Probablemente uno de los templos más curiosos del Antiguo Egipto sea el de Beit el-Wali, en Nubia. Excavado en la roca, su sala hípetra está decorada con relieves que conservan buena parte de su policromía original y representan escenas de las campañas militares de Ramsés II. En ellos aparece éste con su hijo en varias batallas; no se trata del más famoso y sucesor, Merenptah, sino de su hermano Jaemuaset, del que conocemos más detalles biógraficos por ser sumo sacerdote de Ptah, protagonizar algunos cuentos literarios de la época y ser considerado a menudo como el primer egiptólogo, debido a la política de restauración de monumentos que impulsó.

Nubia es la región meridional de Egipto, fronteriza con Sudán. Extendida entre las cataratas primera y sexta, en la Antigüedad constituía un reino independiente pero, a menudo, sometido a vasallaje por los faraones, por eso allí hay también restos arqueológicos egipcios. El citado templo, ubicado en la orilla occidental del Nilo, es de pequeño tamaño y está dedicado a los dioses Amón-Ra, Ra-Horajti, Jnum y Anuket. Fue el primero de una serie que Ramsés II construyó en esa zona para imponer la cultura egipcia sobre la nubia, aunque hoy no se encuentra en su emplazamiento original porque, como pasó con los de Abu Simbel, en los años sesenta del siglo XX tuvo que ser trasladado a una cota más alta para evitar que quedase sumergido al inaugurarse la presa de Asuán.

Actualmente se alza junto al templo de Kalabasha y tiene como principal atractivo esos relieves en color que todavía muestra en su interior (no así en las partes exteriores). Lo que nos interesa aquí es el muro sur, en el que aparece el megalómano faraón derrotando a sus enemigos, entre ellos libios, asiáticos, etíopes y kushitas. Dos batallas centran la atención en ese friso artístico: la famosísima de Kadesh y el asedio de Dapur, ambas contra Hatti-Mitanni. La primera, disputada en el año 1274 a.C., buscaba frenar la expansión del rey Muwatalli II hacia el Líbano y terminó en empate, empezando victoriosa para Hatti pero equilibrando luego los egipcios la balanza. En cuanto al sitio de la ciudad de Dapur, tuvo lugar cinco años después (1269 a.C.) y se enmarca en la conquista de Siria, todavía en poder enemigo.

Mapa del Imperio Nuevo egipcio/Imagen: Rowanwindwhistler en Wikimedia Commons

La guerra terminó con un tratado entre ambos imperios –el más antiguo documentado de la historia– que delimitaba las respectivas áreas de influencia y acordaba el matrimonio de Ramsés con la princesa hitita Taduhepa. No hubo vencedor claro, por tanto, aunque la iconografía egipcia siempre mostró la contienda como un triunfo por haber impedido progresar al imperio hitita y porque en la mentalidad del Egipto de entonces era inconcebible representar artísticamente una derrota. Por eso muchos templos del país, como el Ramesseum o el de Abu Simbel, por ejemplo, muestran a un Ramsés II poderoso aplastando a sus enemigos… aunque la realidad no fuera exactamente así.

Como decíamos, en Beit el-Wali también hay escenas así, si bien con el detalle de que el faraón está junto a su hijo Jaemuaset; en el relieve de Kadesh, el vástago real -que a la sazón tenía cinco años de edad- está presentando a los dioses a los príncipes de Hatti como prisioneros de guerra; en el de Dapur acompaña a su progenitor como assitente, al igual que en otro sitio, el de Qode (Naharin, Mitanni). De hecho, Jaemuaset aparece asimismo en un carro, junto a su hermanastro Amenherjepeshef y su padre Ramsés, aprendiendo el oficio militar en la ilustración de la neutralización de un levantamiento organizado en Kush en tiempos de Seti I (que co-gobernaba con su heredero), cuando todavía era un niño de cuatro años.

Relieves de Beit e–Wali mostrando a Ramsés II y su hijo con prisioneros enemigos/Imagen: Olaf Tausch en Wikimedia Commons

Jaemuaset, nombre que se puede encontrar en la historiografia como Khaemweset, Setne Khamwas y otras variantes, debió nacer en torno al 1281 a.C. Era el cuarto hijo que Ramsés II tuvo con Isis-Nefert, su gran esposa real, con la que se había casado muy joven -antes incluso de que Seti I le asociara al trono- y de la que no se sabe gran cosa porque pasaría a un segundo plano desplazada por el nuevo matrimonio de su marido con la célebre Nefertari. Pese a ese rol secundario, Isis-Nefert mantuvo su estatus por encima del resto de concubinas y consiguió colocar a tres de sus hijos en la sucesión al trono, entre ellos Merenptah, que lograría reinar.

Otros hermanos de Jaemuaset fueron Ramsés (cuyo fallecimiento allanó el camino a Merenptah), Bint-Anat (que se casaría con su propio padre cuando murieron su madre y Nefertari) e Isis-Nefert II (que sería esposa de su hermano Merenptah). Sin embargo, aun con el éxito de su prole, Isis-Nefert desapareció prácticamente de la historia en la tercera década del reinado de su marido y apenas queda rastro de su existencia en un par de estelas… y en los monumentos que apadrinó Jaemuaset en el Alto Egipto (la mitad sur), quizá intentando que el recuerdo de su madre no se desvaneciera del todo. Cuando él llegó al mundo aún reinaba su abuelo Seti I y Ramsés II y Nefertari ya habían tenido a Amenherjepeshef.

Ya hemos visto que ambos recibieron adiestramiento militar muy pronto, pero luego, en el decimosexto año del reinado de Ramsés II, Jaemuaset reorientó su vida hacia la religión, ingresando en el culto a Ptah (el dios de los artesanos, patrón de Menfis), apadrinado por el sumo sacerdote menfita Huy. Como sacerdote sem (funerario, cargo exclusivo de los hijos reales), y junto a su hermano Ramsés y el chaty Paser (el chaty era un funcionario político-administrativo equivalente a primer ministro que los musulmanes renombrarían como visir; Paser fue el favorito de Ramsés II) asistió a su superior en las exequias mortuorias de un buey en el Serapeum, conmemorando la muerte de Apis (divinidad con forma de toro considerada heraldo de Ptah primero y de Osiris y Sokar, dioses asociados a la muerte).

La bóveda mayor del Serapeum de Sakkara en un dibujo de Auguste Mariette (1856)/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Serapeum o serapeo (o serapión, en griego) es el nombre con que que se conoce a los monumentos funerarios en honor de Apis, de los que había varias decenas en Egipto pero con especial importancia para dos: los de Menfis y Saqqara (Estrabón bautizó así a ese lugar al asociar a Apis con Serapis). Este último, que fue donde se llevó a cabo aquella ceremonia -aunque catorce años después se celebró otra, de nuevo oficiada por Huy en compañía del tesorero real Suty-, sería remodelado posteriormente por Jaemuaset en el ejercicio de su condición de sacerdote sem (funerario), añadiéndole una galería subterránea dotada de varias cámaras para poder enterrar más de un buey simultáneamente. Otro tanto hizo, en ese sentido, con el templo menfita de Ptah.

Que Jaemuaset alcanzase más tarde (en el tetragésimoquinto año del reinado de Ramsés II) la cúspide de la jerarquía sacerdotal de ese culto no es extraño si se tiene en cuenta que el nombramiento era prerrogativa exclusiva del faraón, en este caso su padre. Teniendo en cuenta que Ptah era patrono de obreros y arquitectos, su sumo sacerdote se encargaba de la colocación de estelas, erección de estatuas y decoración de templos y tumbas (de ahí que se le tenga por patrón de los egiptólogos). Así, mientras su padre usurpaba monumentos ajenos, él se ocupó de restaurar otros, desde la pirámide de Unas a la escalonada de Zóser, pasando por las de Userkaf y Sahura, la mastaba de Shepseskaf y el templo solar de Niuserre (tengamos en cuenta que algunos tenían más de un milenio). En todos esos sitios se conservan inscripciones reseñando los detalles de la iniciativa.

Este trozo de una tablilla de ébano muestra a un faraón (en concreto Den, de la I dinastía) durante el festival Sed: primero sentado en su trono y luego en la carrera ritual alrededor de unos hitos/Imagen: Capt Mondo en Wikimedia Commons

También restauró una estatua dedicada al príncipe Kauab, hijo de Keops, dejando en su pedestal un texto indicando en qué había consistido el trabajo y quién lo había ordenado: «Es el jefe de artesanos y sacerdote sem, el Hijo del Rey, Jaemuaset, quien se alegró por esta estatua del Hijo del rey Kauab, y quien la tomó de lo que fue desechado». Cabe puntualizar que, a menudo, el sacerdocio sem era ejercido también por el sumo sacerdote de Ptah. A éste se le reconocía por el gran collar de oro que llevaba al cuello, con un extremo terminado en cabeza de chacal y brazos levantados en señal de oración, y el otro rematado con una cabeza de halcón; probablemente eran alusiones a dos deidades de la necrópolis de Menfis, Upuaut y el citado Sokar.

Pero, además, el sumo sacerdote de Ptah ejercía funciones políticas, ocupándose de diseñar la agenda ceremonial del faraón. Por tanto, fue Jaemuaset quién organizó el jubileo (treinta años de reinado) de su progenitor, que se plasmaba en el Heb Sed o fiesta del Sed, una renovación metafórica de la fuerza del gobernante de la que conocemos algunos aspectos pero no su desarrollo ordenado: una procesión del monarca con sus hijos, otra con los muebles reales, recepciones a los súbditos, elaboración de un censo de ganado, erección de un pilar conmemorativo desde el que se disparaban flechas a los cuatro puntos cardinales y realización de una carrera ritual.

El escenario principal del Sed era Menfis, pero tenían lugar actos complementarios en otras localidades, como El Kab o Gebel-el Silsila; hasta cinco, hubo, lo que obligó al sacerdote a visitarlos previamente para disponerlo todo. La planificación de esos actos por Jaemuaset empezó un lustro antes, como indican los registros del vigésimo quinto año del reinado de Ramsés II, que fue cuando su primogénito homónimo fue nombrado heredero. Ahora bien, como decíamos antes, el designado sucesor falleció prematuramente coincidiendo con el jubileo y, dado que su hermanastro Amenherjepeshef (hijo de Nefertari) también había muerto mucho antes (en el decimoquinto año de reinado), la sucesión recayó en Jaemuaset.

Jaemuaset y su esposa Nebettawy | foto Ángel M. Felicísimo en Wikimedia Commons

Como tal, y teniendo en cuenta que el faraón ya era un anciano, fue asociado al trono y ejerció como gobernador de Menfis. Sin embargo, no llegaría a ceñir la doble corona porque tampoco pudo sobrevivir a su longevo progenitor: su óbito llegó cinco años más tarde, recogiendo el testigo su hermano Merenptah, el decimotercer vástago del faraón y cuarto de Isis-Nefert, que a esas alturas era sexagenario; a la postre fue quien ceñiría la doble corona durante una década, del 1213 a. C. al 1203 a.C. aproximadamente.

Algunos textos escritos en demótico dan testimonio de que Jaemuaset estaba casado con una mujer llamada Meheuesje, de la que no hay mucha más información. Con ella tuvo descendencia: dos hijos, Ramsés y Hori, y una hija, Isis-Nefert. El primero aparece mencionado en una estatua cúbica menfita como «Hijo de Rey», expresión que se tiene que interpretar más bien como «Nieto de Rey», en referencia a su abuelo, ya que el padre no llegó a reinar. Hori llegó a ser sumo sacerdote de Ptah, algo asiduo en una jerarquía que tendería a hacerse hereditaria más adelante, en el Período Ptolemaico, y aún ejercía en el reinado de Ramsés III, el segundo faraón de la siguiente dinastía, la XX.

Isis-Nefert II en un relieve del pedestal de una estatua/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

En cuanto a Isis-Nefert, era un nombre frecuente en la familia y eso origina bastante confusión hoy. En principio, se le añade el ordinal III para diferenciarla de su tía Isis-Nefert, la hermana de Jaemusaet, que sería Isis-Nefert II. Ésta, según explicábamos antes, contrajo matrimonio con su hermano Merenptah y le dio un hijo que reinaría seis años como Seti II, cerrando la dinastía XIX; pero resulta que es posible que también Isis-Nefert III se casara con su tío… o quizá ambas fueran la misma. En 2009 se descubrió una tumba en Saqqara cuya ocupante era una mujer llamada Isis-Nefert; ¿estará allí la solución al misterio?

Hablando de tumbas, se ha empezado a poner en duda la que hasta hace poco se creía que era la de Jaemuaset. La encontró casualmente el famoso egiptólogo francés Auguste Mariette, descubridor del Serapeum, cuando excavaba en Saqqara a mediados del siglo XIX. Una enorme roca obstaculizaba los trabajos y la dinamitó, encontrando semienterrado un sarcófago de madera casi intacto; en su interior había una momia adornada con una tosca máscara de oro y joyas diversas. En los amuletos figuraba el nombre del príncipe Jaemuaset, hijo de Ramsés II y constructor (por reformador) del Serapeum. Eso hizo que, por deducción, se considerase aquél el cuerpo del personaje; actualmente ya no es así.

Parte del tesoro está en el Louvre, aunque lamentablemente se han perdido algunas piezas, pero la momia no era tal sino una masa de resina de aspecto antropomorfo que aglutinaba un puñado de huesos sin orden, al parecer de bóvido; por tanto, correspondería a uno de los bueyes enterrados en honor de Apis, aunque no se descarta que otro monumento hallado hace un par de décadas fuera la cámara del Ka de Jaemuaset (para los egipcios el Ka era la fuerza vital, uno de los cinco componentes del espíritu humano junto con el Ba, el Ib, el Aj, el Ren y el Sheut, y que permanecía en el cuerpo del difunto momificado, razón por la cual los enterramientos incluían ofrendas en forma de comida); sus restos mortales podrían haber sido trasladados a otro lugar, quizá bajo el posterior templo de Apis.

Estatua de cuarcita de Jaemuaset como portador de letreros, una iconografía típica ramésida reservada a las personas de alto rango en las fiestas religiosas/Imagen: Fisnoskov en Wikimedia Commons

Lo curioso es que el recuerdo de Jaemuaset no se limita a la arqueología. También la literatura ha perpetuado su positiva memoria a través de dos cuentos tardíos, de época helenística, titulados Jaemuaset y Naneferkaptah e Historia de Jaemuaset y su hijo Si-Osire; en ambas figura con otro nombre, Setne, distorsión de su título sacerdote de sem (o setem). El primero es una variante del Libro de Thot, una antología de textos ptolemaicos que se atribuían al dios homónimo de la escritura y versaban sobre ciencia, medicina, astrología, geografía y arquitectura, además de contener himnos y ritos.

El título se aprovechó para el libro ficticio que busca Jaemuaset, una obra mágica que permite entender el habla de los animales y conocer a los dioses. Originalmente estaba en el fondo del Nilo, de donde lo robó Naneferkaptah, sufriendo por ello la ira de Thot, quien mató a a su esposa Ahwere y a su hijo Merab. El desconsolado ladrón se quitó la vida y fue enterrado con el libro. Jaemuaset profana la tumba y se lo lleva, siendo objeto de una maldición en la que una mujer, a la que conoce luego, le seduce e induce para matar a sus hijos y humillarse ante el faraón. Finalmente descubre que todo es una ilusión generada por el difunto y para conciliarse con él devuelve el libro y busca los cuerpos de Ahwere y Merab para enterrarlos a todos juntos.

En el segundo cuento, Jaemuaset tiene con su mujer un hijo que resulta ser un gran mago. Si-Osire, que tal es su nombre, le lleva a visitar la Duat (el inframundo, por el que el dios solar Ra viajaba del oeste al este durante la noche y donde se celebraba el juicio de Osiris) para ver el destino de los muertos. A continuación se revela que, en realidad, Si-Osire es un famoso mago que vivió durante el reinado de Tutmosis III y regresaba para salvar Egipto de la amenaza de un malvado colega nubio. Una vez conseguido, Si-Osire desaparece y Jaemuaset decide ponerle su nombre al hijo que su esposa acaba de alumbrar, esta vez de verdad.


Fuentes

Rosa Pujol, Jaemuaset, patrón de la egiptología (en Boletín de Amigos de la Egiptología) | José Miguel Parra Ortiz, Gentes del Valle del Nilo: la sociedad egipcia durante el período faraónico | Aidan Dodson y Dyan Hilton, The complete royal families of Ancient Egypt | Richard Jasnow y Karl-Theodor Zauzich, The Ancient Egyptian Book of Thoth. A demotic discourse on knowledge and pendant to the Classical Hermetica | Toby Wilkinson, Lives of the Ancient Egyptians | Wikipedia


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