Dijo que quería agregar un remate dorado a una vida dorada; el que había vivido como Heracles tenía que morir como Heracles y mezclarse con el éter. Y deseo, dijo, hacer un servicio a la humanidad mostrándole el camino en el que a nadie debe importarle la muerte; por eso cada hombre debe ser mi Filoctetes«.

Estas palabras, recogidas por Luciano de Samósata en su obra De morte Peregrini, no son una metáfora, a pesar de la referencia mitológica a Filoctetes (un arquero tesalio que luchó en la Guerra de Troya, mató a Paris y recibió de Heracles su arco y flechas como regalo, siéndole encomendada la misión de encender su pira funeraria cuando muriera), pues Luciano en persona fue testigo parcial de los hechos. Las habría pronunciado el filósofo Peregrino Proteo en el año 161 d.C., y las llevaría a la práctica durante los Juegos Olímpicos de 165 d.C. inmolándose cerca de Olimpia, igual que el famoso héroe griego.

En realidad, los mitos helenos tienen varias versiones y hay otra que no atribuye a Filoctetes la responsabilidad de prender la pira de su amigo sino a otros compañeros de aventuras, como Yolao o Poeas (el padre de Filoctetes); incluso Zeus habría ayudado, enviando un rayo que consumió la parte mortal de Heracles y le dejó la divina para subirlo en vida al Olimpo. Tampoco es que importe porque se trata de un mero recurso literario de Luciano de Samósata que no sabemos si partió originalmente de Peregrino Proteo… aunque hay razones para sospechar que no, al menos de forma exacta, puesto que Luciano dejó el lugar donde estaba hablando el otro al haber demasiada gente y no poder escucharle bien.

Luciano es la principal fuente que hay para saber datos sobre la vida de aquel filósofo, aunque De morte Peregrini debe interpretarse con cierta precaución porque, aparte de que el autor solía conferir a todas sus obras un tono humorístico -y ésta destila sátira en cada página-, se manifestó contrario a aquella acción tan trágicamente estrambótica. Algo tuvo que ver el hecho de que Peregrino fuera de la escuela cínica mientras que él era de la segunda sofística, por eso sitúa al otro entre los charlatanes y embaucadores que quieren engañar a la gente con su retórica (y, como veremos, incluye a Jesús de Nazaret en ese grupo).

Luciano de Samósata en un grabado de William Faithorne del siglo XVII/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

De morte Peregrini, cuya obvia traducción es «La muerte de Peregrino», es una obra escrita en forma epistolar, como una carta que Luciano dirige a su amigo Cronio (un célebre filósofo neopitagórico), criticando la creencia en lo sobrenatural de su época pero, sobre todo, desacreditando duramente a Peregrino Proteo mientras va contando su vida. Se trata, en la práctica, de una manera de reprobar las creencias que juzgaba falsas, supersticiosas o ingenuas, de ahí que el personaje sea mostrado como un farsante que busca refugio -como muchos cínicos de entonces- en el cristianismo primitivo, a cuyos seguidores considera simplones y crédulos.

En cierta forma, Luciano recogía el argumento del ateniense Arístides contra la divinidad de Zeus («¿Cómo puede un dios ser adúltero y asesino de su propio padre?») para aplicárselo a los cristianos en general y a Peregrino en particular, presentándolos como fanáticos, igual que los cínicos. El objetivo sería terminar de rematar a los adeptos que aún quedaban de esa corriente filosófica y a los discípulos de Peregrino Proteo, que irónicamente estaban aumentando por la resonancia que tuvo su muerte.

Peregrino Proteo nació hacia el año 95 d.C. en Pario, una ciudad de Misia (región del extremo noroccidental de Anatolia, zona muy helenizada), de donde se tuvo que exiliar en su juventud por haber matado a su padre después de que éste le recriminase haber seducido a un niño y sobornado a sus progenitores para garantizar su silencio. Vagando llegó a Pela, en Palestina, y se unió a una comunidad cristiana, probablemente esenia o ebionita (predicadores de la pobreza), aprendiendo su doctrina y terminando por convertirse en uno de sus líderes; «reverenciado … como un dios», detalla Luciano, que añade que eso le llevó a ser encarcelado por el gobernador de Siria.

Busto de Herodes Ático/Imagen: Marie-Lan Nguyen en Wikimedia Commons

Finalmente fue liberado por el general Sexto Julio Severo y tradicionalmente se dice que esa liberación era para evitar convertirlo en mártir, aunque posiblemente se debiera más bien a la demostración de que no estaba implicado en la insurrección judía ocurrida en Judea entre los años 132 y 136 d.C. En cualquier caso, Peregrino Proteo pasó a ser considerado un nuevo Sócrates por los cristianos e intentó regresar a Pario. Sin embargo, el parricidio no había sido olvidado y tuvo que pagar treinta talentos para evitar el castigo (cinco mil, según uno de sus más fieles seguidores, Teágenes, del que luego hablaremos).

Fue entonces cuando empezó a tomar contacto con la filosofía cínica, dejándose melena y usando ropas raídas; eso le alejó del cristianismo, que le excomulgó sin que esté clara la razón, apuntándose su negativa a comer carne de cerdo. Quedar fuera le dejó sin ingresos, de ahí que llevara a cabo una reclamación de las propiedades paternas, a las que antaño había renunciado -según Luciano porque esperaba vivir de los cristianos-. El pleito le resultó adverso y tuvo que marchar a Egipto con la idea de estudiar con el famoso cínico Agatóbulo, practicando el ascetismo.

Frontispicio de una edición dieciochesca de Noches áticas/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Visitó Roma, pero sus críticas al poder y al absolutismo de Antonino Pío supusieron -pese a que el emperador le ignoró- la expulsión por orden del prefecto de la ciudad. Entonces se estableció en Elis (una polis capital de la región griega de Élida) y continuó predicando contra la dominación romana. En ese sentido, durante los Juegos Olímpicos del año 157 d.C. profirió graves acusaciones contra Herodes Ático, un acaudalado político heleno al servicio de los romanos que además ejercía una ardua labor filantrópica sufragando la construcción de un acueducto, lo que le hizo granjearse la antipatía de una turbamulta.

Perseguido, logró asilarse en el templo de Zeus. Se desdijo de sus acusaciones, pero tuvo que irse a Atenas para fundar su propia escuela filosófica, a la que se sumaron muchos alumnos; entre ellos el romano Aulo Gelio, que sería un importante abogado y escritor autor de Noctes Atticæ, un compendio de historia, geometría, gramática, filosofía y otras muchas materias en el que menciona a su maestro en un tono muy distinto al de Luciano, elogioso, describiéndole como un «hombre de dignidad y fortaleza»:

Solía ​​decir que un hombre sabio no cometería un pecado, aunque supiera que ni los dioses ni los hombres se enterasen; porque pensaba que uno debe abstenerse del pecado, no por temor al castigo o la desgracia, sino por amor a la justicia y la honestidad y por el sentido del deber.

La Muerte de Calanos, cuadro de Jacques-Antoine Beaufort (1779) en el Museo Del Prado / foto dominio público en Wikimedia Commons

No obstante, el principal legatario de la filosofía de Peregrino Proteo era Teágenes de Patras, que iba a jugar un papel protagonista en su muerte. Cuando llegaron los siguientes Juegos Olímpicos, los del año 161 d.C., Peregrino hizo un sorprendente anuncio: su intención de quemarse hasta morir cuatro años después, durante los próximos juegos, siguiendo el modelo de Heracles, tal como vimos en la declaración inicial, y como también había hecho Empédocles de Agrigento (según la leyenda, se arrojó al cráter del Etna). Luciano pone esta referencia mitológica en boca de Teágenes siguiendo una presunta profecía de una sibila, aunque él cree más apropiado comparar a Peregrino con Eróstrato, el hombre que en el siglo IV a.C. había prendido fuego al Templo de Artemisa en Éfeso con el mero objetivo de hacerse famoso.

De hecho, Luciano llama a los seguidores de Peregrino «los más estúpidos de la gente» por aplaudir la decisión de éste. El caso es que Peregrino cumplió lo prometido. La última noche de celebración de los Juegos de 165 d.C. estaba en Harpina (otra ciudad de Élida), hizo una pira funeraria, derramó incienso sobre ella mientras invocaba a los espíritus de sus padres y se lanzó a las llamas, previamente encendidas por un Teágenes que no sólo había apoyado la intención de su maestro sino que la animó comparándola con las prácticas de ese tipo que hacían en la India los gimnosofistas (así se conocía en el mundo Clásico -Estrabón, Plutarco, Diógenes Laercio…- a los ascetas que rechazaban la comida, la carne y la ropa por ser enemigos de la pureza de pensamiento) y más concretamente Cálano, que se inmoló ante Alejandro.

Luciano, que como decíamos antes ya se había ido al haber demasiada gente, añade unos detalles fantásticos con el fin de acentuar la visión grotesca del suceso, diciendo que se produjo un terremoto y un buitre emergió de entre el humo. Para ridiculizar al fallecido, también narra cómo coincidió con él en un viaje en barco y le pareció más bien cobarde, pues temía morir de unas fiebres que sufría y lo consideraba una forma indigna al no conferirle renombre. El sesgo del relato es evidente, pero no exclusivo porque otros autores como Tertuliano (A los mártires) y Taciano (Discurso a los griegos) suscriben la crítica a prácticas similares de algunos filósofos como vía de ganar fama; el segundo escribió:

Dicen que no necesitan nada, pero como Proteo, necesitan un curtidor para su zurrón, y un tejedor para su manto, y un leñador para su personal, y, los ricos, también un cocinero para su glotonería.

Una visión de los antiguos JJOO por el artista Walter Crane (1914)/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons Crédito: Walter Crane / Dominio público / Wikimedia Commons

Hablamos de una época en la que se produjo un auge del martirio cristiano y morir en el fuego pasó a ser una referencia en la literatura religiosa desde el relato de Policarpo, el primer manuscrito conocido en contar, en forma de carta escrita por un testigo presencial, el martirio de un cristiano: el del obispo homónimo de Esmirna, posible discípulo del apóstol San Juan, que fue quemado en la hoguera y atravesado con una lanza por negarse a encender incienso en honor del emperador (no se sabe con certeza si Antonino Pío o Marco Aurelio). La opinión de Luciano sobre los cristianos, insistimos, no es muy positiva:

Los cristianos, como sabes, adoran a un hombre hasta el día de hoy: el personaje distinguido que introdujo sus nuevos ritos y fue crucificado por ese motivo. Verás, estas criaturas descarriadas parten de la convicción general de que son inmortales para siempre, lo que explica su desprecio por la muerte y la autodevoción voluntaria que son tan comunes entre ellos; y luego les fue enseñado por su legislador original que son todos hermanos desde el momento en que se convierten, y niegan los dioses de Grecia, y adoran al sabio crucificado, y viven de acuerdo con sus leyes. Todo esto lo toman con mucha fe, con el resultado de que desprecian todos los bienes mundanos por igual, considerándolos meramente como propiedad común.

La filosofía cínica tenía puntos de contacto con el cristianismo (austeridad, desprecio a lo mundano…), de ahí que a veces convergieran ambas. Ya vimos que Taciano se burló de ello, al igual que hizo Atenágoras en su Legación, negando el carácter de mártir a Peregrino Proteo y reseñando una estatua del personaje a la que se atribuían poderes oraculares (por cierto, también sus cenizas pasaron a considerarse reliquias).

Por contra, el militar e historiador romano Amiano Marcelino siguió la línea de Aulo Gelio y le definió como «filósofo ilustre» en sus Historias, comparándole con Simónides, «para quien la muerte era una huida de la sombría vida tiránica».

Entre unos y otros quedaría Filóstrato, que criticó a Peregrino pero alabó su valentía ante la muerte. Pese a todo, dejemos que sea Luciano el que despida este artículo con las implacables palabras que dedicó a la multitud asistente al tétrico espectáculo montado por Peregrino Proteo:

Marchémonos, necios. No es espectáculo agradable mirar a un anciano que ha sido consumido por las llamas, llenando nuestras narices de un hedor detestable.


Fuentes

Elio Arístides y Luciano de Samósata, Discursos sagrados. Sobre la muerte de Peregrino.alejandro o el falso profeta | Aulio Gelio, Noches áticas | Amiano Marcelino, Historia | José A. Martín García (ed.), Los filósofos cínicos y la literatura moral serioburlesca | Miguel de Ferdinandy, Mito e historia. Ensayos | Simon Critchley, El libro de los filósofos muertos | Juan de Churruca, Cristianismo y mundo romano | Wikipedia


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