«Señores, no sé si mañana haremos historia, pero de todos modos cambiaremos la geografía». Éstas fueron las palabras que el general Sir Charles Harington, jefe de Estado Mayor del Segundo Ejército Británico, declaró a la prensa la noche antes de empezar la Batalla de Messines, disputada en Bélgica en junio de 1917, durante la Primera Guerra Mundial. Harington se refería al efecto que calculaba que iban a tener las minas subterráneas colocadas por sus artificieros y que, en efecto, provocaron la que se considera una de las mayores explosiones de la historia con explosivos convencionales; ya hemos tratado en artículos anteriores otras candidatas a ese dudoso honor.
Desde 1916, los británicos planeaban expulsar a los alemanes de sus posiciones en la costa belga para impedir que utilizaran los puertos como bases navales. En ese contexto, el general Sir Herbert Onslow Plumer, que estaba al mando del citado Segundo Ejército, encargó al mariscal Sir Douglas Haig la toma de Messines Ridge, una cresta del occidente de Flandes que se extendía desde Ploegsteert Wood hasta Mt. Sorrel, pasando por Messines (Mesen, en holandés) y Wijschate. Un terreno elevado que proporcionaba una posición dominante al Cuarto Ejército alemán, al que era necesario desalojar para hacerse con el denominado Saliente de Ypres, donde ya se habían disputado dos batallas en 1914 y 1915.
Tras esos combates, los germanos se atrincheraron formando la susodicha línea de defensa que los británicos comenzaron a horadar sistemáticamente siguiendo un plan del brigadier George Fowker, de los Royal Engineers. Éste había sido uno de los impulsores de las llamadas tunnelling companies, unidades especializadas en practicar túneles bajo las líneas enemigas, para las cuales fueron reclutados unos 25.000 hombres, de los que la mayoría eran mineros voluntarios; gajes de la guerra de trincheras que obligaron a recuperar una idea que, en realidad, procedía de la Batalla del Cráter (en 1864, durante la Guerra de Secesión estadounidense).
Por la misma razón, los alemanes también habían desarrollado algo similar -de hecho, los británicos les imitaron después de que, en 1914, sus zapadores pusieran ocho minas en Givenchy-lès-la-Bassée, provocando ocho centenares de bajas en una brigada india-, de manera que a veces se abría un segundo frente bajo tierra en el que un bando y otro jugaban al gato y al ratón por una red de galerías. Con el tiempo, ese sistema se volvió menos efectivo, obligando a excavar a más profundidad, con el consiguiente riesgo de derrumbe y la necesidad de organizar retenes de rescate. Pero la tunelación parecía un recurso apropiado para el caso de Messines y se ordenó hacer una serie de galerías de entre dieciocho y veintisiete metros para llenarlas de explosivos.
El método empleado se denominaba cly-kicking (algo así como «patear arcilla»), en alusión al tipo de material de que estaba compuesto el suelo. Desarrollado en Gran Bretaña para renovar el alcantarillado por el ingeniero John Norton-Griffiths (que tenía empresas tuneladoras y en la guerra, donde obtuvo el grado de mayor, aportó su experiencia para fundar una versión militar), consistía en que cada minero se acostaba sobre una tabla en un ángulo de 45 grados e iba excavando con una herramienta giratoria que movía con las manos. Lo mejor era que resultaba una forma de trabajar muy silenciosa, por lo que podía pasar desapercibida por el enemigo.
El esquema diseñado por Fowke para Messines Ridge incluía túneles de casi un kilómetro de longitud, aunque en la práctica ninguno alcanzó tal medida y el más largo se quedó en 660 metros, si bien entre todos sumaron un total de ocho kilómetros. La red se extendía bajo las carreteras Ploegsteert–Messines, Kemmel–Wijtschaete y Vierstraat–Wijtschaete, así como entre el río Douve y el extremo suroccidental del bosque de Ploegsteert Wood.
Los trabajos empezaron en enero de 1916, calculándose que se necesitarían de tres a seis meses para concluirlos debido a que se trataba de un subsuelo complejo (acuíferos subterráneos, tierra arcillosa), con capas freáticas separadas que dificultaban tanto la extracción como la integridad de lo realizado, de ahí que se demandase la ayuda de dos geólogos militares; uno de ellos era el galés David Edgeworth, experto en minería.
Las encargadas de las excavaciones fueron las compañías británicas 171ª, 175ª y 250ª, la 1ª y 3ª canadienses, y la 1ª australiana. Paralelamente, la 183ª británica, la 2ª canadiense y la 2ª australiana construyeron los dugouts («piraguas»), refugios subterráneos para que los operarios pudieran descansar protegidos de los bombardeos, de los que que hoy se conservan casi dos centenares en el Saliente de Ypres (de hecho, se calcula que entre 1917 y 1918 vivía más gente bajo tierra que la que hay hoy en la superficie).
Poco a poco, los túneles fueron acercándose a las posiciones que ocupaba el XIX Cuerpo de Ejército enemigo, a pesar de las medidas contramineras que aplicó éste: el camouflet, nombre que se da a una caverna originada por una explosión cuando se detona una bomba bajo un túnel, provocando su colapso. En efecto, los zapadores teutones lograron descubrir varias de las cámaras excavadas por los británicos, dinamitando algunas y haciendo que se hundieran. Consecuentemente, los atacantes tuvieron que excavar a mayor profundidad, pero manteniendo trabajos en los niveles superiores para que sirvieran como señuelo.
Ello permitió tener lista una red de túneles en los que se fueron colocando los explosivos, 454 toneladas de amonal y nitrocelulosa, repartidas bajo Messines Ridge: cuatro minas debajo de las fortificaciones de Ploegsteert Wood y otras 22 repartidas por diversos puntos, siendo las más grandes las destinadas a Sint Elooi (43.400s kilos de amonal), Maedelstede Farm (43.000) y Spanbroekmolen (41.ooo de amonio). Con razón Sir Harington anunciaba un cambio en la orografía local.
Pero lo que preocupaba a los alemanes en ese momento era que esas galerías que habían interceptado suponían una inminente ofensiva, tal como corroboraron en la primavera anterior un reconocimiento aéreo y el informe proporcionado por un espía. Éste notificó además que si otra ofensiva iniciada por el enemigo en Arras fracasaba se concentrarían todos los esfuerzos en Messines, un problema porque eso supondría recibir ataques desde tres puntos, cuando las defensas estaban orientadas sólo al frontal, tal cual había pasado ya en la batalla de Vimy Ridge. Ésa fue la razón por la que Hermann von Kuhl, jefe de Estado Mayor del Heeresgruppe Kronprinz Rupprech, que mandaba el príncipe heredero homónimo, recomendó abandonar esa parte del saliente.
En ese sentido, Von Kuhl sugirió a los demás mandos del Cuarto Ejército retirarse a la Línea Sehnen (que los británicos llamaban Línea Oosttaverne), una posición adelantada de la segunda línea defensiva. Pero se rechazó la propuesta al considerarse que la movilidad de los cañones germanos permitía reorientarlos para superar a la artillería británica. Además, a finales de 1916 se recibió un informe de los zapadores en los que éstos aseguraban que las medidas contratuneladoras aplicadas en Messines Ridge habían sido un éxito y la infantería enemiga tendría que lanzarse al asalto sin la prevista demolición previa.
Sin embargo el responsable de dicho informe, el teniente coronel Füßlein, cambió de opinión en mayo de 1917 y advirtió de que preveía minas subterráneas en varios puntos como prólogo al ataque. Su aviso fue apoyado por otros mandos como el teniente coronel Wetzell y el coronel Fritz von Lossberg, pero no fueron escuchados y, para incrementar el desconcierto, Füßlein volvió a cambiar de criterio al opinar que sus sistemas de defensa antimineros eran fiables. Posteriormente Maximilian von Laffert, general al mando del Gruppe Wijtschate, explicaría que toda la atención estaba centrada en la artillería enemiga.
Eso se debía a que sus andanadas llovían sobre las posiciones alemanas desde una semana antes; pese a que en ese tiempo cayeron tres millones y medio de proyectiles, no se consideraron preparatorios de un ataque sino mera represalia por los bombardeos previos teutones, que sin embargo disponían apenas de una cuarta parte de piezas que el enemigo. En la noche del 7 de junio, 2.230 cañones y obuses volvieron a vomitar su fuego sobre el saliente para preparar el asalto, tal como había dispuesto Sir Herbert Plumer.
Poco después comenzaron las explosiones subterráneas, convirtiendo aquel escenario en un inesperado horror. La primera en detonar, a las 3:17, fue la de Spanbroekmolen, que estaba a 27 metros bajo tierra, al final de una galería de 570 metros de largo; la explosión dejó un cráter de 130 metros de diámetro por 12 de profundidad, matando incluso a algunos soldados británicos. No obstante, la mayor explosión correspondió a la mina de Sint-Elooi, en un túnel de 408 metros de longitud y 42 de profundidad. Ahora bien, todas estallaron en un lapso de una veintena de segundos, lo que, si las consideramos como una unidad, las convierte en una de las mayor explosiones no nucleares de la historia.
De hecho, fue superior incluso a las de la primera jornada de la batalla del Somme, once meses antes (19 minas colocadas entre Beaumont-Hamel, La Boisselle y Fricourt, cuyo valor táctico resultó discutido porque provocaron una serie de cráteres que frenaron las oleadas de la infantería, convirtiéndola en blanco fácil para la ametralladoras alemanas). Tan intenso fue el estallido en Messines que se considera el ruido más fuerte provocado por el Hombre y, según se dijo, pudo oirse en ciudades tan lejanas como Londres y Dublín; asimismo, la onda de choque fue confundida en la Universidad de Lille con un terremoto.
En realidad es difícil calibrar con exactitud ese tipo de efectos, ya que en aquel momento la confusión era total para ambos bandos, en medio de aquellas súbitas sacudidas que lanzaban a la gente al suelo y generaban columnas de tierra lanzadas al cielo entremezcladas de enormes llamaradas. Al haber explosiones sucesivas en vez de una sola, cundió el pánico entre los alemanes, que pensaron que todo el subsuelo había sido minado, incluso en la retaguardia; pero los propios soldados británicos creyeron, aturdidos, que eran contraminas enemigas bajo sus trincheras.
Peor fue para las víctimas mortales, desde luego, cuyo número tampoco está claro porque unos hablan de 10.000 y otros consideran que esa cifra incluiría el total de caídos en la batalla de Messines, atribuyendo exclusivamente a las minas unos cientos. Otra baja indirecta fue el citado Maximilian von Laffert, fulminantemente destituido y fallecido 11 días más tarde de un infarto. Antes había presentado un informe en el que decía que, de haber imaginado aquella catástrofe, habría ordenado un repliegue a una segunda posición de defensa; demasiado tarde (y de todos modos, las líneas alemanas tuvieron que retroceder ante el consiguiente ataque británico).
El cráter resultante de la explosión de Spanbroekmolen fue comprado en 1929 por TOC H, un movimiento cristiano internacional, y hoy su parte central está cubierta por un lago artificial denominado Pool of Peace (Estanque de la Paz), a manera de memorial. Otras minas, como la conocida como Ontario Farm, no dejaron cráter porque el material despedido al aire volvió a caer en el mismo sitio, tapándolo, aunque sí queda una hendidura en el terreno.
Algunas ni siquiera se detonaron, en unos casos debido a que los alemanes se habían retirado antes de sus posiciones, en otros a que fueron detectadas -con el consiguiente peligro de contraminado- y en otros a que sufrieron derrumbes internos durante su excavación y hubo que abandonarlas. Junto con las galerías practicadas por los germanos, quedan como una cicatriz en la tierra y alguna es posible visitarla por dentro.
Fuentes
Nigel Cave y Philip Robinson, The underground war. Vimy Ridge to Arras | Simon Jones, Underground warfare, 1914-1918 | Ian Passingham, Pillars of fire. The Battle of Messines Ridge, 1917 | Beatrix Brice, The battle book of Ypres. A reference to military operations in the Ypres Salient 1914-1928 | Wikipedia
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