Cinco años padecí mirando eternas / cosas de soledad y de infinito, / que ahora son esa historia que repito, / ya como una obsesión, en las tabernas

Estos versos corresponden a un soneto que Jorge Luis Borges dedicó a un famoso marino escocés de principios del siglo XVIII que también había inspirado al escritor inglés Daniel Defoe para publicar, en 1719, su exitosa novela The life and strange surprizing adventures of Robinson Crusoe, más conocida por el título abreviado con el nombre de su protagonista. Se llamaba Alexander Selkirk y, pese a haber tenido que sobrevivir casi un lustro a base de ingenio en una isla desierta, no se trataba de un náufrago exactamente, como veremos a continuación.

En la obra de Defoe sí empieza todo con un naufragio, la del barco esclavista en el que navega el personaje, a la altura de Venezuela. Narrando su experiencia en primera persona, en forma de cartas, pasa un tiempo mucho mayor en la isla, veintiocho años, bien es cierto que parte de ellos acompañado de un indígena al que bautiza Viernes, evangelizándolo y enseñándole la lengua inglesa. Finalmente, consigue salvar a una tripulación del abandono por parte de un grupo de amotinados, apoderándose del navío y regresando a Inglaterra. Allí descubre que todos le daban por muerto y, por tanto, no ha recibido nada del testamento paterno, por lo que importa sus beneficios de una propiedad que tenía en Brasil, primero a Portugal y de allí a Gran Bretaña, en una especie de epílogo con más aventuras.

Robinson Crusoe fue la más afortunada de las numerosas historias sobre náufragos que circulaban desde que en 1609 el Inca Garcilaso reseñase, en su obra Comentarios Reales de los Incas, la del español Pedro Serrano. Fue éste un capitán español cuyo patache se hundió en 1526, durante una singladura entre La Habana y Cartagena de Indias, salvándose únicamente él al conseguir alcanzar a nado un atolón caribeño del colombiano archipiélago de San Andrés. Serrano, cuyo apellido da hoy nombre a ese lugar (cayo o banco Serrana) sobrevivió allí ocho años (los últimos seis en compañía de un náufrago de otro barco) hasta su rescate en 1532.

Ubicación del Banco Serrana en el Caribe/Imagen: Google Maps

Daniel Defoe pudo conocer esa odisea, ya que era comerciante de vinos y eso le llevó a visitar alguna vez España, donde, al mismo tiempo, quizá descubrió otro libro con argumento parecido: Ḥayy ibn Yaqẓān (El filósofo autodidacta), del andalusí del siglo XII Ibn Tufail, también conocido como Abubacer o Abentofail, un erudito natural de Guadix que recurrió a la historia de un niño que crece en soledad en una isla del océano Índico, criado por una gacela, para teorizar sobre el desarrollo del intelecto; un tema que ya había empleado también Avempace en Tadbir al-mutawahhid («El régimen del solitario»).

Los expertos en la literatura de Defoe opinan que no debió tener una fuente de inspiración única para Robinson Crusoe. La de Alexander Selkirk simplemente sería la más reciente y, dado que se convirtió en el trending topic del momento en Inglaterra, narrada además en los relatos que hicieron en 1712 Edward Cooke (un ex-compañero de tripulación de Selkirk) en A voyage to the South Sea, and round the world y el ensayista Sir Richard Steele en un artículo para el periódico The Englishman, entre otros, constituiría únicamente la chispa definitiva para acometer un argumento que ya debía de rondarle la cabeza. De ahí detalles como que su protagonista vista pieles, pese a que Defoe sitúa la isla en el Caribe tropical.

Daniel Defoe en un retrato anónimo/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Alexander Selcraig, que tal era el verdadero apellido del personaje histórico, nació en 1676 en Lower Largo, un pueblo de la costa oriental de Escocia donde todavía se conserva su casa familiar junto a una estatua en su memoria y un cartel señalizando la dirección y las siete mil quinientas millas de distancia a que se encuentra la isla de Juan Fernández, el sitio donde pasó aquellos años de soledad. Era hijo de un zapatero-curtidor que no fue capaz de domar el carácter rebelde y pendenciero que le llevó a abandonar muy joven el hogar paterno para enrolarse en un barco y orientar su vida al proceloso oficio de la piratería.

En 1703 se incorporó a la expedición que preparaba el corsario William Dampier, un marino formado en la Royal Navy pero reconvertido en bucanero y, como tal, integrante de los ataques llevados a cabo entre 1678 y 1699 contra los virreinatos españoles de América a las órdenes sucesivas de capitanes como Bartholomew Sharp, John Cooke, Edward Davies y Charles Swan. En esas correrías dio la vuelta al mundo y alcanzó prestigio suficiente como para que en 1701, con el estallido de la Guerra de Sucesión española, el Almirantazgo le adjudicase la misión de hostigar los intereses ultramarinos de España y Francia.

Para ello recibió dos buques, el St. George, de veintiséis cañones, y el Cinque Ports, de dieciséis. Selkirk fue destinado a este último, a las órdenes del capitán Thomas Stradling, zarpando de Kinsale en septiembre de 1703 y capturando tres pequeñas embarcaciones hispanas antes de poner rumbo al Pacífico, doblar el cabo de Hornos y enfrentarse al St. Joseph, un pesado buque francés que pudo escapar y advertir a las autoridades virreinales. Eso permitió que los británicos fracasasen en un intento de asalto a la localidad minera de Santa María, en Panamá, aunque a cambio apresaron al mercante Asunción, cuyo mando le fue entregado a Selkirk.

Ubicación del archipiélago de Juan Fernández/Imagen: TUBS en Wikimedia Commons

Sin embargo, eso obligaba a repartir a los hombres y provisiones entre tres naves, por lo que Dampier decidió abandonar el Asunción. Selkirk volvió pues al Cinque Ports y ahí empezaron los problemas: en septiembre de 1704, Stradling recaló en el archipiélago de Juan Fernández, situado a unos seiscientos setenta kilómetros al oeste de Chile y que llevaba el nombre del marino español que lo descubrió en 1574. Era un conjunto de islas deshabitadas que solían servir de refugio a piratas y corsarios, así que no había nada que temer en ese sentido; fue otro enemigo, minúsculo pero igualmente peligroso, el que iba a precipitar los acontecimientos.

La idea de Stradling era abastecerse allí de agua y víveres, tras lo cual volvería a hacerse a la mar. Pero Selkirk le advirtió de que el casco estaba muy corroído por la broma (Teredo navalis), un molusco bivalvo vermiforme que se adhiere a la madera de los barcos para alimentarse de su celulosa, obligando a realizar una carena o limpieza cada cierto tiempo. El capitán no consideró necesaria la operación y siguió con su intención de levar anclas, encontrándose con la negativa de Selkirk a embarcarse. Stradling, seguramente furioso, lo tomó al pie de la letra y mandó que le dejaran allí. El otro se arrepintió al instante, pero su superior quiso dar un escarmiento; no había vuelta atrás.

Selkirk fue desembarcado en la isla que los españoles llamaban Más a Tierra (o Más Atierra, rebautizada Robinson Crusoe en 1966) con algunos útiles para poder sobrevivir: ropa, herramientas (hacha, cuchillo, martillo), enseres (olla, tetera, vaso), tabaco, una manta, un mosquete con provisión de pólvora y unos libros, entre ellos -algo importante para la mentalidad de entonces- un ejemplar de la Biblia. Acto seguido, el Cinque Ports zarpó, dejando atrás al nuevo y solitario habitante de aquel pedazo de tierra de apenas cuarenta y ocho kilómetros cuadrados y clima subtropical. Nadie se imaginaba que con ello le estaba salvando la vida. Y es que, tal como había advertido Selkirk, el barco se deshizo días después frente a la costa colombiana y se fue a pique, acabando los supervivientes en una prisión de Lima.

Selkirk capturando una cabra. Grabado del libro The life and adventures of Alexander Selkirk, the real Robinson Crusoe; a narrative founded on facts/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Entretanto, él se dispuso a iniciar aquel cautiverio en libertad que tenía por delante, instalándose en la playa y alimentándose de langostas mientras oteaba el mar hora tras hora, día tras día, con la esperanza de ver recortarse alguna vela en el horizonte. No sólo no fue así sino que tuvo que trasladarse al interior de la isla cuando llegó la temporada de apareamiento de los leones marinos y cientos de ejemplares tomaron la playa. El cambio fue para mejor porque pudo diversificar su dieta con frutas, verduras, frutos secos, nabos, pimienta y, sobre todo, carne, ya que había cabras asilvestradas dejadas por otros marineros y reproducidas de forma natural que, además, le proporcionaron leche.

No obstante, la suya no era una existencia fácil. Cuando agotó la pólvora se vio obligado a perseguir a sus presas cuchillo en mano y una vez se despeñó por un acantilado, salvando la vida gracias a que el animal tras el que iba cayó antes y amortiguó el golpe con su cuerpo. Asimismo, construyó un par de cabañas con madera de anacahuita (un tipo de árbol, no muy grande, típico de la mitad meridional de Sudamérica), usando una como cocina y la otra de dormitorio, pero no pudo dormir con tranquilidad hasta que se las arregló para atrapar y domesticar un par de gatos salvajes que en lo sucesivo protegieron su sueño de los ataques nocturnos de las ratas.

Otro grabado del mismo libro. en este caso, Selkirk aparece leyendo la Biblia en una de sus cabañas/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Por otra parte, la ropa pronto se deterioró y terminó vistiendo pieles de cabra, que cosió utilizando un clavo como aguja, recordando las enseñanzas de su padre cuando intentó iniciarlo en el oficio de zapatero. De los zapatos, por cierto, prescindió cuando quedaron inservibles; no los intentó sustituir porque sus pies ya se habían encallecido lo suficiente como para andar descalzo. En cuanto a la mente, la lectura de la Biblia le sirvió tanto de entretenimiento como de consuelo, aparte de favorecer que no olvidase el idioma; porque, al contrario que Robinson Crusoe, nunca tuvo ningún Viernes con quien hablar.

Irónicamente podía haber salido antes de allí porque en dos ocasiones recalaron barcos, pero ambos resultaron ser españoles, lo que le hubiera supuesto un destino peor que la isla al tratarse de un escocés protestante y pirata. De hecho, los marineros de uno de ellos le vieron y trataron de atraparlo, pero él logró despistarlos y esconderse en la espesura; al parecer alguno llegó a orinar al pie de uno de los árboles donde Selkirk se había encaramado para esconderse, sin llegar a percatarse de su presencia. Al final, los buques se fueron y él siguió esperando, esperando… y pasaron cuatro años y cuatro meses, hasta que el 2 de febrero de 1709 se produjo el ansiado milagro.

Dos fragatas llamadas Duke y Duchess fondearon frente a la isla y enviaron a tierra una chalupa con un destacamento para abastecerse de agua y comida fresca, ya que algunos miembros de sus tripulaciones padecían escorbuto (una enfermedad típica de los marineros, producida por la carencia de vitamina C a causa de las estancias prolongadas en alta mar) y llevaban ya siete hombres muertos. Al frente de ese retén estaba Thomas Dover, un médico inglés de familia acomodada que se había embarcado por mediación de un vecino marino que tenía en Bristol, Woodes Rogers, que era precisamente el capitán del Duke.

Vista de la Isla Robinson Crusoe | foto Serpentus en Wikimedia Commons

Rogers, que navegaba desde niño, contrató en 1707 al mencionado William Dampier, amigo de su padre, como piloto para una expedición de corso contra los españoles (la Guerra de Sucesión aún seguía). Dampier aceptó para intentar lavar su imagen, ya que se le culpaba extraoficialmente del hundimiento del Cinque Ports por no haber revisado el casco antes de partir de Kinsale y además había perdido también su propio barco en un motín. Esta vez sólo ejercía de piloto, pero tampoco se libró de problemas: muchos marineros eran holandeses y daneses que desertaron a la primera de cambio, otros se amotinaron cuando el capitán les impidió atacar un barco sueco (neutral, por tanto) y cruzar el Paso de Drake (el Mar de Hoces español) resultó muy difícil porque las corrientes les arrastraban hacia la Antártida.

La idea de visitar en el archipiélago de Juan Fernández tenía como objeto hacer acopio de lima, con cuyo zumo podrían continuar sin tener más víctimas del escorbuto. Sin embargo, cuando avistaron la isla a lo lejos y vieron una columna de humo temieron que hubiera españoles, razón por la que Rogers envió a Thomas Dover a investigar. El galeno quedó sorprendido ante aquel hombre de «aspecto salvaje», en sus propias palabras, y el mismo Rogers, al regresar a Gran Bretaña, escribiría un informe sobre el asunto que a buen seguro leyó su amigo Daniel Defoe. Selkirk, un poco confuso al principio -aunque impresionó a los recién llegados con su paz de espíritu-, les ayudó a capturar cabras y recolectar fruta.

Thomas Dovers lleva a Selkirk a bordo del Duke. Ilustración de la obra de Robert C. Leslie Desperate Journeys, Abandoned Souls: True Stories of Castaways and Other Survivors (1859)/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Cuando levaron anclas el 14 de febrero, lo llevaron consigo en el Duke. Ahora bien, el destino no era un puerto británico todavía, puesto que estaban en misión de guerra y continuaron atacando embarcaciones españolas. Es más, una de ellas, rebautizada Increase, fue puesta a las órdenes de Selkirk, que retomó con ganas su actividad corsaria como si quisiera recuperar aquellos cuatro años y cuatro meses perdidos. Así fue cómo, con una flotilla de botes, remontó el río Guayas y cayó por sorpresa sobre Guayaquil, pactando con el gobernador la entrega de un rescate; a sus marineros les pareció insuficiente y profanaron los cuerpos del cementerio en busca de joyas, lo que iba a desatar una epidemia a bordo saldada con la muerte de seis de ellos.

La tensión entre marinería y oficialidad no se apaciguó hasta el avistamiento del Nuestra Señora de la Encarnación y Desengaño , un navío español que navegaba acompañado de otro llamado Nuestra Señora de Begoña. El primero fue capturado -se lo rebautizó con el nombre de Bachelor-, pero el precio resultó alto porque el segundo se defendió bravamente y no sólo pudo escapar sino que produjo daños al Duke y el Duchess. Selkirk pasó a ser piloto de Rogers y aquella improvisada escuadra de cuatro naves puso rumbo a la Baja California, donde apresó al Galeón de Manila a costa de muchas bajas. Luego cruzaron el Pacífico hasta Batavia; allí vendieron uno de los barcos y Rogers se curó una herida de bala que le había alcanzado el paladar.

Como la East India Company prohibía comerciar con los holandeses porque tenía el monopolio, el retorno a Inglaterra en octubre de 1711 -circunnavegando el cabo de Buena Esperanza y dando pues la vuelta al mundo- se enturbió con un pleito que concluyó con una indemnización a dicha compañía. Rogers vio cómo sus ganancias se reducían tanto que quedó endeudado, aunque por contra alcanzó notorio prestigio por dar la vuelta al mundo perdiendo pocos marineros y lo contó en un libro que tituló A cruising voyage round the world, casi igual que el de Cooke que reseñábamos al comienzo y que se le adelantó en publicación, si bien tuvo menos éxito que el de Rogers, quien además llegó a ser gobernador de las Bahamas.

Placa erigida por la Royal Navy en memoria de Selkirk en la isla donde estuvo | foto dominio público en Wikimedia Commons

La razón de que el capitán obtuviera más lectores fue que contó con mayor detalle y emotividad el rescate de Selkirk, que Cooke trató bastante por encima y con cierta frialdad. Como decíamos, la historia de aquel hombre que no había podido regresar hasta ocho años después apasionó a la opinión pública, pero él se encontraba ahora en una posición delicada: la parte que le correspondía de la expedición, unas ochocientas libras, estaba en el aire por el litigio con la East India Company y él mismo declaró que nunca fue «tan feliz como cuando no valía ni un centavo». La adaptación a la vida resultó difícil y, al parecer, pasó un par de años en prisión por agredir a un carpintero de Bristol.

Al salir en libertad volvió a su pueblo natal, donde en 1717 se casó con una lechera llamada Sophia Bruce, estableciéndose el matrimonio en Londres. Poco después él se alistaba en la Royal Navy y debió quedar viudo, ya que en 1720 contrajo segundas nupcias con Frances Candis, una posadera de Plymouth también viuda. Luego embarcó en el HMS Weymouth, un navío de sesenta cañones que en 1741 participaría en el desastroso asedio a Cartagena de Indias, pero que de momento estaba destinado a combatir la piratería en la costa atlántica africana. Los desembarcos eventuales en zonas plagadas de mosquitos hicieron que la fiebre amarilla se extendiera entre la tripulación, diezmando a parte de ella.

Entre los caídos estuvo Selkirk; era el 13 de diciembre de 1721 y su cuerpo fue entregado a la mar. Quizá le hubiera hecho ilusión saber que casi tres siglos más tarde, en 2005, una expedición arqueológica dirigida por el japonés Daisuke Takahashi excavaba en el área de la isla Robinson Crusoe donde se cree que construyó sus cabañas y encontró fragmentos de cobre de un calibrador (un instrumento náutico) dieciochesco que debió de pertenecerle. O puede que le agradase más enterarse de que la isla mayor del archipiélago, Más Afuera (que él nunca vio siquiera porque se halla a ciento ochenta kilómetros de donde estuvo), lleva hoy su nombre.


Fuentes

Daniel Defoe, Aventuras de Robinson Crusoe | Inca Garcilaso de la Vega, Comentarios Reales de los Incas | Jorge Luis Borges, El otro, el mismo | Woodes Rogers, A cruising voyage round the world | Edward Cooke, A voyage to the South Sea, and round the world | William Clark Russell, William Dampier | Richard Wilson, The man who was Robinson Crusoe | Wikipedia


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