«En la noche del 25 de noviembre de 1120, el White Ship zarpó rumbo a Inglaterra y se hundió en Barfleur con todos cuantos viajaban a bordo salvo uno (…) El navío era lo más moderno en transportes marítimos e iba dotado de todos los adelantos conocidos por los armadores de la época (…) La notoriedad de aquel naufragio se debió al gran número de personalidades que se encontraban entre el pasaje. Además del hijo y heredero del rey, iban también dos bastardos reales, varios condes y barones, y gran parte de la corte (…) Su trascendencia histórica fue la de dejar a Enrique I sin heredero directo y su resultado final el de una lucha por la sucesión y el período de anarquía que siguió a la muerte de Enrique».

Este párrafo sintético, escrito por el historiador medievalista británico Austin Lane Poole en su libro From Domesday Book to Magna Carta 1087–1216 , fue elegido como prefacio por Ken Follett para su exitosa novela Los pilares de la Tierra. El naufragio del que habla también ha sido inspiración para una de las narraciones del monje detective creado por Ellis Peters, A light on the road to Woodstock, y otra de la novelista histórica estadounidense Sharon Kay Penman, When Christ and His Saints Slept, así como en poemas de Dante Gabriel Rosetti, Felicia Hemans, Edward Arlington Robinson y Geoffrey Hill, por citar sólo algunas obras literarias.

Es un tema que tiene un gran atractivo por las posibilidades dramáticas que siempre ofrece un naufragio, en este caso con el refuerzo de que se trató de un episodio real que, efectivamente, tuvo unas consecuencias enormes, al sumir Inglaterra en una guerra civil de sucesión que duró diecisiete años y ha pasado a la posteridad con el nombre de The Anarchy («La Anarquía»). Por eso también fueron varios los cronistas de la época que se interesaron por los hechos y dieron tanto su visión como una interpretación, a menudo acorde con la mentalidad providencialista de entonces. Veamos cómo pasó todo.

El norte de Francia a mediados del siglo XII/Imagen: Rowanwindwhistler en Wikimedia Commons

En los siglos XI y XII, Francia todavía no estaba unificada y su territorio noroeste se hallaba en manos de una serie de nobles que, a menudo, guerreaban entre sí por ampliar sus dominios a costa de los otros. Uno de ellos era el segundo duque de Normandía, Guillermo, hijo ilegítimo porque su padre lo había engendrado con una concubina, pero que heredó el ducado y no sólo consiguió resistir los intentos de los demás por hacerse con su control sino que terminó imponiéndose sobre ellos, en parte gracias a un ventajoso matrimonio con su prima, Matilde de Flandes. Así, fue él quien primero extendió sus fronteras y después se postuló como candidato al trono de Inglaterra, dado que el rey Eduardo el Confesor no tenía descendencia.

Para justificar ese objetivo aseguraba que el monarca se lo había prometido en una ocasión y que el otro candidato, el duque Haroldo Godwinson, había sido testigo, aunque fue éste finalmente el designado. Ofendido, el normando organizó en 1066 un poderoso ejército que cruzó el Canal de la Mancha y derrotó al nuevo rey en la célebre batalla de Hastings, arrebatándole la corona. Guillermo I, como ha pasado a la historia, permaneció reinando en el país y, a su muerte (acaecida en 1087), la región francesa que había dejado atrás se vio sumida en una serie de guerras continuas protagonizadas por sus hijos. El cuarto, Enrique, se acabaría imponiendo a sus hermanos mayores, quedándose tanto con el trono inglés como con el ducado de Normandía en el 1100.

Grabado anónimo decimonónico mostrando a Guillermo I el Conquistador tras la batalla de Hastings/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Enrique I iba a ceñir la corona treinta y cinco años. Para la sucesión, aunque la primogenitura correspondía a una chica, Matilde (o Maud), planeaba nombrar heredero a su hijo varón, Guillermo Adelin, de diecisiete años, que en 1135 se dispuso a embarcar hacia Inglaterra al lado de su padre. Ambos estaban circunstancialmente en Normandía y se les ofreció utilizar para la travesía el Blanche-Nef, una nave perteneciente a Thomas filz Estienne, vástago ilegítimo de Estienne filz Airard. Era éste un capitán que había trasladado a Guillermo I el Conquistador en el Mora, el barco más grande y rápido de los cientos empleados para transportar tropas de un lado a otro del Canal en la invasión de 1066.

El Blanche-Nef era un barco tipo vikingo, impulsado a vela y remo por una tripulación de unos cincuenta hombres, que podía llevar a bordo hasta tres centenares de personas. De hecho, ésas subieron inicialmente a bordo para acompañar al rey hacia Inglaterra, aunque algunas fueron obligadas a bajar por estar bebidas; entre ellas (aunque algunas fuentes dicen que fue por estar enfermo de diarrea) figuraba Esteban de Blois, titular del condado de Boulogne y el ducado de Normandía por su parentesco familiar con Enrique I, del que era sobrino. Otros desembarcaron por su propia voluntad, caso de Rabel II, bisnieto de Tancredo de Tancarville (uno de los compañeros del caudillo vikingo Rollo en la conquista de la Francia septentrional), que lo hizo al considerar en peligro la seguridad de la nave por llevar demasiada gente.

En realidad tampoco estaba Enrique I, que utilizó otra embarcación, dejando ésa para su hijo, que acababa de demostrar su valía en el campo de batalla ante los nobles normandos rebeldes y el ansia expansionista de Luis XI de Francia. Al vástago le acompañaba su propio séquito, entre cuyos integrantes se contaban dos de los bastardos reales (Enrique tuvo más de una veintena en su vida): Ricardo de Lincoln, hijo del rey con una de sus amantes, la viuda Ansfride, y Matilda FitzRoy, condesa de Perche, nacida de una relación con otra amante de la que sólo se sabe su nombre, Edith.

El rey Enrique I de Inglaterra/Imagen: Georgemiller381 en Wikimedia Commons

Asimismo, se pueden citar al segundo conde de Chester, Ricardo de Avranches, que pese a su juventud -veintiséis años- había liderado al ejercito anglo-normando que anexionó para Enrique I el reino galés de Gwynedd; su hermano, Otheur; el justicia real Geoffrey Ridel; la sobrina del monarca, Lucía Mathaut de Blois… En total no menos de ciento cuarenta nobles más dieciocho damas también de sangre azul, con un sinfín de criados. Muchos eran jóvenes y estaban exultantes con la idea de regresar a su tierra después de varios meses fuera en campaña, por lo que el ambiente que se respiraba era festivo. En medio del jolgorio se impidió que dos monjes bendijesen el barco, lo que los ofendió y también decidieron renunciar a un viaje en tan frívola compañía.

Ello daría origen a la inevitable leyenda de un castigo divino, engrosada por otra de la que se hizo eco el monje Guillaume de Nangis en su Chronique, según la cual todos los que subieron a bordo eran sodomitas. Como cabía esperar, tampoco faltó la inevitable hipótesis de un magnicidio, que ha retomado la historiadora Victoria Chandler (y a la que se apuntó también Follett en su best seller). En cualquier caso, nadie pareció percatarse de los malos augurios cuando zarparon de Barfleur, en la costa normanda; en una fecha que suele originar confusión, ya que fue al anochecer del 24 de noviembre de 1119 pero el desastre iba a producirse unas horas más tarde, ya avanzada la noche, de ahí que a menudo se hable del día 25.

Según Orderico Vital (un monje benedictino inglés autor de una crónica medieval de Inglaterra titulada Historia Ecclesiastica), ya estaba la luna llena en el cielo (las tablas estelares de la NASA demuestran que en realidad era nueva) cuando varios de aquellos jubilosos pasajeros pidieron a Guillermo Adelin que repartiera vino entre la marinería para animarla, cosa que hizo a despecho de la opinión del capitán, el propio Thomas filz Estienne. Al parecer se había desatado cierta rivalidad con el barco del rey por ver cuál avistaba antes los tradicionales acantilados británicos, y como ya iban con desventaja incitaron a los remeros a doblar sus esfuerzos y a Thomas a tomar un rumbo lo más corto posible.

La Punta de Barfleour, con el faro actual, vista desde el mar/Imagen: Martin Leveneur en Wikimedia Commons

El elegido por éste fue pasar por la Punta de Barfleur, en el extremo nororiental de la península de Cotentin, donde hoy se alza el faro de Gatteville; un lugar donde hay una fuerte corriente de marea, que es aquella que cambia de dirección en función de la pleamar y la bajamar, adquiriendo mayor intensidad cerca de la costa, alcanzando hasta seis nudos y convirtiéndose en un peligro para la navegación. La excesiva velocidad, la falta de prudencia y la oscuridad de la noche se iban a combinar con unos afloramientos rocosos que pasaron desapercibidos, quizá debido al estado de embriaguez de muchos, para provocar una tragedia que recuerda un poco a la del Titanic.

Tras una milla bogando por aquellas aguas, una violenta sacudida acompañada de un ruido siniestro detuvo la marcha; el costado de babor de la Blanche-Nef acababa de chocar con unos escollos llamados Quillebœuf, partiéndose el casco y hundiéndose con rapidez. Únicamente quedó a flote un esquife, al que Guillermo Adelin logró subirse; hubiera podido salvar la vida si se hubiera alejado, pero quiso ayudar a su hermanastra Matilda, a la que oyó gritar pidiendo socorro, y eso supuso su perdición, ya que otros náufragos trataron de subir desesperadamente al bote y al final lo volcaron y mandaron también a pique. El mencionado cronista Orderico Vital cuenta que el capitán se mantenía a flote nadando, pero que al ver que el heredero real y sus familiares se habían ahogado prefirió dejarse morir a afrontar la ira del monarca.

Guillermo Adelin durante el naufragio, obra de John Cassell (1865)/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Por tanto, sólo hubo dos supervivientes inmediatos: el joven Godefroi, hijo de Gilbert de l’Aigle, y un carnicero de Rouen llamado Bérold que se aferró como pudo a una roca -o a un mástil, según la fuente-. Sin embargo, Godefroi de l’Angle tampoco escapó a su destino al fallecer esa noche a causa de la hipotermia, acompañando así a su hermano Engenulfo, que también pereció. Bérold pudo resistir el frío gracias a las varias capas de gruesas pieles que vestía y al amanecer fue rescatado por unos pescadores locales, que durante la noche habían oído los gritos de auxilio sin saber de dónde venían. Luego, ya en suelo inglés, un niño corrió a dar la noticia a Enrique I, quien al escucharla sufrió un desmayo y, cuentan, nunca más volvió a sonreir.

No era para menos. Acababa de perder a su hijo pero también a su heredero, sin el cual se perfilaba un negro panorama para Inglaterra. El mar estuvo un tiempo vomitando cadáveres en las playas, pero otros no se recuperaron nunca, entre ellos el de Guillermo Adelin. Sí se extrajo el tesoro que se llevaba a bordo, algo que no consoló al soberano. Como dejó escrito un historiador coetáneo, Guillermo de Malmesbury, en su obra Gesta Regum Anglorum («Hechos de los reyes ingleses»):

«Ningún barco que haya zarpado jamás trajo a Inglaterra tal desastre, ninguno fue tan conocido en todo el mundo (…) A la calamidad se sumaba la dificultad de encontrar los cuerpos, que no pudieron ser descubiertos por las diversas personas que los buscaron por la orilla; pero delicados como eran, se convirtieron en alimento para los monstruos de las profundidades».

Esa tragedia, insistimos, abrió la puerta al período de la Anarquía en cuanto faltó Enrique I. Si en Francia era costumbre la sucesión casi exclusivamente masculina, en otros sitios como Castilla, Normandía e Inglaterra lo que se solía hacer era dejar dividir las tierras entre los hijos, reservando para el mayor las mejores, las patrimoniales. En este caso, el único vástago vivo legítimo era una mujer, la primogénita Matilde, casada en segundas nupcias con el conde de Anjou, Godofredo V. Éste, a la postre fundador de la dinastía Plantagenet, era considerado un enemigo por los normandos, ya que las tierras de los angevinos colindaban con Normandía. No obstante, el rey convenció a todos para que jurasen fidelidad a su heredera.

Esteban de Blois en un retrato anónimo muy posterior, del siglo XVII/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Más tarde, ya al final de su vida, se arrepintió al ver las maniobras del matrimonio para aprovechar y apoderarse de los territorios normandos, fomentando una rebelión contra el rey y hasta tomando parte en ella abiertamente. Esto último se les volvió en contra, pues la muerte de Enrique en 1135 les sorprendió en campaña y antes de que Matilde pudiera coronarse, se le adelantó su primo Esteban de Blois, aquel que había desembarcado del Blanche-Nef por la borrachera (o la diarrea) y que esta vez atravesó rápidamente el Canal de la Mancha desde Boulogne para hacer valer sus derechos como nieto de Guillermo el Conquistador.

Contaba con el apoyo general -nobleza y pueblo, que ante la difícil situación reclamaban el tradicional derecho de elegir a su gobernante- y fue coronado en diciembre de ese año en la Abadía de Westminster. Su hermano mayor, Teobaldo, candidato de los normandos, terminó renunciando; pero David I de Escocia, tío materno de Matilde, invadió el norte de Inglaterra, tanto para defender a su sobrina como por la vieja reclamación de Northumbria. También el sur de Gales se levantó, mientras Godofredo V conquistaba Normandía. Tras la consiguiente guerra se firmó una precaria paz que no era sino la calma que precede a la tormenta, que estallaría en 1138 en forma de contienda civil.

Pero ésa ya es otra historia. Como epílogo, cabe añadir que no se ha localizado el pecio del Blanche-Nef, por más que durante bastante tiempo espolease la codicia de quienes creían en la leyenda de que el tesoro de Enrique I todavía descansaba en el fondo del mar. Ya vimos que fue rescatado poco después y lo único que hay allá abajo será el maderamen podrido del barco, junto a unos trescientos esqueletos que yacen para siempre en esa silenciosa tumba, rodeados de peces. No son los únicos; como dijimos, la Punta de Barfleur es un lugar peligroso y en 1860 fue escenario de otro trágico naufragio: el del Luna, un buque estadounidense que se hundió cuando transportaba emigrantes desde Le Havre a Nueva Orleans, salvándose sólo dos de sus más de cien pasajeros.


Fuentes

Orderic Vitalis, Ecclesiastical History | William of Malmesbury, Chronicle of the kings of England | Guillaume de Nangis, Chronique | Robert Lacey, Great tales from English history | Richard Huscroft, Tales from the long Twelfth Century. The rise and fall of the Angevin Empire | Jim Bradbury, Stephen and Matilda. The Civil War of 1139-53 | Oliver Hamilton Creighton y Duncan W. Wright, The Anarchy. War and status in 12th-century landscapes of conflict | B. Homans (ed.), Army and Navy Chronicle | ‘No ship ever brought so much misery to England’, from Barfleur (Normandy Then and Now) | The wreck of an emigrant ship near Cherbourg (The New York Times) | Wikipedia


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