El 30 de julio de 1876, The New York Herald publicó un curioso artículo escrito por James Sanks Brisbin, un ex-abogado que dejó la toga para incorporarse al ejército cuando estalló la Guerra de Secesión, participando -entre otras- en la primera batalla de Bull Run y llegando a alcanzar el grado de general. Posteriormente Brisbin también formó parte de la columna de Gibbon en la campaña contra los nativos, aquélla en la que se produjo la debacle de Little Big Horn. Precisamente la historia remitida por él al periódico contaba un insólito episodio que conoció de primera mano, el protagonizado por uno de los oficiales de Custer que logró sobrevivir: se llamaba Charles DeRudio y toda su vida había sido una aventura rocambolesca, digna de novelar.
Muy apropiadamente, dado que se centraba en esa batalla, Brisbin publicó su escrito bajo el título A thrilling tale. Romance of the Battle of the Little Big Horn; DeRudio’s perilous adventures. De hecho, no fue lo único que escribió sobre lo que en su época fue un impactante desastre militar, ya que también lo hizo muy críticamente sobre el comportamiento seguido por Custer, al que incluso llamó en una ocasión «asno insufrible»; dicen las malas lenguas que con resentimiento, debido a que el malhadado coronel del 7º de Caballería había rechazado su oferta de cederle cuatro compañías del 2º -que mandaba el propio Brisbin- con el argumento de que sólo su regimiento podía enfrentarse a los indios.
Pero lo que nos interesa aquí es el protagonista de A thrilling tale, un hombre cuyo origen, como el de tantos estadounidenses de entonces -especialmente en el ejército- se situaba fuera de América: en Europa y concretamente en Belluno, ciudad italiana de la región del Véneto que en aquellos tiempos pertenecía al Reino de Lombardía-Venecia, un estado integrado en el Imperio Austríaco siguiendo los dictados del Congreso de Viena tras la derrota definitiva de Napoleón. Allí nació en agosto de 1832, con el nombre de Carlo Camillo Di Rudio, en el seno de una familia noble, la de los condes Aquila di Rudio.
La comodidad económica permitió a sus padres enviarlo a estudiar a Milán, a la Scuola Militare Teulié, un orfanato militar fundado en 1802 y reconvertido en Colegio Imperial de Cadetes en 1839 por el emperador Fernando I. Pero Carlo no permaneció allí mucho tiempo porque en esos momentos Italia estaba en ebullición, iniciando el largo y turbulento proceso que iba a consagrar su independencia y unificación. Empezó en 1848, con la misma revolución nacionalista y liberal que sacudió media Europa contra el absolutismo instaurado desde la Restauración y que en el caso italiano se plasmó en una revuelta contra el dominio austríaco.
Carlo, que era un adolescente de quince años, no se sustrajo a la fiebre romántica y, aunque inicialmente estaba a las órdenes del mariscal Radetzsky, el comportamiento de los considerados invasores determinó su futuro: mató a un soldado que acababa de matar a una campesina y, convertido en un renegado, optó por seguir a muchos compañeros, dejando la academia para unirse a los patriotas liderados por Garibaldi y Mazzini. En medio de aquella convulsa experiencia perdió a su hermano mayor Achille a causa del cólera y fue adquiriendo nociones de táctica.
La situación se volvió cada vez más compleja, proclamándose la República Romana y abdicando el rey de Cerdeña, Carlos Alberto de Saboya, en favor de su hijo Víctor Manuel II. El Papa, obligado a exiliarse, solicitó a los países católicos que acudieran a socorrerle y la petición fue atendida por Francia y España, que enviaron sendos cuerpos expedicionarios. Ya contamos en otro artículo cómo transcurrieron los hechos; simplemente añadiremos que la intervención gala, ordenada por el recién elegido Luis Napoleón -que luego se proclamaría emperador con el nombre de Napoleón III-, puso fin a la efímera república y obligó a sus defensores a marchar al exilio.
Garibaldi escapó a Cerdeña y Carlo Di Rudio, que había estado a su lado defendiendo Roma primero y Venecia después, trató de hacer otro tanto hacia un destino más lejano y prometedor: América. No llegó; el barco en el que viajaba naufragó frente a la costa española y tuvo que quedarse en Europa, instalándose en Londres en 1855. Allí conoció a la hija de un pastelero, Eliza Booth, aún más joven que él, (catorce años), con la que se casó después de dejarla embarazada; juntos tuvieron un hijo, Hércules, al que luego se sumaría otro más tres niñas. Fue una etapa difícil, de gran estrechez económica, hasta el punto de que se decía que Carlo apenas salía de casa porque, acostumbrado a su desahogada posición anterior, sólo tenía dinero para un traje y pasaba vergüenza.
Por fin encontró un empleo como jardinero y tutor con una familia italiana, gracias a lo cual pudieron ir tirando. Entretanto tuvo tiempo de conocer a Felice Orsini, otro exiliado de su tierra, un individuo que había dejado atrás su devota admiración de Mazzini debido a la lentitud con que éste llevaba a cabo las reformas en Italia, defendiendo métodos más contundentes. En el siglo XIX eso era sinónimo de terrorismo o, como decían los seguidores de un nuevo movimiento llamado anarquismo, «propaganda por el hecho». Fuera por ideales, fuera por necesidad de dinero, el caso es que Carlo se unió a Orsini y sus amigos para involucrarse en un atentado contra Napoleón III, odiado por ser responsable del fracaso de la República Romana.
En enero de 1858 cruzaron el Canal de la Mancha y llegaron a París bajo identidad falsa; Carlos se hacía pasar por un vendedor portugués de cerveza con el nombre falso de Da Silva. Él y sus compinches se repartieron a lo largo de la ruta que había de seguir el emperador desde su palacio hacia la Salle de Peletier, una sala de espectáculos ubicada en la calle homónima que antecedió al actual Palais Garnier (construido en 1875 tras el incendio que dos años antes arrasó Lepeletier), donde iba a asistir a una representación del Guillermo Tell de Rossini. El plan consistía en arrojarle tres bombas fabricadas por dos expertos en explosivos, uno inglés llamado Joseph Taylor y otro francés, Simon Bernard. Con ello esperaban provocar en Francia una revuelta que se extendería a Italia.
El intento de magnicidio se realizó el 14 de enero. La primera bomba, con un detonador de fulminato de mercurio que estallaba por impacto (sistema conocido como Orsini en lo sucesivo, por haberlo diseñado él) y lanzada por un miembro del grupo, Giuseppe Pieri, causó pocos daños al caer frente al carruaje. La segunda, responsabilidad de Carlo, hirió a los caballos y rompió el vehículo. Orsini se ocupó de la tercera, que cayó debajo de la carroza. El cómputo total de víctimas ascendió a ocho personas fallecidas -la mayoría miembros de la escolta y policías, pero dos eran espectadores y uno de ellos menor de edad- más varios caballos y ciento cincuenta heridos de diversa consideración; Orsini mismo sufrió daños en la sien, huyendo a su apartamento para curarse.
Allí le detuvieron unas horas después. Al fin y al cabo, Orsini era un conocido terrorista con antecedentes: militante de la Carbonería (una sociedad secreta nacionalista y liberal), en 1844 había sido condenado a cadena perpetua en Roma, aunque salió libre por un indulto del nuevo papa, Pío IX, trabajando luego como agente de Mazzini y pasando por una prisión húngara de la que se evadió intrépidamente hasta pedir asilo en Gran Bretaña. Con él cayeron sus cómplices, que fueron juzgados inmediatamente, sin investigación, para evitar cualquier disturbio y porque se corrió el rumor popular de que los británicos estaban detrás de la conspiración.
Al mes siguiente, mientras se deterioraban las relaciones diplomáticas anglo-francesas, Orsini y Pieri murieron en la guillotina. Los otros implicados salvaron la vida: al español Antonio Gómez, criado del primero, se le condenó a cadena perpetua con trabajos forzados y a Carlo, inicialmente destinado también a perder la cabeza, se le conmutó ese destino por el mismo que a Gómez, en la Isla del Diablo. Ese lugar, famoso por haber sido donde se recluyó a Alfred Dreyfuss, era un pedazo de tierra de apenas catorce hectáreas frente a la costa de la Guayana Francesa destinado a colonia penal; acabar allí equivalía a menudo a una sentencia de muerte, por los malos tratos que recibían los presos, sus penosas condiciones de vida y las enfermedades tropicales.
Dado su carácter insular, a once kilómetros de tierra firme y que ésta era la densa selva sudamericana, pocos lograron escapar. Carlo fue una de esas excepciones, ya que se fugó junto a once compañeros unos meses después, consiguiendo alcanzar la Guayana Británica en un bote de pesca. Desde allí regresó a Inglaterra, donde se enteró de que había sido Eliza quien suplicó por escrito a la reina Victoria para que intercediera por él en el juicio. Como los gobiernos británico y francés ya se habían amigado otra vez, nadie molestó a Carlo en aquella nueva etapa. De hecho, vivió cierta popularidad narrando sus aventuras en conferencias, aunque lo hizo con su nombre adaptado al gusto inglés: Charles C. DeRudio.
Parecía profético, pues en 1860 decidió emigrar a EEUU con su familia -salvo las niñas, que quedaron en Italia-, atraído por la idea de reiniciar su vida lejos de los líos políticos europeos. Pero lo cierto es que no pudo desprenderse de su ideología republicana que, sumada a la experiencia de la prisión, le llevó a tomar una drástica elección cuando estalló la Guerra de Secesión: incorporarse al 79º de Infantería, milicia de Nueva York, para luchar por la libertad y contra la esclavitud. Lo hizo en 1864 y ese otoño entró en acción en la campaña de Richmond-Petersburg, una serie de tres batallas en torno a esa ciudad de Virginia que culminó con victoria para la Unión. Poco después, DeRudio ascendía a teniente segundo en el 2º Colored Infantry Regiment, un regimiento de soldados negros con oficiales blancos en el que permaneció hasta el final de la contienda.
En 1866, con la definitiva victoria nordista, esa unidad fue disuelta; sin embargo, DeRudio ya se había hecho a la vida militar y solicitó un puesto en el ejército regular. Recibió el de segundo teniente del 2º de Infantería, pero al no superar un examen físico y descubrirse sus antecedentes quedó suspendido. Al haber terminado la guerra ya no hacían falta tantos efectivos y el ejército fue reduciendo sus dimensiones, suprimiéndose casi la mitad de los regimientos existentes. El destino parecía jugársela una vez más a DeRudio; no obstante, ese verano cambió todo cuando por fin recibió un destino: el 7º de Caballería, con base en Fort Riley (Kansas).
Su comandante no necesita presentación: George Armstrong Custer, un controvertido coronel que también había combatido en Bull Run pero, sobre todo, destacó en la batalla de Gettysburgh, en la que ya era general de brigada -temporal- con sólo veintitrés años, asistiendo luego a la firma de rendición del general Lee en Appomatox. Al acabar la guerra, y tras unos escarceos políticos, volvió a ser teniente coronel en las guerras indias hasta que una acusación de corrupción que hizo contra el secretario de Guerra y el hermano del presidente Ulysses Grant le llevaron a ser apartado del mando justo cuando empezaba una nueva campaña bélica. Finalmente Grant le autorizó a unirse, a petición de los generales Sherman y Sheridan, que le consideraban imprescindible en ese terreno por su experiencia.
DeRudio tenía treinta y siete años cuando pasó a formar parte del 7º, en la compañía que mandaba el capitán Frederick Benteen. Éste, que no se llevaba bien con Custer porque le consideraba responsable de dejar abandonada a una avanzadilla en la batalla de Washita, tampoco simpatizó con su nuevo subalterno y le apodó Count no account («Conde sin cuenta») a causa de su origen noble, su falta de recursos y su altivez; de hecho, ese menosprecio lo compartían los otros oficiales del regimiento, quizá porque era distinto a ellos: ni bebía ni jugaba ni eludía sus responsabilidades, costumbres muy extendidas entre los demás (Custer mismo, por ejemplo, dejó el alcohol pronto pero una vez se adelantó tanto a sus hombres para ver a su esposa, regresando de una patrulla, que acabó procesado por deserción).
Al contrario, se esforzó en combatir a los cheyennes, que solían robar ganado a los colonos, e incluso tuvo ocasión de disolver un grupo del Ku Klux Klan, así como de arrestar a un terrateniente de Luisiana que impedía a sus empelados negros votar con libertad en las elecciones presidenciales de 1874. Esa profesionalidad le valió dos cosas. Primero, recibir como regalo de la compañía en que servía un sable con empuñadura de oro del que estaba tan orgulloso que nunca se separaba de él, luciéndolo siempre; hasta lo llevaría en Little Big Horn, desoyendo la orden de Custer -que le criticó por aceptar el obsequio- de dejar las armas blancas en el cuartel para que su tintineo no alertase a los indios. Segundo, ser ascendido a teniente primero en 1873, cuando quedó una vacante en la compañía E.
El capitán de dicha compañía, Charles S. Ilsley, era ayudante de campo del general John Pope, cuya base estaba en Fort Leavenworth, por lo que el mando efectivo recaía en DeRudio. Sin embargo, al comenzar la campaña contra los sioux en Montana, Custer nombró a uno de sus favoritos, Algernon Smith, para dirigir la E y DeRudio fue desplazado a la A, a las órdenes del capitán Myles Moylan, que estaba casado con la hermana del teniente James Calhoun, cuñado del teniente coronel. Veterano de Gettysburgh y Washita, Moylan había sido ayudante de Benteen y por tanto despreciaba a su nuevo teniente, pero ambos iban a vivir momentos agónicos en breve. Y es que el 25 de junio de 1876, el 7º de Caballería localizó por fin a los indios que habían escapado de sus reservas y se dispuso a hacerles frente sin imaginar lo que se les vendría encima.
Frente a lo que se suele decir, a Custer se le dio carta blanca implícitamente para atacar al enemigo si lo encontraba y lo consideraba oportuno, ya que lo principal era impedir que los indios se separasen en pequeños grupos y huyesen a Canadá (como al final harían). Por tanto, después de que descubriera el campamento junto al río Little Big Horn y, tras observarlo durante una hora desde una colina, llegando a la conclusión de que los guerreros estaban ausentes, tomó la decisión de atacarlo por sorpresa. Pensaba que resultaría fácil y podría hacer prisioneros a ancianos, mujeres y niños, de manera que serían rehenes cuando regresaran los hombres y éstos no tendrían más remedio que rendirse. Una táctica similar a la aplicada con éxito en Washita y habitual entonces.
Custer dividió el regimiento en tres columnas. La del mayor Marcus Reno, con las compañías A, G y M, atacaría de frente, por el margen izquierdo del río; la de Benteen, con las compañías D, H y K, debía buscar a los guerreros; y el propio Custer, con el resto de efectivos (las compañías C, F, I y L; la B, se quedaba para vigilar el tren de equipajes) dirigiría una tercera columna que daría un rodeo por la parte derecha del Little Big Horn y sorprendería a los indios por detrás. Es decir, DeRudio formaba parte del destacamento de Reno y, por tanto, fue de los primeros en darse cuenta de que las cosas no eran lo que parecían; ante el toque de las trompetas y el retumbar de los caballos, de los tipis empezó a surgir una enorme cantidad de guerreros -al parecer estaban haciendo un ritual de purificación y por eso no se les pudo ver-, armas en mano para defenderse.
Custer había calculado en menos de un millar el total de indígenas porque una arboleda junto a un meandro le impidió percatarse del tamaño real del campamento, en el que se habían juntado casi cuatro mil lakotas, cheyennes y arapajos; había, pues, muchos más guerreros de los previstos. La inesperada resistencia frenó la carga de Reno, que mandó desmontar y formar una línea de tiradores. Pero aunque ésta parecía contener al enemigo, el mayor quedó bloqueado cuando una bala reventó la cabeza de un scout que estaba a su lado y, presa de un súbito pánico -y de un exceso de alcohol, de lo que se le acusaría posteriormente-, optó por emprender una retirada de forma precipitada y sin orden, cruzando el cauce fluvial para atrincherarse en lo alto de un promontorio.
Fue todo tan rápido que algunos grupos quedaron aislados, sin poder seguir al grueso de la columna. En uno de ellos estaba DeRudio, con su sección muy mermada al haberla enviado en apoyo del cuerpo central. En medio del caos perdió su caballo y, rodeado de guerreros por todas partes, tuvo que ocultarse entre unos matorrales junto al soldado Thomas O’Neill, el intérprete Fred Girard y el explorador mestizo W.M. Jackson, mientras asistía impotente al exterminio de sus hombres. Desde su posición no pudo ver la caída de Custer en Greasy Grass, aunque debió imaginarla al dejar de escuchar disparos y comprobar que nadie acudía al rescate. Fue entonces cuando, aprovechando que muchos indios habían dejado el lugar para participar en la caza de Custer, DeRudio y sus compañeros intentaron unirse a Reno, al que ya había reforzado Benteen improvisando precarios parapetos con todo lo que pudieron; pero seguía habiendo demasiados guerreros en la orilla.
Por tanto, permanecieron treinta y seis angustiosas horas en aquella situación, ora escondidos entre el follaje, ora intentando escapar al amparo de la oscuridad de la noche para ser descubiertos (por error llamaron a lo que creían soldados y que en realidad eran indios con ropas arrebatadas a los caídos; en medio de un espeluznante griterío y tiroteo, tuvieron que volver a ocultarse). Y mientras, contemplaban horrorizados cómo los vencedores, especialmente las mujeres lakotas, arrancaban las cabelleras a los cadáveres y agonizantes. El mismo DeRudio contó que las había visto «en el repugnante trabajo de arrancarle el cuero cabelludo a un soldado que tal vez aún no estaba muerto. Dos de las damas cortaban, mientras otras dos realizaban una especie de danza de guerra alrededor del cuerpo».
Finalmente los indios levantaron su campamento y se fueron, sabiendo que se acercaba el ejército (el plan original era hacer una pinza sobre ellos con tres grandes columnas dirigidas por los generales Terry, Gibbon y Crook). Eso permitió a DeRudio y O’Neill – se habían separado de los otros dos en aquella confusión nocturna- cruzar el río y sumarse a la posición de Reno y Benteen. El 27 de junio aparecieron las tropas de Gibbon (con la vanguardia capitaneada por James Sanks Brisbin, al que reseñábamos al principio), lo que significaba su salvación. Reno perdió la mitad de sus fuerzas, pero con la ayuda de Benteen salvó al resto, incluyendo al capitán Moylan; por ironías del destino, la compañía E, la que debía haber dirigido DeRudio, fue aniquilada junto a Custer.
La traumática experiencia no impidió a aquel italiano reconvertido en estadounidense continuar su vida militar y enfrentarse otra vez a los indios al año siguiente, en esa ocasión a los nez percé con el 2º de Caballería. En 1882 ascendería a capitán, sirviendo en no pocos territorios de su país adoptivo, desde el extremo norte en Dakota al sur en Texas y Nuevo Mexico. También tuvo que testificar en el consejo de guerra de Reno, en el que éste, acusado de cobardía y embriaguez, fue declarado culpable y destituido -había perdido, junto a Custer, el único de los diecinueve ataques realizados por el ejército a poblados indígenas-, si bien luego se le rebajó la pena a dos años.
DeRudio se jubiló en 1896, a los sesenta y cuatro años, recibiendo un ascenso a mayor en 1904. Para entonces se había mudado a Los Ángeles, donde vivió contando su azarosa vida en conferencias. Una letal combinación de bronquitis y enteritis aguda le mató en Pasadena (California) en 1910. Su cuerpo fue incinerado y las cenizas reposan en el Cementerio Nacional de San Francisco.
Fuentes
Charles DeRudio, A 7th Cavalry survivor’s account of the Battle of the Little Bighorn | Zachary Vogt, The extraordinary life of Charles DeRudio (en Italics Magazine) | Felice Orsini, Memoirs and adventures of Felice Orsini | Martha Crenshaw, Terrorism in context | Peter Panzeri y Richard Hook, Little Big Horn 1876. Custer’s Last Stand | Evan S. Connell, Custer. La masacre del 7º de Caballería | Giuseppe Monsagrati, Roma senza il Papa: La Repubblica romana del 1849 | Wikipedia
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