En varios artículos anteriores, caso del dedicado al navegante heleno Eudoxo de Cícico o el de la colonia romana en el puerto indio de Muziris, reseñamos, como una de las principales fuentes documentales para conocer los hechos, una obra anónima escrita en la Antigüedad y titulada Períplous tî̄s ̓Erythrâs thalássīs. Se traduce del griego antiguo como «Periplo del mar Eritreo» y ya va siendo hora de echarle un vistazo algo más detallado, tanto por su importancia geográfica como por su propia historia.
La RAE (Real Academia Española) define el término periplo como un «viaje o recorrido, por lo común con regreso al punto de partida», aunque aquí nos atañen también -y especialmente- otras acepciones complementarias que cita, como la que dice «en la geografía antigua, circunnavegación» o la que reza «en la Antigüedad clásica, obra en que se cuenta o refiere un viaje de circunnavegación». Es decir, la palabra se aplica, por extensión, a las narraciones de esas singladuras navales, que pasaron a constituir una especie de subgénero literario náutico, con sentido eminentemente práctico y didáctico; de hecho se conserva un buen puñado de periploi, unos en mejor estado que otros: el del cartaginés Hannón, el del macedonio Nearco, el del griego Piteas, el Estadiasmo, etc.
El que nos ocupa describe las rutas comerciales marítimas que operaban los navegantes egipcio-romanos entre los puertos de la costa del mar Rojo hasta el litoral occidental de la India, pasando por el Cuerno de África, el golfo Pérsico, el mar Arábigo y el océano Índico. Una combinación de guía viajera y atlas de geografía que, como se puede deducir, proporciona a los historiadores una valiosa información histórica sobre itinerarios, localizaciones, costumbres y descripciones de sitios de los que, de no ser por ese texto, tendríamos muy pocos datos. Tengamos en cuenta que, antiguamente, la expresión mar Eritreo no tenía exactamente el mismo significado que hoy, ya que entonces abarcaba una extensión mayor.
Actualmente se aplica -desde finales del siglo XIX ya sólo extraoficialmente- a las costas meridionales del mar Rojo, pues eso significa de forma literal, al fin y al cabo, aunque una leyenda persa recogida por el geógrafo griego Agatárquides de Cnido atribuye el nombre a un comerciante medo llamado Eritras, quien, después de que una manada de leones desbaratase su caravana, se estableció allí y construyó una fortaleza en una isla, gobernando desde ella. En concreto hoy hablamos de mar Eritreo para referirnos a las aguas situadas entre Eritrea y Yemen, mientras que antaño incluía la zona sur inmediata, es decir, el golfo de Adén, bañando la Arabia Felix por el norte y lo que ahora es Etiopía por el sur.
Por tanto, el Periplo abarca una extensión considerablemente mayor, lo que nos lleva a la cuestión de su autoría. Tradicionalmente se atribuía a Lucio Flavio Arriano, también conocido como Arriano de Nicomedia por su lugar de nacimiento. Era un griego bitinio que vivió entre finales del siglo I d.C. y mediados del II d.C., de familia noble y, tal como indica su nombre, poseedor de la ciudadanía romana. Como tantos eruditos de su tiempo, estudió filosofía -con el estoico Epicteto, nada menos- y ejerció destacados cargos durante los mandatos de Trajano y Adriano, entre ellos los de procónsul de la Hispania Bética, cónsul sufecto y gobernador de Capadocia. Luego se retiró para escribir, siendo su obra maestra la Anábasis alejandrina.
Calificamos de tradicional esa identificación como autor porque hoy en día las cosas han cambiado. Los estudios filológicos aplicados al estilo de Flavio Arriano revelan diferencias estilísticas -probablemente un egipcio escribiendo en griego- que apuntan a que él no pudo hacer el Periplo del mar Eritreo. En realidad, todo se debe a un manuscrito bizantino que en el siglo X le adjudicó la responsabilidad creativa sin más razón que el hecho de que su primera obra reconocida sea también del género, el Períplous toû Euxeínou Póntou («Periplo del Ponto Euxino»), una descripción de la región del Mar Negro -desde Trebisonda a Bizancio- escrita para el emperador Adriano en forma de carta.
Dicho manuscrito estaba repleto de errores de traducción y, lamentablemente, fue el que sirvió de modelo para copias posteriores, especialmente para una del siglo XIV o XV que hoy conserva el British Museum. El original bizantino acabó en Heidelberg y durante la Guerra de los Treinta Años fue trasladado a Roma. La rapiña napoleónica se lo llevó a París a finales del XVIII, cuando el corso conquistó los estados Pontificios y los convirtió en república, pero en 1816, tras su destierro a Santa Helena y el inicio del proceso de devolución de lo incautado, se restituyó a la biblioteca de la universidad alemana.
En suma, la autoría del Periplo del mar Eritreo permanece anónima y en lo único que se ha avanzado es en desentrañar la fecha de su redacción. Si antes se databa en un lapso cronológico más o menos amplio, entre los siglos I y III d.C., un estudio realizado en 1912 por Wilfred Harvey Schoff (un erudito estadounidense especializado en el mundo clásico que trabajó especialmente en dos periplos, el que nos ocupa y el del cartaginés Hannón) concretó situándolo entre los años 59 y 62 d.C. Schoff, por cierto, también concluyó que fue escrito por un griego o romano de Egipto, quizá de la época en que el greco-romano Tiberio Claudio Balbilo dirigió la Biblioteca de su ciudad natal, Alejandría.
El problema es que muchas de las copias que se hicieron desde muy temprano del Periplo se basaban en traducciones erróneas, como pasó con la primera impresa (realizada en 1533 por el suizo Hieronymus Froben a partir del trabajo del humanista pragués Sigismund Gelenius), y sabemos que Schoff también empleó una versión llena de equivocaciones, lo que pudo provocarle errores de apreciación. Por eso otros expertos en literatura clásica e historia naval proponen fechas alternativas para la escritura de la obra. Por ejemplo, en su libro Through the Jade Gate to Rome, Jonh E. Hill adelanta la redacción al segmento entre el 40 y el 70 d.C., el mismo que el neoyorkino Lionel Casson en su The Periplus Maris Erythraei, aunque el primero se decanta personalmente por la más temprana dentro de la propuesta: del 40 al 50 d.C.
En cuanto al relato en sí, está en griego y consta de sesenta y seis capítulos, la mayoría de los cuales ocupa un párrafo, siendo éstos de extensión variable. La precisión de las descripciones induce a sospechar que el autor conocía bien esas regiones, de ahí que la hipótesis inicial que apuntaba a un alejandrino se haya cambiado en favor de un natural de Berenice Troglodytica, la actual Medinet-el Haras, un antiguo puerto marítimo en la costa egipcia del mar Rojo fundado por Ptolomeo II como base del comercio marítimo por el Índico y conectado con el Bajo Egipto a partir del año 137 d.C. mediante la Vía Hadriana. Ese conocimiento del medio permite descripciones lo bastante precisas como para que los historiadores pueden identificar las ubicaciones.
No obstante, no siempre están tan claras las cosas y un ejemplo típico es Rafta, al que se alude como el mercado más al sur de la costa africana de Azania; ésta, según el capítulo 15, correspondería al área litoral meridional de la actual Somalia y hoy nos consta que Azania era el nombre clásico del sudeste de África tropical, entre Kenia y Somalia. El problema de Rafta es que se sabe de al menos cinco lugares entre Tanga (el norte de la actual Tanzania) y el río Rufiji que responderían a la descripción reflejada en el Periplo en el capítulo 16, según la cual está a dos días de viaje al sur después de las islas Pyralaoi (posiblemente el archipiélago keniata de Lamu) o de Menouthis (quizá Zanzíbar), al final de los «acantilados menores y mayores», las «hebras menores y mayores» y los «siete cursos» de Azania.
Recientes descubrimientos arqueológicos han sacado a la luz numerosos artículos comerciales y monedas romanas en la desembocadura del Rufiji y las islas tanzanas de Mafia y Pemba, lo que puede ser un indicio de la situación de Rafta. Según el capítulo veintisiete, estaría sometida indirectamente a la autoridad de Charibael, o sea, Karab Il, descrito como el monarca legítimo de los homeritas y de «aquellos que vivían junto a ellos, llamados sabaites», sendas referencias a Himyar y Saba (que, curiosamente, no se unificarían bajo la misma corona hasta finales del siglo III d.C.), en el actual Yemen, que mantenían una relación diplomática y comercial con el Imperio Romano.
Entre otras curiosidades, no menciona que haya «etíopes» de piel oscura en Azania (eran gentes afroasiáticas que no fueron sustituidas por los vecinos bantúes mozambiqueños hasta el siglo X d.C.), como curioso es que hable asimismo de una gran ciudad interior de Asia productora de seda a la que llama Thina, uno de los nombres clásicos de China. Hasta allí se llegaría seguramente siguiendo la ruta marítima abierta en el siglo I a.C. por el marino griego Hípalo, quien alcanzó la India navegando desde el mar Rojo (se especula que pudo ser el capitán del barco de Eudoxo de Cícico, explorador del mar Arábigo en tiempos de Ptolomeo VIII).
Por supuesto, el Periplo trata muchos más reinos y tierras que sí son reconocibles. Por ejemplo, en el sur de la península arábiga estaba el reino del incienso, gobernado por un tal Eleazus -que probablemente sería Iliazz Yalit I- según el capítulo trece. Enfrente, el cabo Hafun (el punto más occidental de África), acogía la ciudad de Opone, punto estratégico para el comercio intercontinental, productora de incienso, canela, carey, marfil, animales salvajes y esclavos. También allí estaba Malao, hoy Berbera, exportadora de los mismos productos más artesanía, macir (una planta medicinal árabe) y copal indio.
Algo más al norte, el Periplo ubica al Imperio Aksumita, el más importante del noreste africano entre los siglos I d.C. y VII d.C., punto de encuentro entre el subcontinente indio y el ámbito de dominio de Roma. Dice que por entonces estaba gobernado por Zoskales, al que tilda de «tacaño (…) pero por lo demás recto y familiarizado con la literatura griega», añadiendo que tenía bajo su control dos puertos del mar Rojo: Adulis y Avalites. Algunos lo identifican con el rey Za Haqala, aunque no está claro.
Cambiando de continente, los capítulos cuarenta y uno y cuarenta y nueve reseñan un punto de la geografía de la India: Barígaza (hoy Bharuch, puerto del estado de Guyarat), donde reinaba Nambanus, que se cree que era el sátrapa occidental Nahapana y que también mantenía comercio con Roma. Allí habla de unos pozos excavados por Alejandro Magno (en realidad no llegó tan lejos) y señala la existencia de edificios y dracmas. A propósito del macedonio, también señala que al norte, en el río Jhelum (en el Punjab paquistaní), estaba Alejandría Bucéfala, la ciudad que fundó en honor de su caballo muerto tras la batalla del Hidaspes.
El capítulo cuarenta y ocho reseña Ujjain, en el actual estado de Madhia Pradesh, cerca de la cual -tierra adentro- se ubicaba la capital real, Ozene, rica en piedras semipreciosas y telas. Y continuando por el litoral indio hacia el sur, en la costa Malabar, se enumeran otras urbes, como Muziris, en el oeste de Tamilakam (actual Tamil Nadu), gobernada por la dinastía Chera o Keralaputra, y Damirica (hoy Limyrike, región costera de Kerala), que servía de enlace con la llanura del Ganges.
Antes hablábamos de las dificultades que presenta el Periplo del mar Eritreo en lo referente a traducciones. Otra más es entender el significado de algunos términos relacionados con el comercio, ya que no tienen equivalente en otras fuentes documentales de la época y obligan a los historiadores a conjeturar. Por ejemplo, lakkos chromatinos, que se supone alude a una resina rojiza india utilizada como laca y colorante, deducción basada en la palabra en latín medieval lacca, tomada del árabe medieval lakk, que a su vez procede del sánscrito lakh. En cualquier caso, rara vez hay documentos tan antiguos que resulten fáciles y su valor testimonial es impagable para los historiadores.
Fuentes
Wilfred Harvey Schoff (trad.), The Periplus of the Erythraean Sea | Francisco Pina Polo, Viajes, peregrinos y aventureros en el mundo antiguo: El periplo del mar Eritreo y la presencia romana en el Índico | Wilfred H. Schoff, The Periplus of the Erythræan Sea. Travel and trade in the Indian Ocean | Lionel Casson, The Periplus Maris Erythraei | Ignacio Gómez de Liaño, El círculo de la sabiduría | Francisco José González Ponce, Periplógrafos griegos | Wikipedia
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