Aunque suelen vincularse a los nazis, los campos de concentración -que no hay que confundir con los campos de exterminio- son anteriores y responden a ideas diferentes, más complejas, que los meros agrupamientos de prisioneros que se hayan hecho a lo largo de la historia. Uno de los más singulares se organizó durante la Primera Guerra Mundial, pensado para los soldados musulmanes enemigos, a los que se dispensaron unas buenas condiciones de vida con la idea de convencerlos para que iniciaran una yihad (guerra santa) contra sus antiguos aliados. Aquel sitio fue bautizado con el nombre de Halbmondlager o Campamento de la Media Luna.

El concepto moderno de campo de concentración fue creado por los españoles durante la Guerra de Cuba (1895-98). Curiosamente no para prisioneros de guerra sino para la población campesina autóctona, de manera que la guerrilla independentista no pudiera esconderse entre la gente ni avituallarse con ella. Los campos de reconcentración, como los llamaban entonces, sufrieron hambrunas y epidemias debido a la deficiente logística, por lo que terminaron suprimiéndose.

El relevo lo tomó el mundo anglosajón al año siguiente: los británicos, para recluir a los prisioneros que capturaban en su segunda guerra contra los bóers (1899-1902); los estadounidenses, para hacer otro tanto con los cautivos filipinos en el archipiélago que habían arrebatado precisamente a España. En ambos casos, muchos de ellos acompañados de sus familias, porque la diferencia fundamental entre campos de concentración y campos de prisioneros es que en los primeros pueden confinarse también civiles.

Soldados indios -entre ellos sijs y gurkhas- en un momento de ocio/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Al estallar la contienda global en 1914 el Imperio Austrohúngaro creó dos campos, Thalerholf y Terezín, para recluir a los ciudadanos rusos y ucranianos de sus territorios de Galitzia y Bucovina, temiendo que se convirtieran en una quinta columna de la Triple Entente. Tiene su punto irónico que, para los otros rusos, el Kátorga (sistema penal) del Imperio Ruso dispusiera de campos en Siberia, cuyo testigo tomaría luego el Gulag soviético, aunque en ambos casos con la particularidad de tratarse de campos de trabajos forzados.

El régimen fue duro en Thalerhof, donde fallecieron tres mil personas en el primer año por las terribles condiciones -no se construyeron barracones hasta 1915, por lo que tuvieron que afrontar el frío invernal a la intemperie- y el trato dispensado por los guardias. En el Thersenstadt de Terezín, situado en los Sudetes, una zona de predominio de etnia germana, se adaptó la fortaleza local para campo; sin embargo, la verdadera fama le llegaría en 1940, cuando la región fue anexionada por los nazis y reabrieron el campo para los judíos.

Se abrieron más campos en la Primera Guerra Mundial, obviamente, y el pueblo de Zehrensdorf, en el entorno de Zossen, ciudad del estado de Brandeburgo, fue evacuado entre 1909 y 1910 -hoy sigue vacío- para construir allí dos, debido a que ésa era una región de asentamiento eslavo desde mucho tiempo atrás. Uno de ellos fue el de Weinberg, donde la mayoría de los presos eran musulmanes rusos, aunque luego se reubicó allí también a unos ochenta indios -sijs e hindúes-, medio centenar de irlandeses e incluso un par de aborígenes australianos trasladados desde Inderlager, («Campamento de Indios», nombre debido a su mayoría étnica), un subcampo de otro mayor situado no muy lejos, en el municipio de Wünsdorf.

Retrato de Max von Oppenheim, por Egon Joseph Kossuth (1927) | foto dominio público en Wikimedia Commons

Este último era Halbmondlager, cuyas insólitas peculiaridades lo hacían único. Como decíamos al comienzo, su peculiaridad estribaba en que allí se concentró a cinco o seis millares de prisioneros musulmanes de los ejércitos Aliados que tenían una característica común y contrapuesta: no simpatizar con el Imperio Británico pese a combatir en su ejército. De hecho, los prisioneros de esas etnias que sí estaban plenamente convencidos de luchar en ese bando no fueron llevados a Halbmondlager sino repartidos por otros campos; los irlandeses también se trasladaron al encontrarse incómodos conviviendo con los mahometanos, tanto por su deslealtad como por cierto racismo, según los testimonios que dejaron.

El responsable de poner en marcha aquella iniciativa fue el barón Max von Oppenheim, un abogado nacido en Colonia en 1860 que se aficionó a la arqueología tras leer un volumen de Las mil y una noches que le regalaron una Navidad. Después de cumplir el servicio militar empezó a coleccionar arte oriental, se estableció siete meses en El Cairo para aprender árabe, conviviendo con los lugareños, interesándose por los beduinos y estudiando el islam. Viajó por Egipto, el norte de África y la India, visitó Constantinopla y contó esa experiencia en un libro titulado Vom Mittelmeer zum Persischen Golf, que años después elogió Lawrence de Arabia.

En 1895 quiso unirse al cuerpo diplomático, pero su ascendencia judía paterna se lo impidió y únicamente consiguió un puesto de agregado en el consulado de El Cairo, donde pasó los siguientes trece años. Dada la escasa actividad que requería aquel destino, se pasaba el tiempo viajando, lo que levantó las sospechas de británicos y franceses, que le acusaron de incitar a los musulmanes a la rebelión anticolonial. En realidad, el gobierno alemán siempre ignoró sus informes.

La mezquita del campo | foto dominio público en Wikimedia Commons

En 1899, mientras trabajaba en la apertura de una línea férrea entre Alepo y Damasco, descubrió unas ruinas en Tell Halaf (Siria, cerca ya de la frontera turca) y decidió que algún día las excavaría. Tuvo que esperar hasta 1907, cuando abandonó definitivamente su carrera diplomática para llevar a cabo una campaña arqueológica en la que se identificaron aquellos restos con la antigua ciudad aramea de Guzana, aunque también halló cerámica neolítica de la cultura Halaf. En 1913 regresó a Alemania y el estallido de la contienda le impidió volver a excavar.

En noviembre de 1914 el sultán Mehmed V llamó a los fieles a una yihad para defender el Imperio Otomano. Oppenheim fue enviado a Constantinopla para colaborar, mostrándose partidario del panislamismo (la unión de todos los musulmanes en un estado islámico). En otro viaje coincidió con el entonces príncipe Faisal, al que intentó atraer hacia las Potencias Centrales sin saber que su padre, el rey Hussein, había negociado ya con los británicos. Al parecer, el objetivo de Oppenheim era provocar una yihad generalizada; un informe Aliado le hizo responsable de aplaudir desde una mezquita el genocidio armenio de 1915.

No resulta extraño, pues, que los árabes le apodaran Abu Jihad («Padre de la Guerra Santa») y que, visto el fracaso obtenido en el Próximo y Medio Oriente, idease probar algo parecido en Europa con los prisioneros de guerra. A las autoridades germanas les resultó interesante la propuesta estratégica de que el mundo musulmán se alzase contra el dominio británico y francés en Oriente Medio, Próximo y África, originando un nuevo frente que obligaría a desviar tropas allí con la repercusión que eso tendría en la marcha de la guerra. Consecuentemente, se inauguró Halbmondlager como un primer paso.

Shaykh Sâlih al-Sharîf fotografiado en 1906/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Como al fin y al cabo se trataba de prisioneros, debían estar encerrados tras alambradas y custodiados; pero, por lo demás, la vida en aquel campo distaba mucho de la de otros en cuanto a condiciones. Se les proporcionaba comida abundante, se respetaba el Ramadán, se les entregaban corderos para la fiesta Eid al Adha y no había maltrato físico. Asimismo se procuraba facilitarles la práctica de su religión las preceptivas cinco veces al día, hasta el punto de que allí se construyó la primera mezquita de Alemania: terminada en julio de 1915 con la forma exterior de la Cúpula de la Roca (de Jerusalén), sin embargo era un edificio de madera pequeño, de doscientos cuarenta metros cuadrados.

Ya tenían edificio, pero hacía falta también un líder espiritual y la responsabilidad recayó en Shaykh Sâlih al-Sharîf, un tunecino que formaba parte de los servicios de inteligencia del Imperio Otomano y ejercía de mano derecha de Oppenheim. Porque éste se instaló en una oficina anexa al recinto para dirigir y encauzar la actividad propagandística que se iba a aplicar hacia los reclusos, además de abrir las puertas de Halbmondlager a antropólogos, artistas, lingüistas, orientalistas y estudiosos en general de la cultura islámica.

Por ejemplo, el famoso etnomusicólogo y arabista Robert Lachmann, que trabajaba en el campo como intérprete, obtuvo bastante material para sus investigaciones (irónicamente, en 1935 tuvo que dejar la Alemania nazi porque su padre era judío). Asimismo el filólogo Wilhelm Doegen, de la Comisión Fonográfica Real de Prusia, realizó grabaciones de historias, canciones y poemas para su proyecto de registrar manifestaciones folklóricas de todo el mundo; todavía se conservan en la Humboldt-Universität zu Berlin.

Prisioneros musulmanes en Halbmondlager, durante la oración/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

También las artes plásticas se beneficiaron. El pintor Hans Looschen usó reclusos como modelo y el grabador Hermann Struck realizó una serie de litografías titulada Kriegsgefangene (Prisioneros de guerra), mientras que el arquitecto Otto Stiehl, que era uno de los soldados germanos con destino en Halbmondlager, hizo otro tanto con fotografías: Unsere Feinde. 96 Charakterköpfe aus deutschen Kriegsgefangenenlagern (Álbum de fotos nuestros enemigos. 96 rostros de personajes de campos de prisioneros de guerra alemanes).

Incluso se rodaron un par de películas, una documental en 1919 y un año antes otra de ficción titulada Der gefangene von Dahomey («El prisionero de Dahomey»), dirigida por el cineasta Hubert Moest, en la que los reclusos interpretaban a tropas coloniales francesas torturando a un soldado alemán; al parecer, el Etnologische Museum (Museo de Etnología de Berlín) proporcionó parte del atrezzo, incluyendo un látigo de piel de hipopótamo.

Al mismo tiempo, Oppenheim intentó ganarse a los prisioneros indios. Al fin y al cabo, hasta 1915, había estado al frente de la Nachrichtenstelle für den Orient (Oficina de Inteligencia para el Este), una agencia estatal adjunta al Ministerio de Asuntos Exteriores cuyo objetivo consistía en instigar agitaciones subversivas nacionalistas en las colonias y territorios satélites británicos: India, Egipto, Persia…

Prisioneros musulmanes árabes, africanos y tártaros/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Entre los miembros y colaboradores de dicha Oficina figuraban Franz von Papen -futuro canciller durante la República de Weimar- y varios orientalistas como Eugen Mittwoch, Friedrich Schraeder, Max Rudolf Kaufmann, Nahum Goldman; irónicamente, muchos de ellos eran judíos y más tarde, al implantarse el régimen nazi, tuvieron que exiliarse en algunos de los países contra los que conspiraron, caso de Gren Bretaña o EEUU.

Oppenheim también obtuvo la cooperación del Indisches Unabhängigkeitskomitee o Comité de Berlín, una organización de políticos y estudiantes indios residentes en Alemania que promovía la independencia de la India y alentaba a atentar contra los funcionarios coloniales británicos. La llamada Conspiración indo-alemana, a la que ya dedicamos un artículo, fue responsabilidad del Comité y aglutinó en sus acciones a indios e irlandeses. Como vimos al comienzo, en Halbmondlager había presos de unos y otros, siendo la misión del Comité editar allí y repartir entre los reclusos un periódico propagandístico llamado Hindostan y redactado en las lenguas urdu e hindi; por supuesto, también hubo uno en árabe, el Al-Dschihad.

¿Qué resultados obtuvo el plan de Oppenheim para los internos de aquel campo de concentración? Inicialmente las cosas pintaron bien y unos tres mil prisioneros aceptaron incorporarse el ejército alemán para combatir en Oriente Medio y el norte de África. Sin embargo, el esfuerzo no dio el fruto esperado. En general, esas regiones se mantuvieron fieles al Imperio Británico y Francia porque al que consideraban opresor era el Imperio Otomano, aliado de las Potencias Centrales. Ello desanimó a los musulmanes reclutados, que tendieron a mostrar un comportamiento poco disciplinado e indolente.

Aunque se sabe que, como decíamos antes, el Comité de Berlín llevó a cabo varias operaciones de sabotaje y lucha armada, no hay datos concretos sobre si los indios del campo tomaron parte en ellas o siquiera aceptaron unirse a Alemania, ya que eran muchos menos. En cualquier caso, en 1917 se consideró que el experimento ya había durado suficiente y que quien no estuviera todavía convencido ya no lo iba a estar, así que los aproximadamente dos millares de prisioneros que se negaron fueron trasladados a Rumanía para realizar trabajos forzados agrícolas. Eso supuso de facto el final de Halbmondlager.

El cementerio de Halbmondlager actualmente/Imagen: Asif Masinov en Wikimedia Commons

Oppenheim se instaló en Berlín y se dedicó a preparar la publicación de los resultados de sus excavaciones, fundando el Orient-Forschungsinstitut en 1922. Cinco años más tarde regresó a Tell Halaf e hizo nuevos descubrimientos; el material rescatado es la base de la colección del Museo Nacional de Alepo, que él mismo contribuyó a crear. Hizo otro en Berlín, pero muchas de sus piezas se perdieron en un bombardeo durante la Segunda Guerra Mundial. A la contienda llegó sorprendentemente cómodo, teniendo en cuenta que su padre era judío; sus poderosas amistades salvaron los problemas con el régimen nazi. Falleció en 1946.

Del campo de concentración no queda apenas nada. La mezquita tuvo que ser demolida en 1925 al hallarse en muy mal estado, por lo que lo único visitable son los cementerios en los que se enterró a los dos centenares de prisioneros indios (del total de ciento sesenta mil soldados procedentes de la India británica que lucharon en Europa) que habían sido repartidos entre Halbmondlager y otro campo cercano llamado Weinberg (donde la mayoría de los presos eran musulmanes rusos, aunque luego se ubicó allí también a los irlandeses), cerca de Zehrensdorf, pueblo evacuado entre 1909 y 1910 cuando se construyeron allí las instalaciones militares y hoy vacío.

Según informes oficiales, durante la guerra también fueron enterrados allí cuatrocientos doce soldados rusos (en su mayoría tártaros musulmanes), dos centenares y medio de norteafricanos, ochenta y seis franceses, dos belgas, un inglés y un turco. No obstante, sus restos probablemente fueron trasladados después de la contienda -el área fue usada por el ejército soviético en tiempos de la RDA- y hoy solo quedan dos piedras conmemorativas de esos caídos. Respecto al campo de concentración, en 2015 se acometió una campaña de excavaciones con motivo del centenario de su inauguración.


Fuentes

Lionel Gossman, The passion of Max von Oppenheim. Archeologie and intrigue in the Middle East from Wilhelm II to Hitler | VVAA, The world in world wars: experiences, perceptions and perspectives from Africa and Asia | Recherche Das Halbmondlager (en Digging Deep Crossing Far) | Zossen Prisoner of War Camp in WW1 (en irishbrigade.com) | Wikipedia


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