deslumbramiento que producían al encenderse.
Fueron los usados por EEUU en su guerra contra México y en la de Secesión, fundamentalmente por la marina de la Unión; también por los británicos en la batalla de Issandlwana contra los zulúes (1879). Hale no vio esto último porque murió en 1870; Congreve los había hecho cuarenta y dos años antes.
Fuentes
Roddam Narasimha, Rockets in Mysore and Britain, 1750-1850 a.D. | A. Bowdoin van Riper, Rockets and missiles. The life story of a technology | James Earle, Commodore squib. The life, times and secretive wars of England’s first rocket man, Sir William Congreve, 1772-1828 | Kevin F. Kiley, Artillery of the Napoleonic Wars. A concise dictionary, 1792-1815 | Wikipedia
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