¿Cuál fue la batalla naval más grande de todos los tiempos? Es difícil responder a esta pregunta en términos absolutos por varias razones, siendo las mas importantes los criterios que se empleen para hacer el juicio, lo dudoso de las fuentes antiguas y el hecho de que el correr de los tiempos permite que la aviación participe en ese tipo de enfrentamientos, dándoles una nueva dimensión. Aquí ya hablamos de las del cabo Ecnomo (en la que habrían tomado parte seiscientas ochenta naves y trescientos mil hombres) y Salamina (quizá un millar de embarcaciones), y habría que añadir la de Jutlandia (dos centenares y medio de barcos). Pero quizá en términos absolutos la palma se la lleve otra que vamos a ver a continuación con su porqué: la batalla del Golfo de Leyte.
Se disputó durante la Segunda Guerra Mundial, en el campo de operaciones del Pacífico, entre la Armada imperial Japonesa y una flota combinada de EEUU y Australia. Fue en el lugar homónimo, un golfo de ciento treinta kilómetros de largo por sesenta de ancho que está situado al este de la isla filipina del mismo nombre, limitado al norte por la isla de Sámar, al sur por la de Mindanao, al este por la de Homonhon y al oeste por el estrecho de San Juanico, del 23 al 26 de octubre de 1944; tres días en los que se sucedieron cuatro batallas (las del Mar de Sibuyan, Estrecho de Surigao, Cabo Engaño y Sámar) y otros enfrentamientos menores que, al estar todos relacionados entre sí, se agrupan como uno solo.
La batalla del Golfo de Leyte tiene, además, dos características anecdóticas que añadir a sus dimensiones históricas: haber sido la primera en que Japón recurrió a los kamikazes de forma sistemática y la última librada entre acorazados. Todo ello unido al hecho de que, aún interviniendo menos buques que en las otras mencionadas al comienzo tenían mucho mayor porte ya que cuatro decenas eran portaaviones que aportaron más de dos millares de aparatos en total, hace que este combate esté considerado el más grande de todos los tiempos, al menos en la categoría aeronaval.
Todo empezó como resultado del progreso norteamericano en la contienda y, por contra, el retroceso progresivo e imparable que experimentaban las fuerzas japonesas desde el verano de 1942: durante el año siguiente, fueron perdiendo sus conquistas una tras otra, viendo reducidas cada vez más sus bases insulares en el Pacífico. Otras aún las retenían pero aisladas, como en los archipiélagos Salomón, Bismarck, Marshall… En 1944, cuando los estadounidenses lograron apoderarse de las Marianas septentrionales, todo se precipitó: Japón no sólo perdía un punto destacado de su anillo de defensa sino que lo hacía proporcionándole al enemigo una base perfecta para que sus superbombarderos B-29 pudieran alcanzar el territorio japonés.
Para contrarrestarlo, la Armada Imperial lanzó un contraataque en lo que se ha bautizado como batalla del Mar de Filipinas y que terminó en una catástrofe militar: los nipones perdieron tres portaaviones y seiscientos cuarenta y cinco aviones, quedando patente la total superioridad norteamericana en el medio aeronaval; únicamente las fuerzas terrestres -con su correspondiente aviación incluida- parecían ya capaces de presentar resistencia. Algo preocupante teniendo en cuenta que EEUU iba a seguir avanzando y manejaba dos posibles planes, ambos con un doble trasfondo estratégico: no sólo seguir conquistando territorio enemigo sino también bloquear el suministro de combustible a las posiciones japonesas y, por ende, también al propio Japón.
El primero de esos planes consistía en bloquear al adversario en sus puntos de resistencia para poder invadir Formosa (actual Taiwán), posible puente desde el que saltar a China. El otro, defendido por el general MacArthur, era la invasión del archipiélago filipino (a donde deseaba regresar tras aquella mediática evacuación que adornó con la famosa promesa «volveré»), ya que este mando consideraba que ocupar China requeriría demasiados efectivos y creía más urgente acabar con la amenaza inmediata que suponía la fuerza aérea japonesa reunida en Filipinas. Finalmente se impuso la segunda opción, que debería llevar a cabo el propio MacArthur apoyado por la Séptima Flota del almirante Kinkaid, que también incluía unidades de la Royal Australian Navy.
El objetivo inmediato era la isla de Leyte, del archipiélago filipino de las Bisayas, entre Mindanao y Sámar. Kinkaid no estaría solo, puesto que también se contaba con la Tercera Flota del almirante Halsey y la TF 38 (Fast Carrier Task Force) del vicealmirante Mitscher. Lo malo era que ninguno ostentaba superioridad en el mando sobre los demás, lo que suponía un riesgo de descoordinación -como así ocurrió, veremos enseguida-, aunque resultó que los japoneses, a su vez, opusieron tres flotas independientes de la misma manera y también sufrieron por la misma causa.
En ese sentido, los nipones eran conscientes de que el siguiente paso del enemigo en la campaña seguramente iba a ser en algún archipiélago bajo su dominio; el problema estaba en averiguar dónde sería el golpe, así que el almirante Toyoda, a la sazón comandante en jefe de la Flota Combinada, diseñó cuatro planes, uno para cada probable sitio, a los que bautizó con el nombre de Shō-Gō («Victoria») 1, 2, 3 y 4. El primero preveía el desembarco americano en Filipinas, mientras que los otros se ocupaban de Formosa y Ryukyu, Honshu y Hokuku o éstas más las Kuriles respectivamente. Ahora bien, el objetivo filipino se perfilaba como el más lógico, así que se enviaron allí más refuerzos que al resto, con tropas trasladadas desde Manchuria y la flota reunida en Brunéi.
En cierta forma, se trataba de una apuesta a todo o nada, puesto que esos planes implicaban emplear casi todos los efectivos que quedaban y la derrota dejaría a Japón sin combustible. Por eso eran bastante complejos, con tres flotas distintas confluyendo hacia el escenario: la principal, la Fuerza Central del almirante Kurita, compuesta por los acorazados Yamato, Musashi, Nagato, Kongō y Haruna, más diez cruceros pesados y dos ligeros; la llamada Fuerza del Norte del vicealmirante Ozawa, que integraban los portaaviones Zuikaku, Zuiho y Chiyoda más los acorazados pesados de la clase Hyuga; y la Fuerza Sur del almirante Nishimura, que juntaba los cruceros pesados y los acorazados Fuso y Yamashiro, y que fue reforzada con la división de Shima enviada desde Japón.
Las hostilidades se desataron el 12 de octubre de 1944, cuando la Tercera Flota de EEUU inició una serie de incursiones contra Formosa y las Ryuku para mantener ocupados a los aviones enemigos que había en esas islas. Consecuentemente, los japoneses respondieron aplicando el Shō-Gō 2, con su aviación atacando a los portaaviones norteamericanos. Tal como esperaba Halsey, en los tres días que duró el combate sus adversarios perdieron casi todos sus aparatos en el empeño, unos seiscientos, con lo que se quedaron sin fuerza aérea en la zona. Era el momento de empezar la invasión de Leyte y MacArthur, en efecto, desembarcó el 22 de octubre.
Los japoneses pasaron entonces a Shō-Gō 1. El almirante Ozawa debía atraer al enemigo naval lejos de Filipinas, lo que dejaría con menos protección sus desembarcos anfibios y permitiría la llegada de la Fuerza Sur de los almirantes Nishimura y Shima, así como de la Fuerza Central del vicealmirante Kurita. Los mayores obstáculos estaban en la escasez de aviones embarcados y la inexperiencia de sus pilotos, la falta de apoyo submarino y la necesidad de navegar en silencio para no ser descubiertos, lo que dificultaba la coordinación adecuada. La noche del 22 al 23 de octubre, los barcos de Kurita pasaban ante la isla de Palawan cuando fueron avistados por los submarinos estadounidenses Darter y Dace, que además de dar la alarma se lanzaron al ataque.
Todos los torpedos disparados dieron en el blanco, dejando fuera de combate a un tercio de la flota: el Atago, buque insignia, se fue a pique junto al Maya (Kurita sobrevivió y fue rescatado por el Yamato, donde se reinstaló el mando) mientras el Takao emprendía una retirada con dos destructores de escolta sin percatarse de que los submarinos los seguían. Por suerte para los nipones, el Darter encalló en un arrecife y el Dace tuvo que acudir al rescate de la tripulación, lo que permitió al crucero llegar a Singapur (no obstante, permanecería en reparaciones el resto de la guerra).
A la mañana siguiente, en el mar de Sibuyán, Halsey se dispuso a enfrentarse con la debilitada Fuerza Central, que continuaba navegando hacia Leyte para interrumpir los desembarcos. El problema para el estadounidense era que le faltaba un tercio de sus unidades, enviadas a Ulithi para reaprovisionarse, y aunque reclamó su presencia apresuradamente, tuvo que afrontar la batalla con el grupo de combate más débil, la TG 38.2, que únicamente contaba con un portaaviones grande, el USS Intrepid y dos ligeros. Eso hizo que su primera oleada de ataques aéreos causara pocos daños a los japoneses. La segunda no mejoró sustancialmente la cosa, pero sí hizo que Kurita ordenase alejar sus buques.
Aún así, el gigantesco acorazado Musashi fue alcanzado de gravedad y los aviones americanos se lanzaron sobre él para rematarlo, hundiéndolo al anochecer. Pero los japoneses no se habían quedado cruzados de brazos. Simultáneamente, el vicealmirante Onishi envió desde Luzón tres oleadas aéreas, cada una de medio centenar de aviones, contra los portaaviones de la TG 38.3. La mayoría fueron interceptadas, aunque un Yokosuka D4Y logró atravesar la barrera y lanzar una bomba incendiaria sobre el portaaviones USS Princeton. El fuego debió alcanzar la santabárbara provocando tal explosión que no sólo hundió el buque sino que dañó también al crucero USS Birmingham y otros barcos que se habían acercado a ayudar.
Pese a rechazar los ataques nipones, la merma de la Tercera Flota había impedido acabar con la Fuerza Central, que incluso con las bajas del Musashi y el crucero Myōkō seguía siendo muy potente en conjunto; tanto que pudo continuar su marcha y cruzar el estrecho de San Bernardino, favorecido, eso sí, por las confusas órdenes de Halsey, que hicieron que el almirante Kinkaid interpretase que no hacía falta que su Tercera Flota no acudiera a defender el lugar (un segundo mensaje aclaratorio no fue recibido al enviarse por radio) y éste quedó sin vigilancia. De este modo, el día 25 amaneció con los cañones de Kurita disparando sobre el exiguo grupo de escolta de desembarco en la isla de Samar.
Se unía así a las escuadrillas de la Daiichi Kōkū Kantai (Primera flota Aérea) enviadas desde Luzón para enfrentarse a la Tercera Flota norteamericana, cuyos aviones tuvieron que dejar de buscar a la Fuerza Norte de Ozawa, paradójicamente la única que esperaba ser avistada a pesar de que aparentaba ser la más peligrosa -en realidad apenas contaba con un centenar de aviones- porque, recordemos, no era sino un señuelo para alejar de Leyte a los buques enemigos. Ozawa se vio pues inactivo, y cuando interceptó un mensaje que informaba erróneamente de la retirada de Kurita decidió hacer lo mismo. Sin embargo tuvo que rectificar puesto que, como vimos, la Fuerza Central seguía en el candelero
Ese caos por parte de ambos bandos aún empeoraría, esta vez a cargo de la Fuerza Sur del almirante Nishimura. Se componía ésta de dos acorazados (Yamashiro y Fuso) más el crucero pesado Mogami y cuatro destructores. El 25 de octubre entró en el estrecho de Surigao con la esperanza de unirse a las fuerzas Centro y Sur, pero lo hacía por mera intuición, ya que para permanecer ocultos a los norteamericanos se habían prohibido las comunicaciones; en realidad, Nishimura se estaba metiendo en una trampa tendida por el almirante Oldendorff, de la poderosa Séptima Flota, que le esperaba con seis acorazados (cinco de ellos supervivientes reparados de Pearl Harbor), cuatro cruceros pesados, cuatro ligeros, veintiocho destructores y treinta y nueve lanchas torpederas.
Se libró entonces la única batalla de la Segunda Guerra Mundial entre acorazados (si exceptuamos el duelo entre el Washington y el Kirishima en Guadalcanal), con la curiosidad táctica de que los estadounidenses aplicaron un plan similar al de Nelson en Trafalgar, cruzando la T (escindiendo la formación enemiga en dos al atravesarla perpendicularmente), tal cual habían hecho los japoneses también en la batalla de Tsushima ante la la Armada Imperial Rusa, en 1905. Esta vez, fueron las víctimas y sufrieron una catástrofe que sólo les dejó un acorazado, un crucero pesado y un destructor.
El Fuso acabó en el fondo del mar junto a dos de los destructores (un tercero, muy dañado, se hundiría más tarde) y el Yamashiro fue torpedeado, aunque consiguió mantenerse a flote; ya de madrugada, acosado por el West Viginia, el California, el Tennessee, el Maryland, el Pennsylvania y el Mississippi, terminó fuera de combate, al igual que le pasó al Shigure; este último logró escapar pero acabaría hundido por un submarino en enero. Poco después llegó la flota del almirante Shima, que ante el desastre -Nishimura murió en el Fuso– ordenó la retirada; durante las maniobras colisionaron el Nachi y el Mogami -que se hundió al día siguiente- y resultó dañado por torpedos el Abukuma.
Volvamos ahora a Sámar, donde la Fuerza Central de Kurita estaba en superioridad después de que Halsey enviase al grueso de su Tercera Flota en pos de Ozawa. Para cubrir los desembarcos únicamente había dejado tres grupos de destructores, a los que se sumaban los de la Séptima Flota sumando siete, que debían escoltar a los seis portaaviones menores al mando del almirante Sprague; poco parecía para enfrentarse a los temibles acorazados y cruceros japoneses. Sprague, tomado por sorpresa, dispuso sus unidades en semicírculo alrededor de los portaaviones para protegerlos.
Kurita pensaba que estaba enfrentándose a Halsey, así que echó el resto sin ser consciente de su superioridad, organizando sus fuerzas en dos grupos de ataque. Sprague respondió enviando todos los aviones de que disponía, cuatro centenares y medio, que se convirtieron en los artífices de una inesperada victoria. Parte de la razón estriba en que Kurita, que seguía creyendo que enfrente tenía a la poderosa Tercera Flota, salió en persecución de varios portaaviones que se retiraban por el estrecho de San Bernardino y eso le impidió cumplir su objetivo inicial de acabar con la fuerza de protección del desembarco.
Al término de la batalla, había perdido tres de sus cruceros pesados, quedando únicamente el Yamato y el Haruna en condiciones de luchar. Los norteamericanos perdieron, entre otros, dos portaaviones (otros cuatro recibieron daños) y tres destructores. Entre los buques hundidos figuraba el portaaviones USS St.-Lo, que debió su fatal destino a un kamikaze (probablemente el Zero pilotado por el teniente Yukio Seki) procedente de Luzón y perteneciente a la Fuerza Especial de Ataque del vicealmirante Onishi. En esos ataques kamikazes también fueron alcanzados otros tres portaaviones, el Kalinin Bay, el Kitkun Bay y el White Plains, aunque pudieron salvarse.
El uso de kamikazes, un recurso a la desesperada equivalente en el aire a las cargas banzai terrestres, empezó precisamente en la batalla del Golfo de Leyte; al menos de forma sistemática. En concreto fue el 21 de octubre, cuando un avión se estrelló deliberadamente contra el crucero pesado HMAS Australia, si bien parece haber sido por iniciativa del piloto. En cambio, en Davao, a la vez que se disputaba la batalla de Sámar, los kamikazes atacaron a los portaaviones Santee, Suwannee y Sangamon. En total, siete portaaviones fueron alcanzados aquellos días, así como otros cuarenta barcos de los que cinco acabaron hundidos, veintitrés con daños graves y doce con daños menores.
Como decíamos antes, la Fuerza Norte de Ozawa había conseguido alejar de Leyte a la Tercera Flota, muy superior en todos los sentidos. Aún así, en la mañana del 25 de octubre, el almirante japonés mandó a casi todos sus aviones (apenas un centenar) a atacar al enemigo; la mayoría fueron derribados por los cazas americanos y el resto huyeron hacia Luzón. Entonces se invirtieron las tornas y fueron los estadounidenses los que lanzaron cientos de aeronaves contra los japoneses. Tras varias oleadas, hundieron o destrozaron buena parte de los barcos. Fue entonces cuando llegó una petición de ayuda de la Séptima Flota desde el estrecho de Surigao, advirtiendo de que empezaban a escasear las municiones.
Halsey no entendía el mensaje, remitido encriptado y mal descifrado. Tardó tres horas en tomar una decisión y para cuando lo hizo, ordenando a sus fuerzas acudir a Sámar, resultó contraproducente porque eso supuso dejar viva a la Fuerza Norte de Ozawa -que, maltrecha ya por los bombardeos aéreos, estaba a punto de ser rematada por los cañones de los buques-… y no llegar a tiempo, porque antes tuvieron que repostar sus propios barcos. Kurita también había logrado retirarse por el estrecho de San Bernardino y los buques más rápidos de Halsey sólo pudieron alcanzar al destructor Nowaki, al que hundieron.
Otro grupo de combate fue enviado contra Ozawa; lo encontró en un lugar de nombre inmejorable, el cabo del Engaño, consiguiendo hundir al portaaviones ligero Chiyoda y al destructor Hatsuzuki, mientras el submarino Jallao hacía otro tanto con el crucero ligero Tama. Después, los aviones todavía mandaron a pique al crucero ligero Noshiro y dañaron otros antes de considerarse finalizada una batalla que, dentro de lo grave que fue para Japón -redujo casi a la mitad su armada, en lo que constituyó la mayor pérdida de barcos y tripulantes de su historia- pudo haber sido peor, ya que parte de las flotas de Kurita y Ozawa se salvaron.
Tiene su punto irónico que los principales mandos protagonistas de ambos bandos, Halsey y Kurita, tuvieran una actuación discutible. El primero, que había sido sometido a un consejo de guerra meses antes por perder tres destructores en un tifón que no quiso esquivar por empecinamiento, recibió duras críticas de nuevo, aunque la cosa no pasó de ahí al haberse obtenido la victoria.
En cambio, Kurita fue relevado y destinado a un mero cargo honorífico por no saber aprovechar la oportunidad que Ozawa le puso en bandeja (quien, por cierto, recibió el mando de la Armada Imperial). En cuanto a MacArthur, conquistó las Filipinas y empezó a planear una invasión de Japón que al final no hizo falta, debido a su rendición tras los bombardeos en Hiroshima y Nagasaki.
Fuentes
Samuel Eliot Morison, Leyte, June 1944-January 1945 | José Manuel Gutiérrez de la Cámara Señán, Guerra del Pacífico: la batalla del golfo de Leyte | José Luis Caballero, La guerra en el mar | Milan Vego, The Battle for Leyte, 1944. Allied and Japanese plans, preparations, and execution | Thomas J. Cutler, The Battle of Leyte Gulf. 23-26 October 1944 | C. Vann Woodward, The Battle For Leyte Gulf | Wikipedia
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