Cuando hace tiempo hablamos en un artículo acerca del Lapis Niger, decíamos que este santuario situado en el Foro ya era todo un misterio para los propios romanos en tiempos de Julio César. Lo mismo podría decirse de otro lugar, una fosa rodeada por un estanque en el suelo del Foro Romano a la que llamaban Lacus Curtius (Lago Curcio), y que constituye, sin lugar a dudas, el monumento más misterioso del Foro Romano.
Los restos de ese estanque pueden verse todavía en mitad del Foro, protegidos por una cerca metálica frente a la Curia y junto a la columna de Focas. La fosa está rellenada y, sobre ella, se dispone un pavimento de piedras colocado en fecha desconocida.
Los arqueólogos creen que la zona donde más tarde se ubicó el Foro era originalmente pantanosa, rodeada de arroyos y lagos. Desde el siglo VII a.C. se habría ido drenando y desecando, según se construían edificios y monumentos, hasta que solo quedó un pequeño estanque dodecagonal en el medio, el Lacus Curtius, sobre una fosa que los romanos creían tan profunda que llegaba hasta el inframundo (curiosamente de manera similar al Umbilicus Urbis, situado muy cerca).
Los romanos tenían varias historias para explicar la naturaleza y la importancia del Lacus Curtius. Casi todas ellas lo relacionan con la gens Curtia, una familia romana de origen sabino. La más antigua, citada por el historiador Tito Livio, es la que debe su nombre al general sabino Metio Curcio.
En la batalla que siguió al famoso rapto de las Sabinas por los romanos, el caballo de Metio quedó atrapado en el pantano, aunque pudo salir y seguir combatiendo. La historia podría tener un origen real, ya que efectivamente la zona era pantanosa, y Metio es un auténtico nombre sabino derivado de la palabra mediss (líder).
En medio de tales jactancias, Rómulo, con un grupo compacto de valientes soldados, cargó sobre él. Mecio estaba a caballo, por lo que fue el que más fácilmente retrocedió; los romanos le persiguieron y, inspirados por el coraje de su rey, el resto del ejército romano derrotó a los sabinos. Mecio, incapaz de controlar su caballo, enloquecido por el ruido de sus perseguidores, cayó en un pantano. El peligro de su general distrajo la atención de los Sabinos por un momento de la batalla; gritaron e hicieron señales para alentarle, y así, animado a realizar un nuevo esfuerzo, logró salir con bien. Entonces los romanos y sabinos renovaron los combates en el centro del valle, pero la fortuna de Roma fue superior. Fue entonces cuando las Sabinas, cuyos secuestro había llevado a la guerra, despojándose de todo temor mujeril en su aflicción, se atrevieron en medio de los proyectiles con el pelo revuelto y las ropas desgarradas. Corriendo a través del espacio entre los dos ejércitos, trataron de impedir la lucha y calmar las pasiones excitadas apelando a sus padres en uno de los ejércitos y asus maridos en el otro, para que no incurriesen en una maldición por manchar sus manos con la sangre de un suegro o de un yerno, ni para legar a la posteridad la mancha del parricidio. (…) No sólo resultó que se hizo la paz; ambas naciones se unieron en un único Estado, el poder efectivo se compartió entre ellos y la sede del gobierno de ambas naciones fue Roma. Después duplicar así la Ciudad, se hizo concesión a los Sabinos de la nueva denominación de Quirites, por su antigua capital de Curas. En conmemoración de la batalla, el lugar donde Curtio consiguió sacar su caballo de la profunca ciénaga a terreno más seguro se llamó el lago Curcio (Lacus Curtius)
Tito Livio, Ab Urbe Condita (Historia de Roma), I.12-13
Sin embargo esta no es la historia que Livio consideraba más probable que fuera cierta. Su favorita, y las más popular entre los romanos, era la que contaba que en el año 362 a.C. se había abierto una gran sima en el Foro.
Consultados los arúspices, establecieron que para librar a la ciudad del peligro había que arrojar en ella aquello que constituía la mayor fuerza del pueblo romano. Si lo hacían así, Roma duraría para siempre.
Después de arrojar un montón de cosas, sin resultado, un joven guerrero llamado Marco Curcio comprendió que la mayor fuerza del pueblo romano era la juventud, y montado en su caballo se arrojó al abismo, que inmediatamente se cerró.
En este año, fuese debido a un terremoto o a cualquier otra fuerza, se hundió la mitad del Foro a gran profundidad, presentando la apariencia de una enorme cueva. Aunque todos trabajaron tan duramente como pudieron, arrojando tierra dentro, no fueron capaces de llenar el agujero hasta que hicieron una consulta a los dioses. Sobre esto, los adivinos declararon que si querían que la república fuese eterna, debían sacrificar en aquel lugar aquello en lo que residiese la fuerza del pueblo romano. La historia continúa diciendo que Marco Curcio, un joven distinguido en la guerra, respondió con indignación, a los que dudaban sobre qué respuesta dar, que lo más precioso que Roma tenía eran las armas y el valor de sus hijos. Como los que le rodeaban quedasen en silencio, él miró hacia el Capitolio y a los templos de los dioses inmortales que miraban abajo, hacia el Foro, y extendiendo sus manos hacia el cielo primero y luego al abismo por debajo, se ofreció a los dioses manes. Luego, montando su caballo, que había sido enjaezado tan magníficamente como era posible, saltó con su armadura completa a la cavidad. Una multitud de hombres y mujeres lanzaron tras él regalos y ofrendas de frutos de la tierra. Fue a propósito de este incidente que el lugar fue llamado «lago Curcio» y no por Metio Curcio, el antiguo soldado de Tito Tacio. Si cualquier camino condujese a la verdad, no haría falta esforzarse en hallarla; ahora, cuando el paso del tiempo excluye cualquier evidencia de certidumbre, nos tenemos que quedar con la tradición y con este origen más moderno del nombre del lago.
Tito Livio, Ab Urbe Condita (Historia de Roma), VII.6
El problema de esta historia es que se parece mucho a una griega más antigua, pero muy similar, protagonizada por el famoso rey Midas de Frigia.
La realidad probablemente sea menos épica y prosaica. Un poco más al este de donde se encuentra el Lacus Curtius los arqueólogos encontraron los restos de un hombre, una mujer y un niño que había sido atados y ahogados.
Quizá las historias sobre Metio y Marco Curcio no son más que un recuerdo, deformado a lo largo de los siglos, de antiguos rituales de ahogamiento sacrificial que se llevaban a cabo cuando el lugar todavía era una gran zona pantanosa e insalubre.
O es posible que, como afirma Varrón, el estanque hubiera sido creado por el cónsul Cayo Curcio Filón en el año 445 a.C., para señalarlo como un lugar sagrado después de que en él hubiera caído un rayo. Y de ahí el nombre Lago Curcio (Lacus Curtius).
Fuentes
Livius | Susanne William Rasmussen, Public Portents in Republican Rome | Tito Livio, Ad Urbe Condita | Wikipedia
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