Las ucronías suelen ser curiosas e interesantes, a veces hasta divertidas. El francés Jacques Sapir, un economista que también es experto en geoestrategia y especialista en asuntos de defensa de Rusia y la antigua URSS, publicó en 2013 una novela titulada 1941-1942 Et si la France avait continué la guerre… («1941-1942 Y si Francia hubiera continuado la guerra…») en la que cuenta cómo, al día siguiente del famoso raid Doolittle (el primer bombardeo aéreo estadounidense sobre Tokio), un submarino francés llevaba a cabo otro ataque contra la capital japonesa y sembraba el caos entre los defensores. Dicho submarino era el Surcouf, que existió de verdad y fue el más grande de su tiempo.

El protagonismo del Surcouf en ese episodio literario salido de la imaginación del autor es acorde a su propia leyenda, trufada de enigmas y teorías conspiratorias debido al misterioso final que tuvo. Su nacimiento mismo puede considerarse fruto de una confusa anomalía: el Tratado Naval de Washington, suscrito en 1922 por las potencias vencedoras en la Primera Guerra Mundial para frenar la carrera armamentística, establecía cuál debería ser el tonelaje máximo admitido para cada una de sus flotas, así como imponía una prohibición temporal de construir nuevos buques (hasta 1927) y limitaba la capacidad de los cruceros a 10.000 toneladas, con la obligación de que sus cañones no excedieran los 155 milímetros en los ligeros y los 203 en los pesados.

Siguiendo ese documento, Francia podía tener hasta una decena de barcos que sumasen 221.000 toneladas, quedando junto a Italia por detrás del imperio Británico, EEUU y Japón. Pero los galos encontraron un subterfugio para potenciar su armada sin desobedecer el tratado: por un lado, se volcaron en la construcción de superdestructores (la clase Fantasque) que en la práctica equivalían a cruceros ligeros; por otro, como el acuerdo no explicitaba nada sobre las naves menores, iniciaron un programa para dotarse de una importante flota de submarinos (la Marine Nationale llegaría a tener en servicio setenta y nueve en 1939).

Imagen que tenía el Surcouf en su configuración original, con pintura gris/Imagen: Rama en Wikimedia Commons

Dentro de este segundo apartado, se hizo al STCAN (Service Technique des Constructions et Armes Navales) un encargo especial: el Proyecto Q5, aprobado en julio de 1926, consistente en el diseño de lo que llamó croiseur sous-marin (crucero submarino). La denominación resultaba más expresiva de lo que parece. La idea era un barco que pudiera combatir tanto sumergido como en superficie y mantuviera el contacto entre la metrópoli y sus colonias, lo que implicaba realizar grandes travesías oceánicas y obligaba a dotarlo de un tamaño excepcionalmente grande.

Evidentemente, con tal planteamiento no podrían hacerse muchas unidades, por lo que se estableció que serían tres y en diciembre de ese mismo año, ya con los planos listos, se dio la orden correspondiente al Arsenal de Cherburgo. Terminado a finales de 1927 y botado en otoño de 1929, aquel gigante medía 110 metros de eslora por 9,3 de manga y 7,25 de calado, alcanzando una velocidad de 18,5 nudos (10 en inmersión) y una profundidad de 80 metros (110 máximo). Su autonomía era de 10.000 millas náuticas, dependiendo de lo rápido que navegase, impulsándose mediante dos motores diésel que le proporcionaban una potencia de 7.600 CV (3.400 bajo el agua).

En cuanto al armamento, tenía doce tubos lanzatorpedos, dos cañones de 37 milímetros y un par de ametralladoras. Pero la estrella de la artillería de a bordo eran otros dos cañones pesados de 203 milímetros (el máximo estipulado por el Tratado Naval de Washington) montados a proa de la torre y que podían hacer fuego cada tres minutos y medio, aunque su peso dificultaba su uso por el exceso de balanceo que provocaba y la precisión disminuía al estar el telémetro a tan poca altura. Para solucionar esto último incorporaba un hidroavión biplaza de observación Besson MB 411 que debía dirigir y corregir los disparos; posteriormente se previó su sustitución por un autogiro Dorand G20 pero no dio tiempo.

El Surcouf en una fotografía datada entre 1934 y 1935/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Dado el tamaño del barco, también llevaba una lancha a motor de cinco metros de eslora para los abordajes, combustible para 23.000 kilómetros y víveres para 90 días; además, en el interior había un camarote con capacidad para 40 pasajeros que podía convertirse en celda de prisioneros. La tripulación también estaba compuesta por más hombres de los habituales, 126 entre marineros y oficiales, siendo su primer capitán Raymond de Belot, un capitán de fragata con amplia experiencia en submarinos y a cuyo mando entró en servicio en mayo de 1934.

Al nuevo orgullo de la Marine Nationale se le bautizó Surcouf en honor a Robert Surcouf, un famoso corsario francés que tras capturar casi medio centenar de naves durante las Guerras Napoleónicas se ganó el apodo de Roi des Corsaires y fue uno de los pocos marinos galos destacados de su época frente a la todopoderosa Royal Navy, llegando a coronel de la Guardia Nacional, recibiendo la Legión de Honor y ganando tanto dinero que se convirtió en armador y rico terrateniente.

Decíamos que el Surcouf, pintado primero de gris y luego de azul de Prusia, empezó a navegar oficialmente en 1934 y lo hizo excepcionalmente exento de las nuevas condiciones impuestas en el Tratado Naval de Londres, firmado en 1930 como una extensión del de Washington para aquellas cuestiones que habían quedado en el aire, como los barcos ligeros y los submarinos. El desplazamiento estándar de estos últimos se restringió a 2.000 toneladas, si bien se permitía a cada una de las principales potencias tener tres que superasen esa cifra; Francia no estaba entre dichas privilegiadas, pero se le permitió seguir con el que estaba desarrollando.

Maqueta del Surcouf mostrando su disposición interior. Se aprecian también el hidroavión y la lancha/Imagen: Korrigan en Wikimedia Commons

Los otros dos submarinos previstos quedaron anulados, aunque como compensación el ministro de Marina Georges Leygues consiguió arrancar una autorización para que el Surcouf conservase sus enormes cañones, frente al veto a que ese tipo de barco superase los 155 milímetros (la clase M británica, por ejemplo, que preveía incorporar cañones de 305 milímetros, tuvo que ser reconvertida). Para sus misiones iniciales a las Antillas y el golfo de Guinea no tuvo mayor importancia, pero con el estallido de la Segunda Guerra Mundial todo parecía cambiar; más aún cuando los alemanes invadieron Francia en mayo de 1940.

En esas fechas, el Surcouf se hallaba en un dique seco de Brest, siendo sometido a una gran carena. La amenaza de que cayera en manos enemigas llevó al capitán Martin, su oficial al mando entonces, a zarpar apresuradamente pese a que sólo funcionaba un motor, el timón estaba medio atascado y la nave no podía sumergirse. Renqueante y navegando en superficie logró cruzar el Canal de la Mancha y llegar hasta Plymouth, en la costa inglesa. En poco más de un mes, la Royal Navy llevaba a cabo la Operación Catapulta, destruyendo o apoderándose del resto de la armada francesa. La tripulación del Surcouf presentó resistencia y se produjeron cuatro muertos, tres británicos y un francés. Todo por un submarino que, pese a ser el más grande del mundo en ese momento, no le resultaba del todo útil a Churchill.

En efecto, su potencia de fuego podía ser temible, pero no había repuestos para su mecánica ni submarinistas (marineros cualificados) y además carecía de radar. Por tanto, se reacondicionó como fue posible y se entregó a la FNFL (Forces Navales Françaises Libres) poniéndolo al mando del capitán Georges Louis Blaison, que era el único oficial que había elegido no regresar a Francia. Realizó varias patrullas por el Atlántico que resultaron controvertidas, pues se temía que el submarino estuviera a favor del gobierno de Vichy e incluso surgieron sospechas de que atacó barcos Aliados. Ese recelo sólo pudo superarse destinando a bordo algunos efectivos británicos, pero incluso así se terminó por asignársele únicamente misiones de escolta a convoyes.

Los cañones del Surcouf | foto kitchener.lord en Flickr

En abril de 1941 un avión alemán consiguió dañarlo y tuvo que permanecer varios meses en puerto, para las reparaciones. En diciembre ya estaba a punto y bajo el mando general del almirante Émile Muselier, participó junto a las corbetas galas Mimosa, Alysse y Aconit en la toma de las islas San Pedro y Miquelón, un archipiélago situado frente a Terranova (Canadá); la flotilla no encontró resistencia y los dos centenares de soldados desembarcados se hicieron con el control en veinte minutos, siendo el único punto negativo la condena de EEUU -que todavía era neutral- al invocar la doctrina Monroe.

Al mes siguiente se decidió enviar al Surcouf a Sidney (Australia), vía Tahití, con el objetivo de defender los territorios coloniales franceses del Pacífico. Para ello debía reabastecerse en una base británica de las Bermudas, lo que desató el rumor de que iba a liberar Martinica del régimen de Vichy. No era así y dejó Bermuda el 2 de febrero de 1942 con dirección al Canal de Panamá, en el que fue su último viaje porque no se volvió a tener noticia de él desde la noche del 18 al 19 de febrero de 1942. Se ignora qué ocurrió exactamente, pero, dado que el esnórquel no estuvo operativo hasta 1943, en horario nocturno el Surcouf navegaba en superficie con las luces apagadas para recargar sus baterías.

Eso seguramente selló su destino cuando se cruzó con un buque a oscuras. El carguero estadounidense Thompson Lykes, de 127 metros de eslora por 18 de manga y 6.829 toneladas, que había zarpado de Guantánamo, informó de haber sufrido una colisión que probablemente fue con el submarino. Los testimonios informaron de que el choque dañó un costado y la quilla del barco, y que los marineros oyeron voces que probablemente eran de los náufragos, pero la oscuridad y el temor a un ataque hicieron que el capitán del Thompson Lykes optase por alejarse de allí cuanto antes, aunque dio aviso a Panamá.

Otra maqueta del submarino, pintado con el color azul definitivo, en la que se ven los cañones girados para un disparo de costado/Imagen: Dicolons en Wikimedia Commons

El incidente le costó la vida a toda la tripulación, incluyendo al capitán Georges Louis Nicolas Blaison y los cuatro enlaces británicos; ciento treinta hombres en total. El Cuartel General de la Francia Libre, con sede en Londres, anunció oficialmente la pérdida, aunque no explicó la causa hasta enero de 1945. De hecho, actualmente se ignora la posición exacta del pecio y sólo puede especularse a partir de las coordenadas del cuaderno de bitácora del Thompson Lykes… suponiendo que fuera realmente el responsable del desastre, ya que los daños en su casco parecían demasiado leves para haber chocado con un submarino tan grande y, de hecho, algunos marineros opinaban que era más pequeño que el Surcouf.

Como suele pasar con los misterios, especialmente en la mar, todo eso fue dando pábulo a otras hipótesis. Una de ellas, descartada por los expertos al carecer de base documental y no basarse más que en un rumor, dice que el Surcouf fue sorprendido abasteciendo a un submarino alemán cerca de Long Island Sound (costa noreste de América, a la altura de Nueva Inglaterra), por lo que dos sumergibles estadounidenses llamados Marlin y Mackerel -EEUU, ahora sí, ya era beligerante- emprendieron su persecución, lo atacaron y lo hundieron.

Según otra versión, más plausible, un hidroavión norteamericano PBY Consolidated procedente de una base de Panamá confundió al submarino francés con uno germano o japonés y lo bombardeó, mandándolo a pique la mañana del 19 de febrero. Esta propuesta se apoya en las reseñadas dudas expresadas por los marinos del Thompson Lykes y en el hecho confirmado de que Alemania no perdió ningún submarino en esa zona y por esas fechas.

En cualquier caso, poco después el Surcouf veía reducirse parte de su aura legendaria cuando Japón presentó los submarinos de la clase I-400 (Sen Toku), gigantes de 122 metros de eslora por 12 de manga que llevaban a bordo tres hidroaviones desmontables de ataque Aichi M6A Seiran, pasando a ser los más grandes en tamaño hasta el momento.


Fuentes

David Ross, The world’s most powerful submarines | Spencer C. Tucker, World War II at sea. An encyclopedia | Bruce LaFontaine, Submarines and underwater exploration | Roger Branfill-Cook, X.1. The Royal Navy’s mistery submarine | Paul Auphan y Jacques Mordal, The French Navy in World War II | Ships Nostalgia | Wikipedia


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