Bilbao y San Sebastián se llevan la parte del león del turismo en el País Vasco. Sin embargo, sería un error dejar de lado la otra gran opción; alojarse en Vitoria y dedicar uno o dos días a visitarla satisfará a cualquier viajero porque es una ciudad especial, cuyo tamaño medio invita a recorrerla a pie y el inusitado carácter tranquilo que destilan sus calles, tan llenas de monumentos como de zonas verdes, supone una experiencia sosegada y revitalizadora.
La que es capital vasca de facto por ser sede de las instituciones autonómicas (oficialmente sólo lo es de Álava), nacida de una aldea medieval a la que el rey navarro Sancho VI el Sabio cambió su nombre original de Gastehiz por el de Nova Victoria -el actual, conjunto, fue establecido en 1979-, se encuentra en una llanura rodeada por los Montes de Vitoria y las sierras de Gorbea, Badaya y Elguea. Un entorno natural en el que se integra de forma especial desde que se crease el Anillo Verde, conjunto de siete parques periurbanos (Armentia, Olarizu, Salburua, Zabalgana, Zadorra, Errakeleor y el cerro de las Neveras), enlazados entre sí, que constituyen tanto un oasis ecológico como una área de asueto que no tiene precio.
Y eso que dentro del ámbito urbano también puede el visitante escapar del cemento y buscar refugio en la vegetación. El Parque de la Florida, por ejemplo, viene a ser un jardín botánico en el que se alternan bosquecillos, riachuelos y un quiosco decimonónico, continuando su extensión en los Jardines del Obispo Fernández de Piérola. Hay más verde en otras zonas: los parques del Norte, San Martín, Judimendi, Arriaga, Aranbizkarra y El Prado contribuyen a dotar a Vitoria de una agradecida masa arbórea. Y no hay que olvidar el Paseo de La Senda, que en la práctica es otro parque sólo que se desarrolla en longitud, por los dos kilómetros que unen el de la Florida con la basílica de San Prudencio de Armentia a la sombra de hileras de castaños.
Ya dentro del ámbito urbano hay que destacar el casco antiguo, que como suele ser habitual creció alrededor de la catedral. Dedicada ésta a Santa María, es gótica y su torre se une a las de las iglesias de San Miguel Arcángel, San Vicente y San Pedro -también góticas tardías- para formar un característico perfil. Esos templos, a los que que se suman otros como el de San Martín de Abendaño, la mencionada basílica de San Prudencio, el santuario de Nuestra Señora de Estíbaliz o los conventos de San Antonio y Santa Cruz, se alzan en medio de un laberinto de callejuelas que antaño acogían los talleres artesanos y están rodeados por los diversos tramos que se van encontrando de una muralla medieval.
Pero hay también otros muchos edificios que llevan varios siglos encima: las torres de los Hurtado de Anda y Doña Otxanda (en ésta se ubica el Museo de Ciencias Naturales), la casa de postas del Portalón con su arcaico aspecto, el Antiguo Hospicio dieciochesco y un buen puñado -casi una veintena- de casas nobiliarias y palacios, con mención especial entre las primeras para la del Cordón (donde Adriano VI fue nombrado Papa) y entre los segundos para los de Escoriaza-Esquivel, Villa Suso y Montehermoso (sin olvidar el de Ajuria-Enea, residencia oficial del lehendakari). Otros no son tan añejos pero sirven de soporte para uno de los atractivos más propios de la ciudad, como son los murales exteriores que los decoran tiñendo de vivos colores sus muros, en una perfecta muestra de arte popular (hay un itinerario para verlos: IMVG La Ciudad Pintada).
En ese sentido, otros inmuebles son destacables asimismo no sólo por su arquitectura sino también por el uso práctico que se les da, a menudo museístico. Ya hemos citado algún que otro caso, pero podemos reseñar también el palacio renacentista de Bendaña, que junto con un edificio nuevo forma un complejo llamado BIBAT, que acoge el Museo de Arqueología y el Museo Fournier de Naipes; o la Torre de los Mendoza, donde está el Museo de Heráldica; o la preciosa mansión neo-renacentista que alberga el Museo de Bellas Artes; o la Casa Armera de los Gobeo-Guevara San Juan, sede del Museo de Armería. En cambio, para el ARTIUM (Museo Vasco de Arte Contemporáneo) se construyó un moderno edificio ad hoc.
No todo se circunscribe al espacio intramuros del caso viejo, cuyo centro neurálgico, por cierto, es la emblemática Plaza de la Virgen Blanca, adornada con un monumento en recuerdo de la batalla librada contra las tropas napoleónicas y una icónica escultura vegetal con el nombre Vitoria-Gasteiz!. Fuera hay más zonas interesantes, desde la Plaza de los Fueros, lugar de celebración de eventos con permiso de la Plaza de España y la de toros, a la de los Arquillos, que salva el desnivel que parte la urbe y tiene un mirador, pasando por la futurista sede del Kutxabank, el Teatro Principal Antzokia o la treintena de esculturas callejeras.
¿Que se viaja con niños? Tampoco hay problema. Excursiones al aire libre aparte, en verano es otro parque el que se perfila como el preferido de los pequeños: el Gamarra, donde se hallan las piscinas. Si se prefiere algo natural cien por cien, el embalse de Ulíbarri-Gamboa, que está a unos quince kilómetros bien comunicados por autobús, dispone de playa y actividades acuáticas. Y si el tiempo no acompaña tanto como para darse un chapuzón, se puede ir hasta el Centro de Interpretación de Ataria para aprender y disfrutar -con visitas guiadas y todo- de los humedales de Salburua. Cuando se visite Vitoria en agosto, durante las fiestas de la Blanca, se tendrá la oportunidad de asistir a la bajada del muñeco Celedón por la plaza homónima.
Y sí, también en Vitoria es posible hacer una ruta gastronómica de bar en bar por el casco antiguo probando los originales pintxos que ofrecen (una especie de tapas que son auténticas obras de arte en miniatura), a consumir acompañados de pote (bebida, normalmente un txiquito de vino o un zurito de cerveza). Los locales de las calles Cuchillería y Correría son los más demandados -y los más llenos, habitualmente-, por lo que a lo mejor hay quien prefiere comer o cenar más en serio. En eso se cuenta con la doble ventaja de estar en el norte y, más concretamente, en el País Vasco; no hay escapatoria posible.
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