En el año 610, cuando el Imperio Romano de Oriente ya había empezado a tener consciencia de sí mismo por la desaparición de su hermano occidental, hasta el punto de que a menudo se lo considera una entidad diferenciada y es frecuente referirse a él como Imperio Bizantino, subía al trono Heraclio. El mandato de este emperador transcurrió en un continuo contexto bélico, bien afrontando amenazas exteriores como la persa primero y la musulmana después, bien buscando alianzas diplomáticas en los Balcanes o bien intentando alcanzar una paz interior mediante la reunificación de una religión que se había escindido en dos iglesias, la católica y la oriental. Su suerte en esos empeños fue desigual, pero ha pasado a la historia con un aura positiva.

Por las venas de Heraclio no corría sangre real. Su padre, Heraclio el Viejo, era un general armenio que se había casado con una mujer de Capadocia llamada Epifania, aunque un historiador coetáneo, Sebeos, dice que el primero estaba relacionado con la dinastía Arsácida de Armenia, fundada por Vonones I en tiempos de Augusto. Por lo demás se ignora dónde y cuándo nació Heraclio, calculándose que fue en la actual región capadocia turca en torno al 575 d.C. Sin embargo, pasó su juventud en Cartago, donde su padre ejercía el cargo de exarca (gobernador) del norte de África, nombrado por el emperador Mauricio como premio a su labor en la guerra contra Persia.

Mauricio fue derrocado por otro general, Focas, cuando las legiones se rebelaron por un plan de reducción presupuestaria, en lo que constituyó el primer golpe de estado del Imperio Romano de Oriente. Aquel reinado empezó bien, al bajar impuestos y atacar la corrupción, pero eso no impidió que surgieran opositores y, unido al creciente peligro persa, llevó a que Heraclio el Viejo, junto con su hermano Gregorio (que era su lugarteniente) y su hijo, se levantaran contra Focas. Los dos Heraclios pasaron a acuñar moneda en la que aparecían como hypatos (con atributos consulares), si bien en un primer momento no mostraron signos de aspirar a más.

Heraclio somete a Cosroes II en un esmalte medieval/Imagen: dominio público en Wikimedia commons

No obstante, Focas reaccionó ejecutando a la familia imperial y eso supuso un punto sin retorno. Nicetas, el vástago de Gregorio, se apoderó de Egipto en el 609 mientras su primo navegaba, vía Sicilia y Chipre, hacia Constantinopla al mando de una flota. Astutamente, negoció en secreto con la aristocracia de la capital y, cuando llegó, los excubitores (el cuerpo de élite de la guardia imperial, que dirigía el yerno de Focas, Prisco) se pasaron a su bando. Heraclio se hizo con el poder y se coronó inmediatamente, cortando la cabeza al emperador en un acceso de ira cuando éste le preguntó si creía que iba a gobernar mejor que él; luego ordenó arrastrar el cuerpo por las calles y quemarlo.

Poco después, en octubre del año 610, se celebró en la capilla palaciega una segunda y más formal coronación; doblemente formal, de hecho, puesto que Heraclio contrajo matrimonio en la misma ceremonia. Su esposa, Fabia Eudoxia, posiblemente hija de un terrateniente del exarcado africano -por tanto se habrían conocido allí tiempo atrás-, había sido rehén de Focas junto a Epifania, la madre del nuevo emperador. Investida con el título de Augusta, dio dos hijos al emperador y falleció apenas pasados dos años de un ataque epiléptico, pero era tan querida por el pueblo que cuando una criada escupió al paso del cortejo fúnebre alcanzando el cuerpo, fue atacada por la multitud.

El derrocamiento de Focas, por A. C. Weatherstone/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Heraclio necesitaba, pues, una nueva esposa con quien engendrar un heredero y eligió a su sobrina Martina. Esta vez las cosas fueron diferentes y la novia resultó muy impopular, tanto entre el pueblo como en la Iglesia e incluso en la propia familia (el hermano de Heraclio, el general Teodoro, manifestó su desagrado) por dos razones: el recuerdo dejado por Fabia y la consideración de matrimonio prohibido, algo que a ojos de la Iglesia quedó demostrado cuando los dos primeros hijos de los nueve que tuvo nacieron discapacitados (uno con parálisis, otro sordomudo), símbolo de castigo divino. No obstante, Heraclio siguió adelante, concedió también a Martina el título de Augusta y ambos permanecerían juntos hasta el final.

Entretanto, se le presentó al emperador su primera prueba. La muerte de Mauricio, quien había restituido en el trono sasánida a Cosroes II, fue aprovechada por éste como casus belli. Tras ser rechazada su exigencia a Focas de poner en el trono a Teodosio, primogénito de Mauricio que había co-reinado con él desde el año 590 y había sido enviado enviado a Persia en busca de ayuda (aunque al parecer cayó asesinado antes de conseguirlo, por lo que el candidato que presentaba Cosroes probablemente era un impostor), el ejército persa arrebató Mesopotamia a los bizantinos y prosiguió una marcha triunfal adueñándose del Cáucaso y Siria, entrando en Anatolia en el 611.

Las fronteras estaban en peligro y Heraclio se dispuso a defenderlas, una vez fallaron los intentos diplomáticos al ser considerado también un usurpador. Pero las legiones romanas cayeron estrepitosamente en Antioquía, lo que permitió al enemigo acercarse hasta la ciudad de Calcedonia, en la ribera del Bósforo, a la vista ya de Constantinopla, empeorando aun la situación porque ávaros y eslavos aprovecharon la ocasión para invadir los Balcanes, creando así dos frentes que atender. El imperio se tambaleaba mientras los sasánidas continuaban imparables: Damasco, Palestina (se llevaron las sagradas reliquias de Jerusalén) e incluso Egipto, hacia el 618.

Los imperios Bizantino y Sasánida a comienzos del siglo VII/Imagen: Getoryk en Wikimedia Commons

Heraclio, superado por las circunstancias, envió una embajada a Cosroes declarándose vasallo, pero el otro la rechazó porque ya veía Constantinopla en sus manos, razón por la que el emperador se planteó trasladar la capital a Cartago e incluso renunciar al trono. Fue Sergio I, patriarca de la Iglesia en la ciudad, el que le persuadió para quedarse y resistir. El inesperado cambio de planes supuso un contratiempo para los persas, que esperaban entrar en la ciudad sin oposición y les llevó a replantearse las cosas: admitieron el vasallaje de los bizantinos a cambio de un tributo anual, consistente en mil talentos de oro, mil talentos de plata, mil vestidos de seda, mil caballos y mil vírgenes.

Heraclio había salvado su posición, pero para recomponer su ejército necesitaba fondos y aplicó una dura política de recortes, devaluación monetaria y fusión de cuanto oro pudo encontrar -Sergio I le ofreció incluso los tesoros eclesiásticos-, destinando todos los ingresos a las tropas. Posiblemente fuera entonces cuando ideó el thémas, mezcla de circunscripción administrativa y militar dirigida por un estratego en los que se entregaban tierras a los soldados a cambio de un deber de servicio hereditario, lo que reducía notablemente los gastos. Los cinco themata, que se pusieron en práctica durante el reinado de su hijo Constante II, demostraron una eficacia tan grande que salvaron el imperio, aunque a costa de militarizar la sociedad y establecer la servidumbre que caracterizaría la Edad Media.

La guerra entre los imperios Persa y Bizantino entre los años 611 y 624/Imagen: Rowanwindwhistler en Wikimedia Commons

Y es que, en la primavera del 622, los bizantinos tomaron la iniciativa y pasaron al ataque. Dejando como regentes a Sergio I y el general Bonus, y por primera vez desde que lo hiciera Teodosio I, Heraclio se puso personalmente al frente de sus fuerzas y partió hacia Bitinia, en lo que dio consideración de guerra santa -siglos después se le consideraría el «primer cruzado»-, como demostraba el uso de un estandarte que lucía un aquiropoeta (una santa faz de Cristo, teóricamente no hecha por manos humanas). La campaña duró dos años y resultó tan exitosa que, tras una breve visita a Constantinopla para celebrar la Pascua, se retomó en la misma línea triunfal.

No faltaron obstáculos, ya que los ávaros aprovecharon otra vez la ocasión para sitiar la capital y los visigodos de Spania reconquistaron Cartagena, capital de la provincia occidental que había tomado Justiniano I. Los primeros terminaron fracasando, según la tradición gracias a los iconos de la Virgen que el patriarca paseó en procesión por las murallas, aunque en realidad fue debido al buen hacer de la armada bizantina (corroborado con otra victoria naval ante los persas que paralelamente obtuvo Teodoro, el hermano del emperador). En cambio, Cartagena quedaría en manos visigodas.

Heraclio entabló una provechosa alianza con los jázaros y otros pueblos nómadas turcos que sembraron la desunión entre los persas, pero el golpe maestro fue convencer al general enemigo de que un celoso Cosroes planeaba ejecutarlo, consiguiendo así su neutralidad. Gracias a ello, en el 627 atacó Mesopotamia y Nínive, alcanzando Ctesifonte, la capital y provocando al año siguiente la caída del monarca; tras acabar con él y sus dieciocho hermanos, le sucedió su hijo Kavad II. Éste aceptó firmar la paz, devolviendo todo el territorio que había invadido su padre. Sólo reinó unos meses y, como era frecuente, su muerte desató una guerra civil de la que salieron efímeros gobernantes; esa inestabilidad debilitó al Imperio Persa y terminaría provocando su caída, junto con la de la dinastía sasánida.

La guerra entre los años 624 y 628/Imagen: Rowanwindwhistler en Wikimedia Commons

Todo ello hizo que, por contra, se abriese ante el imperio Bizantino lo que parecía que iba a ser un período de esplendor. Heraclio, al que se comparó con Alejandro Magno por haber emulado la conquista de Persia, devolvió a Jerusalén la Vera Cruz (Cosroes se la había llevado en el 614, poniéndola a los pies de su trono como gesto de desprecio al cristianismo) y originó una popular leyenda en la que, empeñado en entrar en la ciudad a caballo llevando él mismo la cruz, no pudo hacerlo hasta que desmontó y se quitó la corona.

Asimismo, retornó a Constantinopla en loor de multidudes y asumió el título persa de Rey de reyes, que en el 629 amplió al de basileus renunciando a la titulación clásica romana (imperator, caesar, augustus). En esa época fue cuando adoptó la medida de fijar el griego como lengua oficial en vez del latín, cuando se acometieron reformas para frenar la corrupción y cuando se sometió Dalmacia gracias a que serbios y croatas, hasta entonces paganos, fueron evangelizados y convertidos en foederati.

El emperador Hercalio ve denagada su entrada en Jerusalén, en una pintura anónima del siglo XV/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

También trató de reunificar la Iglesia. Dos siglos antes había surgido una nueva interpretación de la naturaleza de Cristo, el monofisismo, según la cual el Hijo de Dios únicamente podía tener la divina. Los monofisitas vivían sobre todo en los territorios recuperados a los persas, por lo que una vez liberados su doctrina se extendió por el imperio. Dado que aquellas creencias eran contrarias a lo dictado por el Concilio de Calcedonia en el año 451 (que Jesucristo tenía plena humanidad y plena divinidad), fue declarada herejía. Pero eso suponía un problema, pues había muchos practicantes.

Heraclio intentó alcanzar el consenso proponiendo una tercera vía, el monotelismo, que admitía las dos naturalezas en una única voluntad (monon thelema). Apoyado por el patriarca Sergio I, su recorrido iba a ser bastante breve: aunque inicialmente tuvo aceptación en Alejandría, Armenia y Antioquía, finalmente fue rechazado tanto por unos como por otros, y el Concilio de Constantinopla celebrado en el año 680 lo proscribió definitivamente como herético. Claro que antes había aparecido una nueva fe que iba a perfilarse como un nuevo e insospechado enemigo: el islam.

Decimos insospechado porque los musulmanes, que habían organizado el primer estado islámico en Arabia con centro en Medina, habían asistido con desagrado a aquellas primeras derrotas bizantinas ante Cosroes; al fin y al cabo eran monoteístas, como ellos, y rechazaban el zoroastrismo pagano de los persas. Eso sí, el Corán mismo profetizaba la victoria final bizantina (30:2-4):

Los Romanos han sido vencidos / en la tierra más próxima. Pero ellos, a pesar de su derrota, vencerán / dentro de algunos años. El mandato pertenece a Alá antes y después. Ese día se alegrarán los creyentes / por el auxilio de Alá. Él auxilia a quien quiere y Él es el Conocedor, el Compasivo.

Fotografía de una supuesta carta enviada por Mahoma a Heraclio/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Dada la juventud de esa fe, es probable que Heraclio no tuviera conocimiento de su existencia o muy poco, acaso considerándola una secta judía. Por contra, los cronistas árabes no sólo dicen que sabía del islam sino que, además, reconocía a Mahoma como el verdadero profeta, según indican registros tradicionales como el hadiz (antología de palabras y acciones de Mahoma) y la sirah (conjunto de biografías de Mahoma), entre otras piezas literarias. Incluso suele citarse una presunta relación epistolar entre el emperador y el profeta, de muy dudosa historicidad y más bien encajable en una tradición kerigmática (el kerigma es una género literario bíblico que temáticamente proclama buenas nuevas):

«Recibí tu carta con tu embajador y testifico que eres el mensajero de Dios que se encuentra en nuestro Nuevo Testamento. Jesús, hijo de María, te anunció»

En cualquier caso, Heraclio ha pasado a la historia musulmana como un gran mandatario, justo, piadoso y, como vemos, profundamente relacionado con el islam. Por eso resulta curioso que en el 629, una vez que la nueva religión estaba asentada y había iniciado su expansión gracias a la unificación de los pueblos árabes, fijase su objetivo en el Imperio Bizantino. Las hostilidades se desataron en la batalla de Mu’Tah, cuando fue rechazada una incursión mahometana en la Arabia Pétrea, enviada para vengar la ejecución del embajador árabe por orden del gobernador de la región. A partir de ahí, ya no hubo vuelta atrás y el choque de intereses fue creciendo.

Conquistas de Mahoma y el Califato Rashidun entre los años 630 y 641/Imagen: Rowanwindwhistler en Wikimedia Commons

Al año siguiente, los árabes lanzaron una ofensiva en el valle de Aravá (al sur del Mar Muerto, actual frontera entre Israel y Jordania) y conquistaron Kerak, enviando más expediciones por Palestina hasta llegar a Gaza. Los bizantinos, que al principio no habían concedido demasiada importancia a aquel nuevo adversario (el Strategikon, un tratado militar de tiempos de Mauricio I, no le prestaba atención alguna), se encontraron con un problema mayor del que creían porque los musulmanes combatían de una forma diferente, entusiasta y fanática.

Se pudo comprobar en los años siguientes, entre el 634 y el 636, cuando, pese a que Mahoma ya había fallecido (en el 632), el ejército bizantino cayó sucesivamente ante el del ya proclamado Califato Rashidun en las batallas de Achnadáyn (en el actual Israel), Fahl (en la actual Jordania, les abrió las puertas de Damasco) y Yarmuk (en Siria). Para entonces los defensores ya sólo resistían en ciudades amuralladas, habiendo cedido el control total del campo al invasor, que al parecer fue bien recibido por quienes estaban descontentos con la administración bizantina: monofisitas y judíos.

Las autoridades imperiales de Mesopotamia y Egipto negociaron una paz que en el primer caso únicamente duró un año y en el segundo tres. Luego cayeron Gaza y Antioquía, esta última abandonada por Heraclio -que estaba enfermo y no pudo liderar a sus tropas- con amargas palabras, según narró el historiador al-Baladhuri en el siglo IX: «¡Paz a ti, oh Siria; qué excelente país es este para el enemigo!». Ya no disponía de efectivos para defender Oriente Próximo, perdiendo Siria a continuación. En el 637 se sumó Jerusalén; en el 638 Mesopotamia y Armenia; en el 639 Cesarea Marítima y Ascalón; y en el 640 lo que quedaba de Egipto quedó aislado por tierra (caería un año después de la muerte del emperador, en el 642).

Heraclio falleció en el 641. Le sucedió Constantino III, el primogénito varón que había tenido con su primera mujer y correinaba con él desde el 613; le coronaron en la misma ceremonia en que su hermano Heraclonas, vástago de su segunda esposa, era elevado al rango de César. Éste ocuparía en solitario el poder al morir el otro de tuberculosis tres meses más tarde, aunque los rumores de que había sido un envenenamiento por parte de la odiada Martina originaron una turbulenta situación en la que el general Valentino impuso a Heraclonas un co-emperador, Constante II (hijo de Constantino III). Semanas después, un nuevo golpe militar derrocó a Heraclonas y le amputó la nariz, condena clásica para impedirle volver al trono, como explicamos en otro artículo; a Martina y a sus dos hijos menores los desterraron a Rodas.


Fuentes

David Barreras Martínez y Cristina Durán Gómez, Breve historia del Imperio Bizantino | Judith Herrin, Bizancio | Georg Ostrogorsky, Historia del Estado Bizantino | Walter E. Kaegi, Heraclius emperor of Byzantium | José Soto Chica, Reliquias y batallas. La guerra santa del emperador Heraclio (En Desperta Ferro) | Wikipedia


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