Gran Retra, la constitución no escrita que el oráculo de Delfos otorgó a Licurgo para Esparta

Licurgo según el artista del siglo XVII Caesar van Everdingen/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

La antigua Esparta y su peculiar modo de vida, militarista, comunal, se han popularizado de un tiempo a esta parte gracias al cómic 300 y su adaptación cinematográfica. Aunque se trata de una visión algo estereotipada y superficial, lo cierto es que la palabra espartano ha pervivido hasta hoy como acepción de, y cito el diccionario de la RAE, «austero, sobrio, firme, severo». Ahora bien ¿cómo empezó todo? ¿Por qué surgió y se asentó ese espíritu tan característico en aquella población? No es fácil explicarlo, ya que no abundan las fuentes al respecto, pero quedémonos con un nombre: Gran Retra, la constitución de Esparta que ideó el famoso legislador Licurgo.

Gran Retra es la derivación etimológica de una expresión griega (Μεγάλη Ῥήτρα) traducible como «proclamación» o «gran dicho». Aplicada al tema que nos ocupa, sería la forma de referirse a la ley fundamental por la que se regían los espartanos y cuyo origen es una mezcla de historia y leyenda, sin que sepamos con exactitud dónde acaba una y empieza otra. El problema es que no se ha conservado ningún texto documental donde aparezca, por lo que la conocemos únicamente a partir de referencias secundarias. Y ahí encontramos el primer dato confuso, ya que se decía que no había un reflejo escrito de la ley sino que se transmitía mediante tradición oral.

De hecho, habría sido el oráculo de Delfos el que se la dictó de palabra -en verso, para más señas- a Licurgo. Esto ya resulta extraño porque los sacerdotes délficos llevaban un registro escrito de los oráculos para posibles consultas posteriores, así que hay que deducir que, de ser cierto que fue el oráculo el que inspiró al legislador, habría efectivamente una anotación de lo expresado por la pitia (pitonisa), sólo que se ha perdido. Por otra parte, se suponía que el oráculo era secreto, lo que entra en contradicción con dos hechos obvios: un pueblo -y por ende su gobierno- debe conocer su ley más importante, aunque sea de forma sucinta, y no pocos autores clásicos escribieron sobre ella.

Laconia y sus dominios/Imagen: Rowanwindwhistler en Wikimedia Commons

Pero hay más. La introducción de la Gran Retra coincide cronológicamente con la adopción de un nuevo alfabeto, el griego, que estaba basado en el fenicio y que es el que aparece en numerosas inscripciones relativas al tema legislativo encontradas en el valle del Eurotas (el río que según la mitología helena fue creado, drenando los pantanos de la llanura laconia, por el personaje homónimo, que era hijo -o nieto, según el autor- de Lélex, el primer rey de Esparta). Todo esto provocó el desarrollo de una doble tradición: la que asignaba el origen de la Gran Retra al oráculo y la que lo hacía a Licurgo; al parecer, los espartanos asumieron y armonizaron ambas sin mayor cuestionamiento.

Hay dos historiadores griegos de la Antigüedad que nos han dejado sendas narraciones de dichas versiones. Uno es el inevitable Heródoto, que vivió en el siglo V a.C. y según el cual, antes de los reinados de León y Agasicles (es decir, a finales del siglo VI a.C.), Esparta sufría una crisis política tan grave que «un hombre distinguido entre los espartanos», Licurgo, acudió al oráculo de Delfos en busca de una solución. La pitia le saludó con extraordinaria solemnidad y loa para luego darle la ley:

Licurgo visto por el artista Merry-Joseph Blondel en 1828/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

«A mi templo tú vienes, ¡oh Licurgo!, / de Zeus amado y de los otros dioses / que habitan los palacios del Olimpo. / Dudo si llamarte dios u hombre, / y en la perplejidad en que me veo, / como dios, ¡oh Licurgo!, te saludo.

También afirman algunos que la Pitia le enseñó el orden ahora establecido entre los espartanos; pero los lacedemonios mismos dicen que lo trajo de Creta, siendo tutor de su sobrino Leobotas, rey de los espartanos. En efecto, apenas se encargó de la tutela, mudó todas las leyes y cuidó de que nadie las transgrediera. Después estableció lo referente a la guerra, las unidades militares, los cuerpos de treinta, las comidas en común, y además los éforos y los ancianos. De ese modo, pasaron los lacedemonios a tener buenas leyes, y cuando murió Licurgo le alzaron un templo y le tienen en la mayor veneración.

Heródoto, Los nueve libros de la Historia

Como vemos, el propio Heródoto pone en duda el relato délfico y dice que las instituciones que iban a caracterizar al estado lacedemonio (la Gerusía de treinta ancianos, los cinco éforos elegibles que equivalían a los arcontes atenienses, las sisitías o banquetes colectivos…) procedían de la legislación cretense. La referencia a Leobotas situaría la época a principios del siglo IX a.C., pues se sabe que inició su reinado en el 870 a.C.

Ello abre un segundo enigma: en qué escritura se redactó el oráculo -o la ley-, si se hizo, ya que por entonces ya había desaparecido la lineal B y el alfabeto fenicio aún no había dado lugar al griego clásico, por lo que sería uno arcaico, con algunas letras y signos que posteriormente desaparecieron.

El otro historiador que se ocupa del asunto es Plutarco, un queroneo que tenía la ciudadanía romana y cuya vida transcurrió a caballo entre los siglos I y II d.C. Él mismo advierte de la confusión existente sobre las circunstancias históricas de Licurgo, al que, tras un minuciosa comparación de fuentes, considera que era el hijo menor de Eunomo, monarca espartano de la dinastía Europóntida cuyo mandato habría sido pacífico. Hablamos en condicional porque actualmente los expertos opinan que se trata de un personaje ficticio creado precisamente para apoyar la leyenda sobre el legislador, quien habría ejercido de regente cuando falleció el heredero al trono, su hermano Polidectes.

Licurgo consultando a la Pitia, obra de Delacroix/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Plutarco, que no menciona a Leobotas, cuenta su versión por boca del poeta espartano Tirteo, en el capítulo dedicado a Licurgo de su obra Vidas paralelas:

Con estos pensamientos, lo primero que hizo fue dirigirse a Delfos; y habiendo consultado al dios y héchole sacrificio, volvió con aquel tan celebrado oráculo en el que la Pitia le llamó caro a los Dioses, y dios más bien que hombre, y le anunció que, consultado sobre buenas leyes, el dios le daba e inspiraba un gobierno que se había de aventajar a todos (…) Tomó Licurgo con tanto cuidado este primer paso, que trajo de Delfos un vaticinio, a que se da el nombre de Retra y es de este tenor…

Hoplita espartano del Período Clásico, hacia el siglo V a.C.; se cree que representa al rey Leónidas/Imagen: BeatrixBelibaste en Wikimedia Commons

Aclarados los orígenes legendarios de la Gran Retra, hay otros históricos que probablemente resulten quizá menos vistosos pero más verosímiles. Remiten al final de las Guerras Mesenias, un conjunto de tres contiendas que Esparta libró entre los siglos VIII y V a.C. contra mesenios e ilotas. Mesenia es la región sudoeste del Peloponeso, fronteriza con Laconia, de la que la separaban el río Pamiso y el monte Taigeto (el que, según la tradición, usaban los espartanos para despeñar a los delincuentes). Esos conflictos reflejaban las tensiones derivadas de su conquista y reparto por los dorios, una de las cuatro tribus griegas antiguas.

Siguiendo las narraciones de Pausanias y el citado Tirteo, en la primera guerra Esparta sometió a los mesenios y ocupó sus tierras cuando el rey de éstos, Cresfontes, concedió a los habitantes primigenios la misma consideración jurídica que a los conquistadores dorios. Muchos mesenios optaron por huir a otros rincones de Grecia o a las colonias; los que se quedaron fueron convertidos en ilotas, se decir, siervos; su pobre condición los llevó a rebelarse dos veces, acabando finalmente derrotados, aunque una parte de ellos, especialmente en la costa, pasaron a ser periecos (libertos, pero vasallos de los espartanos).

En cualquier caso, Esparta necesitaba establecer un sistema de administración específico sobre mesenios e ilotas que, además de mantenerlos bajo control (aparte de la terrible práctica de amedrentamiento que era la krypteía, que ya tratamos en otro artículo), reafirmase la superioridad social de los dorios. No habían sido los aristócratas los que ganaron Mesenia sino los ciudadanos en armas, aquellos cuyo dinero no les daba para comprar un caballo, pero sí un escudo y una lanza, y ahora era el momento de compensarles por su esfuerzo. La Gran Retra de Licurgo fue la herramienta para ello.

Esquema socio-político de Esparta/Imagen: Publius97 en Wikimedia Commons

Un estado militarista con propiedad comunal, que en el ámbito socioeconómico se adaptase mejor a la eunomia (igualdad ante la ley) y no generase privilegios con sus consecuentes descontentos, fue el modelo elegido. Cada polites o individuo libre viviría como los demás, sin privilegios de origen, y debería contribuir a la defensa del estado, siendo definidos en conjunto como homoioi («semejantes») o espartiatas (ciudadanos de pleno derecho mayores de treinta años). El cabello largo y el uso de varios tipos de capas de color carmesí (considerado el menos femenino y que servía para enmascarar la sangre en combate, pero también el más caro debido al tinte y por ello símbolo de su estatus), como la clámide o el himatión, que se podían usar solas o por encima del chitón (túnica), fueron signos distintivos.

La agogé constituía el sistema educativo, dirigido por el estado en su propio beneficio desde una perspectiva colectiva y obligatoria (era la que confería la ciudadanía y, de hecho, los ilotas que conseguían acceder a la agogé obtenían el derecho a cambiar su estado pasando a ser motaces, una especie de hermanastros de los homoioi). Empezaba a los siete años, cuando los niños serían separados de sus familias para recibir instrucción militar y civil todos juntos, viviendo en la agélē (cuartel). Leer y escribir, retórica (lacónica, eso sí), ejercicio físico, canto, danza y lucha formaban parte de un programa que incluía robar comida a los ilotas (lo que implicaba salir de la agélē, algo prohibido), defenderse por sí mismos y asumir responsabilidades.

Jóvenes espartanos ejercitándose, cuadro de Edgar Degas / foto Dominio público en Wikimedia Commons

Las niñas también participaban en la agogé con un programa que combinaba educación cultural (símbolo de feminidad) y física (para engendrar niños fuertes y sanos), por lo que eran las chicas con mayor libertad de Grecia. Ellas terminaban a los doce, pero ellos continuaban. A los quince años pasaban a ser efebos y podían dejarse el pelo largo, que Licurgo consideraba que embellecía a los apuestos y daba un aspecto temible a los feos.

El período duraría hasta cumplir los veintiún años, momento en que los efebos pasaban a ser adultos. La graduación del nuevo ciudadano consistiría en sobrevivir solo en el monte, debiendo regresar con el cuerpo de un ilota como trofeo; puede parecer tremendo, pero los propios efebos sufrían un trato a veces extremo y mortal, como vimos en el artículo dedicado a la diamastigosis (aunque eso fue ya en época tardía, romana).

A partir de ahí, los nuevos ciudadanos ya podían formar familias (las niñas desde los doce años) y llevar una vida normal, con la peculiaridad de que su oficio era el de las armas, sosteniendo la economía de la casa sus esclavos porque un espartano no podía rebajarse a realizar tareas artesanas o perdería su dignidad (Plutarco cuenta que, para ello, Licurgo dividió las tierras de Esparta en nueve mil kleroi o lotes iguales y los repartió). En relación a esa dignidad, cabe mencionar que, según Plutarco, en la etapa de la agogé los efebos de más de doce años podían tener un erasta o amante, siempre alguien de edad y nivel superior (a menudo un irén o joven de diecinueve años), lo que no estaba reñido con el deber de mantener la aidós (decencia). Al cumplir sesenta años, pasaban a un nivel social superior en la aristocracia.

En primer término ruinas de la antigua Esparta, al fondo la ciudad moderna | foto Kisa_Markiza en depositphotos.com

A partir de los treinta años, los espartanos podían participar en la vida política. La Gran Retra plasmó la organización del estado en una serie de instituciones políticas que combinaban las existentes en el resto de Grecia: una diarquía auxiliada por una oligarquía, que en la práctica también venían a ser una simbiosis de democracia y tiranía. Aunque no se sabe la razón a ciencia cierta, se supone que la implantación de dos reyes (uno de la dinastía Agíada y otro de la Euripóntida, por creerse que ambas descendían de Heracles, pero que no podían emparentar entre sí) buscaba el equilibrio de poder en la cúspide, reforzado por el control que la aristocracia ejercía sobre la monarquía. Los dos monarcas eran educados como el resto de los espartanos y transmitían el trono por herencia, siendo sus funciones esencialmente militares (uno de ellos era siempre el hegemón o comandante en jefe en campaña) y religiosas.

Las tareas de gobierno propiamente dichas correspondían a la Gerusía y los éforos. La primera era un consejo de ancianos con funciones legislativas y judiciales, integrado por treinta miembros de más de sesenta años (veintiocho más los dos reyes), a los que se elegía en la asamblea por aclamación. Teóricamente, cualquiera podía presentar su candidatura, aunque en la práctica solían pertenecer a las familias más poderosas. También eran electivos los éforos, cinco magistrados (uno por cada ciudad lacedemonia) que ejercían un contrapeso de la monarquía y desempeñaban el poder ejecutivo, siendo de origen más modesto que los miembros de la Gerusía y, por tanto, representaban al pueblo. Sin embargo, los éforos no fueron creación de Licurgo, pues ya existían antes.

Éforos espartanos en una ilustración decimonónica de Ludwig Löffler/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Por último, estaba la citada asamblea o Apella: la reunión de todos los homoioi (que en la época de Licurgo sumaban unos nueve mil, según Plutarco, pero fueron reduciéndose en los siglos siguientes) para, como hemos visto, elegir a los gerontes y éforos, así como para votar sus propuestas de gobierno y leyes.

Al parecer no era una votación vinculante porque se podía considerar que los ciudadanos erraban en su decisión; esto, unido al hecho de que no se contaban los votos sino que eran estimados a ojo por un magistrado, llevó a Aristóteles a burlarse de la capacidad democrática del sistema y considerarlo pueril. En realidad, no se sabe con exactitud cómo funcionaba en la práctica.

Tampoco está claro si Licurgo existió realmente (Plutarco dedujo que era una fusión de varios personajes), pero hay una frase apócrifa que se le atribuye: «Lo importante de las leyes no es que sean buenas o malas, sino que sean coherentes. Solo así servirán a su propósito«. Y él mismo llevó esa coherencia hasta el extremo, si creemos la leyenda de que, tras hacer jurar a los espartanos que acatarían la nueva legislación hasta su regreso de un viaje a Delfos para obtener la aprobación del oráculo, no regresó y se dejó morir de inanición, de manera que la aplicación de la Gran Retra quedara vigente para siempre.


Fuentes

Plutarco, Vidas paralelas | Heródoto, Los nueve libros de la Historia | Jenofonte, La república de los lacedemonios | Pausanias, Descripción de Grecia | Paul Cartledge, Los espartanos. Una historia épica | Wikipedia