Fray Bernardino de Sahagún fue un misionero franciscano español que llegó a las Indias en 1529, desembarcando en lo que en unos años iba a ser el Virreinato de Nueva España, por entonces territorio del actual centro de México recién conquistado por Hernán Cortés. Allí llevó a cabo una labor evangelizadora y pedagógica que con el tiempo fue relegando para escribir una de las obras pioneras de la etnografía, realizada a partir de fuentes documentales indígenas perdidas y testimonios de los nativos en su propia lengua: la Historia general de las cosas de Nueva España, cuya copia más famosa se conoce como Códice Florentino.

Bernardino de Ribeira, que tal era su verdadero nombre, nació en Sahagún, una localidad del Reino de León que, para la fecha (1499), se había integrado en la Corona de Castilla y estaba gobernada por los Reyes Católicos. Se ignora si su familia gozaba de buena posición económica o hubo un mecenas de por medio, pero el caso es que el joven, siendo veinteañero, pudo estudiar Teología y Artes en la Universidad de Salamanca, cuna del humanismo español del que se imbuiría. Poco después ingresó en la Orden de los Frailes Menores, siendo ordenado sacerdote en 1527 y cambiando entonces su apellido por el que ha pasado a la historia.

Hacía seis años que Hernán Cortés había conquistado Tenochtitlán, la capital de los mexicas, dejando la guerra paso a la colonización y la evangelización. Los primeros misioneros fueron doce frailes franciscanos (los apodados Doce Apóstoles, entre los que estaba otro precursor de la etnografía -menos sistemático-, fray Toribio de Benavente, alias Motolinía) que llegaron en 1524. Un lustro más tarde uno de ellos, fray Antonio de Ciudad Rodrigo, reclutó a una treintena más para reforzar su labor y entre los elegidos estaba fray Bernardino, que embarcó en Cádiz en 1529 para trasladarse a una Tenochtitlán en pleno proceso de reconstrucción. Ya durante la travesía del Atlántico empezó a estudiar náhuatl con algunos nobles indígenas, que regresaban a su tierra tras haber visitado España.

Retrato anónimo de Bernardino de Sahagún/Imagen: Museo Nacional de Historia en Wikimedia Commons

Se había establecido la conveniencia de emplear los idiomas nativos en vez de imponer el español, por la dificultad que conllevaba esto, y así lo refrendaron las Leyes de Burgos en 1513. Fray Bernardino lo consiguió con cierta rapidez y gracias a ello desempeñó su trabajo de conversión entre 1530 y 1533, residiendo en Tlamanalco (lo que le permitió encontrar tiempo para ascender al Popocatepétl y al Ixtaccihuatl). Según escribió él mismo, su método se basaba en «ponerlos en la creencia de la fe católica por muchos medios (…) así por pintura como por predicaciones, representaciones y locuciones, probando con los adultos y con los pequeños (…) dándoles las cosas necesarias de creer con gran bondad y claridad de palabras”.

En 1535 se trasladó a Xochimilco, donde creó o, al menos, dirigió un convento. Al año siguiente, se fundó en Tlatelolco el Colegio de la Santa Cruz, germen de la futura Universidad de México, destinado a la formación de los hijos de los pipiltzin, los nobles indígenas; el objetivo era que éstos pudieran luego enseñar a los demás, integrándolos en el modo de vida hispano, algo que se consiguió. No está claro si fray Bernardino fue uno de los fundadores del colegio o no, pero formó parte de su exquisito profesorado y valiosos colaboradores suyos posteriores salieron de allí, caso de Antonio Valeriano, Martín Jacobita, Andrés Leonardo y Alonso Bejarano, todos nahuas.

El fraile ejerció la docencia hasta 1546, en que los franciscanos dejaron la dirección al detectarse cierta decadencia que él atribuyó al “régimen de vida mucho más placentero de los españoles y de un sistema educativo o paideia mucho más blando que el indígena”. Después, tras la correspondiente reforma, retomaría la enseñanza de 1556 a 1560, más una última etapa entre 1572 y 1576. Entremedias, pasó por diversos conventos de lo que hoy es la zona central de México y llevó a cabo misiones evangelizadoras por otras varias regiones, ya que había sido nombrado definidor (consejero del superior provincial) y visitador (comisario provincial). Pero el quedar libre de las tareas didácticas le permitió acometer la escritura de su Historia general de las cosas de Nueva España.

Tenochtitlán antes de la conquista, en un mural de Diego Rivera/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Efectivamente, México ya era el virreinato de Nueva España desde 1535 y veintitrés años más tarde llegaba como nuevo provincial fray Francisco del Toral, el que sería primer obispo del Yucatán, que animó a fray Bernardino a continuar una labor que había comenzado en 1547: anotar aquellos temas que considerase útiles para la misión evangelizadora. Y él se puso manos a la obra, aprovechando la información que llevaba recopilando y siguió haciendo más de dos décadas de distintas fuentes, tanto escritas como orales: historia, naturaleza, rituales, costumbres, economía, sociedad, cultura, arte, religión… Fue un auténtico antecedente de la etnografía, la rama de la antropología que describe la cultura de los grupos humanos y que no nacería como tal hasta la segunda mitad del siglo XVIII.

Con la ayuda de los mencionados colaboradores de Tlatelolco, que hablaban náhuatl, latín y castellano, entrevistó con método sistemático a decenas de ancianos de la élite mexica, recogiendo y confrontando sus testimonios para después ponerlos por escrito -y en imágenes- en lo que, a principios del siglo XX, el historiador y archivero mexicano Francisco del Paso y Troncoso recopilaría con el título Primeros memoriales. Ésa fue la base de la obra, que consta de doce libros, cada uno de un tema concreto: el uno, los dioses mexicas; el dos, fiestas, calendario y rituales; el tres, la cosmogonía divina; el cuatro, astrología y adivinación; el cinco, supersticiones, profecías y amuletos; el seis, filosofía; el siete, astronomía; el ocho, sistema político; el nueve, comercio y artesanía; el diez, medicina y etnología; el once, flora y fauna; y el doce, historia de la conquista.

El Códice Florentino conservado en la Biblioteca Medicea Laurenciana/Imagen: Sailko en Wikimedia Commons

Esto último lo hizo desde una perspectiva indígena y tildó el episodio de «cosa horrible» en la que “los que fueron conquistados sufrieron y dieron relación de muchas cosas que pasaron durante la guerra, las cuales ignoraron los que los conquistaron”. Eso sí, resultaba un mal disculpable porque gracias a ello los nativos fueron «alumbrados de las tinieblas de la idolatría en que han vivido y sean introducidos en la Iglesia católica e informados en la religión cristiana”. Al fin y al cabo, y aun con su excepcionalidad, fruto de la formación humanística en Salamanca, fray Bernardino, no podía sino ser un hombre de su tiempo.

Tratándose de un misionero, lo lógico a priori era que dedicase también uno o varios capítulos al tema de la evangelización. Sin embargo, apenas le dedica una atención pasajera en el libro diez, al hablar de los vicios y las virtudes de los indios. Al fin y al cabo, la Historia entera estaba concebida como herramienta catequizante. Lo curioso es que incluyó críticas a la metodología de otros religiosos por la destrucción que conllevaba, ya que él consideraba que un buen predicador debía conocer bien la cultura y costumbres de sus potenciales fieles. Por otra parte, también dijo haber escrito para los que vinieran después, “porque los ministros del evangelio no tengan ocasión de quejarse de los primeros por haber dejado a oscuras las cosas de estos naturales”.

La Historia general de las cosas de Nueva España está escrita en las tres lenguas citadas aunque no íntegramente: una columna en náhuatl y otra con la traducción, si bien hay muchos fragmentos del texto sin traducir por su dificultad o imposibilidad técnica. Además, un equipo de tlacuilos (ilustradores nativos) se encargó de complementar el conjunto con casi dos millares de imágenes pictográficas, en blanco y negro o polícromas, mezcla de la tradición artística local y la europea. Unas eran un apoyo para el texto y otras mera decoración, pero se las consideraba fundamentales desde un punto de vista pedagógico para quien no supiera leer o escribir, que era la mayoría, o para facilitar su comprensión a los otros religiosos.

Diversas páginas correspondientes a varios libros del Códice Florentino/Imagen: Gary Francisco Keller en Wikimedia Commons

Todo quedó reunido en cuatro volúmenes -de los que uno de ha perdido- que suman dos mil cuatrocientas páginas repartidas en trescientos catorce capítulos, en cuya elaboración, explicó el propio autor, “se gastaron más de mil pesos en tomines, en tinta, en papel y en los escribanos y si todo el trabajo que en ellos se ha puesto se hubiera de pagar no bastarían diez mil pesos”. El esquema general seguía el modelo de las enciclopedias medievales, que trataban de dar una imagen lo más completa posible del mundo (en este caso, el mundo prehispano); particularmente le debió influir De proprietatibus rerum del compañero franciscano fray Bartolomeo Ánglico, un escolástico inglés del siglo XIII.

Fray Bernardino terminó su obra en 1569 y, al año siguiente, se la remitió al superior de la orden para someterla a examen (también envió al Vaticano un resumen de los primeros libros titulado Breve compendio de los ritos idolátricos de Nueva España). Fue aprobada elogiosamente, aunque no sin críticas de un sector que consideraba demasiado gravoso para una orden mendicante invertir dinero en su edición. Eso llevó a diseminar las copias por los conventos franciscanos y la mayor parte terminaron perdiéndose, puesto que una real cédula de 1577 ordenó no publicar la obra por considerar que no resultaba conveniente dar a conocer las “supersticiones y manera de vivir” de los pueblos prehispánicos.

Más páginas del Códice/Imagen: Gary Francisco Keller en Wikimedia Commons

Para esas fechas, las cosas habían cambiado, empezando a cuestionarse el uso del habla local en la evangelización e incluso el Consejo de indias sugirió su sustitución por el castellano. Lo cierto es que, hasta entonces, no sólo se empleaban comúnmente esas lenguas sino que fray Andrés de Olmos escribió en 1547 la primera gramática del Nuevo Mundo en lengua indígena (Arte de la lengua mexicana) y Nueva España fue el primer sitio de ultramar en tener una imprenta (1539), con la que se imprimirían otras gramáticas en náhuatl en apenas medio siglo. Fue el rey Felipe II quien finalmente tomó la decisión de rechazar la obligatoriedad del español por considerarlo contraproducente, continuando la línea seguida.

De ese modo, la documentación recopilada por fray Bernardino, que había sido incautada, no acabó destruida. Él mismo hizo algunas copias más. Una de ellas, escrita sólo en español, fue llevada a España en 1580 por el comisario franciscano Rodrigo de Sequera (razón por la que es conocida como Manuscrito Sequera). Debía ser entregada al papa Pío V, pero terminó en Florencia, donde sirvió de base para la elaboración de otra copia que se conserva en la Biblioteca Medicea-Laurenciana; por eso inicialmente la llamaban Códice Laurentino, aunque posteriormente sus traductores al inglés la rebautizaron como Florentine Codex (Códice Florentino) en el siglo XX.

La obra de fray Bernardino permaneció olvidada siglo y medio. Fue el bibliógrafo florentino Angelo Maria Bandini el que la recuperó haciendo una versión en latín en 1793. En el XIX llegaron otros trabajos y, enterada de su existencia, la Real Academia Española de la Historia la dio a conocer a la comunidad científica. Fueron hallándose más copias; entre ellas el Manuscrito de Tolosa, llamado así porque se lo cedieron a Carlos III los franciscanos de un monasterio de esa localidad navarra, formando parte hoy de un conjunto de dos denominados Códices Matritenses (en realidad copias de aquellos Primeros memoriales que comentábamos antes), que a partir de ahí -segunda mitad decimonónica- se convertiría en la fuente de todas las ediciones que se hicieron después.

Imagen: Gary Francisco Keller en Wikimedia Commons

¿Y qué pasó con el autor? Como pensaba que en general las conversiones eran más superficiales que sinceras, continuó trabajando con los nativos, intentando comprenderlos mejor para obtener mejores resultados y enfocando esos conocimientos hacia una posición protectora ante los abusos de la conquista y el desconocimiento de muchos colegas religiosos. También criticó la edificación del santuario de Nuestra Señora de Guadalupe porque los indígenas la iban a identificar con la diosa Tonantzin, al igual que pasó con la de Santa Ana y Toci. Para tratar de paliar todo eso escribió más libros: Coloquios y doctrina cristiana, Arte de la lengua mexicana, Vocabulario trilingüe, Calendario mexicano, Arte divinatorio

Esa visión algo pesimista se agravó en 1576, cuando la epidemia de huey cocoliztli de 1576 diezmó la población y le llevó a pensar que los indígenas reaccionarían rechazando la evangelización: «…aunque predicados durante más de cincuenta años, si ahora se les dejara solos, si la nación española no intercediera, estoy seguro de que en menos de cincuenta años no habría rastro de la predicación que ha tenido». Fueron precisamente los virus, en este caso de la gripe, los que en 1590 acabaron con su vida. Actualmente está considerado el primer antropólogo; no por los temas que trató (Motolinía y De Olmos lo hicieron antes) sino por seguir un procedimiento metodológico para ello.


Fuentes

Bernardino de Sahagún, Historia general de las cosas de Nueva España | Florencio Vicente Castro y José-Luis Rodríguez Molinero, Bernardino de Sahagún, el primer antropólogo en Nueva España (siglo XVI) | Manuel Barbero Richalt, Códices etnográficos: el Códice Florentino | Miguel León-Portilla, Bernardino de Sahagún. Pionero de la antropología | Jeanette Favrot Peterson y Kevin Terraciano (eds.), The Florentine Codex: An encyclopedia of the Nahua world in Sixteenth-Century Mexico | Pedro Borges Morán, Bernardino de Ribeira (en RAH, Real Academia de la Historia) | Wikipedia


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