Los intentos de regicidio han sido una constante a lo largo de la historia. En España los sufrieron monarcas como los Reyes Católicos, Alfonso XII y Alfonso XIII, al igual que otros países tuvieron los suyos. Extremo Oriente no constituyó una excepción y hay un caso especialmente famoso allí, el de Qin Shi Huang, debido a que fue el primer emperador de la China unificada (el ocupante de la tumba de los famosos guerreros de terracota). Su frustrado asesino era un bronco espadachín al que un reino encargó el magnicidio para evitar ser invadido; se llamaba Jing Ke.

Corría el año 227 a.C. cuando el ejército del reino de Qin, lanzado a una ambiciosa expansión, llegaba a las puertas del reino de Yan dispuesto a anexionarlo, tal cual había hecho ya con otros. Ese proceso se contextualizaba en lo que los historiadores conocen como período de los Reinos Combatientes, una serie de guerras que empezaron en el siglo V a.C., tras el período de las Primaveras y Otoños, y que se caracterizó por la lucha entre los siete reinos que se habían ido formando a partir de la consolidación de una serie de estados fuertes por parte de señores de la guerra que se autonombraron monarcas para igualarse a la dinastía dominante hasta entonces, la Zhou del reino de Jin.

Una vez que Jin colapsó y se disgregó, los siete reinos emergentes en cuestión eran Qi, Chu, Yan, Han, Zhao, Wei y Qin. Inicialmente fue Chu el que impuso su hegemonía en el 334 a.C., pero poco a poco Qin empezó a ganarle terreno y alcanzó tal poder que resultaba más poderoso que todos los demás juntos, razón por la cual algunos se coaligaron para defenderse de lo que consideraban una amenaza. Dicha alianza aglutinó a Zhao, Qi, Wei, Chu, Yan y Han, conociéndosela como Hezong o Conexión Vertical porque sus territorios se sucedían de norte a sur.

Los Reinos Combatientes al comienzo del período/Imagen: Rowanwindwhistler en Wikimedia Commons

A su vez, los reinos de este a oeste formaron otra coalición, la Liangheng u Horizontal, en la que estaban Han y Zhao bajo el liderazgo de Qin. Éste acometió entonces la mencionada expansión, durante la cual fue conquistando uno tras otro los reinos de Hezong. Así, Han cayó en el 230 a.C., Zhao y Wei en el 225 a.C. y Chu en el 223 a.C.; Qi sería el último, en el 221 a.C., pero antes se produjo la campaña contra Yan, en cuyo transcurso tuvo lugar el incidente que nos ocupa: el intento de asesinar a Qin Shi Huang, rey de Qin.

En realidad, Huang es un título que adoptó más adelante y significa algo así como «grande» o «augusto»; emperador, al cambio (o Primer Emperador de la dinastía Qin, si le añadimos las otras palabras, Qin Shi). Su verdadero nombre era Zheng, pero en China, al igual que pasaba en la Antigua Roma con el praenomen, sólo se empleaba en el ámbito familiar. Hijo de un príncipe que vivía como rehén en Handan, la capital del estado de Zhao, se las arregló para acceder al trono de Qin en el 247 a .C., con sólo doce años de edad, reinando bajo una regencia hasta que a los veintiuno tomó el poder.

Como vimos, la principal característica de su reinado fue la política expansionista que terminó por convertirle en emperador de una China unificada. En ese proceso y tras someter a casi todos los demás reinos, el de Yan se perfiló como su próximo objetivo. El soberano de éste, Xi, había enviado a su hijo, el príncipe heredero Yan Dan (conocido históricamente como el Príncipe Rojo), en calidad de rehén diplomático, otra costumbre que no era exclusiva de Occidente. Sin embargo, Yan Dan regresó en el año 232 a.C. con información preocupante: Qin continuaba aumentando su potencia militar y tarde o temprano atacaría.

Los Reinos Combatientes en el 250 a.C., con el crecimiento de Qin/Imagen: Rowanwindwhistler en Wikimedia Commons Crédito: Yug / Rowanwindwhistler / Wikimedia Commons

Efectivamente, Qin Shi Huang inició la invasión cinco años después y pronto quedó claro que iba a ser muy difícil detenerlo. Obviamente, Xi no iba a quedarse de brazos cruzados; el problema estaba en la aplastante superioridad militar de su adversario, que le había permitido llegar hasta Yishui (el actual condado de Yi, en la provincia de Hebei), y no parecía haber forma de parar aquella ola. La respuesta pasaba por crear una situación de caos y desconcierto en Qin que permitiera realizar un contraataque.

¿Cómo? Matando a Qin Shi Huang, cuya desaparición dejaría al enemigo sin capacidad de reacción. Ahora bien, era todo un reto encontrar al hombre adecuado y la forma de hacerlo. Xi lo solucionó recurriendo a un youxia. Era éste el término para designar a un tipo de héroe glosado en la poesía clásica china y las novelas wuxia (literatura cuyos protagonistas son expertos en artes marciales), una especie de versión oriental del caballero andante europeo -aunque no necesariamente de clase alta- que erraba en solitario «desfaciendo entuertos», pero también ofrecía sus servicios como mercenario.

El youxia elegido fue Jing Ke, un hombre originario de Wey, un estado menor que suele escribirse con «y» para distinguirlo del reino de Wei, al que estuvo sometido hasta que pasó a manos de Qin. Pertenecía al clan Qing, que estaba vinculado al ilustre linaje Jiang (uno de los ocho apellidos chinos más antiguos), y era descendiente de Lu Wukui, quien cuatro siglos antes -en el período de Primavera y Otoño- gobernó el estado de Qi durante tres meses. Por tanto, Jing Ke recibió una buena formación, tanto cultural como con la espada, ganándose fama de impetuoso, pendenciero y libertino; incluso de cobarde, pues una vez huyó de una pelea aunque otros lo interpretaron como un alarde de racionalidad.

Qin Shi Huang en un retrato del siglo XVIII/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Jing huyó de Wey cuando el ejército de Qin lo ocupó, refugiándose en Yan. Allí otro youxia llamado Tian Guang se lo presentó al príncipe Yan Dan, que primero le proporcionó protección y después le encargó el atentado contra Qin Shi Huang. Para ser exactos, en teoría el plan no consistía en matarlo sino en secuestrarlo y obligarlo a poner fin a la campaña de conquista, devolviendo los territorios ocupados; la muerte debía producirse sólo si no aceptaba y serviría para descabezar a su reino, favoreciendo un ataque de la alianza Hezong.

Era más fácil decirlo que hacerlo, claro, así que probablemente la muerte del rey se impuso como la opción más realista. De hecho, el príncipe Yan Dan entregó a Jing una daga envenenada destinada a ser el arma homicida por su facilidad para esconderla bajo la ropa. También le asignó un compañero, un asesino profesional llamado Qin Wuyang que, pese a su juventud, ya presumía de un currículum de víctimas mortales a sus espaldas, la primera cobrada cuando apenas tenía trece años. Jing Ke se lo tomó con calma y vivió unas semanas a cuerpo de rey esperando el momento. Mientras, trató de reclutar a otro compañero cuya identidad no ha trascendido pero que probablemente fuera Lu Goujian, el guerrero ante el que había rehusado combatir aquella vez, pero nunca llegó a incorporarse al grupo.

La razón de la demora de los dos asesinos era la búsqueda de una excusa para entrar en el palacio de Qin Shi Huang y la obtuvieron ofreciéndole un hipotético mapa de la región de Dukang (en la actual provincia de Hebei), el objetivo más ambicionado por la fertilidad de sus tierras. Y por si eso no bastaba, añadieron una segunda tentación: la cabeza de Huan Yi (o Fan Yuchi), un general de Qin caído en desgracia tras ser derrotado por el ejército del reino de Zhao en la batalla de Fei y exiliado en Yan tras haber sido eliminada su familia por orden de Qin Shi Huang.

Los guerreros de terracota | Foto Dominio Público en Wikimedia Commons

El príncipe Yan Dan no aprobó la idea de matar a Huan Yi, pero una conversación con él solventó el asunto de forma sorprendente: el militar aceptaba ser decapitado si eso servía para que los asesinos pudieran entrar y matar al hombre que había acabado con sus familiares. Y así, aunque otras fuentes testimonian que Huan Yi falleció en combate, la tradición dice que Jing se encargó personalmente de cortarle la cabeza. Ya disponía de material suficiente para seducir al rey de Qin, al que envió un mensaje en ese sentido y acto seguido se puso en camino hacia Xiangyang, la capital de su reino, junto a su ayudante.

Despedidos por el príncipe y otros cortesanos, todos ataviados de blanco y con sombreros fúnebres, los asesinos se pudieron en marcha siguiendo primero el río Yi y luego el Wei. Al llegar a la ciudad procuraron moverse sin llamar la atención, sabiendo que el monarca, algo paranoico, tenía espías por todas partes; algo que, paradójicamente, les beneficiaba, pues ese recelo perenne hacía que también hubiera prohibido las armas en su presencia. Aún así, probablemente eran conscientes de que se trataba de una misión sin retorno, de ahí los ropajes de quienes acudieron a despedirles en Yan.

Cuando se presentaron ante el emperador, Qin Wuyang estuvo a punto de estropearlo todo: sudaba profusamente a causa de los nervios y eso levantó suspicacias en los presentes. Jing logró convencerlos de que se debía a la emoción de comparecer ante el Huangdi («Hijo del Cielo»; posteriormente se simplificó el título en Huang, como decíamos antes) y que no era más que un muchacho de pueblo sobrepasado por la grandeza de la corte. Sin embargo, Qin Wuyang no recibió autorización para entrar y Jiang se vio abocado a actuar en solitario.

Una versión del atentado en un libro chino de 1946/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Acercándose al soberano, que le esperaba en lo alto de un estrado, le entregó el pergamino del mapa que al desenrollarse dejó a la vista la daga, oculta en su interior. Jing la empuñó, agarró a su oponente por la manga y le lanzó una cuchillada, pero el otro consiguió esquivarla y zafarse bruscamente -se le rompió la ropa-, mientras trataba de desenvainar su espada sin conseguirlo porque el otro intentaba clavarle el puñal de nuevo. La escena se prolongó unos segundos que debieron de parecer eternos: Jing asediando a Qin Shi Huang, quien se parapetaba tras una columna, y todos los presentes contemplándolo enmudecidos y desde lejos, al tener que guardar la distancia protocolaria con su señor.

Finalmente fue Xia Wuju, el médico imperial, quien intervino de forma decisiva: arrojó contra Jing su bolsa de medicinas y le distrajo lo suficiente como para que el rey pudiera extraer su larga espada ceremonial y herir en un muslo a su atacante. Éste, inmovilizado, intentó una acción desesperada lanzándole la daga; pero falló y a cambió fue ensartado ocho veces por el rey. Antes de morir, en una postrera muestra de desprecio, Jing se sentó con las piernas abiertas y estiradas hacia él, postura considerada de extrema grosería.

Qin Wuyang no intervino en ningún momento y emprendió la huida; se ignora que pasó con él, si bien es imaginable. Entretanto el monarca, exhausto tanto por el esfuerzo como por la emoción, se sentó en el trono ensimismado y enarbolando aún su arma ensangrentada; únicamente después de un buen rato recuperó la tranquilidad, agradeciendo al doctor su oportuna iniciativa salvadora. Quizá entonces decidió entrar en el reino de Yan a sangre y fuego, enviando al distinguido general Wang Jian, el conquistador de los otros reinos, a cumplir esa misión.

Extensión del Imperio Qin/Imagen: PHGCOM en Wikimedia Commons

Considerado por el folclore moderno chino como uno de los cuatro generales más destacados del último período de los Reinos Combatientes, junto a Bai Qi, Lian Po y Li Mu, cumplió su cometido derrotando al ejército de Yan en su propia capital, la antigua ciudad de Ji, en el 226 a.C. El rey Xi, desesperado ante la catástrofe que se avecinaba, trató de apaciguar a su enemigo ejecutando a su hijo, el citado príncipe Yan Dan, quien aceptó el sacrificio para salvar el reino.

En efecto, la invasión se detuvo unos años, durante los cuales Qin se centró en la conquista de Wei y Chu. Pero una vez ocupados, Yan quedaba como el único estado que restaba para unificar China y era evidente que no podía seguir independiente más tiempo. Así que Qin Shi Huang reanudó la campaña y la consumó en el 222 a.C. El rey Xi, que se había refugiado en Liaodong, cayó prisionero; se desconoce cuál fue su destino, aunque no debió de ser muy halagüeño. Irónicamente, tampoco el del vencedor lo fue.

Y es que Qin Shi Huang sufrió más atentados, y aunque sobrevivió a todos le dejaron una profunda huella en forma de temor constante. Quiso solucionarla adoptando medidas cada vez más obsesas: no sólo cambiaba de residencia a menudo sino que solía dormir cada noche en un edificio distinto del palacio, usaba dobles para los actos públicos y contrató a alquimistas para que le buscasen el elixir de la vida. La gran paradoja está en que esto último le mató, pues la pócima que le recetaron era una mezcla de jade pulverizado y mercurio, altamente venenosa. Como legado dejó una China unificada.


Fuentes

Sima Quian, The first emperor. Selections from the historical records | Jonathan Clements, El primer emperador de China | David C. Wright, The history of China | Gregorio Doval Huecas, Breve historia de la China milenaria | Hans Beck y ‎Griet Vankeerberghen, Rulers and ruled in Ancient Greece, Rome and China | Wikipedia


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