Es un recurso clásico, en los mitos y leyendas fundacionales, el del personaje traidor que facilita la invasión a un enemigo. El caso paradigmático en España sería el del comes Julianus o conde don Julián, aquel gobernador de Ceuta que abrió las puertas de la península ibérica a los musulmanes como aliados de Witiza, el pretendiente al trono de don Rodrigo, aprovechando la ocasión para quedarse. No se sabe si don Julián era visigodo o amazig (bereber), pero una tercera posibilidad es que fuera un exarca (gobernador) bizantino, lo que lo asemejaría a un homólogo que tiene en la historia de Sicilia: Eufemio de Mesina, quien pidió ayuda a las tropas islámicas para expulsar a los bizantinos de Sicilia y Malta, consiguiendo con ello que conquistaran esas islas.
Sicilia fue provincia romana durante setecientos años, hasta que la caída del Imperio Romano de Occidente supuso su ocupación por varios pueblos germánicos: los vándalos de Genserico, los hérulos y los ostrogodos. Estos últimos terminaron expulsados por el general Belisario, siguiendo el plan del emperador bizantino Justiniano I para restaurar el orden romano en el Mediterráneo. Así, salvo por un nuevo interludio protagonizado por el ostrogodo Totila, la isla permaneció bajo la órbita de Constantinopla hasta el siglo IX e incluso de libró de las invasiones lombardas.
Con Malta pasó algo parecido. Posesión púnica desde el segundo milenio antes de Cristo, la caída de Cartago en el siglo III a.C. supuso su traspaso a manos romanas como municipium, feodorata civitas y base naval. Ese uso también se lo dieron los bizantinos al hacerse con su control en el año 533 d.C. y acabar con las incursiones vándalas. Parecía que el pequeño archipiélago iba a escapar de la expansión musulmana, ya que la Hispania visigoda y otras zonas mediterráneas habían caído en su poder en el 711 y un siglo más tarde los malteses seguían ajenos a su cada vez mayor sombra, pero el mencionado Eufemio de Mesina cambió las cosas.

Irónicamente, era el mismo hombre que, en su condición de turmarca (almirante) de la flota bizantina local, había devastado el litoral de Ifriquía (el norte de África, básicamente Túnez y parte de Libia), apoderándose de un rico botín y numerosos barcos; así lo cuenta al menos el historiador árabe Ali ibn al-Athir en su crónica al-Kamil fi at-Tarikh. Como parece indicar su nombre, Eufemio, un acaudalado y culto terrateniente, había nacido en Mesina en torno al año 800 y había sido nombrado para ese cargo por el gobernador y estratego del thema (provincia) de Sicilia, el patricio Constantino Soudas.
Pero esa fulgurante carrera se iba a ver interrumpida bruscamente por un oscuro episodio. Estaba Eufemio aún embarcado en sus razias navales cuando Soudas recibió del emperador Miguel II el Tartamudo (o el Amoriano) la orden de destituirlo y arrestarlo. ¿La razón? Otros optimates (aristócratas conservadores) insulares le acusaron de raptar de su convento a una novicia llamada Omoniza y tomarla por esposa, por lo que los hermanos de ésta protestaron ante la corte y exigieron que se le castigara cortándole la nariz.
Ésa es la versión que da Teófanes Continuatus, un manuscrito del siglo XI compuesto por cuatro obras historiográficas de diferentes autores. En cambio, el Chronicon Salernitanum, una historia anónima del Principado de Salerno escrita en el siglo X, cuenta que Eufemio estaba comprometido previamente con Omoniza pero la mano de ésta fue entregada a otro caballero por el gobernador, previo soborno. El carácter romántico del asunto hace dudar de ambas versiones y parece más probable que la caída de Eufemio se debiese al recelo que levantaba su creciente poder, derivando todo hacia una rebelión.

De hecho, el Teófanes reseña que varios notables se pusieron del lado de Eufemio, una señal de descontento tan inequívoca como que ya se habían dado casos de insurrección contra el dominio bizantino anteriormente: en el 718 (la revuelta de Basilio Onomagoulos, militar al servicio del gobernador siciliano que se autonombró emperador al llegar la falsa noticia de que Constantinopla había caído en manos musulmanas) y en el 781 (el levantamiento del gobernador Elpidio, quien fue acusado de conspirar contra la emperatriz Irene de Atenas y tuvo que refugiarse en el Califato Abásida, desde donde también se autoproclamó emperador).
Por tanto, Eufemio habría tratado de aprovechar la debilidad que pasaba el Imperio Bizantino tras otra rebelión reciente, la de Tomás el Eslavo (un militar originario del Ponto que se alzó en armas apoyado por los themas orientales y los abásidas, llegando a sitiar Constantinopla antes de ser derrotado y ejecutado), y la conquista de Creta por los musulmanes. Que su campaña por Ifriquía no obedeciera a un plan estratégico bizantino sino a su propia iniciativa, en oposición a a la política de statu quo que Miguel II quería seguir en el Mediterráneo occidental, fue otro elemento de peso para considerarlo peligroso.
Sea como fuere, en el 823, al regreso de su campaña naval, Eufemio se enteró de que iba a ser detenido y pasó a ser un rebelde contra la autoridad imperial. Anticipándose a Constantino Soudas, navegó hasta Siracusa, expulsó al gobernador local y se apoderó de la ciudad, recibiendo pronto numerosos apoyos de toda la isla gracias a su carisma. Constantino pasó de perseguidor a perseguido y finalmente, fue apresado y ejecutado. Libre de superiores, Eufemio se proclamó emperador de una Sikelia independiente y ejerció el gobierno sobre la mayor parte de Sicilia, si no toda, gracias a la aceptación popular.

Obviamente, Miguel II no se quedó de brazos cruzados y en el 826 envió una expedición al mando de un nuevo gobernador al que las fuentes griegas llaman Fotino y las árabes Constantino; al parecer se trataba de un veterano militar que había combatido en Creta. La inminente llegada de aquella fuerza debió de intimidar a dos de los más estrechos aliados de Eufemio hasta entonces: un tal Balata (posiblemente ese nombre sea una corrupción árabe del término usado para algún cargo), al que otros se refieren como Platón, y el primo de éste, Miguel, comandante de Palermo.
La misión de Balata era extender el dominio efectivo del nuevo emperador hacia el oeste de la isla, pero, en lugar de hacerlo, él y su primo denunciaron la usurpación del título imperial por parte de Eufemio y marcharon contra Siracusa, derrotando a Eufemio y tomando la ciudad. Traicionado por los que consideraba sus principales apoyos, y dado que en breve llegarían las tropas bizantinas enviadas desde Constantinopla, Eufemio tuvo que tirar la toalla y emprender la huida. Siguiendo el ejemplo del citado Elpidio, buscó refugio en Ifriquía.
Apenas desembarcó envió una delegación a Cairuán, donde estaba la corte aglabí (la primera dinastía autónoma dentro del califato), proponiendo al emir Ziyadat Alá I pagarle un tributo anual a cambio de su ayuda para reconquistar Sicilia. A Zidayat le venía que ni pintada la oferta, ya que el emirato pasaba por tensiones internas étnicas entre árabes y bereberes, e incluso se había tenido que sofocar con gran esfuerzo una revuelta del yund (grupo árabe dominante), por lo que una yihad (guerra santa) se perfilaba como un buen sistema para alcanzar la unión contra el extranjero.

En realidad no era la primera vez que el islam intentaba dar el salto a Sicilia; el califa Otmán había probado en el año 652 y con éxito, si bien se trató más de una razia en busca de botín que una invasión propiamente dicha y los árabes se fueron poco después. Lo que ocurre es que resultó tan satisfactoria que la conquista de Cartago, poco más tarde, les otorgó una base de operaciones perfecta para continuar realizando incursiones. No obstante, la planeada por Eufemio y Ziyadat iba más lejos en ambición y complejidad.
El emir puso al frente de la expedición al cadí Asad ibn al-Furat -algo insólito porque ambos cargos eran incompatibles a priori- y le entregó diez mil infantes y setecientos jinetes, más casi un centenar de barcos, todo ello engrosado con la flota de Eufemio. El ejército desembarcó en el suroeste siciliano en la segunda mitad de junio del 827, entablando contacto con los leales a Eufemio… sólo que, pese a llevar éstos una rama identificativa en sus cascos, fueron tomados por bizantinos y atacados. A Asad no le importó demasiado la confusión porque estaba dispuesto a emprender la conquista con o sin aliados.
Quizá en ese momento Eufemio se percató del error que había cometido pactando con los islámicos. En cualquier caso no tenía vuelta atrás y las fuerzas del emirato continuaron avanzando, derrotando a Balata (que les salió al paso, acaso porque se le hubiera nombrado gobernador, y tuvo que escapar a Calabria para reunir más efectivos, aunque murió antes), mientras Miguel permanecía atrincherado en Palermo. Asad planeaba tomar Siracusa, aunque una embajada de ésta se mostró dispuesta a pagarle un tributo a cambio de no hacerlo. Asad aceptó pero se trataba de una treta de los siracusanos para ganar tiempo; una vez fortalecidas sus defensas, se negaron a hacer el pago.

Consecuentemente, los musulmanes sitiaron la ciudad. El dux de Venecia, Giustiniani Participazio, envió contingentes de socorro; sin embargo, fue la naturaleza la que salvo a los asediados, ya que en la primavera de 828 las malas condiciones de salubridad y la falta de víveres propiciaron un brote epidémico que mató a Asad. La llegada de una flota bizantina persuadió a su sucesor, Muhammad ibn Abu’l-Jawari, para levantar el asedio y regresar a África. Como la flota bizantina se lo impedía, los musulmanes quemaron sus naves, conquistaron el castillo de Mineo y dividieron sus fuerzas.
Una parte capturó Agrigento y la otra marchó sobre Castrogiovanni (actual Enna). Eufemio, que pese a su descontento iba con los segundos con la idea de beneficiarse cuanto pudiera de sus triunfos militares, se reunió con emisarios de la urbe para negociar el reconocimiento de su autoridad imperial y puede que enfrentarse juntos a los islámicos. Pero compareció con una escolta tan exigua que los otros no desaprovecharon la ocasión y lo mataron a puñaladas. Se ignora qué pasó después con sus partidarios.
Como epílogo cabe añadir que la ayuda bizantina, encabezada por el strategos Teodoto, estuvo a punto de expulsar de la isla al invasor; sin embargo, él cayó en combate, sus enemigos recibieron refuerzos procedentes del Emirato de Córdoba y el otro cuerpo aglabí logró apoderarse de Palermo, dejando bajo su dominio un tercio de Sicilia. La conquista completa aún llevaría años, pues no concluyó de facto hasta el 878, con la caída de Siracusa y Malta. El último reducto fue Taormina, tomada en el 902, estableciéndose el Emirato de Sicilia.
Fuentes
Michele Amari, Storia dei musulmani di Sicilia | Alex Metcalfe, The Muslims of Medieval Italy | Jamie Mackay, The invention of Sicily. A Mediterranean history | A very brieg history of Sicily (Universidad de Stanford) | Vasiliev, A.A., The struggle with the Saracens (867-1057) (en The Cambridge Medieval History, Vol. IV: The Eastern Roman Empire, 717–1453) | Wikipedia
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