El 16 de mayo de 1204 era coronado en Constantinopla Balduino I y con él daba sus primeros pasos el Imperio Latino, un estado sucesor del Imperio Bizantino que debía su nombre al hecho de que su gobernante no profesaba la fe ortodoxa sino la católica, ya que había sido colocado en el puesto por los líderes de la Cuarta Cruzada. Ello provocó una curiosa situación: podían contarse hasta cinco entidades que se autodenominaban Imperio Romano simultáneamente, al considerarse sucesoras de éste, aunque ninguna de ellas controlaba Roma, bajo poder del Papa: el recién creado Imperio Latino, el Sacro Imperio Romano y los tres restos bizantinos, a saber, el Despotado de Épiro, el Imperio de Nicea y el Imperio de Trebisonda.

La Cuarta Cruzada, impulsada por el papa Inocencio III para reconquistar Tierra Santa tras el fracaso de la anterior (zanjada con un acuerdo entre Ricardo Corazón de León y Saladino por el que los cristianos conservaban únicamente una estrecha franja costera entre Tiro y Jaffa), tampoco tuvo éxito. De hecho, resultó todavía peor debido a la escasez de tropas alistadas, las rivalidades existentes entre los príncipes cristianos y la competitividad comercial entre bizantinos y venecianos. Alejo, un pretendiente al trono de Constantinopla, se ofreció a facilitar los barcos necesarios para el transporte a cambio de ayuda.

Los cruzados tomaron la ciudad y su estancia de espera, como cabía imaginar, originó no pocos altercados. Incapaz de mantenerlos a raya y obligado a subir los impuestos para pagar las naves, Alejo terminó derrocado y muerto por una sublevación popular, mientras el sucesor designado, Alejo V Ducas, era rechazado por los cruzados, que se adueñaron de la capital del imperio y se repartieron éste disgregándolo. La llamada Partitio terrarum imperii Romaniae (Partición del Imperio Romano de Oriente) originó así varios estados menores.

Toma de Constantinopla por los cruzados, obra de Palma Le Jeune/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Uno era el Despotado de Épiro, que creó Ángel Comneno Ducas, primo de Alejo III; otro el Imperio de Trebisonda, fundado por los hermanos, Alejo y David Comneno, nietos de Andrónico I; un tercero fue el Imperio de Nicea, obra del huido Alejo V y su hermano Constantino Láscaris. Todos ellos se consideraban herederos del legado político y cultural de la antigua Roma, y había que sumarles otros dos: el Sacro Imperio Romano, instituido en el año 962 como continuador del imperio Carolingio -si bien no utilizó el adjetivo «Sacro» hasta el período de Federico Barbarroja-, y el estado naciente en Constantinopla, al que se denominó también Imperio Latino o Imperio Latino de Oriente.

En realidad, se trata de una denominación posterior, ya que en su época se hablaba de Imperium Constantinopolitanum, Imperium Romaniae o Imperium Romanorum («de los romanos»). Es más, lo bizantinos ni siquiera usaban esas expresiones sino otras menos lustrosas: frankokratia («gobierno de los francos»), en referencia al origen de la mayor parte de los cruzados (la Cuarta Cruzada también es conocida como Cruzada de los Francos), o latinokratia («gobierno de los latinos»), insistiendo en el origen de los odiados ocupantes y en la voluntad de éstos de restituir la religión católica en Constantinopla, tras la etapa ortodoxa (la Iglesia Ortodoxa siguió activa, pero en una posición secundaria).

Por eso último eligieron como emperador a uno de los suyos: el conde de Flandes, Balduino, hijo de Balduino IV de Henao y su esposa Margarita de Alsacia. Casado a los trece años con María de Champaña, de doce, su cuñado había sido rey de Jerusalén en 1190 y sus tíos, el citado Ricardo II de Inglaterra y Felipe II de Francia, participaron en la Tercera Cruzada, como otros ilustres miembros de la familia, así que resultaba inevitable que también él hiciera otro tanto en la siguiente. Tras el derrocamiento del emperador y el saqueo de Constantinopla, la corona se ofreció a Enrico Dandolo, Dux de Venecia, que la rechazó. Entonces se eligió a Balduino por encima del tercer candidato, Bonifacio de Monferrato, al ser considerado más virtuoso y popular.

La Partitio terrarum imperii Romaniae/Imagen: Rowanwindwhistler en Wikimedia Commons Crédito: LatinEmpire / Rowanwindwhistler / Wikimedia Commons

Una vez coronado en Santa Sofía reorganizó al estilo feudal los territorios del nuevo Imperio Latino que no se habían quedado los venecianos por la reseñada Partitio; así, Creta y otras islas pasaban a manos del Dux, pero Balduino conservaba el entorno del Mar Negro y varias zonas de la Grecia continental e insular como vasallas (el Reino de Tesalónica, el Ducado de Atenas, el Principado de Acaya, el Ducado de Naxos y el Ducado de Filípolis. Otros ducados proyectados (Nicea, Nicomedia, Filadelfia y Neokastra) no se consumaron al estar en zona del imperio niceno. El emperador repartió muchas de esas tierras entre seiscientos nuevos caballeros feudales y la capital misma tenía esa consideración.

Francos y venecianos pasaron a ser la élite social frente a los nobles bizantinos, que pasaban a un escalón inferior, y a la mayoría de la población griega, que al ser de religión ortodoxa se veía relegada y se autoestructuraba según su nivel de ingresos. Al emperador, la cabeza del sistema, le asistía un consejo de barones entre los que estaba el influyente Podestá, encargado de dirigir las posesiones venecianas ya que en la práctica parecía más un poderoso embajador de la república que un funcionario.

Por otra parte, la administración sufrió una remodelación total en la que la burocracia griega fue postergada, algo que repercutió negativamente en su funcionamiento y en la economía, esta última afectada por la interrupción del comercio. Eso provocó sempiternos problemas de financiación en el Imperio Latino, que pasó buena parte de su azarosa existencia recurriendo a pŕestamos y ayudas monetarias de otros estados; peor aún, a menudo su fuente de ingresos se basó en la venta de reliquias, pasando cada vez mayores dificultades para importar cereal a medida que fueron pasando las décadas, pese a que la población también disminuyó.

Balduino I y su esposa María de Champagne, en una pintura anónima/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Como era imaginable, el Imperio de Nicea y el de Trebisonda se negaron a reconocer aquel estado inventado y reivindicaron sus derechos sobre el antiguo Imperio Bizantino, al que aspiraban a restaurar. En cambio, el Papa sí aprobó a Balduino, aun cuando su título completo era, replicando el usado por Alejo IV, Dei gratia fidelissimus in Christo imperator a Deo coronatus Romanorum moderator et semper augustus; el pontífice había asignado el de Imperator Romanorum al titular del Sacro Imperio, pero como le convenía aquella situación no puso pegas. Éstas, empero, no tardaron en surgir.

Con las tierras asiáticas en juego, el emperador de Nicea, Teodoro I Láscaris, fue a la guerra contra Balduino, pero acabó derrotado, debiendo ceder al otro Bitinia y Misia en 1214 por el Tratado de Ninfeo. En el continente europeo las cosas eran diferentes. Los nicenos todavía estaban lejos del poder que alcanzarían en unos años, pero el zar Kaloyán de Bulgaria sí era fuerte para atender la petición de ayuda de los señores bizantinos de Tracia, acosados por Balduino por apoyar al antiguo aspirante al trono, Bonifacio de Monferrato, en su intento de hacerse con el reino de Tesalónica.

Bonifacio alcanzó un acuerdo y recibió Tesalónica como feudo, pero los griegos tracios persistieron en su rebelión y en abril de 1205 la caballería búlgara aplastó a la latina en Adrianópolis; hasta capturó al emperador, que moriría cautivo tres meses después. Las circunstancias de su óbito son inciertas. Kaloyán lo tenía inicialmente como rehén, pero pudo matarlo en un acceso de ira al enterarse de que los francos instigaron una revuelta en Fililópolis; una leyenda cuenta que sorprendió a Balduino seduciendo a su esposa y otra que hizo una copa con su cráneo, esta última basada en un hecho real ocurrido cuatro siglos antes con el emperador Nicéforo I.

Bandera del Imperio Latino/Imagen: 1982fredbear en Wikimedia Commons

Fuera como fuese, el imperio quedó descabezado y el hermano de Balduino, Enrique, que había asumido la regencia, fue designado emperador. Su inicio fue inmejorable, derrotando a los búlgaros en la batalla de Fililópolis en 1208 y pactando un matrimonio con María de Bulgaria, hija de Kaloyán, que había fallecido en 1207. Al año siguiente negoció vasallaje con Miguel I Comneno, déspota de Épiro, quien accedió a casar a su hija con Eustaquio, otro hermano de Enrique y Balduino, proporcionando como dote dos tercios de sus tierras. Con ese nuevo aliado, los latinos pudieron someter en 1211 a los nobles lombardos de Tesalónica, que se habían alzado contra el sucesor de Bonifacio.

Miguel I murió asesinado en 1214 y tomó el testigo Teodoro Comneno Ducas, que se fijó como objetivo recuperar Tesalónica. No se la disputaría a Enrique porque éste perdió la vida envenenado mientras supervisaba las reparaciones de los muros de esa ciudad; lo hizo frente al regente en su ausencia, Pedro de Courtenay, hijo menor de Luis VI de Francia, al que apresó y ejecutó originando una segunda regencia a cargo de su viuda, Yolanda de Flandes, mientras se esperaba la llegada del sucesor, Roberto de Courtenay, que estaba en Francia. Pero todavía hubo una tercera en la persona del guerrero trovador Conon de Béthune y una cuarta para el cardenal Giovanni Colonna, hasta que en 1221 llegó a Constantinopla el esperado heredero.

Para entonces, el Imperio de Nicea había prosperado y adquirido poder suficiente como para romper el Tratado de Ninfeo y desafiar de nuevo a un Imperio Latino debilitado por las incesantes guerras en Europa. Roberto de Courtenay no pudo sostener el embate y tuvo que entregar a Nicea sus posesiones asiáticas -salvo Nicomedia- y varias islas del Egeo en 1222, para dos años más tarde perder también Tesalónica y en 1226 Tracia, ambas ante Épiro. De hecho, los epirotas llegaron hasta las puertas de Constantinopla, que se salvó gracias a que el zar búlgaro Iván Asén II , desconfiando del poder creciente de Teodoro Comnneno Ducas, amenazó con intervenir. Una tregua firmada en 1228 puso paz de momento.

Recreación digital de la Constantinopla bizantina/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Buscando un respiro, Roberto pactó un enlace matrimonial con Eudoxia Lascarina, hija de Teodoro I Láscaris, el emperador de Nicea. Pero fue inútil porque en 1225 había nuevo emperador niceno, su yerno Juan III Ducas Vatatzés, que se apoderó de Bitinia y a continuación conquistó Adrianópolis (antes de que a éste se la arrebatara Teodoro I Comneno). Roberto, débil y más dado a la vida de placeres que a la política, no supo sacar provecho de ese enfrentamiento entre nicenos y epirotas y acabó depuesto, huyendo a Roma, donde el papa Honorio III le reprochó su libertinaje y le exhortó a regresar a Constantinopla para recuperar el trono; murió durante el viaje en 1228.

Eso dio lugar a otra regencia asumida por Juan de Brienne, que había sido rey consorte de Jerusalén entre 1210 y 1225 por su matrimonio con María de Monferrato, en el contexto de una Quinta Cruzada. Su misión como regente era cogobernar junto a Balduino II, hermano pequeño de Roberto, y lo primero que hizo fue concertar una boda entre éste y su hija María para asegurar la posición de ambos, ya que el heredero sólo tenía diez años de edad. Pero las amenazas exteriores urgían a actuar cuanto antes y viajó a Francia para reclutar tropas que obtendrían del Papa privilegios de cruzados; consiguió quinientos caballeros y cinco mil peones que sirvieron para cimentar su coronación en 1231.

La mayoría regresaron pronto a su país, dejándolo semiabandonado en una campaña que Juan acometió en 1233 contra el Imperio de Nicea. Lo peor estaba por venir: dos años más tarde Juan III Vatatzes firmó una alianza con Iván Asen II para repartirse el Imperio Latino, al que arrancaron sus últimas posesiones en Asia Menor y Tracia respectivamente, para a continuación poner sitio a Constantinopla. No pudieron superar sus recias murallas y la llegada de una flota veneciana les obligó a retirarse temporalmente; luego regresaron y Juan solicitó ayuda desesperadamente al Papa y los estados europeos, redirigiéndose hacia la ciudad una expedición de cruzados.

Luis de Francia recibe la Corona de Espinas de Balduino II, obra de Rafael Tejeo/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

De ese modo se salvó el primer envite. El regente no vería más porque murió en 1237, habiendo tomado los hábitos franciscanos antes y dejando el trono en manos de Balduino II con veinte años recién cumplidos. Mal panorama para el nuevo emperador, con las arcas agotadas y un poder que apenas iba más allá de los límites de Constantinopla. De hecho, básicamente se dedicó a viajar por occidente tratando de reunir dinero y tropas, con la ingenua aspiración de reconquistar lo perdido; únicamente logró que el papa Gregorio IX proclamase la llamada Cruzada de los Barones para defender lo que quedaba del Imperio Latino.

Suficiente para garantizar su coronación en 1240 y tomar un pequeño enclave niceno, Tzurulum, pero no para evitar nuevas pérdidas territoriales (Darivya y Nikitiaton) y la quiebra de facto de la hacienda (hubo que vender reliquias como la Corona de Espinas y hasta la techumbre del palacio), lo que terminó suponiendo su caída: en 1261 el general niceno Alejo Estrategópulo entró en Constantinopla mediante un audaz golpe de mano y proclamó emperador a Miguel VIII Paleólogo, mientras Balduino escapaba apuradamente.

Aunque hubo más emperadores, lo fueron virtualmente; el Imperio Latino había llegado a su fin permitiendo así la restauración del Bizantino (formalmente Imperio Romano de Oriente), al que todos reconocieron su legitimidad.


Fuentes

Georg Ostrogorsky, Historia del estado bizantino | Franz Georg Maier, Bizancio | Barreras Martínez y Cristina Durán Gómez, Breve historia del Imperio Bizantino | Filip van Tricht, The Latin Renovatio of Byzantium. The Empire of Constantinople (1204-1228) | William Miller, The Latins in the Levant. A history of Frankish Greece (1204-1566) | Wikipedia


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