En el año 193 d.C., ante el caos sucesorio que vivía Roma tras la muerte de Cómodo, un general romano destinado en Panonia fue proclamado emperador por sus legionarios, marchó sobre la capital y con la aquiescencia del Senado entró en la ciudad. Se llamaba Septimio Severo y afianzó su poder de una forma expeditiva, invitando a un banquete a la misma Guardia Pretoriana que había dado muerte a sus dos predecesores, pero con una trampa oculta en la invitación: a su llegada al lugar señalado los pretorianos fueron desarmados, sus jefes ejecutados y todos los efectivos sustituidos por afectos legionarios de Panonia.

Lucio Septimio Severo era natural de Leptis Magna (cerca de la actual capital de Libia, Trípoli), donde nació hacia el año 145, en el seno de una acaudalada familia púnica: su padre era Publio Septimio Geta, que obtuvo la ciudadanía romana tras casarse con la patricia Fulvia Pía, cuya familia estaba vinculada al norte de África, aunque Geta también tenía parentesco lejano con otras gens itálicas, entre ellas la Octavia (de origen plebeyo, pero elevada al patriciado por Julio César). Septimio tenía un hermano mayor, llamado como el progenitor, y una hermana pequeña, Septimia Octavilla.

Él era de baja estatura pero fornido, hablaba latín, púnico y griego -con bastante acento, algo que le avergonzaba y por eso no quiso tener a su hermana en Roma- y recibió lecciones de oratoria, dando su primer discurso a los diecisiete años de edad. Al siguiente marchó a Roma y un pariente le recomendó al emperador Marco Aurelio (sobre el que más tarde, ya en el trono, se inventaría que le había adoptado), ingresando en la clase senatorial, requisito para progresar en el cursus honorum. Ejerció la primera magistratura de éste, el de vigintivir, y ascendió a advocatus fisci, pero hasta que cumplió veinticinco años no pudo acceder al de cuestor y su carrera se estancó al estallar la peste antonina en el 166.

Ruinas de Leptis Magna con el teatro en primer término/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Ante el peligro que suponía aquella terrible epidemia buscó refugio temporalmente en su ciudad natal, donde algunas fuentes dicen que sufrió un proceso judicial por adulterio, aunque resultó absuelto; parece improbable porque no contrajo matrimonio con su esposa, Paccia Marciana, hasta el año 175 (ella, por cierto, era también una púnica romanizada de Leptis Magna). En el 169 la enfermedad había remitido y como Septimio ya había alcanzado la edad exigida para ser cuestor, regresó a la capital; recibió la toga senatorial y ejerció múltiples cargos en una carrera meteórica favorecida por la escasa disponibilidad de gente preparada, debido a la enorme mortandad que causó la peste.

La muerte de su padre en el 171 le obligó a volver a África para arreglar los asuntos familiares. Después, dado que los mauros habían invadido el sur de Hispania y que el emperador asumió el control directo de aquella provincia que era senatorial, entregando al Senado Cerdeña como compensación, Septimio quedó destinado como cuestor de esa isla. Sólo estuvo un par de años, pues un primo suyo, nombrado próconsul africano, le llamó a su lado para que ejerciera de legatus pro praetore (es decir, un legado militar con imperium o mando propretorio). Al término de ese mandato, pasó a ser tribuno de la plebe en Roma.

El Imperio romano en tiempos de Marco Aurelio/Imagen: Tataryn77 en Wikimedia Commons

Fue por entonces cuando se casó con Paccia Marciana, pero ésta falleció once años más tarde y no dejó descendencia (al menos viva, pues puede que tuviera dos hijas pero no sobrevivieron), así que su viudo, siendo ya gobernador de Lugdunum (Lyon), tomo una nueva esposa, llamada Julia Domna. Pertenecía a una familia árabe siria, cuyo padre era sacerdote de El-Gabal (su estirpe tendría una trascendental influencia en la historia de Roma, pues aparte de convertir en emperatriz a Julia Domna, la hermana mayor de ésta, Julia Mesa, sería abuela de Heliogábalo y Alejandro Severo). Tuvieron dos hijos, uno de los cuales reinaría con el nombre (apodo) de Caracalla.

Así llegamos al año 191, en el que empezarían a precipitarse las cosas. Siguiendo el consejo de Quinto Emilio Leto, prefecto de la Guardia Pretoriana, Cómodo, el sucesor de Marco Aurelio, nombró a Septimio gobernador de la Panonia Superior (una provincia creada por Trajano que abarcaba partes de las actuales Austria, Hungría, Eslovaquia, Eslovenia, Bosnia y Croacia). Ante el frívolo comportamiento del emperador, Leto se involucró en la conspiración tramada contra él, que culminó en el magnicidio de diciembre del 192 a cargo de un liberto imperial llamado Narciso y la entronización por el Senado del praefectus urbi, Publio Helvio Pertinax.

No se trataba de una casualidad, ya que Pertinax había sobornado a los pretorianos previamente, pero al intentar gobernar se encontró con las manos atadas al estar las arcas vacías por los dispendios de su predecesor, así que procedió a recortar gastos empezando precisamente por los de la Guardia que le había aupado, lo que de paso le servía para quitarse de en medio una molestia en el poder. O eso creía. Tres meses después también él cayó y los pretorianos sacaron a subasta quién debía ser el siguiente. Fue Marco Didio Juliano el que más pagó, por encima de lo ofrecido por Tito Flavio Sulpiciano, el suegro de Pertinax: unos veinticinco mil sestercios por soldado.

Busto de Julia Domna con el peinado característico de aquel período/Imagen: Gary Todd en Wikimedia Commons

Juliano era un respetado senador, criado con la familia de Marco Aurelio, veterano del ejercito y de un buen puñado de cargos, que trató de ganarse a todos desmontando algunas de las medidas más impopulares de Pertinax. Pero resultó inútil; tenía a la plebe y al ejército en contra, de modo que en pocas semanas ya había tres gobernadores provinciales alzados contra él: Pescenio Níger (Siria), Clodio Albino (Galia Belgica y Britania) … y Septimio Severo. El primero, muy querido por las legiones orientales, fue aclamado emperador por éstas, reuniendo bajo su mando a los ejércitos de Egipto y Asia Menor, ampliados con tropas aportadas por el monarca parto Vologases V. Los otros dos iban a unirse en una precaria alianza.

Septimio Severo tenía tres legiones bajo sus órdenes en Panonia Superior. Una de ellas, la XIV Gemina Martia Victrix, al recibirse la noticia de la muerte de Pertinax, le proclamó emperador en la capital, Carnuntum (entre las actuales Viena y Bratislava), uniéndosele enseguida la X Gemina de Vindobona (Viena) y la I Adiutrix de Brigetio (en Hungría). Sumadas al resto de las de Germania y los Balcanes, que se unieron, eran quince nada menos, a las que había que añadir la flota. Juliano reforzó las defensas de Roma, que eran escasas y por eso intentó adiestrar los elefantes del circo -inútilmente-, pero encima se encontró con que los decepcionados pretorianos desertaron, al igual que el pueblo evacuaba sus casas.

Busto de Didio Juliano/Imagen: Romainbehar en Wikimedia Commons

El desesperado emperador envió al prefecto del pretorio ante Severo a negociar un poder compartido, pero el otro mató al mensajero y, a cambio, mandó delegados a ganarse a los senadores… y a los pretorianos, a quienes ofreció inmunidad por la muerte de los anteriores emperadores. Ellos aceptaron, con lo que la suerte de Juliano estaba echada. Sus enemigos alcanzaron Roma el 1 de junio del 193 y el Senado proclamó a Severo ese mismo día (el primer mandatario africano). Juliano quedó recluido en su palacio el tiempo que se tardó en quitarlo de enmedio. La tradición, recogida por Dión Casio, dice que sus últimas palabras fueron: «Pero, ¿qué he hecho mal? ¿A quién he matado?». En realidad no era tan inocente, pues mandó ejecutar a Leto y los asesinos de Comodo temiendo que se unieran a Severo.

En ese contexto se produjo el episodio reseñado al comienzo. Severo ya tenía el trono, con Clodio Albino como césar a su lado, y desfiló con sus legiones por las calles romanas en un alarde de poder. Pero aunque había pactado con los pretorianos, era consciente de la capacidad de éstos para intervenir en el rumbo político y el peligro que por ello constituían para todo gobernante, como habían dejado patente ese año, que ha pasado a la historia como el «de los cinco emperadores». Así que decidió tomar medidas drásticas y asegurarse un futuro aún por ver; de hecho, Juliano había muerto a manos de uno de los que le habían proclamado.

La Guardia Pretoriana era la unidad de escolta personal de los emperadores desde, al menos, el año 146 a.C., cuando aparece documentada por primera vez, aunque entonces no como protectora imperial -todavía era la época republicana- sino como guardia de corps de Escipión Emiliano en Hispania. Los grandes generales se habituaron a tener la suya y Augusto la adoptó cuando subió al trono en el 27 a.C. El número de efectivos fue variando y para el siglo II d.C. sumaba un millar de hombres por cada una de sus diez cohortes, de manera que queda patente la fuerza que podían presentar para entrometerse en la vida política. Severo, pues, tenía claro que debía hacer algo.

Busto de Clodio Albino/Imagen: Jean-Paul GRANDMONT en Wikimedia Commons

Antes de entrar en Roma invitó a un banquete a los pretorianos en el campamento donde estaban acantonadas sus fieles legiones. Se suponía que iban a prestar juramento de fidelidad, pasando a ser su guardia, por lo que se les pidió que acudieran con traje ceremonial y llevando coronas de laurel, pero cuando se presentaron fueron rodeados y desarmados por los legionarios, quienes separaron a sus jefes y los ejecutaron por el asesinato de Pertinax; al fin y al cabo, Severo había servido a sus órdenes al principio de su carrera (y hasta es posible que participase en la trama contra Cómodo).

A continuación, desterró a los demás, con la advertencia de que cualquiera que se quedase a menos de ciento cincuenta kilómetros pagaría con su vida. Es decir, el cuerpo de pretorianos fue disuelto de facto, aunque reconstituido con los mejores soldados de Panonia, lo que garantizaba su lealtad en un momento en el que el nuevo emperador no podía permitirse descuidos en su retaguardia, ya que debía afrontar la amenaza que suponía el también autocoronado Pescenio Níger.

Pretorianos en un relieve conservado en el Louvre-Lens/Imagen: Wikimedia Commons

Y, en efecto, aunque Níger había conseguido apoderarse de Bizancio y alcanzar Tracia, el contraataque de Severo, que contaba con más y mejores fuerzas, le obligó a retirarse a Cilicia primero y a Antioquía después, para acabar derrotándole definitivamente en Issos. Capturado en su intento de huida hacia Partia, fue ejecutado allí mismo, destino que sufrirían también sus hijos. Luego, se decretó una damnatio memoriae al considerarlo un simple usurpador. Todo ello abrió los ojos a Clodio Albino, que viendo cómo Severo nombraba césar a su hijo Caracalla y temiendo terminar igual que Níger, también se alzó en armas y se proclamó emperador.

Estaban en el año 196 y su alianza con Severo apenas había durado un par de años. Pero era el signo de los tiempos. En la batalla de Lugdunum, considerada la más dura de las libradas entre ejércitos romanos, Clodio perdió ante las legiones de Panonia, Mesia y Dacia, que casi le duplicaban en número, quedando el camino despejado para el mandato de su antiguo socio.

Éste lo ejercería durante dieciocho años más, fundando una dinastía que compondrían otros cuatro emperadores: sus vástagos Caracalla y Geta, más sus sobrinos segundos Heliogábalo y Alejandro Severo. Y, en buena medida, todo gracias a una invitación que no salió como esperaban los convidados.


Fuentes

Dión Casio, Historia romana | VVAA, Historia augusta | Herodiano, Historia del Imperio Romano después de Marco Aurelio | Adrian Goldsworthy, La caída del Imperio Romano. El ocaso de Occidente | Mary Beard, SPQR. Una historia de la Antigua Roma | Santiago Fernández-Ardanaz y Rafael González Fernández, El consensus y la auctoritas en el acceso al poder del emperador Septimio Severo | Anthony Birley, Septimio Severo | Wikipedia


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