Caballero de Eon, el espía francés que pasó la primera mitad de su vida como hombre y la segunda como mujer

El combate de esgrima entre el Chevalier de Saint-George y el Chevalier d'Éon, obra de Alexandre-Auguste Robineau/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Havelock Ellis fue un médico y sexólogo británico que en 1897 publicó el primer estudio científico en inglés sobre la homosexualidad, Sexual inversion, en el que trataba ésta sin considerarla enfermedad o inmoralidad, e introducía conceptos nuevos que luego haría suyos el psicoanálisis freudiano, caso de narcisismo o autoerotismo. Además, en 1920 acuñó otro término, eonismo, para referirse a lo que más tarde se conocería como travestismo. La palabra eonismo era una referencia a un personaje del siglo XVIII, famoso tanto por sus trepidantes aventuras como porque a mitad de su vida decidió cambiar de sexo, pasando de hombre a mujer: Charles de Beaumont, popularmente llamado Caballero de Eon.

De los primeros años de Charles de Beaumont se sabe poco, porque la mayor parte de los datos que se conocen sobre él corresponden a la época en que ya había alcanzado celebridad. Lo que hay sobre su infancia y juventud procede de fuentes tan inseguras como una autobiografía que él mismo escribió con ayuda de «negros», Les loisirs du Chevalier d’Éon de Beaumont, y un capítulo dedicado al personaje del ensayo Famous impostors, que Bram Stoker (sí, el autor de Drácula) publicó en una fecha tan tardía como 1910.

Charles-Geneviève-Louis-Auguste-André-Thimothée d’Éon de Beaumont nació en 1728 en la localidad borgoñona de Tonnerre (Francia), en el seno de una familia noble que según él procedía de Bretaña -y así lo confirmó un tribunal en 1780-, presumiendo de ser descendiente de Éon de l’Étoile (un hereje del siglo XII), aunque no hay más prueba que su palabra y, de hecho, algunos genealogistas consideran que sus ancestros no accedieron a la nobleza hasta 1668. Su padre, Louis, era abogado del Parlamento, consejero real, inspector de hacienda y alcalde de Tonnerre; su madre, Françoise, era hija de un comisario militar.

Retrato anónimo de Charles de Beaumont en su juventud/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

También tenía un tío en París, Michel d’Éon de Germigny, con el que se instaló en 1743 para estudiar en el Collége Mazarin, licenciándose en derecho civil y canónico seis años más tarde. Eso le abrió las puertas del parlamento, donde siguió los pasos de su progenitor como abogado, simultaneando esa actividad profesional con su afición a escribir; primero artículos políticos y económicos en la revista a Année littéraire (lo que le sirvió para convertirse en secretario del intendente de París, Bertier de Sauvigny, ejerciendo de censor de historia y literatura), después ensayos como Considérations historiques et politiques.

No era el de la escritura su única afición, puesto que también destacaba en equitación y esgrima, así como gustaba de ampliar las relaciones sociales llegando a intimar con el príncipe de Conti, primo del monarca Luis XV, quien ante tantos méritos le reclutó en 1756 para el Secret du Roi, la red francesa de espionaje, tan secreta que ni siquiera el ministro de Exteriores conocía su existencia. Allí iba a tener como compañeros al citado príncipe, más los condes de Broglie y Vergennes, el mariscal de Noailles, el barón de Verteuil y el famoso erudito Pierre-Augustin de Beaumarchais (el autor de El barbero de Sevilla y Las bodas de Fígaro), todos ellos veteranos diplomáticos al servicio de Francia.

Charles de Beaumont retratado por Augustin de Saint-Aubin/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Hay quien dice que quien introdujo a Charles en aquella red fue el mismísimo rey, después de que éste le tomara por una mujer en un baile de disfraces al que asistió con ropas femeninas, algo favorecido por su constitución delgada y su rostro lampiño. La idea sería que se acercase al círculo íntimo de la zarina Isabel I la Clemente, hija de Pedro I el Grande y entronizada en 1741, tras la rebelión militar que derrocó a su hermano Iván VI. Y es que en 1756 Francia había entrado en la Guerra de los Siete Años (un conflicto internacional que, entre otros escenarios, dirimía la supremacía colonial frente a Gran Bretaña en América y la India) y convenía ganarse aliados.

El nuevo espía habría llegado a San Petersburgo haciéndose pasar por la dama Lia de Beaumont, consiguiendo en efecto convertirse en lectora de la zarina, gracias a lo cual la convenció para entrar en la contienda del lado francés. Parece algo más literario que real porque, en realidad, debió ser simplemente destinado como secretario a la embajada gala a las órdenes del barón de Kildin, Alexander Peter Mackenzie Douglas, un jacobita escocés al servicio de Francia. Desde ese puesto menor en la legación pudo mantener contactos con miembros de la corte, atrayéndolos a su bando al no provocar el recelo que generaban los diplomáticos de carrera.

Sin embargo, sí es cierto que a veces vestía de mujer, ya que Isabel solía organizar bailes de disfraces en los que se invertían los sexos. En cualquier caso, el éxito obtenido en aquella primera misión le hizo regresar en 1760 y ganarse dos mil libras, así como el nombramiento de capitán del cuerpo de dragones, al mando del mariscal de Broglie, con el cual tomó parte activa en la guerra y hasta resultó herido en la batalla de Ultrop; permaneció convaleciente hasta el Tratado de París de 1763 y no volvería nunca al frente, moviéndose a partir de ahí sólo en el proceloso mundo del espionaje. De hecho, al fallecer el embajador Douglas se pensó en él para sustituirle en Rusia, pero finalmente su destino sería otro muy distinto: Londres.

La guerra de los Siete Años: territorios de los dos bloques de alianzas y principales escenarios/Imagen: Wario2 en Wikimedia Commons

Llegó a la capital británica como secretario del embajador, el duque de Nivernais, encargado de negociar las condiciones del mencionado tratado de paz. Beaumont habría sido responsable de arrancar algunas concesiones tras emborrachar a uno de los delegados rivales. De ese modo, Francia, que había perdido la guerra, perdió cinco plazas en la India, pero conservó otras tantas; tuvo que entregar Senegal, aunque retuvo la isla de Gorea; y se vio obligada a entregar sus posesiones en Norteamérica y el Caribe salvo las islas de Haití, San Pedro y Miquelón, Guadalupe y Martinica, reconociéndosele sus derechos pesqueros en Terranova; por último, debió entregar la Luisiana a España, a cambio de recibir de ésta la Florida.

Beaumont recibió otra recompensa en metálico (seis mil libras) y la Orden de Saint-Louis, pasando a ser caballero y conocido a partir de entonces como Chevalier d’Éon. Pero todavía no había terminado su servicio en Inglaterra. En abril de 1763 fue nombrado encargado de negocios de la embajada y luego ministro plenipotenciario, una especie de embajador interino, debido a que el duque de Nivernais tuvo que regresar a Francia. Desde ese nuevo cargo, d’Eon pudo acceder al círculo del rey Jorge III -con quien mantenía una relación muy cordial- y recopilar información para elaborar un plan de invasión, contando para ello con la ayuda de Louis François Carlet, marqués de la Rozière, junto al que recorrió el litoral anotando cómo eran las defensas costeras.

El Caballero de Eon con vestimenta femenina hacia 1775 (obra del círculo de Angelica Kauffmann)/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

El plan no salió adelante porque d’Eon llevaba un estilo de vida lujoso y extravagante (tenía a su servicio más de una veintena de sirvientes y organizaba una recepción diaria, derrochando el dinero a espuertas), en un particular modo de entender la diplomacia que no gustó en París. Cuando d’Eon solicitó un aumento de presupuesto, el ministro de Exteriores, Étienn-François de Choiseul no sólo lo denegó sino que nombró un nuevo embajador. Se trataba de Claude-Louis-François Régnier, conde de Guerchy, al que d’Eon ya conocía de la guerra y hacia quien mantenía un odio que era correspondido. Guerchy le devolvió a su modesto puesto de secretario y puso fin a la idea de la invasión. La relación entre ambos empeoró si cabe cuando el embajador le exigió la entrega del plan para destruirlo y él se negó.

Sus disputas se enmarcaron en el contexto que vivía su país de origen en ese momento, con una polarización política en dos facciones: una, apoyada por el embajador, aglutinada en torno a Madame de Pompadour y los duques de Choisel y Praslin; la otra, defendida por d’Eon, a favor de su antiguo superior, el conde de Broglie y su hermano Victor, mariscal de Francia, ambos caídos en desgracia por ser considerados culpables de la debacle francesa en la batalla de Villinghausen (1761). Finalmente, el gobierno de Luis XV cedió a la presión del embajador y destituyó al secretario, quien se negó a regresar. Entonces se solicitó su extradición a las autoridades británicas, pero éstas tampoco atendieron la petición porque les venía bien una embajada débil.

En 1764, d’Eon , privado de sus emolumentos, fue un paso más allá al publicar la correspondencia diplomática sobre su cese bajo el título Lettres, mémoires et négociations particulières du chevalier d’Éon. Era una amenaza implícita de hacer público el plan de invasión, que implicaba al rey; así que de momento nadie se atrevió a hacerle nada. Guerchy le demandó por difamación ante un tribunal inglés, pero él contraatacó acusándole de intentar secuestrarle e incluso envenenarle, y los jueces le dieron la razón. Las cosas quedaron así, sin solución inmediata, hasta que en 1766 el embajador fue llamado a París y d’Eon recobró su pensión más una anualidad de doce mil libras. En otras palabras, había ganado, haciendo que la Corona cediese a su sutil chantaje que, de lo contrario, podía haber enturbiado otra vez las relaciones entre Francia y Gran Bretaña.

Otra visión artística de Eon, en este caso llevando la cruz de Saint-Louis/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

No obstante, fue una victoria amarga porque d’Eon se quedaba sin trabajo y exiliado, lo que suponía quedar al margen de la vida de la alta sociedad. Por eso algunos historiadores creen que fue en ese momento cuando decidió abandonar su habitual uniforme de dragón y vestirse de mujer de forma cotidiana, pasando a ser otra vez el centro de atención. Lo cierto es que no se trataba de una novedad, ya que se hablaba de ello, y hasta la Bolsa de Londres organizó apuestas sobre su verdadero sexo, invitándole a desvelar la verdad para entregar el premio, aunque él se negó al considerar deshonroso someterse a un examen físico… para alivio de la Lloyd’s Coffee House (el bar germen de la aseguradora homónima).

Eso no le impidió ingresar en la masonería en la logia londinense Inmortality, en 1768, mientras la embajada francesa aprovechaba para hacer circular libelos contra aquel comportamiento y las revistas británicas le caricaturizaban apodándole Epicene («Epiceno», palabra aplicada a los sustantivos que denotan indistintamente animales o personas de sexo masculino o femenino). El bochorno que pasaba la embajada llevó a que, en 1774, Luis XV le pidiera a d’Eon una aclaración sobre su verdadero sexo; él respondió que mujer, adjuntando certificados médicos de galenos que le habían examinado pero con ropa y sólo palpando. De esa forma, el ridículo de Francia no hizo sino aumentar, algo que algunos interpretan como intencionado por su parte, a manera de venganza.

A la muerte del rey galo se suprimió el Secret du Roi y un antiguo agente de éste, el ya citado escritor Pierre de Beaucharmais, viajó a Londres para negociar con su colega el retorno a Francia a cambio de la entrega de los comprometedores papeles del plan de invasión. Tras catorce meses de tira y afloja, aceptó y así pudo pisar de nuevo su tierra en 1777, con el compromiso de recluirse en su localidad natal; como contrapartida, el nuevo monarca, Luis XVI, le permitió conservar la medalla de la orden de Saint-Louis y le facilitó una renta vitalicia. Eso sí, a condición de que no siguiera cambiando; debía continuar ya como mujer.

El Caballero de Eon, a la moda femenina de la Revolución Francesa, con escarapela tricolor pero también la Cruz de Saint-Louis (obra de Jean-Paul mosnier)/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Él mismo explicó que había nacido niña pero su padre le crió como un chico porque únicamente podía heredar las propiedades de sus suegros si tenía un heredero varón; en su reseñada autobiografía añadió el detalle de que, en el parto, el médico que atendió a su madre no supo discernir su sexo por salir «peinado», es decir, envuelto en el saco amniótico y sin genitales visibles. De todos modos, d’Eon no se conformó mucho tiempo con las condiciones impuestas y las incumplió a los pocos meses, volviendo a exhibirse en la corte con el uniforme militar. El monarca, irritado, le prohibió por escrito mostrarse en público con otra ropa que la femenina.

Su nueva condición hizo que se le rechazase cuando se presentó voluntario para unirse a las tropas francesas del marqués de Lafayette que se disponían a partir en ayuda de los revolucionarios americanos, quedando como testimonio de sus servicios militares unas memorias escritas por un amigo llamado La Fortelle, que seguramente las adornó un poco; se titulan La Vie Militaire, politique, et privée de Mademoiselle d’Éon. Recluido en Tonnerre, se dedicó a administrar sus tierras hasta que el rey le permitió regresar a París en 1783.

Uno de los últimos retratos del Caballero de Eon coetáneos, publicado en la revista inglesa Eiropean Magazine en 1794. Obra del grabador Jean Condé/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Dos años más tarde embarcó hacia Londres, donde se llevó una desagradable sorpresa: su casero le exigía el pago de todos aquellos años y como carecía de fondos para afrontar tal cantidad, se vio obligado a vender su biblioteca personal de ocho mil volúmenes. Empezaba así un período de estrechez económica que se agravó en 1792, al estallar la Revolución Francesa y suspenderse el pago de su pensión. D’Eon apoyó el movimiento por carta y solicitó recuperar su antiguo grado militar para formar una legión de voluntarios en Tonnerre. No sólo no recibió contestación sino que le confiscaron sus bienes muebles e inmuebles, viéndose obligado a permanecer en la capital británica.

Para vivir apenas tenía una pensión de doscientas libras que le había concedido Jorge III y tuvo que recurrir a participar en torneos de esgrima para conseguir dinero. Y es que, a pesar de que ya contaba sesenta y cuatro años, seguía siendo diestro con la espada. De hecho poco antes, en 1787, había mantenido un combate con otro ilustre compañero de entrenamiento en Carlton House, a petición del príncipe de Gales Jorge Augusto de Hannover. El rival fue Joseph Bologne, más conocido como el Chevalier de Saint-Georges, un compositor y violinista mulato -de Guadalupe- que durante la Revolución Francesa dirigiría el regimiento de su nombre, compuesto por soldados negros, y que además era un magnífico esgrimista. D’Eon le ganó pese a batirse con ropa de mujer, acrecentando su fama.

Siguió ganándose la vida espada en mano hasta los sesenta y ocho años, pero la edad, el sobrepeso y la incomodidad de las ropas le pasaron factura y en 1796 resultó herido de gravedad en Southampton: pese a que los floretes -única arma permitida a las damas- tenían botón, la hoja contraria penetró diez centímetros en su brazo derecho, imposibilitándole continuar en adelante con aquella actividad. Una vieja amiga francesa llamada Mary Cole, viuda de un ingeniero de la Royal Navy, le acogió en su casa, hasta que las deudas de ambos les hicieron dar con sus huesos en la cárcel en 1804. D’Eon obtuvo la libertad cinco meses después y para conseguir dinero firmó un contrato con Thomas William Plummer para que escribiese su biografía.

El Memorial de Burdett Coutts, ubicado en la parroquia de St.Pancras, incluye un homenaje al Caballero de Eon/Imagen: Richard Rogerson en Wikimedia Commons

Sin embargo, nunca llegó a hacerse. La decadencia era cada vez mayor y al poco un ataque de apoplejía le hizo caer y sufrir una parálisis que mermó sus movimientos los últimos cuatro años; los dos últimos ni siquiera pudo levantarse de la cama. Falleció en 1810 y, al hacer el examen post mortem del cuerpo, el dr. Copeland y diecisiete testigos observaron atónitos que lo que todos pensaban que era una anciana tenía «órganos masculinos perfectamente formados en todos los aspectos», aunque también presentaba algunas características femeninas, como «redondez inusual en la formación de las extremidades» y «pecho notablemente lleno».

Eso contrastaba con la opinión expresada por un conocido suyo, quien dijo que «si en 1809 todavía se creía en Francia en el sexo femenino de d’Éon, todos los que frecuentaban al Chevalier en Inglaterra no tenían duda de que se trataba de un hombre«. Ahora ya sólo era un difunto y fue enterrado en el cementerio de St. Pancras Old Church (Middlesex), dejando un testamento que nombraba albacea al almirante sir William Sidney Smith (del que Napoleón diría «Ese hombre me hizo perder mi destino«, al considerar que fue su llegada in extremis a Waterloo la que le hizo perder esa batalla). Ese documento terminaba con un cuarteto que resumía su vida y constituye un bonito epitafio:

Nu du ciel je suis descendu,
Et nu je suis sous cette pierre :
Donc pour avoir vécu sur cette terre,
Je n’ai ni gagné, ni perdu.

(«Desnudo del cielo bajé,
y desnudo estoy debajo de esta piedra;
así que por haber vivido en esta tierra,
ni gané ni perdí»).


Fuentes

Gary Kates, Monsieur D’Eon is a woman. A tale of political intrigue and sexual masquerade | VVAA, The Chevalier d’Eon and his worlds. Gender, espionage and politics in the Eighteenth Century | Bram Stoker, Famous imposters | Ernest Alfred Vizetelly, The true story of the Chevalier D’Eon | Wikipedia


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