Sumando las de los diversos períodos de su historia, el número total de legiones que tuvo Roma estuvo ligeramente por encima del centenar, aunque muchas eran la misma con otro nombre y no solía haber más de veintiocho al mismo tiempo. Algunas se hicieron famosas y resultan familiares, como la favorita de Julio César (X Ecuestris), las que dieron origen a la ciudad española de León (VI Victrix y VII Gemina), las tres que cayeron en Teutoburgo (XVII Clasica, XVIII Lybica y XIX) o la presuntamente desaparecida (IX Hispana), por ejemplo. Hoy vamos a hablar de otra de cuyo nutrido currículo resaltan episodios como el asedio de Alesia, la batalla de Farsalia o la Primera Guerra Judeo-Romana: la Legio XII Fulminata.

Su creación se remonta al año 58 a.C., al mismo tiempo que la XI (posteriormente disuelta y refundada para fusionarse con la XI Claudia Pia Fidelis), por iniciativa de Julio César, que como procónsul estaba preparando su campaña contra los helvecios. Ésta se desarrolló entre ese año y el 51 a.C., constituyendo la primera fase de la Guerra de las Galias y empezó cuando ese pueblo céltico inició una emigración desde sus dominios (situado entre el Alto Rin, la Selva Negra y los Alpes) hacia territorio galo, empujado por tribus germánicas.

El jefe helvecio, Orgétorix, alcanzó un acuerdo con sécuanos y heduos, reforzándolo con matrimonios políticos mutuos, algo que alarmó a los romanos de la Narbonense (la provincia meridional de la Galia) lo suficiente como para pedir ayuda a Roma. Por entonces sólo había una legión destinada en la Galia Transalpina (como se denominaba entonces a la Narbonense), así que César envió un ultimátum a los helevecios y sus aliados mientras reclutaba las citadas legiones XI y XII para sumarlas a las tres acantonadas en Aquileya (Udine), cruzar los Alpes y enfrentarse al enemigo. Lo derrotó en varios enfrentamientos de los que el más señalado fue Bribacte, que puso fin a la cuestión.

La campaña de Julio César en el año 52 a.C./Imagen: Cristiano64 en Wikimedia Commons

Pero surgió un nuevo problema. Los arvernos (un pueblo de la Galia central) habían contratado mercenarios suevos para protegerse de los heduos y ahora el jefe de esos guerreros, Ariovisto, decidió quedarse en la región sin atender la exigencia romana de irse; César también le venció. Sin embargo, los acontecimientos parecían encadenarse para no darle respiro y en el 57 a.C. fueron los belgas los que cometieron el error de retarle con un levantamiento, tal como le advirtió por carta el legado Tito Labieno, uno de sus lugartenientes. En la consiguiente contienda, la Legio XII tuvo un papel protagonista combatiendo en la batalla del río Sambre (o Sabis).

Todas o casi todas las tribus se habían aliado para intentar oponer un número abrumador a la superioridad militar romana, sumando cerca de cien mil guerreros. Como decíamos antes, César lo compensó reclutando dos legiones más, de modo que disponía de un total de ocho, sin contar las tropas auxiliares. Además recurrió a la presión política, obligando a los neutrales remos del noroeste a proporcionarle caballería y cereales, aparte de los hijos de sus líderes como rehenes.

Los remos, por tanto, no pudieron mantener su neutralidad y a ojos de los demás pasaron a ser aliados de sus enemigos, sufriendo ataques en varias poblaciones. A la postre, esto fue un error estratégico de los belgas porque les impidió unirse en un solo ejército, dando la oportunidad a César para combatirlos por separado y anular así su ventaja numérica. Y a aquel genio militar no se le podían conceder ese tipo de ocasiones porque no las desaprovechaba. Lo primero que hizo fue convencer a los galos heduos para que amenazaran el territorio de los belóvacos, que eran la tribu más grande de Bélgica y cuya apresurada marcha para defender sus fronteras dejó solos a sus aliados.

Desarrollo de la batalla del Sambre/Imagen: Cristiano64 en Wikimedia Commons

Los romanos los fueron derrotando entonces uno por uno hasta que únicamente quedaron los sesenta mil nervios (pueblo del este del río Escalda), apoyados por diez mil atrebates y quince mil viromanduos, que se aprestaron para enfrentarse a las ocho legiones y sus auxiliarii (jinetes númidas, honderos baleares, arqueros cretenses y aliados remos). Estaban los legionarios construyendo un campamento junto al río Sambre cuando, desde un bosque cercano, el enemigo cayó sobre ellos por sorpresa, razón por la que muchos tuvieron que combatir con el equipo incompleto.

Las legiones IX y X fueron enviadas al flanco izquierdo para detener a los atrebates, cosa que consiguieron con una lluvia de pila, haciéndolos retroceder y persiguiéndolos después durante su huida. La VIII y la XI, que estaban en el centro, hicieron otro tanto con los viromanduos. A la VII y la XII les tocaron los adversarios más duros, los nervios, que intentaban rodearlos por el flanco derecho, rebasaron a los auxiliares y aprovecharon el sálvese quien pueda de éstos para poner en serios apuros a los soldados. No obstante, y pese a la enorme cantidad de bajas sufridas (murieron casi todos los centuriones y buena parte de los tribunos), consiguieron resistir a la desesperada.

César se percató de la delicada situación y acudió en persona con su guardia, animando a sus hombres y resistiendo hasta la llegada de refuerzos. Al final se pasó de un momento crítico a una victoria rotunda que supuso el fin de una decena de miles de belgas, un tercio de sus efectivos. La XII salvó así su difícil bautismo de fuego e iría ampliando experiencia en los años siguientes ante los vénetos, usípetes, téncteros… Todos acabaron malparados, lo que dio un respiro a su comandante para intervenir en Britania.

Vercingétorix rindiendo sus armas a César, cuadro de Lionel Royer, 1899 / foto dominio público en Wikimedia Commons

Pero en el 53 a.C. los galos eburones acabaron con varias cohortes romanas y, aunque lo pagaron caro, al año siguiente la Galia entera se alzó en armas liderada por el carismático caudillo arverno Vercingétorix. Éste, consciente de que se enfrentaba a la máquina bélica más poderosa del mundo, procuró evitar las batallas en campo abierto para desarrollar una táctica de tierra quemada, de modo que los romanos se quedasen sin provisiones. Los choques directos fueron asedios, caso de los de Ávarico, Gergovia y, sobre todo, el más emblemático de la guerra: Alesia.

César puso sitio a esa ciudad al considerar que sus defensas eran demasiado fuertes. Por tanto, optó por construir alrededor siete campamentos fortificados que, junto con un sistema de doble muralla, fosos, terraplenes y varios reductos, aislaban Alesia de cualquier posible liberación. No fue porque los galos no lo intentasen, ya que casi cientos de miles llegados del exterior al mando de Comio se coordinaron con Vercingétorix, que estaba atrincherado en el interior, para obligar a los romanos a combatir en dos frentes simultáneamente. Aunque no es seguro y oficialmente fueron las legiones X y XI las que lucharon allí los historiadores opinan que la Legio XII también estaba, total o parcialmente, otra cosa es el papel que hubiera jugado, incierto.

La Galia quedó finalmente en manos romanas y César pasó a centrar la atención en la guerra civil que le enfrentó a Pompeyo por hacerse con el control de Roma. Esa contienda fue demasiado larga y compleja para desgranarla aquí; baste decir que se inclinó del lado cesariano en Grecia, donde tras una serie de movimientos estratégicos, el momento clave se produjo en Farsalia y allí , acompañando a su general, estuvo de nuevo la Legio XII junto a las veteranas de las Galias (VIII, IX y X) más las recién creadas I, III y IV. Era el año 48 a.C. y nada parecía presagiar una victoria, teniendo en cuenta que Pompeyo había tomado la iniciativa y además había privado a su rival de la flota con que se abastecía, aislándolo de su aliado Marco Antonio.

Esquema de la batalla de Farsalia/Imagen: Xander89 en Wikimedia Commons

Tan apurado se vio César que decidió buscar un choque directo en Asparagium. Pompeyo, que tenía poco que ganar con ello, lo eludió, pero por la insistencia de su rival se vio rodeado y no le quedó más remedio que luchar. La jornada empezó bien para las tropas pompeyanas, que vencieron a las cesarianas en Dirraquio y las obligaron a retirarse. Pompeyo no quiso rematarlas para evitar un derramamiento de sangre romana, esperando que se rindieran al carecer de suministros; pero los optimates (políticos) de su ejército insistieron en buscar el combate y él cometió el error de ceder.

Pompeyo planteó la batalla a la defensiva, confiado en su superioridad numérica. Sin embargo, la caballería enemiga fingió una retirada para hacerle romper las filas en su persecución y cuando eso ocurrió, la infantería de César no desaprovechó la ocasión. Rotas las formaciones, cuatro legiones pompeyanas se atrincheraron en una colina donde terminaron por rendirse al carecer, irónicamente, de provisiones. Pompeyo escapó, dejando tras de sí cuantiosas bajas (como siempre, cada autor da cifras diferentes y exageradas) y a César con clara ventaja por primera vez; en Munda (Hispania) se solventaría definitivamente quién era el dueño de Roma.

Después de la victoria en Farsalia, a la Legio XII le fue asignado el nombre de Victrix («Vencedora»), si bien fue disuelta en el 45 a.C. Pero, al año siguiente, Marco Emilio Lépido la reconstituyó y se la entregó a Marco Antonio para combatir a los partos, rebautizándola como Antiqua. En el 43, ya muerto Julio César, ambos formaron el Segundo Triunvirato junto a Octavio, repartiéndose el poder a partes iguales en una fórmula que estaba abocada al fracaso por las respectivas ambiciones y que, efectivamente, desembocó en otra contienda civil.

Europa a mediados del siglo I a.C./Imagen: Cristiano64 en Wikimedia Commons

Ésta también tuvo su episodio decisivo en Grecia. Fue en el año 31 a.C., en una doble batalla terrestre y naval, la de Accio, en la que la flota de Octavio, dirigida por Agripa, destruyó a la romano-egipcia de Marco Antonio y Cleopatra. La muerte de los perdedores dejó a Octavio dueño absoluto de lo que pronto iba a ser el Imperio Romano. La Legio XII cambió entonces de escenario para ser destinada a Raphanea, Siria, (aunque buena parte de sus integrantes veteranos se licenciaron y se establecieron en Patras, donde recibieron tierras para ello), siendo posible que antes, al comienzo del principado augustano, pasara un tiempo en Dugga, en el África Proconsular (una provincia que se extendía desde Túnez hasta el noreste de Argelia, pasando por la costa de Libia).

La historia de esa unidad da un salto hasta el año 58 d.C., exactamente un siglo después de su creación, reinando ahora Nerón. La encontramos al mando de Cneo Domicio Corbulón, legado en Capadocia, combatiendo al rey parto Vologases I, quien acababa de invadir un reino vasallo de Roma, Armenia. Corbulón, contando también con la Legio IV Scythica, la Legio III Gallica y la Legio VI Ferrata, derrotó a los partos y repuso en el trono armenio a Tigranes VI. Pero la guerra no terminó y los siguientes acontecimientos resultaron adversos.

Efectivamente, en Armenia persistió una facción rebelde pro-parta que, cuatro años más tarde, sitió a la IV y la XII en la fortaleza de Rhandeia (en la ribera del río Arsanies, actual río Murat) y obligó a su nuevo legado, Lucio Junio Cesenio Peto, a rendirse. Como era costumbre, aquello fue considerado infamante en Roma y, mientras se devolvía la dirección de la campaña a Corbulón, se procedió a retirar esas legiones del escenario bélico, de modo que no pudieron vengar su humillación cuando al fin se obtuvo la victoria.

La guerra entre romanos y partos/Imagen: Rowanwindwhistler en Wikimedia Commons

Pero la XII tendría más ocasiones de entrar en liza. En el año 66 d.C. estalló lo que se conoció como Bellum Iudaicum, la Primera Guerra Judeo-Romana, cuando el descontento de los judíos -cuyo estado era cliente de Roma- a causa de los impuestos y otros abusos cristalizó en la formación de un movimiento nacionalista radical, el de los zelotes. Un incidente entre los griegos y judíos de Cesarea, en el que los romanos se abstuvieron de intervenir, encendió la chispa: y Judea se alzó en armas contra los ocupantes, el rey Agripa II y su esposa Berenice huyeron a Galilea, y la guarnición romana de Jerusalén fue asaltada.

El legado de Siria, Cayo Cestio Galo, envió tropas a sofocar la revuelta: la Legio XII acompañada de vexillationes (unidades seleccionadas ex profeso) de la IV Scythica y la VI Ferrata; seis cohortes y cuatro alas de caballería que sumaban unos dos mil hombres, si bien con los auxiliarii ascendían a treinta y seis mil. Sin embargo, al llegar a su destino Galo fracasó en su intento de tomar el Monte del Templo, percatándose de que no tenía efectivos suficientes para recuperar Jerusalén, así que ordenó su regreso para formar un ejército más poderoso y acometer la operación en condiciones adecuadas. Fue demasiado tarde.

Durante el camino de retorno hacia la costa, aquella fuerza cayó en una emboscada urdida por el líder zelote Eleazar ben Simón en el paso de Beth Horón, a una veintena de kilómetros de la ciudad. Una lluvia de flechas y otros proyectiles cayó sobre los soldados antes de que la infantería los asaltara sin darles tiempo a adoptar una formación defensiva, algo que dificultaba la estrechez de un escenario astutamente elegido. Galo consiguió escapar a Antioquía -aunque falleció meses después, siendo sustituido por Cayo Licinio Muciano-, pero dejó detrás seis muertos cuyas armaduras y armamento pasaron a manos de los rebeldes.

Tropas romanas saqueando el Templo de Jerusalén/Imagen: Steerpike en Wikimedia Commons

Lo peor para los romanos fue que los zelotes también capturaron algunas aquillae (estandartes de la legión), algo que se consideraba una deshonra, tal como había pasado con las perdidas en Teutoburgo en tiempos de Agusto. O sea, la Legio XII no sólo no pudo lavar la imagen dada en Armenia sino que la empeoró. No obstante, se impuso la necesidad sobre otras consideraciones y ese cuerpo permaneció en la guerra. Cuando se encargó al general Vespasiano la misión de poner fin al problema judío, se le autorizó a emplear cuatro legiones y una de ellas volvió a ser la XII.

Debidamente reconstituida con nuevos soldados, combatió bien el resto de la contienda, participando en el asedio y conquista de Jerusalén. Luego, Vespasiano la llevó consigo para hacerse con el trono imperial que había quedado vacante tras la muerte de Nerón. Una vez conseguido el objetivo, el nuevo emperador la destinó en la segunda mitad de la década de los setenta a Melitene para custodiar la frontera del Éufrates junto a la XVI Flavia Firma, que situó su base en Satala, ambas en Capadocia.

Cerca, en el Cáucaso, estaban los reinos de Iberia y Albania (que no deben confundirse con Hispania ni la Albania balcánica), aliados de Roma. Una inscripción encontrada en Azerbaiyán atestigua su presencia a orillas del Caspio en el año 75 d.C. y probablemente entre el 84 y el 96 d.C. fue el origen de Ramana, un asentamiento en el distrito de Bakú cuyo nombre parece derivar del latín «Romana», algo apoyado por el hallazgo de objetos romanos en el entorno y el hecho de que antiguamente la gente se refiriese al lugar con el término Romani.

Distribución de las legiones por el imperio hacia el año 80 d.C./Imagen: Cristiano64 en Wikimedia Commons

La legión permaneció en esa zona hasta el 114, año en que Trajano la envió a Armenia en la campaña de anexión que terminó convirtiendo ese reino en provincia romana. Dos décadas después el gobernador Lucio Flavio Arriano la empleó, junto con la XV Apollinaris, para repeler un intento de invasión de los alanos. A continuación protagonizó la exitosa campaña contra los partos de Vologases IV que llevó a cabo personalmente Lucio Vero, co-emperador con Marco Aurelio, entre el 162 y el 166 d.C. Parte de ambas legiones formaron una unidad mixta destacada en la capital recién conquista, Artaxata. Lucio Vero falleció en el 169, dejando solo a su compañero en el poder.

Marco Aurelio recurrió a la Legio XII para enfrentarse a los cuados (un pueblo germánico de la actual Eslovaquia), en el contexto de las Guerras Marcomanas (conflictos contra los germanos y sármatas nórdicos librados del 166 al 180 d.C.). En esa campaña surgió la curiosa leyenda sobre una tormenta milagrosa que salvó a una vexillation de la legión, tal como narra uno de los relieves de la Columna Trajana. Según Dion Casio, fue gracias a una invocación que hizo a Mercurio un mago llamado Harnuphis; según Tertuliano, se debió a las oraciones de los legionarios, muchos de los cuales eran cristianos (lo que, a su vez, originó otra leyenda: que por ello el emperador prohibió perseguir esa religión).

La XII regresó a Capadocia en el 175 d.C. para sofocar el levantamiento de Cayo Avidio Casio, gobernador de Egipto que se autoproclamó rey al considerarse descendiente de Herodes el Grande por vía paterna y quien creyó, erróneamente, el rumor de que Marco Aurelio acababa de morir (en realidad estaba guerreando en Germania). Al haberse mantenido leal al emperador, la legión volvió a cambiar de nombre una vez más, recibiendo el cognomen de Certa Constans (que se puede traducir como «Segura y Constante») en sustitución del último que había tenido desde tiempos de Augusto hasta entonces, Fulminata (de fulmen, el rayo que usaba como emblema en los escudos).

El llamado Milagro de la lluvia, representado en la Columna Trajana/Imagen: Cristiano64 en Wikimedia Commmons                       

Sin embargo, volvió a caer en desgracia en el conocido como «año de los cinco emperadores«, el 193 a.C. Tras la muerte de Pertinax (193 d.C.) y el efímero reinado de Didio Juliano, Pescenio Níger tuvo que enfrentarse a otros dos candidatos: Clodio Albino y Septimio Severo. Fue este último el que se impuso, inaugurando así toda una dinastía, pero la XII había tomado partido por Níger y cuando el imperio extendió un poco más su frontera oriental, del Éufrates al Tigris, esta legión fue relegada a la reserva como castigo.

No obstante, todavía tuvo sus momentos. En el 256 d.C., después de que el rey sasánida Shapur II se apoderase de Satala, ciudad de Capadocia donde tenía su cuartel la Legio XV Apollinaris, apresando poco después al emperador Valeriano, lo que descompuso la unidad territorial romana, la XII quedó a las órdenes de Septimio Odenato, gobernador de Palmira. Fue poco antes de que Galieno, hijo y sucesor de Valeriano, la rebautizara otra vez con el cognomen Galliena, que no hace falta traducir.

Sobre esa época las noticias escasean y apenas se saben unos pocos datos dispersos: que si uno de sus legionarios fue Polieucto Melitene (un oficial convertido al cristianismo, martirizado y canonizado), que si Diocleciano empleó ese cuerpo para la campaña contra los sasánidas que restauró la frontera mesopotámica… Ese parece haber sido su último destino porque, según Notitia dignatatum, un documento de la cancillería imperial que consigna la organización administrativa de los imperios occidental y oriental, a principios del siglo V d.C. todavía estaba operativa en Melitene, guardando el cruce sobre el Éufrates al mando del dux Armeniae. Nada más se volvió a saber de ella.


Fuentes

Julio César, La Guerra de las Galias y la Guerra Civil | Plutarco, Vidas paralelas | Dion Casio, Historia romana | Suetonio, Vidas de los doce césares | Apiano, Historia romana | Adrian Goldsworthy, El ejército romano | John J. Hartwell, LEGIO XII FULINATA. A brief history | LEGIO XII FULMINATA | Wikipedia


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