Son insignias y ornamentos militares: por tanto, cuando el emperador va a la guerra y los líctores se han cambiado de ropa y puesto sus insignias, se dice que salen armados con paludamentos.

La cita es de la obra De lingua latina (“Sobre la lengua latina”), un tratado linguístico y gramatical escrito a mediados del siglo I a.C. por Marco Terencio Varrón, el polígrafo más importante de su tiempo, al que Julio César no sólo perdonó que hubiera apoyado a Pompeyo en la guerra civil sino que además le encargó organizar las bibiliotecas de Roma.

En el texto adjunto, Varrón está describiendo el paludamentum, un tipo de capa que utilizaban los mandos militares romanos como símbolo de su estatus hasta que tras el reinado de Augusto, quedó como una exclusiva del emperador.

Actualmente la capa ha caído en desuso y sobrevive sólo en los disfraces de superhéroe, aunque en España la han recuperado ocasionalmente algunas celebridades para determinados eventos. Sin embargo, en otras épocas y hasta el siglo XX, constituía una prenda exterior importante, generalmente de cierta alcurnia aunque eso dependía del tipo. Esto último ocurría también en la antigua Roma, donde se vestían diferentes variedades, según la escala social.

Estatua de un guerrero galo del siglo I a.C. vistiendo un sagum/Imagen: Fabrice Philibert-Caillat en Wikimedia Commons

Una era el sagum o sago (de donde deriva la palabra sayo), una pieza rectangular de lana basta y gruesa, abierta por delante y con longitud variable -generalmente hasta la rodilla-, que se sujetaba en un hombro mediante una fíbula. Su uso estaba muy extendido por todo el área mediterránea, desde Grecia hasta Hispania. Los romanos, entre quienes era habitual, decían haberla adoptado de los galos, si bien pudieron hacerlo asimismo de griegos y celtíberos (una de las indemnizaciones de guerra que Escipión Emiliano impuso a Numancia y Tiermes fue entregar 9.000 sagos).

La mayoría de los ciudadanos tenía su sago, pero era tan común entre los legionarios que Cicerón, en sus Filípicas, recurre a su uso como metáfora de movilización bélica (“in sagis esse”, “vestir el sago”), al igual que hacen Tito Livio y Veleyo Patérculo cuando hablan de la Guerra Social.

Una paenula en una ilustración decimonónica/Imagen: Internet Archive Book Images en Wikimedia Commons

No obstante, los soldados podían llevar otro capote llamado paenula, que tenía forma de poncho oval -con capucha- y cuya lana se impregnaba de aceite para hacerla impermeable. La paenula era de origen etrusco y se introdujo en torno al siglo IV a.C., siendo adoptada también por esclavos y clases bajas.

En contraste con ese ámbito militar y popular, la toga tenía un carácter civil y de paz, y se asociaba a un estrato social superior. Era una tela de lana blanca muy larga, semicircular, que podía medir entre tres metros y medio y seis, colocándose alrededor del cuerpo apoyada sobre un hombro. Basada en la tebenna etrusca, al principio la usaban tanto hombres como mujeres, hasta que éstas, seguramente por influencia griega, fueron decantándose por la stola, plisada y hasta los pies, aunque por encima todavía podían ponerse una palla (chal).

De hecho, en su vertiente masculina también había diversas modalidades, según la función: toga virilis (blanca lisa, para adultos y senadores), toga candida (blanca, para cargos públicos) toga praetexta (blanca con una raya púrpura en el borde, para magistrados, sacerdotes y niños libres), toga laena (el doble de grande, para los sacerdotes flamines), toga trabea (blanca con franja roja, para los miembros de la clase ecuestre), toga pulla (oscura, para funerales) y toga picta (de color púrpura y bordada en oro, para generales en sus triunfos, cónsules imperiales y emperadores mismos).

Una toga en vista frontal, trasera y desplegada (ilustración dieciochesca de Andries Cornelius Lens)/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

La toga, que en sus comienzos era sencilla, fue adquiriendo complejidad hasta que su utilización resultó poco práctica, por lo que las clases modestas tendieron a relegarla en busca de una mayor comodidad en su vida cotidiana. De esa forma, acabó restringida a las clases altas y para momentos solemnes o ceremoniales, siendo sustituida a partir del siglo II a.C. por la paenula y el pallium.

Este último, una versión del himatión griego que solían vestir los maestros helenos (y que, irónicamente, los romanos despreciaban antes), era un cuadrado de lana, algodón o lino (seda, para los que pudieran pagarla) teñido y con bordados.

El himatión griego, en el que se basó el pallium/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Volviendo al paludamentum, también hay que buscar su origen en Etruria. En concreto, parece haber sido Lucio Tarquinio Prisco quien lo introdujo. Más conocido como Tarquinio I el Viejo, quinto rey de Roma y posible fundador de ésta a decir de algunos historiadores contemporáneos (también construyó la Cloaca Máxima, como vimos hace poco en el artículo dedicado a Cloacina y Esterquilino), era hijo de Demarato, un refugiado corintio que se estableció en la ciudad etrusca de Tarquinia, por lo que cuando conquistó el Lacio difundió en éste la moda del vencedor.

El paludamento podía ser blanco, carmesí o, sobre todo, púrpura, no faltando alguna excepción de otro color (Marco Licinio Craso, el hombre que derrotó a Espartaco y formó el Primer Triunvirato junto a Pompeyo y Julio César, solía llevar uno de tono oscuro).

Era rectangular y se sujetaba al hombro derecho (o izquierdo, según cada cual) mediante una fíbula, cayendo por la espalda como una capa, si bien solía enrollarse alrededor del brazo del lado contrario, como suelen mostrar las representaciones artísticas (estatuas, monedas…).

Otra ilustración del siglo XIX, en este caso de un paludamentum. Se aprecia la forma de abrocharlo en el hombro/Imagen: Wikimedia Commons

Su uso estaba prácticamente reservado a los legados y comandantes militares, por lo que se lo ponían ceremonialmente cuando se disponían a iniciar una campaña: en la era republicana, al recibir el imperium (el mando) de manos de los comitia curiata (la curia o asamblea popular), los generales hacían los votos preceptivos en el Capitolio y luego salían por la ciudad acompañados por los líctores (portadores de los símbolos del imperium, los fasces y el hacha -o sin ésta, cuando estaban dentro del casco urbano-; el número de líctores en la escolta dependía del cargo que tuviera el general).

Durante la guerra mantenían esa capa, tanto de abrigo como para que sus hombres pudieran reconocerles en medio del caos de la batalla.

A la inversa, cuando un comandante regresaba a Roma tras la guerra, y antes de entrar en la ciudad, debía celebrar otro rito en el que se quitaba simbólicamente el paludamento, demostrando públicamente que había terminado su imperium.

Ese acto de devolución de la prenda estaba tan arraigado que se sometían a él incluso los emperadores que habían encabezado personalmente una campaña. Saltárselo podía ser motivo de escándalo, incluso en un contexto tan frívolo como el que protagonizó el pretor Cayo Verres, quien entró en Roma en secreto para ver a su amada sin haberse desprendido del paludamentum, lo que la valió una invectiva de Cicerón en su discurso In Verrem, acusándole de haber actuado “contra fas, contra auspicia, contra omnes divinas et humanas religiones” (“contra la justicia, contra lo auspicioso, contra todas las religiones divinas y humanas”).

Estatuas de Livia y el emperador Tiberio, que lleva paludamento, en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid | foto Miguel Hermoso Cuesta en Wikimedia Commons

Después de Augusto, el paludamento pasó a ser una prenda identificativa del poder del emperador, por lo que únicamente éste la usaba. Esto se consolidó a finales del siglo I d.C., cuando la capa ya sólo presentaba su versión púrpura (la famosa púrpura imperial), y así se mantuvo durante unos seiscientos años, hasta que desaparecido ya el Imperio Romano de Occidente y conservando su legado y representación el de Oriente, los titulares de éste empezaron a lucir una nueva moda con la clámide, una prenda de origen griego -quizá Tesalia, quizá Macedonia- adoptada luego en Roma.

La clámide era de lana, pero más fina y ligera. En tiempos helenos tenía forma rectangular, con longitud bastante menor a la altura de su usuario y se ponía igual que su predecesora -sujeta al hombro con broche-, con la particularidad de que no se llevaba túnica debajo (por lo que se utilizaba básicamente en verano, trocándose por el himatión en invierno), siendo muy empleada por efebos, mensajeros y jinetes (los soldados de infantería preferían el efaftis).

En cambio, los bizantinos -emperador, altos dignatarios-, sustituyeron la lana por seda y alargaron la prenda hasta que casi tocaba el suelo, volviéndola así más “medieval”.


Fuentes

Marco Terencio Varrón, De lingua latina | Cicerón, In Verrem | Judith Lynn Sebesta y Larissa Bonfante (eds.), The world of Roman costume | Kelly Olson, Masculinity and dress in Roman Antiquity | A smaller dictionary of Greek and Roman antiquities |Aliza Steinberg, Weaving in Stones: Garments and Their Accessories in the Mosaic Art of Eretz Israel in Late Antiquity | Wikipedia


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