Casi se hace raro no conocer a alguien que haya pasado unas vacaciones en sitios cuyos nombres ya resulta familiar oír incluso a quien todavía no ha estado allí, como Faro, Albufeira o Portimao, por citar sólo algunos. Son nombres que podrían sintetizar el atractivo de una región de Portugal, la más meridional, que hace ya mucho que es uno de los destinos turísticos más apetecibles y exitosos de Europa: el Algarve, del que una rica gastronomía y una vibrante cultura artesanal tradicional constituyen, quizá, sus dos principales señas de identidad.
Ligado al Algarve hay un sugestivo relato sobre el hospitalario trato de sus gentes y un atractivo general que se puede desgranar hasta el infinito: trescientos días de sol anuales; pocas lluvias; doscientos kilómetros de litoral con playas interminables; ciudades cargadas de historia; la variada oferta de ocio; la tranquilidad relajante de la Costa Vicentina; la animación cosmopolita de la zona central; la belleza de rías, marismas y otros muchos enclaves naturales; el complemento de hacer turismo especializado (golf, balnearios y spas, etc).
Gastronomía
El turismo gastronómico constituye uno de los puntos fuertes del Algarve. Famosa por su marisco fresco y el pescado recién capturado en el Atlántico, la cocina algarvina no se pierde en platos complicados ni elaboraciones de diseño; recurre a una tradición culinaria en la que los productos del mar son los protagonistas indiscutibles, ya sean solos a la brasa, ya acompañados de verduras o arroz, ya integrados en guisos caldosos, de los que el ejemplo más renombrado y ubicuo -raro restaurante no lo ofrece- es la cataplana.
Igual que en pasa en España con la paella, en realidad la cataplana es el recipiente, una especie de cazuela de cobre, latón, acero o aluminio, con tapa, en la que se elabora al vapor el plato en cuestión acompañado de guarnición o patatas. Son especialmente demandadas la de almejas, marisco o pescado (a menudo rape u otros, aunque el atún se puede probar en muxama -mojama. es decir, salado y secado-, como curiosidad), a veces juntando ambas posibilidades; y si no se está por los productos de la mar, incluso las hay de carne (principalmente cerdo).
Claro que el carnívoro irredento acaso se decante de mano por el pollo al piri-piri, sea por gusto, porque también se oferta en todos los menús o por su divertido nombre (que alude a la salsa con que viene regado, ligeramente picante, de chiles mezclados con vinagre, aceite de oliva, ajo y laurel).
O quizá recurra a algún grelhado, expresión portuguesa para designar la cocina a la parrilla, lo que esto hace que las posibilidades no se limiten al mencionado cerdo a al cordero, sino que se extiendan también a los pescados: besugo, lubina, jurel… Eso sí, hay que hacer una mención especial al grelhado de sardinas, que guarda bastante similitud con las que se hacen con técnica parecida en el sur de España. Y no, no nos olvidamos de otro típico plato algarvino de pescado: el arroz de pulpo.
Si un visitante se aleja un poco de la costa para adentrarse en el Algarve interior, verá incrementarse la carta con platos más contundentes, desde el guiso de garbanzos con carne, pasando por recetas de asado de caza (jabalí, liebre, perdiz) o granja (cabrito al horno, arroz con pato). También se puede optar por algo más liviano pidiendo arjamolho, la versión portuguesa del gazpacho.
¿Y qué pasa con los golosos? La lista de postres no les defraudará, empezando por el Dom Rodrigo, que se encuentra preferentemente en las confiterías y consiste en hilos de yema de huevo y almendra; siguiendo por el morgado, hecho con almendras, azúcar y agua; la mermelada de gila, que se elabora con calabaza gila y azúcar en una proporción de 4/3; la mermelada de huevo, a base de yemas de huevo y azúcar a partes iguales; las hebras de huevo, que se hacen hirviendo yemas de huevo en almíbar de azúcar; o los doce finos del Algarve, especie de mazapanes rellenos.
Artesanía
La artesanía algarvina recoge una tradición que se remonta a muchos siglos atrás. La confección de productos a mano supone algo más que comerciar simples recuerdos de viaje a los visitantes; es una verdadera expresión del arte costumbrista local y se plasma en cosas tan típicamente portuguesas como los azulejos pintados (otra herencia musulmana que siguió su propia evolución), pero también en otras como el menaje fabricado en cobre, del que la pieza estrella es, por cierto, la reseñada cataplana (las hay en muchas tiendas, por si alguien se anima a probar la cocina a la vuelta de las vacaciones).
El suelo arcilloso proporciona una materia prima perfecta para la alfarería (el asador de barro es un clásico) y otro tanto hace la vegetación para la cestería, siendo el trabajo en mimbre, que se lleva a cabo con una técnica denominada empreita, uno de los característicos de la región de un tiempo a esta parte, sobre todo en hoja de palma. El entorno natural también facilita otros recursos, de los que cabe destacar el corcho (Portugal es el primer productor mundial), la madera (de olivo) y el lino, a los que hay que sumar la jabonería y derivados.
Ahora bien, la compra no es la única opción que tiene el curioso en lo referente a la artesanía; también puede participar directamente en la experiencia de aprender las artes tradicionales en talleres que enseñan a elaborar cerámica, cestas de palma y otras cosas. De hecho, los artesanos locales están tan encantados de compartir sus conocimientos y técnicas como lo estará el cliente al poder llevarse una pieza única de su propia creación.
Esa oferta de aprendizaje se hace extensiva a la cocina, de la mano de chefs algarvinos, de manera que uno no regresa sólo con lo material sino también con un conocimiento cultural nuevo. Al fin y al cabo, el turismo creativo puede perfilarse como otro nicho de ocio y el Algarve, tan cercano, tan vecino, puede ser el sitio perfecto para empezar.
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