Cuando hablamos del encuentro entre la Europa medieval y el Imperio Mongol tendemos a pensar inevitablemente en la visita de Marco Polo a Kublai en 1274 (aunque antes lo hicieron su padre Niccolo y su tío Maffeo) o la de Ruy González de Clavijo a Tamerlán en 1404. Pero el primer contacto directo entre embajadores europeos y el Gran Khan -al menos, el primero del que hay noticia- lo protagonizó un franciscano italiano en 1246, llegando a la corte de un recién fallecido Ogodei y asistiendo a la proclamación de su hijo y sucesor, Guyuk. Aquel fraile se llamaba Giovanni da Pian del Carpine y dejó un relato contando su experiencia: Ystoria Mongalorum.
Ogodei era el tercer hijo que tuvieron Gengis y su esposa principal, Borte. Tras la guerra que libraron por ser herederos los dos hijos mayores, Jochi y Chagatai, y la muerte de su padre en 1227, fue otro hermano, Tolui, quien ejerció una regencia durante dos años hasta que el Kurultai (consejo) confirmó la elección de Ogodei como Gran Khan.
Ya asentado en el cargo, continuó la política expansionista de su progenitor, primero hacia Oriente Medio, luego hacia la China de la dinastía Jin y Corea, y finalmente por el entorno del Mar Negro, incluyendo la Rus de Kiev.

A partir de la primavera de 1241, el siguiente objetivo pasó a ser Europa occidental, en una campaña planeada y ejecutada por el general Subotai, que estaba a las órdenes de Batú Khan, el hijo de Jochi. Éste dirigía personalmente la columna que atacó Hungría, mientras Kadan, hijo de Ogodei, se ocupaba de enfrentarse a una coalición militar europea y su hermano Guyuk campaba por Transilvania. Uno tras otro, los territorios del este fueron víctimas del imparable ejército mongol: Polonia, Bohemia, Croacia, Alemania, Bulgaria… Llegaron hasta las puertas de Viena.
La movilidad de los jinetes invasores hacía inútil la táctica de la caballería pesada feudal y además cabe imaginar el desconcierto europeo ante el empleo por primera vez de la pólvora, que los mongoles habían aprendido de los chinos. Parecía, pues, que la sombra de una nueva invasión bárbara se cernía sobre Occidente y ése fue el contexto en el que el papa Inocencio IV decidió emular a su predecesor León I Magno ante Atila, cuando los hunos amenazaban Roma, asumiendo la responsabilidad de evitar la catástrofe.
El pontífice tenía una acusada mentalidad hierocrática, convencido de que el poder de la Iglesia debía estar por encima de los gobernantes y los reyes. Lo demostraría más tarde emitiendo la bula Agni sponsa nobilis y consiguiendo provocar una rebelión contra el titular del Sacro Imperio, Federico II Hohenstaufen, que le disputaba la autoridad. Pero antes de todo esto trató de negociar la paz con el Gran Khan, enviando para ello una embajada a cuyo frente no puso a un diplomático sino a un religioso: el mencionado Giovanni da Pian del Carpine.

Como era habitual, Giovanni ha pasado a la historia con diversos nombres adaptados, desde Juan de Plano Carpini (o Carpino) a Joannes de Plano, pasando por Juan de Pian, entre otros. No se sabe el año exacto de su nacimiento, calculándose entre 1182 y 1185, pero si el lugar: Pian di Carpine, hoy llamado Magione, un pueblo de Umbría cercano a Perusa, en el centro de la península italiana. Mostró una vocación espiritual temprana, convirtiéndose en uno de los primeros discípulos de San Francisco de Asís, quien en 1209 fundaría la orden que lleva su nombre.
El santo le envió a predicar al norte de Europa, ya que el paganismo continuaba vigente entre los teutones. Allí ejerció los cargos de custodio (guardián) de los franciscanos en Sajonia y el de ministro (provincial) en Alemania. Aunque algunas fuentes le sitúan también como provincial en territorio español, el caso es ocupaba dicho puesto en Colonia cuando Inocencio IV, buscando a la persona adecuada para su embajada ante el Gran Khan, se acordó de él porque, entremedias, su predecesor Gregorio IX le había puesto al frente de una misión diplomática a Berbería. En 1241 había regresado de dicha misión y retomado su labor en Colonia cuando el Papa le encomendó la difícil tarea de negociar la paz con Ogodei.

Inocencio IV prefería a un religioso para ello, decíamos, en parte para que pasase desapercibido como espía; pero quizá también recordando la capacidad de convicción que, según la tradición y por mediación divina, tuvo el citado León I Magno con Atila. No iba a ser fácil, no sólo por la dificultad de disuadir al Gran Khan sino también porque además había de reunir información sobre el ejército mongol, porque el viaje implicaba atravesar el continente superando mil y un peligros, y porque Giovanni ya tenía sesenta y tres años. Una edad respetable que además se agravaba con el hecho de ser un hombre grande, corpulento, lo que le obligaría a realizar el trayecto a lomos de un fornido asno.
En abril de 1241, se embarcó hacia Lyon, por entonces sede de la residencia pontificia, donde Inocencio IV en persona le nombró legado papal y, aparte de otorgarle su bendición, le entregó una carta destinada «al rey y al pueblo de los tártaros» (en aquella época se llamaba así a los mongoles).
Firmada el 13 de marzo y titulada Cum non solum, era una exhortación a poner fin a los ataques y matanzas, una pregunta sobre futuras intenciones y un llamamiento a la paz (sin saber que, para los mongoles, esa palabra implicaba sumisión).

Unos días más tarde, el 16 de abril, Giovanni emprendió aquella aventura acompañado de otro franciscano, Esteban de Bohemia, con el que cruzó media Europa hasta Silesia; allí, en Breslavia, por recomendación del rey bohemio Wenceslao I, se les unió un tercer fraile, Benedicto de Polonia, que haría las veces de intérprete gracias a sus conocimientos de lenguas. Los tres siguieron el ramal septentrional de la Ruta de la Seda, que debía pasar por Kiev; fue en ese lugar donde se produjo el primer contratiempo al reducirse el grupo, ya que Esteban enfermó y no pudo seguir, quedando en Cumania como rehén de los ocupantes mongoles.
Los otros continuaron dejando atrás el Kaniv, y pasando el Dniéper hasta el Don y el Volga; por cierto, precisamente los nombres de estos ríos nos han llegado gracias al testimonio de Giovanni. En el último estaba el ordu (campamento) de Batú Khan, señor de la Horda de Oro, para acceder al cual era necesario someterse a un curioso ritual: caminar entre dos fuegos para purificarse y eliminar tanto los pensamientos nocivos como posibles venenos.

Los frailes así lo hicieron y a principios de abril de 1246 fueron recibidos, al fin, por Batú. El príncipe mongol les concedió un salvoconducto para ver al Gran Khan, que se hallaba en Mongolia, y unos días más tarde reemprendieron la marcha en esa dirección.
Fue un trayecto penoso porque ambos se hallaban enfermos: «… apenas podíamos montar un caballo; y durante toda la Cuaresma nuestra comida no había sido más que mijo con sal y agua, y sólo nieve derretida en una tetera para beber». Con todo el cuerpo vendado para resistir el esfuerzo, atravesaron el río Ural, bordearon el norte del mar Caspio y alcanzaron el «quidam fluvius magnus cujus nomen ignoramus » («un gran río cuyo nombre no sabemos»), que era el Sir Daria, el Orexartes o Yaxartes de las fuentes clásicas, que desemboca en el Mar de Aral, en lo que hoy es Kazajistán.
Siguieron adelante por Zungaria (antigua región que actualmente se reparten China y Kazajistán) y ya en verano entraron en Mongolia. El 22 de julio, tras recorrer casi cinco mil kilómetros en un centenar de días, tuvieron a la vista el río Orjón, el más largo del país, cerca ya de Karakórum; en su ribera se alzaba el Sira Orda (literalmente el Pabellón Amarillo, es decir, el campamento imperial). Les esperaba una sorpresa: Ogodei había muerto en diciembre y, aunque en vida había autorizado a sus ejércitos a avanzar por Europa hasta el Gran Mar (el océano Atlántico), la campaña de Subotai se dio por terminada al tener que acudir todos los príncipes mongoles a la elección del nuevo líder.

Debió de ser un auténtico espectáculo: varios miles de dignatarios, procedentes de todas partes de Asia y Europa del Este, se presentaron para rendir homenaje, tributos y regalos al elegido por el Kurultai, el consejo; como explicamos antes, ante la rivalidad entre Jochi y Chagatai (que ya habían muerto) fue Guyuk, el primogénito de Ogodei. Su proclamación formal se hizo el 24 de agosto en el llamado Campamento de Oro, con aquellos dos frailes recién llegados como fascinados testigos de excepción.
Guyuk recibió a Giovanni y Benedicto pero, tal como cabía imaginar, no sólo rechazó la invitación a convertirse al cristianismo que el Papa le hacía en su carta, sino que exigió que tanto éste como los monarcas europeos se sometieran jurándole lealtad. Giovanni falló así en su misión principal, dedicándose entonces a la segunda: la del espionaje. Cuatro semanas duró su estancia, tiempo durante el que se las arregló hábilmente para sonsacar información de unos y otros sobre el potencial militar mongol, sus tácticas, estructura administrativa, armamento, etc. Asimismo, aprovechó para aprender sobre la historia y genealogía de aquel pueblo, así como la organización de su imperio. Inocencio IV acertó al designarle en vez de a un embajador noble, que con tanta pregunta hubiera levantado sospechas.

Todos esos conocimientos los puso por escrito en la reseñada obra Ystoria Mongalorum quos nos Tartaros appellamus («Historia de los mongoles, a los que llamamos tártaros»), a la que a veces también se encuentra con el título Liber Tartarorum («Libro de los tártaros»), a pesar de que el franciscano fue el primero en advertir de que se trataba de pueblos distintos (los mongoles vencieron a los tártaros hacia 1206, después de lo cual éstos dejaron de existir como grupo étnico independiente). Los primeros ocho capítulos describen el país, el clima, las costumbres, la religión, el carácter, la historia, la política y las tácticas mongolas, así como la mejor manera de hacerles frente. El noveno describe las regiones por las que viajó.
Ystoria Mongalorum sería publicada en cuanto su autor regresó de Asia, ya que otro fraile llamado Salimbene di Adam, al que Giovanni conoció en Francia en 1247, menciona el texto como fuente en su Crónica. No obstante, la versión más conocida durante mucho tiempo no era más que un resumen incluido por Vincent de Beauvais en su Speculum Historiale (una de las tres partes que componían la enciclopedia Speculum majus, compilada en 1473); el texto completo no se editó hasta 1838. Parte de esa deficiencia se debió a que, unos años después, otro franciscano, Guillermo de Rubruquis, sería enviado por el rey francés Luis IX como embajador ante Mongke, el sucesor de Guyuk, con más éxito (ya hablamos de ello en otro artículo), en lo diplomático y lo literario..
En noviembre de 1246, los dos religiosos dejaron la corte de Guyuk, quien antes les entregó una carta para el Papa (escrita en mongol, árabe y latín) en la que rechazaba la invitación a bautizarse y se presentaba a sí mismo como el «azote de Dios». Intentaría retomar la conquista europea con las fuerzas de Batú -que nunca pudo llegar a ser Gran Khan-, pero una enfermedad derivada de sus excesos con la bebida lo impidió. No deja de resultar un tanto irónico, si se tiene en cuenta que Mongke invertiría la dirección de las conquistas, dejando Europa para centrarse en China, y protegería a las comunidades de cristianos nestorianos, implantadas en Asia Central; eso sí, Mongke exigió que fuera Francia la que le rindiera vasallaje, lo mismo que Guyuk demandaba al Papa y los reyes occidentales.
El viaje de retorno no fue mejor que el de ida, al coincidir con el invierno; Giovanni mismo cuenta cómo a menudo debían quitar la nieve del suelo y raspar el hielo de debajo para poder pernoctar al raso. El 10 de junio de 1247 alcanzaron Kiev, donde recogieron a Esteban y fueron recibidos con júbilo, ya que todos les daban por muertos. Desde esa ciudad fueron hasta Colonia y de allí, navegando por el Rin, llegaron a Lyon para entregar la carta del Gran Khan y el informe a Inocencio IV. Al poco, Giovanni empezó a escribir Ystoria Mongalorum.
Benedicto de Polonia falleció en 1280 aproximadamente, pero antes también dejó dos informes sobre su experiencia: De Itinere Fratrum Minorum ad Tartaros (Del viaje de los frailes franciscanos a los tártaros) y Historia Tartarorum (Historia de los tártaros); el primero no se publicaría hasta 1839, mientras que el segundo permaneció ignoto hasta 1965. De Esteban de Bohemia no se sabe gran cosa salvo que sirvió de fuente para otro libro, Hystoria Tartarorum, firmado por un tal C. de Bridia en una fecha tan temprana como 1247; al parecer era un informe complementario a los de los franciscanos (en realidad es casi una copia de Ystoria Mongalorum pero prescindiendo de la parte viajera, dando una visión mucho más negativa de los mongoles y aportando episodios míticos).
Giovanni, que todavía encabezaría otra misión diplomática ante Luis IX de Francia, recibió una recompensa del Papa por sus esfuerzos: el arzobispado de Antivari, en Dalmacia. No tuvo mucho tiempo para disfrutarlo, apenas un lustro después del final de su gran viaje, porque murió el 1 de agosto de 1252.
Fuentes
Francisco Morales, De la utopía a la locura. El Asia en la mente de los franciscanos de la Nueva España: del siglo XVI al XIX | Francesco Liverani, Fra Giovanni da Pian di Carpine nel contado di Magione, viaggiatore e descrittore di Tartaria e Mongolia nel secolo XIII | Robert Curley (ed.), Explorers of the Renaissance | Christopher Dawson, Mission to Asia | Borja Pelegero Alcaide, Breve historia de Gengis Kan y el pueblo mongol | Stephen Turnbull, Genghis Khan & the Mongol Conquests 1190–1400 | Wikipedia
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