Corría agosto de 1261 cuando Miguel Paleólogo entraba por la Puerta Áurea de Constantinopla, ciudad que acababa de reconquistar su general Alejo Estrategópulo en un audaz golpe de mano y sin apenas esfuerzo. De ese modo, Miguel adoptó el ordinal VIII e inauguró una nueva dinastía pero, sobre todo, restauró el Imperio Bizantino, aquel que había quedado deshecho cuando los cruzados tomaron la capital en 1204. Hasta entonces, Miguel reinaba en uno de los estados resultantes de aquella catástrofe y considerado legatario del otro: el Imperio de Nicea.

La Cuarta Cruzada, proclamada por el papa Inocencio III para recuperar Tierra Santa (que continuaba en manos musulmanas tras el acuerdo firmado entre Ricardo Corazón de León y Saladino, que apenas dejaba a los cristianos una franja litoral entre Tiro y Jaffa, aunque permitía a los peregrinos visitar Jerusalén), resultó un insospechado desastre. Las rivalidades existentes entre los príncipes cristianos y la confiscación de los bienes venecianos ordenada por el emperador bizantino Manuel I Comneno -que no era sino síntoma de su competición comercial-, llevó a que fueran pocos los que se alistasen.

Finalmente logró formarse un ejército que debería embarcarse en naves de Venecia hacia Egipto. A la hora de la verdad, los cruzados no pudieron reunir fondos suficientes para pagar ese transporte y la situación quedó en un impasse que aprovechó el pretendiente al trono bizantino, Alejo, para hacerles una oferta: él aportaría el dinero y hasta sumaría tropas propias si a cambio le ayudaban a reconquistar el trono. La mayoría aceptaron y, tras varios asaltos, se logró el objetivo en el verano de 1203. Pero el nuevamente coronado Alejo IV no pudo cumplir su promesa.

Las tropas niceas entraron en Constantinopla a través de esta puerta, llamada de Selimbria. que algunos aliados les abrieron desde dentro/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

El descontento que generó entre la población a causa de los impuestos decretados para conseguir el dinero y el intento de adaptar la Iglesia a la de Roma, sumado a los abusos de los cruzados hacia los ciudadanos, llevaron a una sublevación que terminó con su derrocamiento y ejecución. Los cruzados no aceptaron al nuevo emperador, Alejo V Ducas, alias Murzufluo por sus pobladas cejas, y tomaron Constantinopla. El sustituto designado para el trono, Constantino Láscaris, fue efímero. Viendo imposible resistir, marchó al exilio con su hermano Teodoro y buena parte de la nobleza, estableciéndose en Nicea.

Y así, mientras los cruzados elegían a Balduino IX de Flandes para dirigir el llamado Imperio Latino, resto de lo que ellos mismos bautizaron como Partitio terrarum imperii Romaniae (Partición del Imperio Romano de Oriente) junto a otros estados como el Imperio de Trebisonda (fundado por otra pareja de hermanos, Alejo y David Comneno, nietos de Andrónico I ) y el Despotado de Epiro (que creó Ángel Comneno Ducas, primo de Alejo III), Láscaris fundó el suyo propio, el Imperio de Nicea.

Los cruzados entran en Constantinopla, por Delacroix/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Nicea era una ciudad de Bitinia (una región de Asia Menor al suroeste del Mar Negro), una zona muy helenizada -al igual que la vecina región de Lidia- que los bizantinos habían logrado recuperar de los musulmanes en la Primera Cruzada, aunque las turbulentas circunstancias por las que pasaba el ahora ex-imperio hacían que quedase lejos de Constantinopla. De hecho, se daba la ironía de que no estaba tan peligrosamente cerca de ésta como el Despotado de Epiro (en la región balcánica homónima), pero sí más que Trebisonda, lo que le confería una ubicación estratégica para intentar recuperar el imperio algún día.

Claro que eso no iba a ser inmediato. De momento Teodoro I, que recibió el poder de su hermano y pasó a ser el segundo emperador de la dinastía Láscaris, bastante tenía con afrontar las amenazas inmediatas sobre Nicea: si había aprovechado una derrota de Balduino ante los búlgaros en Adrianópolis para extender sus territorios por Anatolia, ahora Enrique de Flandes, nuevo gobernante del Imperio Latino tras la muerte en 1205 de Balduino -que era su hermano-, intentaba recuperar los perdido. Enrique le venció en Poemaneum y Bursa, y sólo una nueva incursión de Kaloján de Bulgaria le frenó.

Pero no eran únicamente los latinos, pues Trebisonda y otros estados menores también pugnaban por hacerse con los despojos del Imperio Bizantino y Teodoro tuvo que enfrentarse a todos uno tras otro; haciendo de la necesidad virtud, salió fortalecido de aquellas campañas y convirtió a Nicea en el imperio más fuerte de la región. Aún así en 1211 cedió otro revés ante Enrique, que por fin había solventado el problema búlgaro, en la batalla del río Ríndaco; parecía inminente la caída de Pérgamo y Ninfeo, pero la táctica de guerrilla impuesta por Teodoro dio sus frutos.

Al desmembramiento del Imperio Bizantino se lo llamó latinocracia o francocracia. Los territorios en verde eran venecianos/Imagen: Rowanwindwhistler en Wikimedia Commons Crédito: LatinEmpire / Rowanwindwhistler / Wikimedia Commons

El Imperio de Nicea ocupaba un área densamente poblada, lo que le permitía disponer de un ejército de unos veinte mil hombres; razonablemente numeroso, aunque lejos de las cifras del Imperio Latino. El reclutamiento se basaba en la pronoia, un sistema de propiedad de la tierra similar al feudalismo que permitía incorporar a los campesinos fuera cual fuera su procedencia, de manera que se formaba una fuerza multiétnica: griegos, cumanos, cretenses, armenios, georgianos… Incluso latinos, procedentes de Europa occidental.

El grueso era el Taxeis, una caballería de seis mil jinetes organizados en doce allagia (batallones); básicamente bizantinos, a menudo hubo que reforzarlos con mercenarios alanos, selyúcidas (conocidos como los «persas») y mongoles. El resto de las fuerzas, ligeras, se distribuían por guarniciones que estaban fundamentalmente en las fronteras, por lo que sus integrantes recibían el nombre tradicional de acritas (de akritoi, «fronterizos, hombres de frontera»). Una flota de dos docenas de galeras completaba el conjunto.

Cota de malla de caballería bizantina datada en torno al siglo XIII/Imagen: G. dallorto en Wikimedia Commons

El caso es que en esa época la mayoría de las campañas se hacían sólo con dos o tres millares de soldados, así que Nicea pudo resistir los embates de Enrique. Agotados ambos bandos y conscientes de que ninguno era suficientemente fuerte para imponerse al otro, en 1214 firmaron el Tratado de Ninfeo para delimitar las respectivas áreas de influencia. El Imperio Latino se reservó la parte noroeste de Anatolia, incluyendo las costas de Bitinia y la mayoría de Misia. Nicea se quedaba con Paflagonia, los dominios al este de Sinope de David Comneno, cofundador del Imperio de Trebisonda, que hasta entonces había sido vasallo de Enrique.

El acuerdo no sólo proporcionaba a Nicea paz y límites claros, sino también disponer de una salida al Mar Negro y manos libres para poder atender la amenaza de los turcos selyúcidas del vecino Sultanato de Rüm, contratados por el ex-emperador Alejo III, sin miedo a tener que atender varios frentes a un tiempo. Ya había derrotado a los selyúcidas en 1211, en la batalla de Antioquía del Meandro, aunque las bajas sufridas le costaron caer luego en el río Ríndaco y perder así Misia y el litoral del Mar de Mármara.

El tratado también permitía ocuparse de asuntos internos. Para reforzar su posición, Teodoro nombró un nuevo Patriarca de Constantinopla con sede en Nicea y en 1219 contrajo matrimonio con María de Courtenay, hija de Pedro II de Courtenay, quien había sido emperador de Constantinopla desde la muerte de Enrique en 1216. Pedro, que falleció a su vez tres años más tarde, nunca llegó a asumir el trono de facto porque fue hecho prisionero por Teodoro Comneno Ducas, gobernante de Epiro, siendo su esposa Yolanda la regente hasta la coronación de su hijo Roberto.

La tradición dice que Juan III fue tan querido por el pueblo que acabó canonizado y, aunque no consta oficialmente en la Iglesia Ortodoxa, a veces se le representa como santo/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Para casarse con María, Teodoro I Láscaris tuvo que repudiar antes a su esposa Felipa de Armenia, y desheredar al hijo que tuvo con ella, Constantino; la explicación a tan drástica decisión no es sólo un enlace estratégico sino también, probablemente, que Felipa le había sido entregada como hija de León I de Armenia, cuando en realidad sólo era su sobrina. En cualquier caso, María se convertía en emperatriz de Nicea al mismo tiempo que su hermano Roberto sucedía a su madre al frente del Imperio Latino; duró hasta 1222, pero no tuvo hijos y, curiosamente, al morir Roberto en 1228 fue designada regente por la minoría de edad del sucesor, su hermano pequeño Balduino II.

El año 1222 no se cita por casualidad, ya que también fue el del óbito de Teodoro I, a quien sucedió su yerno Juan III Ducas Vatatzés. De familia aristocrática y casado con Irene Láscaris, tuvo que superar la oposición -apoyada por Constantinopla y que devino en guerra civil- de los hermanos de su suegro, Alejo e Isaac, quienes acabaron vencidos y cegados. Sintiéndose fuerte, acometió una expansión por Asia Menor hasta el mar Egeo, aprovechando que el Reino de Tesalónica había sido anexionado en 1224 por el Despotado de Epiro y éste absorbido por los búlgaros en 1230.

Si la conocida como francocracia o latinocracia (la división de Grecia en casi una quincena de estados latinos y francos) se tambaleaba, de los legatarios del imperio Bizantino ya sólo quedaba el Imperio de Nicea con poder real, habida cuenta que el de Trebisonda se hallaba muy debilitado. Por eso el zar búlgaro Iván Asen II aceptó a Juan III como aliado en 1235 y le permitió extender su área de influencia a Tesalónica y Epiro. Pero cuando se percató de lo peligroso que podía ser, le hizo la guerra. No la ganó; Asen murió en 1241 y gran parte de sus dominios -Tracia y Macedonia- pasaron a manos de Nicea, como pasó con Epiro.

El Imperio Búlgaro de Iván Asén II (en amatillo claro están los estados vasallos)/Imagen: Rowanwindwhistler en Wikimedia Commons

En 1242 Juan III tuvo un golpe de fortuna cuando los mongoles invadieron la zona este de los selyúcidas, eliminándole un problema que siempre estaba ahí, subyacente. Pese al temor inicial, los invasores se mostraron respetuosos con Nicea y Juan III pudo centrarse en la labor diplomática de aislar al Imperio Latino, para lo cual contrajo matrimonio con Constanza de Hohenstaufen, hija de Federico II, emperador del Sacro Imperio, a quien ofreció vasallaje a cambio de su ayuda para reconquistar Constantinopla.

Pese al enlace ese acuerdo no llegó a concretarse nunca, como tampoco la pretendida reunificación de las dos iglesias (Bizantina y Romana). Pero Juan III siguió ensanchando las fronteras de Nicea hasta su muerte en 1254, año en el que dejó el trono a su hijo Teodoro II Láscaris, que ya era co-emperador. El nuevo mandatario supo conservar el legado de su progenitor. Y eso que el comienzo fue difícil, con el zar búlgaro Miguel Asén II apoderándose de Tracia y Macedonia, y Epiro sublevándose contra el control niceo con el apoyo de Manfredo de Sicilia.

Miguel VIII Paleólogo/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Teodoro II consiguió repeler a los búlgaros y los obligó a firmar un tratado en 1256 que posteriormente se renovó con la boda entre el siguiente zar, Constantino Tij, y una hija del emperador, Irene Ducas Láscaris. Ese mismo año intentó aplicar una política parecida con Epiro, para lo cual casó a otra hija, María, con el hijo del déspota Miguel II, que sucedería a su padre una década después con el nombre de Nicéforo I. Decimos intentó porque no salió bien debido a que, a cambio, Teodoro exigió la entrega de las ciudades de Dirraquio y Servia, a lo que se negó Miguel.

Ello desembocó en una guerra que el emperador de Nicea no llegó a ver concluir porque su reinado apenas duró dos años y falleció en 1258. El trono pasó a su hijo Juan IV, aunque al ser un niño todavía se estableció una regencia, siendo designado primero el patriarca Arsenio Autolano y después el general Miguel Paleólogo. Era el mismo que veíamos al comienzo y que, evidentemente, no desaprovechó la ocasión: ordenó cegar y encerrar a Juan, y se autoproclamó emperador como Miguel VIII, fingiendo aceptar la fórmula de una monarquía constitucional que nunca respetaría.

Hubo un obstáculo: la reivindicación de la corona que el déspota de Epiro hacía para su hijo Nicéforo por estar casado con María, como vimos. Para ello organizó una triple alianza con Sicilia y Acaya que, no obstante, se estrelló contra las tropas que dirigía el gran doméstico (comandante en jefe) Alejo Estrategópulo, quien cruzó el Helesponto y los aplastó en 1259 en la batalla de Pelagonia, aprovechando un burdo ardid que los dividió.

El nuevo Imperio Bizantino en 1265, ya restaurado/Imagen: Rowanwindwhistler en Wikimedia Commons Crédito: William Robert Shepherd / Rowanwindwhistler / Wikimedia Commons

Todo quedaba dispuesto para emprender la gran empresa de conquistar Constantinopla y restaurar el Imperio Bizantino, proyecto favorecido por la popularidad alcanzada por Miguel y la boyante situación económica de Nicea gracias a las políticas aplicadas esos años. No obstante, la antigua capital del imperio tenía férreas defensas y un primer intento fracasó. Para el segundo contó con dos factores: la suerte de que otra incursión mongola resultó igual de intrascendente y la alianza con Génova en 1261.

Miguel envió a Estrategópulo al frente de un pequeño destacamento a estudiar el terreno y, habiendo llegado éste a Selimbria, se enteró de que el ejército latino y la flota veneciana aliada habían partido hacia la ciudad niceana de Dafnusia para sitiarla, en un error táctico garrafal que dejaba Constantinopla prácticamente desguarnecida. En un alarde de iniciativa y audacia, Estrategópulo tomó la decisión de arriesgarse a atacar la capital por sorpresa y tuvo éxito.

La legitimidad de Miguel fue reconocida sin demasiada oposición porque, al fin y al cabo, todos consideraban al Imperio de Nicea el verdadero depositario del legado bizantino y a él le vieron como un a especie de Moisés liberando al pueblo ortodoxo de la opresión latina. Era el inicio de la restauración del antiguo imperio, ahora profundamente imbuido de un espíritu helenizante para marcar diferencias con el pasado latino inmediato. Y, dado que Acaya fue anexionada al poco, únicamente Trebisonda y Epiro mantuvieron su independencia (hasta 1461 y 1479 respectivamente).


Fuentes

Georg Ostrogorsky, Historia del estado bizantino | Giorgio Ravegnani, Bizancio y Venecia: Historia de un imperio | David Barreras Martínez y Cristina Durán Gómez, Breve historia del Imperio Bizantino | Franz Georg Maier, Bizancio | Donald M. Nicol, The last centuries of Byzantium, 1261-1453 | Wikipedia


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