John Kenny es un músico inglés, profesor de la Guildhall School of Music and Drama (Londres) y del Royal Conservatoire of Scotland (Glasgow), que ha alcanzado fama especial por una curiosidad: su especialidad, que es el trombón, le permitió formar parte del equipo que en 1993 reconstruyó un antiguo instrumento musical de la Edad del Hierro y luego ser el primero en tocarlo por primera vez en dos milenios, convirtiéndose en un virtuoso que da conciertos, imparte clases y hasta compone temas con él. Ese instrumento es el cárnix (o carnyx), que se usó entre los siglos III a.C. y III d.C. aproximadamente.
Llamado también karnyx, su forma resultará familiar a los aficionados a la Historia, que lo habrán visto representado en los relieves de la Columna Trajana o en la decoración del Caldero de Gundestrup, pero también en películas como Gladiator o incluso viñetas de Astérix.
Es esa especie de trompa rematada por una campana zoomorfa que llevan los guerreros que se enfrentan a las legiones romanas. Es decir, se trataba de un instrumento cuyo sonido no tenía como finalidad agradar el oído sino más bien lo contrario, impresionar e intimidar al enemigo, a la par que hacer indicaciones a las tropas.
Así lo testimonia Polibio en el siglo II a.C., en su célebre obra Historias, al contar la batalla de Telamón entre las legiones romanas y los galos cisalpinos en el año 225 a.C.:
«Por cuanto concierne a los romanos, les animaba el hecho de que los enemigos se hallaran en el centro y rodeados por doquier. Sin embargo, el orden y el clamor de los efectivos celtas los sobrecogían. El caso es que la cuantía de bocineros y de salpinges era innumerable. Junto a estos factores y con todo el ejército entonando un peán al unísono, sucedía que se produjo un estruendo tamaño y de condición tal que no solo las salpinges y los efectivos militares sino que también los lugares aledaños parecían proyectar un sonido propio».
Diodoro de Sicilia también da su visión siglo y medio más tarde, en una obra titulada Biblioteca histórica:
«[Los celtas] tienen unas salpinges de naturaleza particular y bárbara: pues las tocan y emiten un sonido desagradable y adecuado al desorden del combate».
Otro autor clásico, Apiano, testimonia el uso del carnyx en Hispania, durante el asedio de Numancia, en su libro Historia romana. Ibérica:
«[Quinto] Pompeyo [Aulo], una vez reanudado el ataque contra Numancia desvió el curso de un río hacia la llanura, con el propósito de someter por hambre a la ciudad. Pero ellos [los numantinos] le atacaron mientras se dedicaba a esta tarea, y sin señal alguna de salpinges, saliendo todos juntos a la carrera, hostigaron a los que trabajaban en el río».
Como se puede ver, el carnyx era empleado en muchos sitios de Europa -no sólo la céltica, como se dice a veces-, desde la Galia (sitio de Alesia, Gergovia, Bibracte) a Britania (rebelión de Boudicca, Mons Graupius), en las que está atestiguado durante las respectivas conquistas de Julio César y Claudio, pasando por Hispania, Grecia o la Dacia.
Al margen de adopciones, la explicación podría ser esa comunidad cultural, evidentemente, pero también la identificación del origen del instrumento en el cuerno prehistórico que se usaba como aerófono, vinculado al ethos agonístico e intensificador de la potencia divina por comparación con las defensas de la fauna (toros, ciervos…).
Por eso se empleaban cuernos para beber y decorar cascos -aunque apenas se hayan encontrado piezas arqueológicas aparecen en las fuentes documentales-. De hecho, la palabra deriva etimológicamente del indoeuropeo cern -o carn-, que significa «cuerno» o «asta», la misma raíz que la del nombre de Cernunnos (el arcaico dios protocelta astado o cornudo, señor de la fertilidad y las cosas salvajes).
Aunque, como decimos, se utilizaba en más circunstancias, las fuentes escritas sólo relacionan el uso del carnyx con la guerra, en la cual era costumbre armar alboroto para confundir y amedrentar al rival tanto como para enardecer a los propios; cantos y tronar de carnyces y bukanetoi eran usados por los pueblos antiguos, de igual manera que en la América prehispana usaban tambores y caracolas. De hecho, los romanos también tenían cornua, bucinae y tubae en el campo de batalla -aparte de en eventos y venationes-, aunque en su caso incorporaban un uso más marcadamente señalístico; el lituus fue su versión más aproximada, carente, eso sí, de decoración animal.
Se supone que las notas musicales del carnyx en tales circunstancias ayudaban a los guerreros a alcanzar el famoso frenesí o espasmo de furia, una especie de trance similar al que se suele relacionar con los bersekers nórdicos y con un espíritu parecido al de las hakas maoríes.
El efecto intimidante del sonido se subrayaba con el aspecto visual del carnyx: un tubo vertical de hasta tres metros de altura -lo que le permitía destacar sobre las cabezas de las formaciones-, en cuya parte inferior estaba la boquilla mientras que en la superior el pabellón era una cabeza monstruosa de fauces abiertas: podía ser de caballo, de dragón, de serpiente, de lobo o de cualquier otro animal, pero el más típico era el jabalí, asociado a los druidas, vates y bardos.
Ese zoomorfismo se basaba quizá en la ortopraxis, es decir, la consideración de que los animales eran buenos para sentir al promover modelos de comprensión. Asimismo eran ubicuos, fieros y mediadores entre nuestro mundo y el más allá. Sus defensas (astas, cuernos, colmillos) y sus bramidos se replicaban en el aspecto del instrumento y su sonido –sacra dictio-, amparando el carácter sacrificial que también se les adjudicaba. Por eso los cárnices terminaban su «vida» desmantelados, como ofrendas votivas, y suelen encontrarse en lugares sagrados (y, a menudo, húmedos).
Hecho de chapa, bronce o latón, lo cierto es que el carnyx compartía protagonismo con otros instrumentos (algunos de madera), como muestran la numismática y el mencionado Caldero de Gundestrup; éste es un recipiente ritual de plata, hallado en Dinamarca y datado entre los siglos I a.C. y I d.C., que se adjudica a la cultura La Tène y que tanto exterior como interiomente está repujado con relieves, uno de los cuales representa un ejército con varios cárnyces marchando detrás.
Las primeras referencias escritas al carnyx remiten al ataque llevado a cabo por los gálatas del caudillo Bolgios a Delfos en el año 279 a.C., durante la guerra en que derrotaron al rey macedonio Ptolomeo Cerauno e invadieron Grecia, llegando a Asia Menor. Después ya vimos varios testimonios de historiadores antiguos, a los que habría que añadir Julio César con su Guerra de las Galias. En cuanto al registro arqueológico, hasta hace poco era más bien escaso, habiéndose encontrado únicamente fragmentos de cinco cárnyces en Escocia, Francia, Alemania, Rumania y Suiza.
El primero, el escocés, se halló en 1816 en una turbera de la granja de Leitchestown, en Deskford (Banffshire, Aberdeenshire), a orillas del Moray Firth. Sólo quedaba la cabeza de jabalí, extraída de un depósito ritual que hace deducir que tenía una función ceremonial y por eso fue destruido. Es de latón, un metal utilizado por los romanos de forma casi exclusiva y estrictamente controlado por ellos, de lo que los arqueólogos deducen que puede tratarse más bien de un draco (un estandarte militar adoptado de los dacios). Al final del artículo volveremos a hablar de él.
En 2004 se descubrió un pozo sagrado del siglo I a.C. en Tintignac (Corrèze, Francia) que al ser excavado sacó a la luz medio millar de fragmentos de cárnyces y un ejemplar casi completo, correspondientes a cinco instrumentos en total, cuatro con cabeza de jabalí y el quinto de serpiente. Su análisis permitió identificar otros fragmentos encontrados en Italia décadas antes como correspondientes también a un carnyx. En lo que a ejemplares físicos se refiere apenas hay unos pocos casos más, todos incompletos, en Irlanda, Austria, República Checa, Italia e Inglaterra.
En la España celtíbera tenemos los de Numancia, Tiermes y La Escondilla. Son unos quince ejemplares de trompetas que tienen la característica diferencial de no ser metálicos sino de cerámica policromada y con forma circular. Al igual que los otros, están decorados con cabezas de lobo, animal especialmente admirado en la península, tal como demuestra la piel que los nertobrigenses enviaron a Marcelo en el 152 a.C. o las frecuentes representaciones de guerreros ataviados con pellejos lobunos.
Los griegos también adoptaron el carnyx, pero otorgándole un uso más ceremonial que bélico, según el arte. La famosa escultura del gálata moribundo muestra al guerrero herido yaciendo junto a los símbolos de su barbarie (desnudez, torques, espada y trompeta, estos dos últimos rotos).
Otra civilización que atribuyó al carnyx la representación metafórica del carácter bárbaro fue Roma, adjuntándolo a menudo a la iconografía del vencido, incluso cuando éste no emplease ese instrumento: ya reseñamos la columna Trajana y se le pueden sumar el arco de ese emperador, el de Tiberio o las corazas de Domiciano y Augusto (Prima Porta), por no mencionar las numerosas monedas.
Retomando al carnyx de Deskford, ése fue el elegido en 1991 para una reconstrucción financiada por el Glenfiddich Living Scotland y los National Museums of Scotland. Era una iniciativa del musicólogo y compositor escocés John Purser, ayudado por el arqueólogo Fraser Hunter y el orfebre John Creed. Dos años después terminaron el trabajo y John Kenny, el trombonista que citábamos al comienzo, tocó las primeras notas. Se aficionó tanto al instrumento que compuso varias obras específicas, abriendo la senda para otros como Abraham Cupeiro, Vadnim Yucknevich, Christopher Gibbs, Christophe Maniquet…
Fuentes
Polibio, Historias | Diodoro de Sicilia, Biblioteca histórica | Apiano, Historia romana. Ibérica | Julio César, La Guerra de las Galias | Gabriel Sopeña Genzor, La voz a través del cuerno. El paradigma documental del carnyx | Fraser Hunter, The carnyx, an ancient instrument | El carnyx de Tintignac (Emaproject, European Music Archeology Project) | John T. Koch, Celtic Culture. A historical encyclopedia | Wikipedia
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