Por definición, la Historia empieza con la aparición de la escritura y en ese sentido, al margen de arcaicos intentos previos chinos como los huesos oraculares y los símbolos Jiahu sobre caparazones de tortuga, se considera que el primer sistema de escritura propiamente dicho surgió en el Creciente Fértil, en la Sumeria de la última mitad del cuarto milenio antes de Cristo, coincidiendo con el inicio de la Edad del Bronce. Siempre y cuando no se confirme el carácter escritural de los extraños signos grabados sobre las llamadas Tablas de Tărtăria, en Rumanía, cuya datación cronológica les otorgaría una antigüedad similar o incluso superior.
Es difícil determinar con exactitud qué se puede considerar escritura y qué no. Si aplicamos un criterio amplio, vemos que los sumerios no inventaron sus signos cuneiformes de la nada sino que fueron precedidos por toda una tradición simbológica a base de signos ideográficos y mnemónicos que servían para transmitir información, aunque carecían de contenido lingüístico directo. Hemos citado los peculiares casos de China y se podrían añadir los del Valle del Indo y los más tardíos de la América prehispana, si bien el abanico se extendería aún más en el espacio y el tiempo.
De hecho, hubo protoescritura ya desde el Neolítico, entre el séptimo y el sexto milenio antes de Cristo, de la que los ejemplos más importantes, aparte del que nos ocupa aquí, son la Tabla de Dispilio (Grecia) y las Tablas de Gradeshnitsa (Bulgaria). Y forzando un poco -bastante- las cosas hasta se pueden encontrar posibles intentos en el Paleolítico Superior, como los trazos lineales francocantábricos, los del Levante español y la escritura Vinča hallada en varios países balcánicos. Lo que diferenció el sistema mesopotámico y le otorgó modernidad fue la incorporación de un anexo silábico que reflejaba la fonología y la sintaxis de su idioma hablado.
A partir de ahí fueron brotando otras escrituras, unas desarrolladas de forma independiente y otras por difusionismo: la jeroglífica egipcia (hierática y demótica fueron posteriores), la lineal A cretense, la lineal B micénica, la luvita… El siguiente paso sería la invención del alfabeto (ugarítico, protocananeo, fenicio, arameo, hebreo, griego, ibérico…). Pero, como decíamos, las Tablas de Tărtăria quedarían adscritas a tiempos muy anteriores, sometidas a la incertidumbre que despierta siempre todo lo referente a la prehistoria -protohistoria, en este caso- y consecuentemente discutidas sin, de momento, posibilidad de acuerdo entre los expertos.
Tărtăria es una localidad de la comuna rumana de Săliștea donde hay un yacimiento prehistórico con diversos estratos de ocupación (culturas Vinča, Starcevo-Cris, Turdaș-Petresti y Cotofeni). Allí, en un pozo dentro de los restos de un edificio de madera y barro, estaba excavando en 1961 un equipo de arqueólogos del Muzeul Național de Istorie a Transilvaniei (Museo Nacional de Historia de Transilvania, con sede en Cluj-Napoca) dirigido por Nicolae Vlassa, cuando el esfuerzo se vio recompensado con un interesante hallazgo: un enterramiento en el que había huesos humanos, un brazalete de conchas, veintiséis figuras de arcilla y piedra -muchas con forma fálica-, además de tres pequeñas tablillas de barro sin cocer.
El análisis antropométrico reveló que las osamentas correspondían a una mujer adulta -de unos treinta y cinco a cuarenta años, una anciana para su época- y presentaban señales de haberse quemado accidentalmente (no en un sacrificio humano, como se sugirió al principio). Era de estatura baja, 147 centímetros, y presentaba degeneraciones óseas importantes que la llevaron a sufrir osteoporosis avanzada y una cojera desde joven, sin que se haya podido determinar la causa exacta. Los expertos no saben si era una chamana o una mujer venerada por alguna razón, pero la bautizaron con el nombre de Milady Tărtăria.
Ahora bien, las que de verdad causaron sensación fueron las tablillas. Dos de ellas tienen forma rectangular mientras que la otra es redonda. Esta última, un poco más grande con sus seis centímetros de diámetro, tiene un agujero, al igual que una de las anteriores, seguramente para usarse como colgantes; es curioso que ambas encajen una sobre la otra, no sólo en sus perforaciones sino también en la división en celdas de sus inscripciones, lo que lleva a deducir que se trataba de un amuleto esotérico compuesto.
Porque lo que llama la atención de las Tablas de Tărtăria es el hecho de estar cubiertas por signos incisos -sólo en una de sus caras-, unos fácilmente identificables por ser figurativos como un animal con cuernos (¿una cabra?) y un motivo vegetal, frente a otros de aspecto más abstracto. Estos últimos son los que algunos investigadores consideran caracteres de protoescritura, basándose en sus formas rectilíneas -que los asemejan a los sistemas arcaicos de escritura reconocidos-, a la secuenciación que presentan -parecen una especie de cómic- y a la similitud de esos símbolos con otros de la civilización danubiana.
De hecho, las tablillas se adscriben a la llamada cultura de Vinča, que se desarrolló entre Rumanía, Serbia, Bulgaria y Macedonia -con extensiones a ese entorno-del sexto al tercer milenio antes de Cristo. Era básicamente neolítica -aunque al final inició la transición al cobre- y sus integrantes vivían de la agricultura completada con ganadería y recolección, aunque también practicaban la minería de malaquita. Residían en cabañas rectangulares de barro y madera, elaborando cerámica oscura con decoración acanalada en relieve y figurillas zoomorfas y antropomorfas.
La cultura de Vinča tiene, pues, una datación cronológica anterior a la minoica (1800-1450 a.C.), lo que significaría que la protoescritura de las Tablas de Tărtăria se habría adelantado varios siglos a la escritura Lineal A, que era la más antigua de Europa. Cuando se dataron mediante radiocarbono otros hallazgos del lugar resultó que había que remontarse todavía más, hasta el 5500 a.C. aproximadamente. Por tanto, los signos de las tablillas danubianas no sólo habrían precedido a las escrituras cuneiforme mesopotámica y jeroglífica egipcia, sino incluso a la pictográfica proto-sumeria de Uruk.
Sin embargo, no todos lo ven así. Ciertamente, hay parecido entre los símbolos de Tărtăria y otros encontrados en yacimientos diferentes (por ejemplo los desenterrados en 1875 por la arqueóloga húngara Zsófia Torma en Tordos, donde formuló la cultura homónima que suele fusionarse con la de Vinča, descubierta en 1908 por Milojé Vasić; o los de Banjica, en Belgrado; o los mencionados al principio de este artículo), de ahí que Nicolae Vlassa se atreva a ver una escena de caza en la tablilla redonda e intuir todo un alfabeto pictográfico en las demás, a pesar de la imposibilidad de interpretarlo.
La famosa arqueóloga y antropóloga Marija Gimbutas apoyó a Vlassa formulando lo que denominó Escritura europea antigua, luego rebautizada formalmente Alfabeto Vinča (o Escritura Vinča). Lo suscribieron otros científicos como Marco Merlini, Harald Haarmann, Gheorghe Lazarovici o Joan Marler. En cambio, también hay un sector que opina que las inscripciones son demasiado breves y con escasos símbolos; la más extensa, encontrada en Sitovo (Bulgaria) no tiene más de medio centenar. Asimismo, encuentra poca similitud con la escritura del Cercano Oriente, deduciendo que se habrían desarrollado de forma independiente una de otra.
El célebre arqueólogo y paleolingüista Colin Renfrew añade que se trata de pictogramas muy simples, fácilmente repetibles en distintos rincones del mundo, y pone el ejemplo de la cabra: «Llamar a estos signos balcánicos ‘escritura’ supone quizá implicar que tenían un significado independiente propio, comunicable a otra persona sin contacto oral. Eso lo dudo». Los más críticos con sus voluntaristas colegas consideran que actúan como si de un test de Rorschach se tratara, viendo lo que quieren ver.
Hay más cortapisas. Se destaca el insuficiente nivel de desarrollo en las sociedades danubianas para implementar un sistema escritural, que suelen crearse con fines administrativos; sin embargo, tenemos el caso chino, en el que la escritura nació asociada a cuestiones rituales y muy bien podría ser ése el origen de las inscripciones de Tărtăria. O puede que fueran marcas de propiedad. Incluso hay quien apunta la atrevida hipótesis en la que las tablillas simplemente imitaban, sin entender, lo visto a culturas más avanzadas; el problema es que ninguna cultura avanzada de entonces tenía escritura aún.
Toda esta controversia deviene, en parte, de una discutida descripción arqueológica y un tratamiento inadecuado de las piezas. Nicolae Vlassa no explicó con detalle cómo fue el hallazgo ni su contexto estratigráfico, que según voces discrepantes es dudoso y podría ser una intrusión. Algo extraño, teniendo en cuenta que el objetivo del equipo era precisamente aclarar la estratigrafía de Turdaș. Tampoco fotografió in situ el proceso de excavación ni mencionó en su informe el tratamiento que se dio a las tablillas, que veremos a continuación. Parecía que Vlassa sólo estuviera preocupado por comparar la escritura de las tablillas con la protocuneiforme sumeria.
Los mal pensados han sugerido que no recuperó las piezas del terreno sino que las encontró en el sótano del museo (procedentes de la campaña de la mencionada Zsófia Torma), lo que significaría que las inscripciones son falsificaciones basadas en símbolos sumerios, que solían usarse en la literatura popular rumana en el momento del descubrimiento. Que los conservadores del Muzeul Național de Istorie a Transilvaniei tratasen las tablillas con ácido y luego las cocieran para preservarlas -sin percatarse de que tenían inscripciones, ya que las cubría una capa cálcica debido a la humedad- tampoco ayudó.
En efecto, esa desafortunada iniciativa impidió para siempre su datación directa por carbono-14 -aunque es probable que sus componentes orgánicos resultaran insuficientes de todos modos- y dificulta analizar las características del escriba, a quien se adivina novato por sus trazos temblorosos y algunas correcciones. Ha sido necesario datarlas por comparación con los huesos de Milady Tărtăria y su ubicación en los estratos -suponiendo que Vlassa fuera honesto- y los restos arquitectónicos donde estaban. El resultado fue un arco cronológico entre el 5500 a.C. y el 2750 a.C., correspondiente a la segunda mitad del Neolítico.
Se calcula que los símbolos dejaron de usarse alrededor del 3500 a.C., con el final de la cultura Vinča, bien por la intrusión de poblaciones de las estepas, bien por la imposición de nuevas élites dominantes.
Fuentes
Marco Merlini, Milady Tărtăria and the riddle of dating Tărtăria tablets (en Prehistory Knowledge) | Marco Merlini y Gheorghe Lazarovici, Settling discovery circumstances, datingand utilization of the Tărtăria tables (en Acta Terrae Septemcastrensis) | Steven Roger Fischer, History of writing | Harald Haarmann, The mystery of the Danube Civilisation. The discovery of Europe’s oldest civilization | Colin Renfrew, Before civilization | Sorin Paliga, The tablets of Tărtăria. An enigma? A reconsideration and futher perspectives | Wikipedia
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