Hay también otros muchos autores elocuentes, que sería cosa larga contar. De los que yo he visto, Domicio Afer y Julio Africano son los más excelentes. Aquél por el artificio de sus palabras y por todo su estilo debe tener la preferencia, y sin reparo se le puede colocar en el número de los antiguos; éste tiene más viveza, pero pasa de raya en el cuidado de las palabras, y en la composición alguna vez es harto dilatado y de poca moderación en las traslaciones.
Quintiliano, Instituciones oratorias.
Marco Fabio Quintiliano fue un abogado romano -nacido en la Hispania Tarraconense- que en el siglo I d.C. ejerció como profesor de retórica en un período en el que la oratoria había empezado a perder aquel brillo que había tenido en los tiempos de Cicerón, cuando un hombre novo podía ver impulsado su cursus honorum gracias a su elocuencia.
Por contra, en la época de Quintiliano se había convertido en una disciplina vacua, marcada por el tono panegírico hacia el poder y la declamación superficial, lo que no impedía que hubiera un público aficionado a esos alardes retóricos. Y el más destacado de sus practicantes fue Cneo Domicio Afer.
No se trata de una opinión personal nuestra, evidentemente; como se lee en el párrafo inicial, así lo consideraba Quintiliano, a la sazón un hombre de tal prestigio intelectual que Vespasiano le adjudicó una cátedra oficial de retórica, encomendándosele asimismo la educación de los sobrinos de Domiciano. Se retiró con tantos honores que hasta recibió autorización para vestir la laticlavia, una toga con borde púrpura reservada a los nobles.
En el texto vemos que Quintiliano también elogia a Julio Africano, al que se consideraba el mejor orador del momento por su vehemencia, aunque él prefiere a Domicio Afer, hombre de palabra lenta pero grave, de pasión contenida pero trufada de cómico ingenio; al fin y al cabo había sido maestro suyo.
¿Y quién era exactamente ese personaje? Nació en el año 16 a.C., durante el mandato de Augusto, en Nemauso (o Nemausus, el nombre de la ciudad que hoy llamamos Nimes, en la Galia Narbonense, por entonces una colonia romana). No hay muchos datos sobre su juventud, aunque sabemos que en el 25 d.C. fue nombrado pretor, una magistratura con diversas funciones pero que en su vertiente civil estaba relacionada con la justicia y, de hecho, fue el ejercicio de ésta el que dio a Domicio Afer su primer empujón hacia delante, al ejercer una sonada acusación judicial.
En efecto, él se encargó de acusar a la patricia Claudia Pulcra de los delitos de adulterio y uso de artes mágicas contra el emperador Tiberio. Era la esposa de Publio Quintilio Varo, el famoso general que perdió tres legiones en la debacle ante los germanos de Arminio en Teotoburgo, y a pesar de estar emparentada con la familia de Augusto (sobrina-nieta de Augusto y amiga íntima de su prima segunda, Agripina la Mayor, nieta del anterior y hermanastra de la primera esposa de Tiberio, Vipsania), se vio envuelta en una oscura trama conspiratoria en la etapa en la que Tiberio ya veía enemigos por todas partes.
El nombre de Claudia Pulcra salió a la luz durante el juicio de Lucio Elio Sejano (el prefecto pretoriano, mano derecha del emperador hasta su caída en desgracia) y Domicio Afer consiguió que fuera condenada a destierro, en un proceso en el que el verdadero objetivo era Agripina (que terminó recluida hasta su muerte por inanición en la isla de Pandataria, en el mar Tirreno, la misma donde había estado su madre, Julia la Mayor). Estos hechos tuvieron lugar en el 26 d.C., pero dos años más tarde Domicio Afer repitió con el único hijo de Claudia, Publio Quintilio Varo (al que se apoda el Joven para distinguirlo de su padre).
En esa acusación, Afer contó con la ayuda de su primo, Publio Cornelio Dolabella (que acababa de regresar a Roma desde África, donde había sido procónsul y sofocado la rebelión del caudillo númida Tacfarinas). Se ignora cuáles fueron exactamente los cargos contra Varo; quizá infringir la Lex Maiestatis, algo que Tiberio usaba de forma recurrente. En cualquier caso, implicaba la pena de muerte y aunque se desconoce si se le aplicó, parece lo más probable -o se le indujo a quitarse la vida- al no aparecer mención alguna a su familia en lo sucesivo (bien es cierto que en su obra Controversiae, Séneca el Viejo da a entender que no murió al decir que tuvo una exitosa carrera jurídica).
En cualquier caso, Domicio Afer se ganó el favor de Tiberio -y su dinero-, pasando a ser el orador más célebre de Roma, la figura del momento, aunque al servicio del poder. Pero era una época en la que las cosas daban rápidamente la vuelta y la muerte del emperador supuso la subida al poder de Calígula… el primogénito de Agripina la Mayor y a quien también había inculpado de forma velada. El nuevo mandatario no olvidó aquella doble afrenta, repatrió las cenizas de su madre y honró su memoria, incluso acuñando monedas con su efigie. El acusador pasó a ser acusado, debiendo enfrentarse en el Senado a Calígula. Éste aún no había sufrido la enfermedad que cambiaría su carácter (sería en el 37 d.C.), por lo que Domicio Afer contó con esa pequeña ventaja.
Y es que, astutamente, el destacado retórico entendió que no era momento de alardear y durante los debates se mantuvo apagado, simulando que no era capaz de replicar la elocuencia del emperador. De ese modo, cuenta Dion Casio, no sólo salvó la vida sino que en el año 39, con un Calígula ya desatado en su frenética enajenación, fue nombrado cónsul sufecto (eventual, sustituto del ordinario por enfermedad, óbito o destitución de éste). Fue su última gran etapa, ya que, si bien continuó dando conferencias, con la edad perdió parte de su vigor oratorio y la acerada agudeza humorística de la que dio fe Quintiliano:
Cicerón dice que la sal consiste en contar semejantes cosas, y el chiste en ridiculizar y notar los defectos. En esto fue singular Domicio Afer, cuyas oraciones están llenas de semejantes narraciones, de cuyos chistes hay libros enteros.
Domicio incluso pasó a ocupar puestos menores, como el de curator aquarum (encargado del abastecimiento y distribución del agua). Falleció en el año 59, cinco después del ascenso al trono de Nerón, que fue quien le nombró para el cargo citado; según cuenta el historiador y obispo Eusebio de Cesarea en su Crónica (una obra escrita en griego en el siglo IV y traducida al latín por San Jerónimo), la causa del óbito fue un exceso al comer.
Plinio el Joven dice que designó como herederos a los hermanos Cneo Domicio Lucano y Cneo Domicio Tullo, senadores y militares hijos de Sexto Curvio Tullo, como reparación por haber arruinado a su padre en un juicio (dado que el testamento había sido redactado dos décadas antes, probablemente Domicio y Tullo habían sido amigos y le procesó por imperativo legal); la única condición que puso fue que los beneficiarios adoptasen su nombre y así lo hicieron.
Aparte de la herencia económica, Domicio Afer también dejó varias obras; discursos en su mayor parte, de entre los cuales Quintiliano destaca tres: Domitilla, Cloantilla, y Lucius Volusenus Catulus. También menciona obras escritas -al fin y al cabo le adjudica buen gusto literario-, cuyos títulos serían Sobre el testimonio y Dicta:
Examinemos más este punto, supuesto que nos hemos propuesto el dar una instrucción universal, aunque por otra parte bastaban los dos libros que sobre esta materia compuso Domicio Afer, a quien siendo ya viejo traté mucho en mi juventud. Y no sólo me leyó él mismo la mayor parte de lo que trata, sino que lo aprendí de su misma boca. Éste, pues, encarga (y con razón) que ante todo el orador aprenda a tratar y defender la causa de un modo común y familiar, lo que sin duda es común a todas.
Fuentes
Quintiliano, Instituciones oratorias | Tácito, Anales | Dion Casio, Historia romana | Gino Funaioli, DOMITIUS Afro, Gneo | William Smith (ed.), Dictionary of Greek and Roman biography and mythology | La oratoria después de Cicerón: Quintiliano | Wikipedia
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