El 7 de diciembre de 1847, un impresionante y fastuoso cortejo fúnebre recorrió las calles de Londres desde Bond Street, en Mayfair, hasta la iglesia del cementerio de Highgate. Estaba formado por cinco carrozas funerarias y quince carruajes privados que, junto con las personas que iban a pie, sumaban casi un millar. Se trataba del entierro del doctor Robert Liston, uno de los cirujanos más detacados de su época y el primero en realizar una operación quirúrgica en Europa con anestesia moderna.

La muerte de Liston se convirtió así en un acontecimiento público, tremendamente mediático porque además de gran estrella de la medicina nacional también era un hombre muy caritativo y tierno en el trato con los enfermos; todo ello a pesar de poseer un carácter abrupto, áspero y polemista que levantaba cierta antipatía entre muchos colegas de profesión. Sus alumnos, en cambio, le admiraban tanto que cuatrocientos de ellos formaron parte del cortejo mencionado e impulsaron diversas iniciativas para honrar su memoria (una estatua, una medalla que llevaría su nombre…).

Liston nació el 28 de octubre de 1794 en Ecclesmachan, una villa de la región escocesa de West Lothian. Era hijo de Margaret Ireland y el reverendo Henry Liston, un clérigo que alternaba los salmos con los inventos y que puso a su vástago el nombre de su padre, célebre por haber sido moderador (presidente) de la Asamblea General de la Iglesia de Escocia. El joven Robert se educó en la escuela del vecino pueblo de Abercorn y en 1808 ingresó en la Escuela Médica de la Universidad de Edimburgo, en la que apenas tardó un par de años en convertirse en asistente del doctor John Barclay, un prestigioso anatomista que también era su tutor académico.

Robert Liston en un retrato de Samuel John Stump/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

En 1816 viajó a Londres para aprender con William Blizard, cirujano inglés miembro de la Royal Society que era profesor de anatomía y cirugía en el Royal College of Surgeons, aparte de un activista por los derechos civiles que mantenía una viva oposición al trabajo infantil en las fábricas algodoneras. Después, Robert regresó a Edimburgo y se instaló en una casa de Princess Street, iniciando su vida profesional con la enseñanza de anatomía junto a James Syme, otro pupilo de Barclay con el que establecería una relación profesional que no terminó bien por el fuerte carácter de ambos socios.

Robert Liston era, según todos los testimonios, un hombre temperamental. Y para muestra un botón. Uno de sus enfrentamientos con más eco fue el que mantendría con Robert Knox, un prestigioso anatomista y naturalista escocés, veterano de Waterloo, que también trabajó con Barclay y que tenía una personalidad turbulenta que le llevó a verse inmerso en un duelo y a defender teorías racistas. Su paso a la posteridad estuvo marcado por la compra de cuerpos humanos a los tristemente renombrados William Hare y William Burke, los ladrones de cadáveres inmortalizados por Stevenson en su novela (en la que aparece el propio Knox nombrado sólo por su inicial).

Uno de los crímenes de Burke y Hoare fue el de una joven llamada Mary Patterson, a la que Knox conservó en un tonel de whisky durante tres meses, exhibiéndola durante ese tiempo a los curiosos antes del día marcado para diseccionarla. Liston se enteró de que muchos alumnos la conocieron cuando estaba viva y habían mantenido relaciones con ella, y que ahora tuvieran que abrirle las entrañas le pareció tan indecente que se presentó en la sala y agredió a Knox, acusándole de complicidad en el asesinato -el testimonio de los culpables le exoneró judicialmente, aunque cayó en el decrédito público- y llevándose los restos mortales de Mary para enterrarlos.

Aspecto que tenía entonces el Royal Infirmary/Imagen: Pierre Fourdriner en Wikimedia Commons

Pero eso ocurrió en la segunda mitad de la década de los veinte. Antes, en 1818, Liston fue nombrado cirujano interno en The Royal Infirmary of Edinburg, el hospital voluntario más antiguo del país, fundado en 1729. Los hospitales voluntarios, un tipo de institución médica a medias entre los municipales públicos y los privados que se financiaba por suscripción popular, atendían gratuitamente a los ciudadanos sin recursos económicos y tenían una actividad complementaria: la de ser hospitales universitarios. El de Edimburgo, que en aquella época se ubicaba en la calle que le da nombre, Infirmary, estaba dirigido por el doctor George Bell, apellido omnipresente en el mundo de la medicina, pues Barclay había sido asistente del afamado John Bell, hermano del no menos célebre Charles Bell.

Robert no permaneció allí mucho tiempo, ya que su referido genio chocó con el de su jefe y fue despedido en 1822, si bien le readmitieron un lustro más tarde y poco después hasta le ascendieron a cirujano operador. Para entonces ya había contraído matrimonio -en 1820- con la hija de un importante comerciante de vinos llamado Adam Crawford. Era el despegue del doctor Liston quien, como decíamos antes, en 1823 cedió su clase de anatomía en la sala de disección de la escuela a su antiguo compañero, James Syme; fue entonces cuando discutieron y rompieron su relación, que tardaron dos décadas en recuperar.

La razón estuvo en que ambos optaban a la cátedra de anatomía de la Universidad de Edimburgo, que finalmente se llevó Syme en 1833 pese a ser cinco años más joven y a que el año anterior la revista Blackwell’s Magazine había calificado a Robert como el «primer anatomista del norte»; Syme simplemente mostraba más disposición a la enseñanza que él. Liston no lo encajó bien y abandonó la capital escocesa para instalarse en Londres, pasando en 1835 a ser profesor de cirugía clínica en el University College Hospital.

Antigua sede del University College Hospital/Imagen: LordHarris en Wikimedia Commons

Fue allí donde, en 1837, publicó su obra Practical surgery (Cirugía práctica), en la que defendía la necesidad de realizar las operaciones de la forma más rápida posible para minimizar el riesgo de muerte y reducir el tiempo de dolor. Hoy resulta sorprendente, pero la famosa enfermera Florence Nightingale escribió en su libro Notes on nursing. What it is and what it is not:

«Hay muchas operaciones físicas en las que, ceteris paribus [en igualdad de condiciones], el peligro está en proporción directa con el tiempo que dura la operación; y, ceteris paribus , el éxito del operador estará en relación directa a su rapidez».

En aquel tiempo todavía no estaba aceptada la necesidad de desinfectar las manos antes de operar; fue idea del médico húngaro Ignaz Semmelweiss en 1847, aunque nadie le hizo caso hasta que Louis Pasteur demostró su acierto en 1879, de manera análoga a la oposición hostil que ya había desatado Oliver Wendell Holmes en 1843, en un dicurso ante la Boston Society for Medical Improvement, sugiriendo mejorar la higiene para reducir las infecciones obstétricas y la muerte por fiebre puerperal.

Fotografía de Robert Liston hacia 1845/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Peor aún; por entonces, los cirujanos operaban con sus levitas cubiertas de sangre coagulada de intervenciones anteriores y cuanto más rígida estaba la prenda a causa de los cuajarones más orgulloso se mostraba su propietario. El pus y la sangre se concebían como indisociables de la medicina y el destacado cirujano y anatomista Sir Frederick Treveris hasta acuñó un macabro aforismo: «La limpieza estaba fuera de lugar. Se consideraba meticuloso y afectado. Un verdugo bien podría arreglarse las uñas antes de cortar la cabeza».

En ese contexto, Liston se labró la reputación de ser «el cuchillo más rápido del West End», capaz de amputar una pierna en sólo dos minutos y medio, su récord estaba en veintiocho segundos. Debía de ser un peculiar espectáculo contemplarle en el aula-quirófano con su metro ochenta, vistiendo su levita verde botella -color de moda- y unas botas de agua, sosteniendo el bisturí ensangrentado entre los dientes y exhortando a los presentes a cronometrarle, antes de que todos sacaran sus relojes de bolsillo y la sierra empezase a actuar sobre la carne y el hueso del paciente.

Hoy sabemos que la velocidad a la hora de cortar no era tan decisiva como se creía y, de hecho, a Liston se le atribuye una anécdota en la que, curiosamente, tendría todo un récord porcentual de fallecimientos en un quirófano: un 300 por ciento. El episodio cuenta que, durante una operación quirúrgica, la rapidez que imprimió a sus movimientos le permitió amputar el muslo de un paciente en poco más de dos minutos, pero también cercenar accidentalmente tres dedos de su ayudante y salpicar los faldones de la levita de un espectador, que se desmayó.

La operación de William Morton con éter en 1846. Pintura de Ernest Board/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

El paciente en cuestión moriria luego en la sala del hospital por sepsis, al igual que le pasaría al asistente. El espectador también perdió la vida, en su caso debido a un ataque al corazón por el susto de creer erróneamente que la sangre que salpicaba su levita era suya , con afectación de algún órgano vital; de modo que murieron tres de una vez. No obstante, no existen fuentes documentales que respalden esa historia y los estudios revelan que en las mesas del St. Bart Hospital de Londres morían uno de cada cuatro pacientes, mientras que en las del University College Hospital, donde operaba Liston únicamente lo hacía uno de cada diez.

En cambio, Liston entró en la historia de la medicina por haber llevado a cabo la primera operación de Europa con anestesia moderna. Lo hizo el 21 de diciembre de 1846, en el University College Hospital, utilizando éter para dormir al paciente. «Hoy vamos a usar una artimaña yanqui que hace que los hombres se vuelvan insensibles» fueron sus palabras inmediatamente antes de la intervención, en referencia al uso de ese gas anestésico por parte del dentista estadounidense William T. G. Morton, que a su vez se basaba en los trabajos previos de su profesor, Charles Thomas Jackson (que, por cierto, reclamó en los tribunales la paternidad del invento, algo que podría haber hecho también otro precursor, Crawford Williamson Long).

El éxito de Liston con el éter hizo que se difundiera el uso de anestésicos y dos de sus alumnos más aventajados, James Simpson y Joseph Lister, que llegarían a ser médicos ilustres, siguieron ese camino desarrollando el cloroformo y las técnicas asépticas respectivamente. Su maestro tampoco se quedó quieto ni se conformó con la rapidez de bisturí -un tipo de ese instrumento lleva su nombre-, sino que, antes de que un aneurisma acabase con su vida en 1847, también aportó novedades inventando un adhesivo transparente a base de colágeno de cola de pescado (que tiene múltiples aplicaciones, no sólo médicas), un modelo de férula para estabilizar dislocaciones y fracturas que todavía se usa actualmente y las pinzas bulldog, que sirven para bloquear las arterias durante las operaciones.


Fuentes

John Simmons, Doctors and discoveries. Lives that created today’s medicine | Richard Gordon, Great medical disasters | Francisco Lozano Sánchez, Robert Liston y sus amputaciones récord (en Scielo) | Peter Stanley, For fear of pain. British surgery, 1790-1850 | Florence Nightingale, Notes on nursing. What it is and what it is not | Juan Luis Cebrián, Psicokillers. Asesinos sin alma | Wikipedia


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