En el año 1831, durante el viaje de regreso a su guarnición tras una visita a Polonnaruwa (la antigua capital de Sri Lanka, por entonces el Ceilán británico), el mayor Jonathan Forbes, oficial del 78º de Highlanders, detuvo su caballo al toparse con un prominente montículo rocoso, cubierto de vegetación, que mostraba restos de construcciones arquitectónicas y a cuya forma natural se le habían esculpido unas zarpas en la base, de modo que el conjunto aparentaba un león acostado. Forbes acababa de descubrir lo que hoy es uno de los grandes atractivos turísticos del país asiático, incorporado por la UNESCO al Patrimonio de la Humanidad en 1982: Sigiriya.
Llamado también Sīnhāgiri, que se puede traducir como «Roca del león», es un sitio sorprendente no sólo por su aspecto general sino también porque, efectivamente, en la cima del lugar se pueden ver todavía los restos arqueológicos de lo que en el siglo V fue un palacio fortificado, posteriormente reaprovechado como monasterio budista hasta su abandono definitivo en el XIV. O eso se cree, pues una teoría alternativa plantea la posibilidad de que la Sigiriya fuera un cenobio desde el principio. En cualquier caso, ningún visitante podrá evitar asombrarse ante el lugar y los elementos que lo forman.
Desde que Forbes informó de su hallazgo, no faltaron anticuarios que acudieron allí en busca de piezas. Gajes de una época en la que la arqueología todavía daba sus primeros pasos -y centrados sobre todo en el Creciente Fértil-, por lo que resulta inimaginable la cantidad de cosas que debieron llevarse. Con la eclosión de esa ciencia en la segunda mitad decimonónica, los investigadores acudieron a Sigiriya a excavar, siendo Harry Charles Purvis Bell, un funcionario británico nacido en la India y nombrado Comisionado Arqueológico y Jefe del Servicio Arqueológico de Ceilán, quien inició los primeros trabajos en 1890.
Bell prolongó su campaña hasta 1912, enviando a Inglaterra la multitud de tesoros que encontró. Su hombre sobre el terreno fue su ayudante, el topógrafo y arqueólogo inglés John Still, un emigrante que dejó su Lambeth natal para instalarse en Ceilán, donde se dedicó al lucrativo cultivo de té, llegando a ser secretario de la Sociedad de Plantadores. También se le nombró asistente del comisionado Bell y ejerció el cargo de topógrafo arqueológico de 1902 a 1907, por lo cual él se encargó de efectuar las excavaciones y, en 1908, redactar la memoria que dio a conocer al mundo Sigiriya.
Él tuvo que afrontar las primeras dudas surgidas sobre aquel extraño lugar, alguna de las cuales ya reseñamos antes, como las referentes al uso que se le dio. Por suerte, contaba con la traducción que en 1871 el gobierno colonial mandó hacer del Chulavamsa, la principal fuente historiográfica, de la que hablaremos más adelante. Abundando sobre los usos, el monástico es anterior al militar-residencial, remontándose al siglo III a.C., cuando las grutas y oquedades de la zona atraían a monjes budistas deseosos de llevar una vida ascética. Se fueron en torno al siglo I d.C. y cuatro más tarde ocurrieron los hechos históricos que originarían la Roca del León tal como la conocemos.
Lo cierto es que la presencia humana allí era muy anterior, como indican las huellas de una comunidad en la vecina colina de Aligala allá por el Epipaleolítico (el período de transición del Paleolítico al Neolítico). Establecerse en un lugar de difícil acceso era una forma de asegurar la defensa ya desde la prehistoria y ése fue el principio que siguió el príncipe Moggallana para elegir Sigiriya para su corte en el año 477. Era el heredero legítimo del rey Dhatusena, el primero de la dinastía Moriyan, que subió al trono en el 455 tras derrotar a los seis dravidianos (mandatarios tamiles de la dinastía Pandyan que gobernaban en el Reino de Anuradhapura, hoy Sri Lanka).
El reinado de Dhatusena se caracterizó por una febril política de construcción de infraestructuras, pero fue un incidente familiar el que le hizo caer. Su hija, que estaba casada con su sobrino Migara, jefe del ejército, mantuvo una discusión con su hermana que terminó con la muerte de la primera. Migara se vengó alentando a Kasyapa, vástago que el rey tuvo con una concubina, a que diera un golpe de estado con su apoyo, lo que supuso el derrocamiento de Dhatusena.
Ello ponía en peligro la vida de Moggallana, el hijo que Dhatusena había tenido con la reina y, por tanto, el destinado a sucederle; por ello decidió huir. Buscó refugio en el sur de la India, donde comenzó a planificar la reconquista del poder. La sombra de una contienda se cernió, pues, sobre el Reino de Anuradhapura y Kasyapa prefirió trasladar la capital, que estaba en la ciudad de Anuradhapura, a un lugar seguro. Y eligió Sigiriya para ello, construyendo su palacio en la cima y fortificándolo; el resultado fue una curiosa combinación de residencia ajardinada y bastión militar, como pasaba con la Alhambra de Granada o la Masadá israelí, por ejemplo.
Tal como temía, Moggallana regresó al frente de un ejército en el 495 y ambos terminaron chocando en una batalla decisiva. El relato tradicional dice que Kashyapa dirigió su elefante de guerra hacia una zona con finalidad táctica, pero que sus tropas lo malinterpretaron tomándolo por una retirada; entonces le imitaron, lo que devino en derrota. Viéndose perdido, el rey se quitó la vida y su hermanastro recuperó así el trono arrebatado a su padre. Era el año 497 y reinó hasta el 515, devolviendo la capital a Anuradhapura y donando Sigiriya a una comunidad de religiosos para que la usasen como monasterio.
No obstante, es probable que fuera el propio Dhatasana el que iniciase las labores de construcción en la Roca del León, teniendo en cuenta que ésa fue la tónica de su mandato, siendo Kashyapa simplemente el que las terminó. No hay certezas, puesto que la fuente para conocer los hechos, decíamos, es el Chulavamsa: una crónica en pali (lengua litúrgica indoirania, derivada de la de los Vedas y relacionada con el sánscrito clásico) que es una continuación del Mahavansa (historia de los monarcas de Sri Lanka) desde el siglo IV hasta 1815. Antaño se atribuía la autoría de la primera mitad -o la compilación de los relatos que la forman, para ser exactos- al monje budista Thera Dhammakitti, si bien actualmente se cree que fue fruto de la colaboración entre varios religiosos.
El gobierno colonial británico ordenó la traducción del Chulavamsa en 1871, lo que abrió una nueva perspectiva científica de los restos encontrados en Sigiriya, ya que proporcionaba a las ruinas un contexto histórico, por mucho adorno literario que tuviera. De dichas ruinas, las palaciegas (dependencias, baños, jardines, cisternas, canalizaciones hidráulicas…) se ubican en la parte superior, que es plana. En una terraza de la sección media están la entrada monumental y una espectacular pared policromada. Y en la zona inferior hay más estancias palaciegas, algunas adentrándose bajo la piedra, protegidas por fosos y murallas rodeándolo todo.
Por tanto, es un complejo situado en el distrito de Matale, en la Provincia Central del país, que tiene como núcleo la meseta rocosa, formada por el magma petrificado de la erupción de un viejo volcán extinto. De forma elíptica, ese macizo se eleva ciento ochenta metros sobre el suelo y se extiende por unos doscientos metros de largo y ciento veinte de ancho, sumando en total doce mil metros cuadrados. En él encontramos los elementos más llamativos, destacando especialmente cuatro de ellos, palacio aparte.
Uno es la reseñada entrada monumental, situada entre dos enormes zarpas de león labradas en la roca; estaba coronada por la colosal cabeza de la fiera, también pétrea pero que se ha perdido, y se accedía a a través de sus fauces, hoy sustituidas por una escalinata sinuosa. Para ese reto escultórico se aprovecharon las formas naturales, que guardaban cierto parecido con dicho animal tumbado, de ahí el nombre (sīnhā significa «león» y giri «roca», de igual manera que Sinhapura, el nombre sánscrito de Singapur, quiere decir «ciudad del león»).
Otro punto de interés es la galería de los frescos, de la que Still aventuró que acaso se tratase de la sucesión de pinturas más grande del mundo. Lo decía porque éstas decoraban una larguísima pared de ciento cuarenta metros de longitud por cuarenta de altura que se encuentra en un abrigo excavado en la roca, tras subir una escalera de caracol. Parecidas a las de las cuevas indias de Ajanta, representan damas de alcurnia en diversos contextos (¿en la corte?, ¿en ceremonias religiosas…?) y están realizadas con una peculiar mezcla de esquematismo y naturalismo. Lamentablemente, apenas se conservan una veintena del aproximadamente medio millar que había y su colorido no para de perder intensidad.
Eso nos lleva a un tercer rincón donde también hay algunas pinturas, la llamada pared de espejos, un muro de ladrillo y mampostería recubierto de una capa de yeso tan pulida que reflejaba la imagen del que observaba. Ya no es así debido a la acumulación de grafitis que han ido dejando los visitantes con el paso de los siglos (los más antiguos, del VIII, IX y X), con todo tipo de inscripciones: poéticas, filosóficas, religiosas, ingeniosos juegos de palabras o simples identificaciones personales (hoy prohibidas, obviamente). Las tradujo el arqueólogo local Senarath Paranavitana, sucesor de Bell al frente del Comisionado Arqueológico de Ceilán, en 1956.
El cuarto serían los jardines, que están entre los más antiguos del mundo y se localizan en tres zonas diferentes: el entorno alrededor de la meseta, las rocas y las terrazas. Por la primera, situada en la parte occidental, se extienden tres grandes jardines en los que el agua juega un papel protagonista a base de piscinas, fuentes, estanques, lagos artificiales con islitas…
Todo ello interconectado entre sí mediante canalizaciones subterráneas y albergando los palacios de verano. Los jardines de roca consisten en formaciones de cantos rodados que sostenían edificios y servían como arma defensiva. Y las terrazas estructuraban la roca verticalmente, como anillos, enlazadas por escaleras.
Hoy en día, la responsabilidad de preservar los encantos de Sigiriya corresponde al gobierno de Sri Lanka, que en 1982, con motivo de su citada inclusión en el Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, incorporó el sitio -junto con el Templo de Oro de Dambulla- a su Proyecto del Triángulo Cultural, en el que los otros dos vértices serían la ciudad Sagrada de Kandy y las dos capitales antiguas, Anuradhapura y la citada Polonnaruwa.
Fuentes
K.M. de Silva, A history of Sri Lanka | The Rough Guide to Sri Lanka | Sigiriya.info | Wikipedia
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