El actor Peter Ustinov obtuvo su primera nominación al Óscar en 1952 (y ganó el Globo de Oro ese mismo año) interpretando en ¿Quo vadis? a un Nerón estrafalario y simpático que alcanza el momento cumbre de la película cantando y tocando la lira mientras contempla el incendio de Roma, que él mismo ha provocado para inspirarse artísticamente y reconstruir la ciudad a su gusto. En otro film estrenado nueve años después, Barrabás, el personaje que representa Anthony Quinn cree que el fuego es obra de los cristianos y decide extenderlo para congraciarse con ellos. Son sólo dos ejemplos cinematográficos de lo que históricamente ha dado de sí aquella catástrofe, polémica y controvertida ya en su época.
De hecho hay diferentes versiones sobre el incendio y en casi todas recae la culpa sobre Nerón, bien porque quería reconstruir la ciudad, bien para que las llamas le sirvieran de inspiración musical. A su vez esas versiones se subdividen y en una se acusó a los cristianos como cabeza de turco mientras que en otra sí habrían sido ellos los responsables. Por último, está la que se considera más probable al apoyarse en indicios arqueológicos y que exculpa al emperador: se trató de un incendio accidental y él ni siquiera estaba en Roma.
«Él prendió fuego a la ciudad de Roma para contemplar la imagen de ese espectáculo, tal como se había quemado una vez Troya cuando fue tomada» narra Eutropio en su Breviarium historiae romanae. El problema es que este historiador vivió tres siglos más tarde y tuvo que basarse en lo que escribieron otros antes. Por ejemplo Tácito, que es quien más se extiende sobre el suceso en ocho capítulos de sus Anales pero que, contrariamente a Eutropio, era sólo un niño cuando ocurrió, por lo que también tuvo que recurrir a otras fuentes, quizá informes oficiales. Tácito no responsabiliza a Nerón y le sitúa en Antium (Anzio) al empezar el fuego, al igual que explica que su famosa interpretación musical no fue más que un rumor popular:
Medidas que, aunque dirigidas al pueblo, no le sirvieron de nada, ya que se había corrido el rumor de que en el mismo momento en que ardía la ciudad se había subido al escenario del palacio y había comenzado a cantar la caída de Troya, asimilando los desastres presentes en el luto antiquísimo.
La confusión existente es consecuencia, pues, de que las fuentes coetáneas son escasas y escuetas. Contrastando con Tácito, el historiador Suetonio ofrece una visión acusatoria hacia Nerón considerada por los expertos llena de contradicciones y exageraciones. Cuenta en su Vida de los doce césares:
Desagradándole, decía, el mal gusto de los edificios antiguos, la angostura e irregularidad de las calles, hizo prender fuego a la ciudad, y tan descaradamente, que algunos consulares, sorprendiendo en sus casas esclavos de su cámara con estopas y antorchas, no se atrevieron a detenerles (…) Estos estragos duraron seis días y seis noches, y el pueblo no tuvo otro refugio que los monumentos y las sepulturas. Además de infinito número de casas particulares, consumió el fuego las moradas de los antiguos generales, adornadas aún con los despojos del enemigo; los templos consagrados a los dioses por los reyes de Roma o construidos durante las Guerras Púnicas y las de la Galia; en fin, todo lo que la Antigüedad había dejado de curioso y memorable. Nerón contempló el incendio desde lo alto de la torre de Mecenas, encantado -decía- de la hermosura de las llamas y cantó en traje de teatro la toma de Troya.
Dión Casio sigue también esa línea en su Historia de Roma:
Mientras los demás romanos se debatían en su máxima desesperación y algunos de ellos, presas del dolor, se arrojaban a las llamas, Nerón subió al punto más alto del Palatino, desde donde podía abarcar con la vista la mayor parte del incendio, y vestido con el atuendo de un lírico, cantó la ruina de Roma.
De otros autores, como Fabio Rústico o Marco Cluvio Rufo, no se conservan sus escritos, mientras que Plinio el Viejo reseña el episodio tan superficialmente que no pasa de mero enunciado (al hablar de la edad de unos árboles dice que duraron «ad Neronis principis incendia«, es decir, hasta el incendio del emperador Nerón). Publicaciones posteriores, como las de Paulo Orosio (Historiæ adversus paganos) o incluso San Jerónimo, no pueden sustraerse a la imagen negativa de Nerón por culpar a los cristianos y le atribuyen a él la culpa del fuego. Curiosamente, otros nombres coetáneos como Plutarco, Séneca o Dión Crisóstomo ni siquiera mencionan el incendio.
¿Cómo se desarrolló éste? Empezó en la zona adyacente al Circo Máximo la ante diem XV Kalendas Augustas, anno DCCCXVII ad Urbe condita, es decir, la noche del 18 al 19 de julio del año 64 d.C. y con luna llena, cabe detallar. Por tanto, el emperador llevaba una década en el trono, pues había sido proclamado en octubre del 54, con sólo diecisiete años de edad. Tácito, que como decíamos es la fuente principal, explica gráficamente:
Allí, por las tiendas en las que había mercancías idóneas para alimentar el fuego, en un momento estalló y creció el incendio, y azuzado por el viento cubrió toda la longitud del Circo. En efecto, no había por medio casas protegidas por recintos resistentes, ni templos rodeados de muros, ni cosa alguna que pudiera representar un obstáculo.
Tres de los catorce distritos resultaron completamente arrasados: el Regio III Isis et Serapis, el X Palatinum y el XI Circus Maximus. Otros siete quedaron en ruinas y únicamente se salvaron el I Capena, el V Esquiliae, el VI Alta Semita y el XIV Transtiberim. Las llamas estuvieron activas seis días -más otros tres circunscritas ya al Campo de Marte, al reavivarse el fuego cuando ya estaba prácticamente extinto- y ardieron unas cuatro mil insulae (grandes bloques de viviendas) más ciento treinta y dos domus (casas unifamiliares), dejando a unos doscientos mil habitantes sin techo, aparte de provocar millares de muertos. El registro arqueológico ha dado ejemplos de la intensidad del fuego al encontrarse muebles metálicos parcialmente fundidos.
Como se ha visto en los textos reseñados, la fisionomía urbana favoreció el desastre al estar las manzanas muy cercanas entre sí, abundar la madera en las construcciones arquitectónicas y emplearse candiles o lucernas abiertas para iluminar, calentar o cocinar. De hecho, la facilidad de propagación era tal que se conocen varios incendios previos, aunque ninguno tan virulento; los más importantes fueron los de los años 390 a.C. (motivado por la toma de la ciudad por los galos), 213 a.C. (en los foros Boario y Olitorio) 27 d.C. (en la colina Celio, motivó la reconstrucción de Roma por Tiberio), 36 d.C. (en el Aventino) y 54 d.C. (en el Campo de Marte, dirigiendo Claudio personalmente la extinción).
Posteriormente también hubo, como es lógico: en el 69 d.C., el que provocó la lucha entre partidarios de Vitelio y Vespasiano consumió el Capitolio; en el 80 d.C., Tito también tuvo que afrontar uno; el del año 190 d.C. motivó que Cómodo quisiera refundar Roma con el nombre de Colonia Commodiana; y en el 283, reinando Carino, la zona afectada fue la centro, con el Foro Romano como parte más dañada. No resulta extraño que, ya en el siglo I a.C., un oscuro senador llamado Marco Egnacio Rufo había creado un cuerpo de bomberos específico que relevaba a los que se encargaban de esa tarea hasta entonces, los triumviri nocturni (vigilantes nocturnos), sin contar el servicio privado que ofrecía Marco Licinio Craso en su propio beneficio.
Augusto asumió y oficializó la iniciativa de Rufo estableciendo siete cohortes de Vigiles, quienes compatibilizaban la extinción de incendios con el mantenimiento del orden público y disponían de excubitoria -cuarteles y puestos de guardia- en cada uno de los distritos. Lamentablemente, el caos urbanístico que sufría Roma limitaba mucho su capacidad de actuación y, a menudo, cuando llegaban era demasiado tarde, como narra Tácito:
El incendio se propagó impetuoso, primero por las partes llanas, luego subiendo a las alturas para devastar después nuevamente las zonas más bajas; y se adelantaba a los remedios por lo rápido del mal y porque a ello se prestaba la Ciudad, con sus calles estrechas que se doblaban hacia aquí y hacia allá y sus manzanas irregulares, tal cual era la vieja Roma. Se añadían además los lamentos de las mujeres aterradas, la incapacidad de los viejos y la inexperiencia de los niños, y tanto los que se preocupaban de sí mismos como los que lo hacían por otros, arrastrando o aguardando a los menos capaces, unos con sus demoras, los otros con su precipitación, ocasionaban un atasco general.
En este caso los Vigiles incluso se habrían encontrado algo insólito: individuos que propagaban intencionadamente el fuego, si hacemos caso al relato de Tácito (que asimismo refrenda Suetonio, como vimos). También los Vigiles demolieron edificios a manera de cortafuegos, como hicieron en el Esquilino, que es donde las llamas finalmente se detuvieron; ¿serían confundidos con malhechores?
Y nadie se atrevía a luchar contra el incendio ante las repetidas amenazas de muchos que impedían apagarlo, y porque otros se dedicaban abiertamente a lanzar teas vociferando que tenían autorización, ya fuera por ejercer más libremente la rapiña, ya fuera porque se les había ordenado.
Sin embargo, decíamos, Tácito dice que Nerón retornó desde su villa de Antium al enterarse de que las llamas se acercaban a su residencia, formada por el palacio y el jardín de Mecenas, parte del cual acabó arrasado. Entonces mandó abrir lo que quedaba a las gentes que huían, al igual que hizo con el Campo de Marte y los monumentos de Agripa, construyendo improvisadas viviendas para ellas, entregándoles víveres y bajando tres sestercios el precio del trigo. Lamentablemente para él, no tardó en correr el rumor de que cantaba y tocaba la lira mientras Roma se quemaba.
El emperador aprovechó «el desastre más grave y terrible de todos los que azotaron esta ciudad por la violencia del fuego», en palabras de Tácito, para reconstruir la ciudad de una forma más racional, con calles rectas, edificios de ladrillo (o de piedra gabina, que se suponía refractaria al fuego) y altura limitada que además guardaran distancia entre sí y dispusieran de su propio pozo de agua, fachadas porticadas, prohibición de paredes comunes… Asimismo, amplió la canalización de agua de los acueductos rebajando las tarifas de los proveedores y todas estas medidas serían con cargo al Estado e incentivando económicamente a los constructores.
Lo que pasa es que también levantó un nuevo, colosal y lujoso palacio, la Domus Áurea, que financió con nuevos impuestos a las provincias. Casi era inevitable que empezara a rumorearse que él había ordenado quemar la vieja ciudad con ese fin y que planeaba rebautizarla con su nombre, algo que le vino muy bien a una clase aristocrática que se le oponía políticamente. Que el segundo incendio naciera en los Orti Emiliani, unos jardines propiedad de Tigelino (prefecto del pretorio y mano derecha de Nerón), pareció especialmente sospechoso.
Suetonio también incide en el presunto plan neroniano de dotarse de una nueva mansión y reseña ciertas labores de demolición de horreas (almacenes) de piedra que acaso correspondieran, en realidad, con la citada apertura de cortafuegos por parte de los Vigiles. Lo cierto es que podía haber expropiado esos terrenos sin más trascendencia y la mayoría ya eran suyos. Pero Suetonio todo lo ve desde un prisma negativo, desde la recogida de escombros destinada a rellenar los pantanos (origen de epidemias de malaria) a la devaluación de la moneda y los impuestos a las provincias para financiar la reconstrucción:
Los graneros inmediatos a la Domus Áurea, cuyo terreno deseaba, fueron incendiados y batidos con máquinas de guerra porque estaban construidos con piedras de sillería (…) Tampoco dejó escapar esta ocasión de pillaje y robo: habíase comprometido a hacer retirar gratuitamente los cadáveres y escombros, y no permitió a nadie que se acercase a aquellos restos que había hecho suyos. Recibió y hasta exigió contribuciones por las reparaciones de Roma, y estuvo a punto de arruinar por este medio a los particulares y a las provincias.
Dión Casio añade que Nerón siempre había manifestado interés en ver arder una ciudad para imaginar cómo fue la caída de Troya y por eso agentes suyos fingieron disturbios de borrachos para encender fuegos en distintos puntos.
Dice que los Vigiles ayudaron a propagar las llamas y un fuerte viento conbinado con el calor y una pertinaz sequía hicieron lo demás. Cabe señalar que las obras de Suetonio y Casio no se conservan íntegramente y se intercalaron añadidos cristianos posteriores.
Y es que, como hacía falta encontrar un culpable, los cristianos fueron rápidamente señalados; al fin y al cabo, solían hablar de la destrucción del mundo previa a la implantación del Reino de Dios y los romanos no estaban para metáforas en aquellos momentos. Tácito explica cómo se desarrolló la acusación:
En consecuencia, para librarse de la acusación, Nerón buscó rápidamente un culpable, e infringió las más exquisitas torturas sobre un grupo odiado por sus abominaciones, que el populacho llama cristianos. Cristo, de quien toman el nombre, sufrió la pena capital durante el principado de Tiberio de la mano de uno de nuestros procuradores, Poncio Pilatos, y esta dañina superstición, de tal modo sofocada por el momento, resurgió no sólo en Judea, fuente primigenia del mal, sino también en Roma, donde todos los vicios y los males del mundo hallan su centro y se hacen populares. Por consiguiente, se arrestaron primeramente a todos aquellos que se declararon culpables; entonces, con la información que dieron, una inmensa multitud fue presa, no tanto por el crimen de haber incendiado la ciudad como por su odio contra la humanidad. Todo tipo de mofas se unieron a sus ejecuciones. Cubiertos con pellejos de bestias, fueron despedazados por perros y perecieron, o fueron crucificados, o condenados a la hoguera y quemados para servir de iluminación nocturna, cuando el día hubiera acabado.
Cabe decir que no faltan historiadores actuales que plantean la posibilidad de que un grupo extremo de cristianos causara la catástrofe deliberadamente para materializar una profecía apocalíptica egipcia, según la cual la salida de la estrella Sirio indicaría la caída de la gran ciudad del mal.
Sea como fuere, se les aplicó la Lex Cornelia de sicariis et veneficiis, promulgada por Sila contra apuñaladores, envenenadores e incendiarios, del mismo modo que unos años antes Claudio expulsara a los judíos de Roma por su conflictividad, en lo que se considera la primera gran persecución contra el cristianismo… aunque otros historiadores opinan que era muy pronto para que se distinguiera entre cristianos y fieles de otras religiones orientales, lo que lleva otra vez a las interpolaciones en los textos.
Fuentes
Tácito, Anales | Suetonio, Vida de los doce césares | Dión Casio, Historia de Roma | Stephen Dando-Collins, Arde Roma. La caída del emperador Nerón y su ciudad | Serguei Ivanovich Kovaliov, Historia de Roma | Mary Beard, SPQR. Una historia de la Antigua Roma | Wikipedia
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