Uno de los iconos más populares del mundo cotidiano de la Antigua Roma es el anfiteatro repleto de espectadores asistiendo a los ludi gladiatori (juegos de gladiadores), uno de los espectáculos favoritos de los romanos junto con los ludi circenses (carreras de carros), las venationes (luchas entre animales) y los ludi scaenici (teatro). Las carreras se disputaban en el circo y las funciones escénicas en el teatro, mientras que gladiadores y bestias se fajaban en el anfiteatro. Al lado del más famoso de éstos, el conocido entonces como Flavio y hoy como Coliseo, se ubicaba la escuela donde entrenaban los hombres destinados a combatir por su vida: el Ludus Magnus.
Es casi imposible que un turista en Roma no se acerque a ver, aunque sea por fuera, el famoso Coliseo; al fin y al cabo está situado en pleno centro histórico, en la plaza que lleva su nombre, al este del Foro. Lo que muchos no saben es que allí mismo se puede ver también el Ludus Magnus, en lo que era un valle que separaba dos de las siete colinas romanas, Celio y Esquilino, si bien las ruinas que quedan no son las de la escuela original sino las de una reconstrucción que se llevó a cabo en tiempos del emperador Trajano. Una localización, coincidente hoy entre la Via Labicana y la Via Di S. Giovannino, que no es casual.
Y es que el ludus se hallaba comunicado con el anfiteatro mediante un pasadizo subterráneo de unos siete metros de ancho que enlazaba los bajos del primero con la esquina suroeste del segundo, de manera que los gladiadores se trasladaban por ese camino sin necesidad de salir al exterior (aunque en la jornada inaugural lo hacían por la calle, en un desfile encabezado por el mejor luchador subido en un carro). Así se minimizaba cualquier posible intento de evasión, pues no hay que olvidar que la mayoría de esos guerreros eran esclavos y ejercían ese oficio por obligación con la única esperanza de ir sobreviviendo a cada combate y quizá algún día conseguir la manumisión.

No se sabe exactamente cómo ni en qué momento surgió ese tipo de espectáculo. Algunos historiadores especulan con la posibilidad de que los ludi gladiatori fueran una reconversión de los sacrificios practicados en época arcaica, por lo que hay que situarse entre los siglos IV y III a.C. para encontrar los primeros vestigios y referencias. Al parecer se inspiraban en un modelo etrusco y estaban asociados a ritos funerarios o religiosos, de ahí que los organizaran los colegios de sacerdotes antes de ceder esa responsabilidad a las magistraturas, cuyos titulares los costeaban por prestigio.
En aquella etapa primigenia, los ludi eran más modestos, un único día al año, creciendo progresivamente a una veintena durante la República para superar con holgura el centenar durante el Imperio, aunque incluyendo las carreras y el teatro. Los primeros a cargo del Estado tuvieron lugar en el año 105 a.C. con tanto éxito que en lo sucesivo superaron su carácter ceremonial para para pasar a ser munera, más bien un espectáculo. Se agrupaban en eventos diversos que duraban semanas, generalmente de periodicidad estable anual pero algunos cada varios años, más otros excepcionales improvisados por algún motivo especial.

En la zona donde actualmente están los restos del Ludus Magnus hubo una domus (casa, edificio) tardorrepublicana a la que se sumó una ínsula (manzana) altoimperial, aunque ambas quedaron destruidas por el terrible incendio del año 64 d.C. (el ocurrido durante el mandato de Nerón). El solar fue reaprovechado luego, a finales del siglo I d.C., para establecer la más grande de las cuatro escuelas que Domiciano ordenó fundar, el mencionado Ludus Magnus, siendo las otras tres el Ludus Dacicus (para adiestrar prisioneros dacios), el Ludus Gallicus (para prisioneros galos) y el Ludus Matutinus (para las venationes); se ignora la localización de ellas.
No era la primera vez que se establecía un ludus en Roma capital. Si bien en tiempos tempranos las escuelas solían estar en otros sitios del entorno, con Capua como principal referencia (donde estalló la rebelión de Espartaco), Horacio cuenta en su Ars poetica que hacia el año 10 a.C. había al menos un Ludus Aemilius, que como indica su nombre se trataba de un centro de adiestramiento de gladiadores vinculado a la poderosa gens Emilia; no obstante, su situación exacta se desconoce y además posteriormente fue convertido en el balneus Polycleti (unas termas).
Pero, como decíamos, los restos arquitectónicos que quedan del Ludus Magnus corresponden a la reforma que mandó hacer Trajano, cuando el nivel del suelo se elevó casi metro y medio. De hecho, sus sucesores también aportaron añadidos, caso de Adriano (que tuvo que efectuar reparaciones por otro incendio), Caracalla, Odoacro… Era un edificio de ladrillo de tres plantas, estructurado en torno a un gran patio central porticado del que las columnas inferiores eran de estilo toscano travertino sin estriar y las superiores quizá jónicas (en condicional, ya que no se conservan).

Uno de los pisos, el bajo, se destinaba a alojamiento de los gladiadores. En sus Sátiras, el poeta Juvenal explica cómo vivían. En este caso, en celdas rectangulares de unos veinte metros cuadrados que acogerían a dos ocupantes cada una; quedan restos de catorce, ninguna de ellas con nada que haga suponer que dispusieran de mobiliario ni cama, por lo que suponemos que sus ocupantes dormirían sobre algún tipo de acolchado de material perecedero, acaso paja, o literas. Los huéspedes podían decorarlas precariamente, según el éxito que obtuvieran en la arena. Curiosamente, las celdas correspondían en la parte exterior con tiendas.
Puesto que las plantas superiores no han perdurado, es necesario especular. Los arqueólogos opinan que el segundo -coincidente en plano con el primero, con el que se conectaba mediante escaleras- estaba dedicado a distribución y usos diversos, mientras que el tercero consistiría en una gran galería abierta para proporcionar luz natural. Asimismo, habría una gran sala columnada con cinco entradas que serviría de almacén para las armas. Y no hay que olvidar el reseñado pasadizo que enlazaba con el Coliseo, cuya inauguración atribuyen a Trajano varias fuentes documentales aunque la conclusión de las obras correspondió a su sucesor; fue descubierto en 1939.

Lo más interesante, obviamente, sería el citado patio central. Estaba formado por una cávea (graderío descendente) de nueve niveles, asentados sobre bóvedas y muros realizados en opus vittatum (un aparejo a base de varias hiladas horizontales de ladrillo alternadas con una franja de toba volcánica, cementadas con opus caementicium, o sea, hormigón); su capacidad rondaba los tres millares de personas. Ese tamaño y el hecho de que hubiera palcos, permite deducir que asistían muchos curiosos a los entrenamientos o se organizaban combates privados a pequeña escala, de pago.
La arena tenía las medidas típicas de los ludi, sesenta y tres metros de largo por cuarenta y dos de ancho, dimensiones modestas si se comparan con las de la arena del Coliseo (un óvalo de setenta y cinco por cuarenta y cuatro metros, sin contar su complejo subterráneo) y no digamos ya del Circo Máximo (cinco veces mayor que el anfiteatro), pero aun así resultaban considerables teniendo en cuenta que básicamente eran para practicar. La arena del Ludus Magnus quedaba casi tres metros más baja que el nivel de la primera grada, pues ésta fue elevada en la reforma de Trajano, como ya dijimos.
Ése era el mundo inmediato para el millar aproximado de gladiadores que vivían allí sin salir más que al Coliseo los días marcados para el espectáculo (camino que, recordemos, hacían bajo tierra). La mayoría eran damnatus ad ludum (es decir, esclavos, prisioneros de guerra), salvo aquellos voluntarios (auctoratus) que practicaban esa actividad por deudas o cualquier otra razón personal (acaso tan simple como asegurarse techo y comida), generalmente extrema dado que la figura del gladiador, pese a la popularidad que pudiera alcanzar con sus victorias, no dejaba de ser despreciada, de baja estofa.

A veces podía haber una excepción, por supuesto: como es sabido, el emperador Cómodo era tan aficionado a los juegos que luchaba en la arena y hasta tenía su propia habitación en el Ludus Magnus. Pero no fue el único y también probaron Calígula, Tito, Adriano, Caracalla, Juliano… Generalmente lo hacían en combates privados, no públicos y, por supuesto, no luchaban con armas reales sino de madera, cabiendo suponer que, por muy bien instruidos que estuvieran en la esgrima, lucharían con los peores rivales o éstos recibirían instrucciones de no emplearse a fondo.
Cuando llegaban los tiros, como se llamaba a los cautivos novatos, eran sometidos a una prueba para comprobar el grado de destreza que poseían en el manejo de las armas. Según fuera el resultado, eran asignados a uno u otro de los más de veinte tipos de gladiador existentes (retiarius, scissor, andabata, dimachaerus, parmularius, murmillo, etc). Los que no superaban un mínimo o mostraban signos de debilidad (un médico diagnosticaba su estado) quedaban en un grupo de relleno conocido como gregarii, previsiblemente destinados a caer a las primeras de cambio.

Entonces el lanista, que era el propietario del ludus hasta que el estado se hizo cargo de esa actividad y el cargo pasó a ser funcionarial (en la capital nunca hubo lanistae), y sus ayudantes –cursor, dispensator, procurator, praepositus armamentario...-sometían a los tiros a semanas de adiestramiento dirigidas por un doctor (entrenador). Como explica Epicteto, era una existencia dura y sin demasiada esperanza, aunque de momento seguían adelante y si tenían éxito recibían el premio en metálico; incluso se les autorizaba a formar una familia y disponer de esclavos, por supuesto, todo dentro de los muros de la escuela. Los demás desarrollaban una especie de espíritu grupal o corporativo, según se deduce de las estelas funerarias que dejaban, lo que les ayudaba a no desesperar.
Ése era un punto importante, pues habitualmente un gladiador sólo se enfrentaba a otro del mismo ludus, o sea, a un compañero con el que quizá había entablado amistad. No había contemplaciones; los gladiadores eran esclavos y, por tanto, poco más que cosas. La noche anterior a los juegos se permitía a la gente verlos in situ para valorarlos y apostar; al día siguiente, la mitad de ellos moriría o retornaría al Ludus Magnus con heridas importantes. Pero, contra lo que se cree, no era el público el que decidía su destino -al menos directamente, sólo influía en la decisión del editor u organizador- y además no estaba tan sediento de sangre como suele mostrar el cine: los espectadores preferían ver un buen combate, aunque no muriese nadie.
Es más, a partir del mandato de Augusto se tendió a proscribir las luchas a muerte, debido a que la demanda de gladiadores superaba la oferta. Aún así seguía siendo un espectáculo sanguinario cuyo interés empezó a decaer en el Bajo Imperio, cuando el cristianismo, aupado a la categoría de religión oficial, lo consideró inapropiado. La prohibición definitiva, decretada por Honorio en el año 404 d.C. (salvo las venationes, que duraron un siglo más), hizo que el Coliseo y los demás anfiteatros cayeran en desuso o fueran reutilizados con otros fines, como cementerios por ejemplo, despojándose de sus materiales nobles (mármol, bronce…) para otros edificios.

Lógicamente, el Ludus Magnus se vio arrastrado en ese declive y terminó abandonado. Sus ruinas fueron descubiertas tardíamente, en 1937, durante unas obras. Sin embargo, el destructivo contexto bélico y postbélico de la Segunda Guerra Mundial impidió que los arqueólogos pudieran acometer una primera campaña de excavaciones hasta 1957, durando cuatro años.
Desde entonces apenas se ha sacado a la luz la mitad de las instalaciones porque el resto se halla bajo edificaciones modernas, aunque ha sido posible hacer una recreación combinando las ruinas con el célebre Forma Urbis Romae, el plano de mármol de la ciudad hecho durante el mandato de Septimio Severo.
Fuentes
Juvenal, Sátiras | Filippo Coarelli, Rome and environs. An archaeological guide | David Matz, Ancient Roman sports, A-Z. Athletes, venues, events and terms | Roger Dunkle, Gladiators. Violence and spectacle in Ancient Rome | Amanda Claridge, Judith Toms y Tony Cubberley, Rome, an Oxford archeological guide | Wikipedia
Descubre más desde La Brújula Verde
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.