Actualmente, se llaman Fra Mauro un gran astroblema (cráter de impacto por meteorito) que hay en la Luna y la formación montuosa que lo circunda; el sitio, por cierto, elegido por la misión Apolo 14 en 1971 para alunizar, después de que el Apolo 13 fracasara el año anterior. El nombre es un homenaje al monje y cartógrafo veneciano homónimo, que entre 1457 y 1459 realizó para el rey Alfonso V de Portugal el mapamundi más detallado y preciso hasta la fecha… que hoy se conoce también con su gracia: el mapamundi de Fra Mauro.
De la biografía temprana del autor hay pocos datos. Se supone que nació en torno a 1400 -quizá antes- en la Serenísima República de Venecia, una ciudad-estado que durante la Edad Media, tras independizarse del dominio bizantino y merced a su estratégica ubicación en el mar Adriático, su dinámico comercio -no tenía problema en comerciar con el mundo islámico-, su poderosa flota -que le permitió imponerse a su rival, la República de Génova- y su expansión territorial -no sólo por Italia sino también por Dalmacia- llegó a convertirse en una de las grandes potencias del Mediterráneo.
Hogar de audaces marinos y mercaderes incansables, era prácticamente inevitable que también allí floreciera la actividad cartográfica, a la que se dedicó un Fra Mauro que también había navegado, tanto en la marina mercante como en la militar, lo que le permitió conocer bien los países bañados por el viejo Mare Nostrum e incluso alcanzar lugares exóticos de Oriente Medio.
En 1409 Mauro aparece registrado como tesorero en el Monasterio de San Michele in Isola, un cenobio ubicado en la isla de ese nombre (que está entre la vecina Murano y Venecia) donde vivían monjes de la Orden de la Camáldula, congregación benedictina.
Por entonces era un miembro laico de la comunidad camaldulense, para la que ejercía el trabajo de cartógrafo. Esta dedicación continuó cuando tomó los hábitos, que fue en una fecha incierta, pues no vuelve a aparecer reseñado hasta varias décadas después, ya como un monje que hacía mapas. Eso sí, no descuidó sus fuentes y continuó entrevistando a marinos y comerciantes para estar al día de los últimos descubrimientos geográficos y náuticos. La fama de esa profesionalidad trascendió extramuros y llegó a oídos de Alfonso V de Portugal, que le contrató para que hiciera un mapamundi, el más actualizado y preciso hasta entonces.
Alfonso V reinaba en un país en plena efervescencia. Si su abuelo Eduardo I había conquistado Ceuta en 1415, el nieto haría otro tanto con Alcazarseguir en 1458, Tánger entre 1460 y 1464, y Arcila en 1470, ganándose el apodo de el Africano, además de intervenir en la crisis sucesoria del Reino de Castilla apoyando a Juana la Beltraneja -con la que contraería estratégico matrimonio- frente a las aspiraciones de Isabel y su primo Fernando. Pero, sobre todo y para el tema que nos ocupa, Alfonso apoyó decididamente las exploraciones por el Atlántico que llevaba a cabo su tío, Enrique el Navegante, para quien estaba destinado el mapamundi de Mauro.
Portugal era, pues, otra potencia talasocrática a la que empezaba a brotarle un molesto grano castellano que también tenía miras atlánticas y que, unido dinásticamente a Aragón, se iba perfilando como la referencia europea. La creciente rivalidad entre portugueses y castellanos llevó muchas veces a enfrentamientos abiertos entre ambos, pero incluso en períodos de paz latía una guerra fría que se iba a plasmar en una serie de episodios más o menos conocidos (la marcha de Colón de tierra lusa con sus archivos cartográficos, la oferta de Magallanes a Carlos I al no ser escuchado en su país, etc.), aunque ya se había iniciado en tiempos de Mauro.
Por eso contar con los mejores mapas era una ventaja para los marinos y Alfonso encargó aquél a Fra Mauro. Éste contó con la ayuda de un asistente, Andrea Bianco, que también tenía vasta experiencia como marino y cartógrafo. De hecho él fue el autor en 1436 de otro destacado mapamundi que lleva su nombre y se conserva en la Biblioteca Nazionale Marciana de Venecia; ese trabajo sirvió de punto de partida para el de Mauro, mucho más grande y detallado, pero de aspecto similar.
Para hacerlo, Mauro, Bianco y su equipo de técnicos recurrieron a diversas fuentes, unas orales y otras escritas. Entre estas últimas el propio monje destacó a Niccolò da Conti, un explorador y comerciante natural de Chioggia (Venecia) que tras recorrer Egipto y Oriente Medio fue uno de los últimos europeos en alcanzar la India y el sudeste asiático antes de la llegada del portugués Vasco de Gama a Calicut, narrándolo todo en su obra Viaje a las Indias. También los relatos lusos debieron influir, así como el Libro de las maravillas de Marco Polo.
El famoso viajero genovés pudo ser una doble inspiración, si hacemos caso a la velada acusación que hizo a Mauro un geógrafo coetáneo, Giovanni Battista Ramuslo, de limitarse a mejorar un mapa suyo de Catay. Otras fuentes fueron árabes, quizá el Kitab Ruyar (también llamado Libro de Rogerio, del siglo XII, en el que el cartógrafo ceutí Al-Idrisi incluyó un célebre mapa conocido como Tabla Rogeriana) o incluso chinas, ya que sus mapas fueron introducidos en Occidente por el citado Da Conti e incluían una relación de las aventuras de Zheng He.
China y Corea aparecen en el mapamundi de Fra Mauro mucho más pequeñas que Europa y África, pero muy similares en descripción a otra probable fuente: el mapa Kangnido, hecho en 1402 invirtiendo los tamaños y explicando también lo protagonizado por el mencionado almirante chino. Otro mapamundi inspirador debió ser el que realizó entre 1411 y 1415 su compatriota Albertino de Virga, muy parecido, aunque de escala mucho menor. Por contra, resulta imposible saber las fuentes orales, más allá de deducir que se trató de información de viajeros y marinos, ya fueran europeos o extranjeros (por ejemplo, la embajada etíope a Roma en la década de 1430).
El mapamundi de Fra Mauro es un planisferio dibujado sobre vitela (un tipo de pergamino muy fino y pulido, confeccionado con piel de becerro recién nacido o no nato), que tiene dos características básicas. La primera es su forma circular, pues la gente con estudios sabía desde la Antigüedad que la Tierra era esférica, aunque por un convencionalismo artístico se representaban los continentes rodeados de agua y no muestra de los grandes océanos más que una parte mínima, de modo que se aprovechase bien el espacio para la localización de puertos y ciudades.
La segunda es el estar invertido, con el norte abajo y el sur arriba, algo común en los portulanos (manuales de navegación con listas de puertos, distancias entre ellos y otros datos, así como cartas náuticas) porque en el siglo XV las brújulas todavía apuntaban en dirección meridional en vez de septentrional, quizá por influencia del mundo musulmán (que adoptó ese modelo original de China). No obstante cabe decir que la obra del veneciano también se distinguía de otros tipos de mapas coetáneos al situar éstos el este en la parte superior, ya que allí se creía que estaba el Jardín del Edén; es el caso, sin ir más lejos, del de su ayudante, Bianco.
El monje argumentó esa diferencia por seguir la tradición de Ptolomeo -dándole la vuelta, pues el greco-egipcio había hecho el mapamundi de su obra Geografía con el norte arriba- y, aparte de ser una referencia cartográfica clásica, ya había incluido paralelos y meridianos que, si no, habría que cambiar. Pero eso implicaba que Jerusalén, capital religiosa del mundo, quedase desplazada del centro de éste, por eso Fra Mauro se vio obligado a justificarlo en un texto del mismo mapa, explicando que la mayor densidad de población europea respecto a Oriente mantenía centrada la ciudad demográficamente.
El mapamundi, montado sobre un bastidor de madera con marco dorado, mide casi dos metros y medio en cada lado, por lo que alcanza una superficie de unos cinco metros cuadrados -era el más grande de su tiempo en Europa-, lo que permitía recopilar con detalle los conocimientos geográficos de la época. Aparecen reflejados en textos y dibujos, plasmados mediante colores de gama clara; son cerca de tres mil inscripciones y glifos pictóricos que explican y representan localidades, castillos, fortalezas, montañas, ríos y demás cuestiones de interés, ordenadas por tamaño acorde a su importancia.
Como cabe esperar, la representación más exacta es la de Venecia, que el autor conocía mejor, aunque el litoral mediterráneo en general es bastante preciso. Por el norte alcanza las Islas Británicas (que acompaña de referencias a gigantes y sajones, seguramente basándose en Historia Regnum Britanniae (Historia de los Reyes de Britania), un libro del siglo XII escrito por el clérigo galés Godofredo de Monmouth), Islandia y Escandinavia (sobre la que habla de habitantes altos y fuertes, así como de osos polares y Santa Brígida).
Por el sur acaba en África, señalando el «Cabo de Diab» (el de Buena Esperanza), que dice que vieron desde un junco (que quizá fuera musulmán o del chino Zheng He), como extremo meridional; hace una alusión a los enormes huevos que pone el roc, un pájaro gigante de la mitología persa que acaso identificó con el avestruz o con un aepyormis de Madagascar, por entonces aún no extinguido. Fra Mauro indica que ese Cabo de Diab podría conectar el Atlántico y el Índico, información que debió incitar a los portugueses a insistir en llegar a la India doblándolo.
Por el este llega hasta Japón, siendo uno de los primeros mapas europeos en hacerlo. Es probable que se basara para ello en el mencionado mapamundi de Virga, orientado también al norte y, como decíamos, muy parecido; si Virga siguió las descripciones de Marco Polo de Java y Cipango, Fra Mauro incluye como «Isola de Cimpagu» lo que probablemente sea la isla nipona de Kyūshū. Finalmente, por el oeste se ve una franja correspondiente al océano Atlántico, si bien con un interesante detalle: Groenlandia, a la que llama «Grolanda».
Evidentemente, la existencia de América era desconocida y por eso no está. En ese sentido cabe añadir que también se ignoraba cuál era la circunferencia exacta de la Tierra; el veneciano reseña que «se dice que es 22.500 o 24.000 miglia o más», pero él mismo advierte a continuación de la diversidad de opiniones. Algo agravado por la falta de estandarización de la milla; la traducción árabe de la Geografía de Ptolomeo equivocó a Toscanelli, ya que la milla árabe era quinientos metros más larga que la italiana, de ahí que la distancia entre Europa y Asia resultara casi el doble de la que creía Colón, que usó el mapa de Toscanelli como fuente.
Además de la imagen principal, tiene otros cuatro mapas adornando las esquinas. De izquierda a derecha, los dos superiores representan el sistema solar según Ptolomeo y los cuatro elementos (tierra, agua, fuego y aire), mientras que en los dos inferiores, en ese mismo orden, vemos el Jardín del Edén (aparte del resto del mundo, por tanto, al contrario que hacía la cartografía hasta entonces) y el globo terráqueo, con sus polos, ecuador y trópicos.
En suma, el mapamundi de Fra Mauro está considerado una de las obras cumbre de la historia de la cartografía y encima se realizaron dos versiones; tres, si contamos la copia tardía del británico William Frazer para la British Library, aunque ésta fue muy posterior, en 1804. De las originales, una era, decíamos antes, la que estaba destinada al rey portugués, que fue hecha personalmente por el monje y su ayudante. Se terminó el 24 de abril de 1459, escrita seguramente en latín, y fue enviada a Lisboa, quedando guardada en el Castillo de San Jorge, que por entonces se usaba como residencia real; a partir de 1494 no se volvió a saber de ella y actualmente permanece desaparecida.
Sí se conserva la segunda, en dialecto véneto, encargada por la Signoria de Venecia (el gobierno de la república); desde su redescubrimiento en el monasterio de San Miguel (Murano), donde el autor tenía su estudio, se expone en la escalinata de la Biblioteca Nazionale Marciana, la misma en la que está el mapa de Bianco, aunque se puede pasar a verla también desde la Sale Monumenti del veneciano Museo Correr (el museo municipal, que está en el Ala Napoleónica del edificio de las Procuratie Nuove, en la plaza de San Marcos, frente a la basílica).
Fue Bianco precisamente quien tuvo que terminar el trabajo, ya que Fra Mauro falleció antes, en 1464, siendo laudado póstumamente como «chosmographus incomparabilis». No era para menos. El resultado de aquella obra rompía claramente con la tradición cartográfica medieval merced a las innovaciones señaladas (orientación sur-norte, desplazamiento de Jerusalén, ubicación fuera del Jardín del Edén y omisión de algunos lugares ptolemaicos) y hasta prescindía de las habituales criaturas fantásticas, como los clásicos gigantes Gog y Magog del monte Caspio o los dragones y monstruos marinos con que se adornaban los océanos. Se acercaba la Edad Moderna.
Fuentes
Jim Siebold, Fra Mauro’s Mapamundi | Peter Whitfield, New found lands. Maps in the history of exploration | Jerry Brotton, Great maps. The world’s masterpieces explored and explained | Genevieve Carlton, Worldly consumers. The demand for maps in Renaissance Italy | Evelyn Edson, The world map, 1300–1492. The persistence of tradition and transformation | Wikipedia
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