En el noroeste de Siria, al oeste de la ciudad de Alepo y lindando con la frontera turca, se extiende el Macizo Calcáreo, una serie de tres cadenas montañosas de 400 a 500 metros de altitud media con llanuras interiores que se extienden unos 5.500 kilómetros cuadrados.

La zona causó una fuerte sensación de asombro cuando empezó a ser explorada por occidentales a mediados del siglo XIX. La razón es que está plagada de asentamientos en ruinas que datan de la Antigüedad y del Imperio Bizantino, y que fueron abandonados prácticamente al mismo tiempo, entre los siglos IX y X. Se han contado hasta 700 pueblos y ciudades de época romana tardía y bizantina temprana distribuidos por todo el Macizo.

Las primeras investigaciones de los yacimientos fueron realizadas en la década de 1860 por Melchior de Vogüé, arqueólogo y diplomático francés, cuyos estudios se publicaron junto con dibujos del arquitecto Edmond Duthoit, que le acompañó en los trabajos. Posteriormente la Universidad de Princeton y el Instituto Arqueológico Francés realizarían excavaciones y obras de restauración en algunos de los edificios.

Mapa de localización de las Ciudades Muertas | foto Lencer en Wikimedia Commons

Hoy a ese impresionante grupo de asentamientos antiguos se le conoce con el nombre de Ciudades Muertas, un término que fue acuñado por Joseph Mattern tras un viaje realizado a finales de la década de 1930. La mayoría de los pueblos y ciudades se desarrollaron a partir del siglo I d.C. y estuvieron habitados hasta el siglo VII d.C.

Basaban su economía en el cultivo, la producción y la comercialización de aceitunas, vino y grano. Se conservan entre las ruinas cientos de prensas de aceite de la época bizantina. Abrevaderos de piedra, conservados en gran número en las casas, indican la cría de vacas, ovejas y caballos.

Prensa de aceite en Serjilla | foto Bernard Gagnon en Wikimedia Commons

Sus habitantes eran principalmente de habla griega y cada asentamiento se estructuraba en torno a una gran villa, rodeada de edificios públicos e iglesias construidas en piedra caliza a partir del siglo IV, cuando se van convirtiendo gradualmente al cristianismo.

Los terratenientes ejercían una especie de dominio feudal sobre los campesinos y los arrendatarios. Existía una forma especial de contrato por la que los campesinos se comprometían a trabajar los campos u olivares durante varios años y, a cambio, recibían en propiedad la mitad de la superficie cultivada. Ello hizo que las propiedades se fueran dividiendo cada vez en parcelas más pequeñas.

De todas ellas las ciudades más grandes eran Kapropera (hoy llamada Al-Bara, y en la que hay dos tumbas piramidales), Telanissos (actual Deir Seman) y Kaprobarada (hoy Brad). El resto eran pueblos, más grandes o más pequeños. Aun así, incluso los asentamientos con menos de 50 casas contaron con una iglesia o un complejo monástico. La época de mayor esplendor, de la que datan la mayoría de los restos de edificios conservados, se sitúa entre los siglo IV y VII d.C.

El monasterio de San Simeón en Qal’at Sim’an | foto Bernard Gagnon en Wikimedia Commons

La inscripción más antigua que se ha encontrado data del año 73 d.C. y fue hallada en la localidad llamada Refade. En ese mismo lugar todavía es visible hoy una torre del siglo VI de entre ocho y nueve metros del altura. La función de estas casas torre, de las que se han conservado más en otras de las Ciudades Muertas, tanto dentro como fuera de las aldeas, no está del todo clara. Se cree que pudieron tener una función defensiva, o bien ser lugares de retiro de los seguidores de Simeón el estilita, cuyo monasterio se encontraba en las cercanías.

No obstante, las ciudades se diferencian de las romanas en que no tienen un trazado sistemático y regular, sino que crecieron al azar sin una estructura ordenada. Faltan en ellas los lugares de reunión urbanos como el ágora y edificios culturales como anfiteatros, hipódromos, etc. La mayor parte de los edificios son viviendas, que se diferencian de los edificios públicos por los elementos decorativos.

Vista de Jerada y una de las torres conservadas | foto Bertramz en Wikimedia Commons

Sí existían termas y baños públicos, alojamientos para viajeros y posadas, ya que la zona recibía numerosos peregrinos que acudían atraídos por los lugares que había frecuentado San Simeón.

Ni la conquista sasánida en 573 por Cosroes I, ni la posterior conquista árabe durante la primera mitad del siglo VII supusieron la destrucción de los asentamientos. Sin embargo, se inició un declive económico y un éxodo gradual que duraría varias generaciones, sin que se sepan las razones exactas. Ello llevaría a la despoblación y el abandono completo de pueblos y ciudades en el siglo VIII. Solo unos pocos lugares siguieron habitados hasta el siglo X.

Algunos investigadores creen que pudo ser debido a la disminución de la demanda de aceite de oliva en las rutas comerciales, ya que se sustituyó por la cera como combustible para lámparas. Otros indican que, tras la conquista árabe, había nuevas tierras cultivables disponibles en las llanuras del este, donde las condiciones de vida eran más fáciles, y la mayoría decidió emigrar allí.

Tumba piramidal en Dana | foto Frank Kidner/Dumbarton Oaks en Wikimedia Commons

Entre las localidades incluidas en el conjunto de las Ciudades Muertas se encuentran, además de las ya mencionadas, Fafertin (con la iglesia más antigua del norte de Siria, del año 372 d.C.), Qal’at Sim’an (el monasterio de San Simeón), Meghara (actual M’rara, con tumbas rupestres romanas), Karab Shams (conserva una antigua basílica del siglo IV), Kaleta (conserva un castillo construido sobre un templo romano), Barjaka (o Burj Suleiman, con una torre-vivienda), Sheikh Suleiman (tres iglesias y otra torre), Kafr Nabo (con un asentamiento asirio del siglo IX a.C., un templo romano convertido en iglesia y varios edificios residenciales), y Kimar (varias iglesias, torres y cisternas).

De especial interés son Ain Dara (con un templo hitita de la Edad del Hierro, de entre los siglos X y VIII a.C.), Cyrrhus (fundada por Seleuco I Nicátor, uno de los generales de Alejandro Magno, hacia 300 a.C., con la iglesia de San Cosme y San Damián, un anfiteatro y dos puentes romanos) y Serjilla, una de las ciudades o pueblos mejor conservados, de fundación tardía alrededor del año 473 d.C., a la que se apodó como la Pompeya cristiana.

Restos del templo hitita de Ain Dara | foto Odilia en Wikimedia Commons

Más recientemente, muchas de estas ciudades muertas han sufrido daños por causa de la guerra civil siria, que ha dañado o destruido completamente los restos que quedaban en pie.

Es el caso de Kaprobarada (Brad) y su catedral de Julianos, construida entre 399 y 402 d.C.

Y por desgracia, justo en el momento de escribir estas líneas, un terremoto de intensidad 8 ha asolado la zona a ambos lados de la frontera, con gran pérdida de vidas. No es la primera vez, pues ahí convergen hasta cuatro placas tectónicas.

El anfiteatro de Cyrrhus | foto Bertramz en Wikimedia Commons

Fuentes

Ancient Villages of Northern Syria (UNESCO) | Thomas S. Burns, John W. Eadie, Urban Centers and Rural Contexts in Late Antiquity | Kevin Butcher, Roman Syria and the Near East | Wikipedia


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