¿Saben quién fue Kanajt Jaemuaset Uahnesyt Dyeserjau Dyeserjau Dyehutymose Neferjeperu? Aparentemente no… pero en realidad sí. Quizá sea más fácil probar con este otro personaje, sobre todo si nos fijamos en la parte final: Useretkau Uadyetrenput Necheretjau Maatkara Jnumt-Amón Hatshepsut. En efecto, es la reina Hatshepsut, y el anterior su hijo Tutmosis III. No se trata de trabalenguas ni frases en código cifrado sino de los nombres completos de esos dos monarcas del Antiguo Egipto, precedidos de su correspondiente nejbet o titulatura real.
La titulatura real era la forma protocolaria oficial con la que se identificaba a los faraones en las inscripciones de templos y estelas, así como en los documentos escritos. Reflejaba su doble naturaleza humana y divina, el poder mundano y el sagrado, con la peculiaridad de que esa nomenclatura no tenía por qué mantenerse igual a lo largo del reinado, ya que podía modificarse para añadirle la referencia a algún hecho relevante que acaeciera: Mentuhotep II, por ejemplo, sumó la expresión “Aquel que une las Dos Tierras” tras reunificar Egipto y el propio Tutmosis III, célebre por sus exitosas campañas bélicas, hizo otro tanto con «El que se regocija en sus victorias, el que golpea a los gobernantes de tierras extranjeras que lo atacan».
La palabra faraón, que deriva del término per-aâ y significa «gran casa», fue un título simplificador muy tardío introducido durante el Imperio Nuevo -durante el reinado de, una vez más, Tutmosis III- y que hizo fortuna a la larga gracias a que es el que se emplea en el libro bíblico del Éxodo.
Antes se usaba otra fórmula más compleja, consistente en varios nombres -primero dos y luego cinco-, que obedecía a esa necesidad de resaltar el papel del mandatario como vínculo entre hombres y dioses, así como su misión en el mundo, pues en las sociedades primitivas de los imperios agrarios en general, y el Antiguo Egipto en particular, el nombre significaba mucho más que una mera forma de identificación.
No debe resultar extraño, si se tiene en cuenta que en la mentalidad del egipcio antiguo cada persona se componía de una serie de elementos, unos materiales y otros inmateriales, cuyas distintas naturalezas plasmaban la relación entre nuestro mundo y el intangible de dioses y antepasados, constituyendo el nombre una plasmación simbólica de ello.
En el caso de los gobernantes era algo aún más obvio y por eso el cartucho con la gracia del faraón reinante resultaba omnipresente, hasta el punto de que a veces sustituía iconográficamente a la figura misma del faraón. Así se puede ver en un relieve del templo de Seth en Kom Ombo, donde se muestra a ese dios reviviendo al mandatario pero éste no aparece representado en forma humana sino por su cartucho nominal con brazos.
Eso sí, la complicación nominal no empezaba con el nacimiento sino con la coronación, cuando el heredero del trono ampliaba su horizonte humano asumiendo sobre sí conceptos como dualidad, poder, fertilidad, vitalidad, transformación y sobre todo la armonía cósmica de Maat.
La dualidad era una constante (el Alto Egipto y el Bajo Egipto, la lucha contra el caos que suponían los extranjeros, el enfrentamiento entre Horus y Seth…), por lo que se reflejaba en la titulatura con los nombres de Nebty y Nesout-Bity, que veremos enseguida. Por ejemplo, Keops era Medjdouernebty («El que obedece a las Dos Amantes») y Tutankamón, Segerehtaouy («El que apacigua las Dos Tierras»).
El poder reflejaba el apogeo militar en determinadas etapas, de ahí que, pongamos por caso, en el Segundo Período Intermedio (tras la expulsión de los hicsos) y el Imperio Nuevo (expansión del territorio) fuera frecuente adoptar la epiclesis kanajt («toro poderoso») y representar así al faraón en algunas manifestaciones artísticas.
No obstante, en la titulatura había expresiones estereotipadas que solían repetirse; Ramśes II, famoso por su megalomanía, recurría una y otra vez a autodenominarse «Aquel que pisotea todo país extranjero bajo sus sandalias», «Aquel que lucha por medio de su fuerza», «Aquel cuyas victorias son importantes», «Aquel que golpea a todos los países» y otras expresiones similares.
En cuanto a la fuerza vital, el Ka, era algo todavía más habitual que el equilibrio cósmico y además en todas las fases de la historia egipcia: Sneferka, de la dinastía I, se hacía llamar «El que hace que el Ka sea perfecto» y Nectanebo I, de la XXX, «El Ka de Ra ha sucedido». El Ka estaba representado por un ideograma de dos brazos que se alzaban o extendían al frente. Al ser fuente de energía estaba ligado a la fertilidad, algo fundamental en un monarca por la necesidad de dejar descendencia pero también para asegurar buenas cosechas. Micerino usaba la expresión «Los Kaou de Re son duraderos» y Userkaf «Su Ka es poderoso».
La idea de la transformación se entiende mejor revisando la cosmogonía egipcia y fijándose en el mito solar, en el que el dios Ra, identificado con el astro rey, experimenta una serie de cambios cada jornada, pasando de la juventud de Jepri (el sol naciente, representado por un escarabajo) a la vejez de Atum (un terántropo con cuerpo humano -el primero plasmado así en el arte egipcio- y cabeza de carnero o mangosta, o un ave Fénix).
Los reyes, asimilados a esa divinidad, trasladaban tal condición a sus nombres: Kefrén significa «Ra aparecido»; Amenhotep IV, más conocido como Akenatón, se hacía llamar Neferkheperoura (“Los devenires de Ra son perfectos”); Ramsés II, Setepenra («El elegido de Ra»); Tutmosis III, decíamos antes, Meryra («El amado de Ra»).
Por último, la armonía de Maat -justicia, verdad, orden y equilibrio- hacía referencia tanto al cosmos en general como al orden social. Si iconográficamente se representaba a esa divinidad como una mujer portando una pluma de avestruz y el anj (la famosa cruz egipcia de la vida), los faraones recurrían a su figura en la titulatura: Snefru era Nebmaât («El señor de Maat»); Ramsés II, Usermaatra («Poderoso es el Ma’at de Ra»); y la mencionada Hatshepsut, como veíamos al comienzo, Maâtkara («Maat es el Ka de Ra»).
El nejbet o titulatura real también era una forma del nuevo faraón de romper con su predecesor, pues cada uno adoptaba la suya propia. Se componía de cinco ren (nombres), aunque esa estandarización no existía al principio; uno lo recibía al nacer y los otros cuatro se le añadían.
El primero, aparecido ya en el Período Predinástico y único para los faraones de esa época, era el nombre de Horus. Se llama así porque se escribía dentro de una representación de la fachada de un palacio (serej) con un halcón -símbolo de ese dios- encima; de un tiempo a esta parte tiende a ser rebautizado como nombre de serej debido a que no todos los monarcas lo plasmaron así, prefiriendo algunos a Seth.
El siguiente ren, siguiendo el orden canónico, era el nombre de Nebty. Esta palabra se traduce como «las dos señoras» y constituye una alusión a las diosas Nejbet y Uadyet, patronas del Alto y el Bajo Egipto respectivamente.
A la primera se la representaba con una cabeza de buitre y a la segunda con la de una cobra, ambas sobre cestas, de ahí que aparezcan juntas en la corona. Semerjet fue el soberano que incorporó este nombre a su titulatura como segundo elemento para subrayar la unificación del país bajo un solo mando.
El tercero era el nombre de Hor-Nub (Horus de Oro), llamado así porque su ideograma era el dios Horus, con su forma de halcón, posado junto al del metal precioso, quizá metaforizando su triunfo sobre Seth.
Empleado desde la dinastía I, no fue oficializado hasta el Imperio Medio, cuando se sustituyó el disco solar de Ra original por el nub (oro), que simbolizaba la eternidad. Sin embargo, el nombre de Hor-Nub no se representaba dentro de un cartucho o de un serej, igual que pasaba con el de Nebty.
El cuarto, denominado nombre de Nesut-Bity, significa literalmente «El de la Abeja y el Junco» pero se traduce como «El Señor de las Dos Tierras», ya que la abeja era el símbolo del Bajo Egipto y el junco el del Alto; por tanto, el faraón lo asumía como señor de ambos reinos. Era el praenomen o nombre de trono (=coronación) y empezó a utilizarse a finales de la dinastía I, volviéndose habitual en la IV, con Snefru, que hizo de él el primero en aparecer dentro de un cartucho. Fue el nombre más frecuente para referirse al gobernante en las Listas Reales.
Por último, el quinto elemento de la titulatura era el nombre de Sa-Ra, es decir, el de nacimiento, el nomen, que con la coronación pasaba a incluirse en un cartucho acompañado del epíteto Sa-Ra («Hijo de Ra»).
Suele ser el usado por los egiptólogos e historiadores para referirse al personaje, añadiéndole el ordinal correspondiente (que es una convención reciente porque no existía en su época) para distinguir a los que se llamaban igual, ya que al recién nacido se le solía dar el nomen de un familiar cercano (padre, abuelo, tío).
La titulatura era elaborada por los sacerdotes y se daba a conocer públicamente durante la entronización, antes de que un decreto la hiciera oficial y la comunicase a todos los niveles administrativos de Egipto, locales y nacionales, para que se encargaran de difundirla. No obstante, podía modificarse durante el reinado: ya vimos antes los casos de Mentuhotep II y Tutmosis III pero hay otro muy evidente, el de Amenhotep IV, que en su sexto año de reinado cambió su nombre por el de Akenatón en honor a su dios favorito, Atón (y su sucesor, Tutankatón, hizo otro tanto para ser Tutankamón, al establecer el culto a Amón); peor fue Ramsés II, que cambió veintiséis veces su nombre de Horus y diez el de Nebty, además de alterar también los otros.
Fuentes
José Miguel Parra Ortiz, Gentes del Valle del Nilo. La sociedad egipcia durante el período faraónico | José Miguel Parra (coord.), El Antiguo Egipto | Ronald J. Leprohon, The Great Name. Ancient Egyptian royal titulary | James P. Allen, An Introduction to the language and culture of hieroglyphs | Daniel L. Selden, Hieroglyphic Egyptian. An introduction to the language and literature of the Middle Kingdom | Wikipedia
Descubre más desde La Brújula Verde
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.