¿Cuál fue la única tumba de un faraón del Antiguo Egipto encontrada intacta, sin haber sido nunca abierta ni robada? La mayoría de la gente piensa que fue la KV62, nombre técnico con que los egiptólogos designan al hipogeo de Tutankamón. Sin embargo se trata de un error, puesto que Howard Carter encontró signos del paso por allí de ladrones, no una sino dos veces. Así que el único sepulcro virgen hasta hoy es el NRTIII, descubierto en la ciudad egipcia de Tanis en 1940 y perteneciente al faraón Psusenes I, aunque junto a él yacían otros difuntos de alcurnia con sus ajuares.

Psusenes I, nombre griego de Ajeperra Pasebajaenniut Meryamon («La estrella que aparece en la ciudad, elegido de Amón»), fue el tercero de los siete reyes que integraron la XXI dinastía, cronológicamente situada en el Tercer Período Intermedio. Le precedieron Esmendes I y Neferjeres, siendo sucedido por Amenemope, Osocor, Siamón y Psusenes II. Las fechas de su reinado, como suele pasar, son confusas: unos expertos lo sitúan a caballo entre el segundo y el primer milenio (1039-991 a.C) y otros consideran más apropiado retrasarlo al segmento 1047–1001 a. C., por lo que la duración total sería más que considerable, de cuarenta y un años a cuarenta y nueve, según la fuente.

La razón de esa discrepancia está en que el Tercer Período Intermedio fue una época convulsa, en la que los faraones tuvieron que fijar su capital en Tanis, una urbe del delta del Nilo -de ahí que a la XXI se la conozca como Dinastía Tanita- , porque únicamente mantenían control sobre el Bajo Egipto, quedando el resto del país en manos del poderoso clero tebano de Amón, algunos de cuyos representantes adoptaron nombre real. Curiosamente, parece ser que Psusenes I mantuvo buenas relaciones con esos sacerdotes, como demostraría el hallazgo de regalos de éstos en su tumba.

Mapa de Egipto durante el Tercer Período Intermedio/Imagen: Rowanwindwhistler en Wikimedia Commons

Al fin y al cabo, el faraón era vástago de uno de ellos: Pinedyem I, un sumo sacerdote de ese dios que se había casado con la princesa Duathathor-Henuttauy, probable hija que Ramsés XI tuvo con la reina Tentamun. Ramsés XI fue último representante de la XX dinastía y, cuando murió, su yerno, gobernante de facto del Alto Egipto y virrey de Kush, asumió la condición real en Tebas. Inmediatamente, aplicó un plan para mantener el control del país basado en el parentesco, como vía para intentar amortiguar la inestabilidad (cambio dinástico, levantamientos populares…) que sacudía el territorio.

Así, Psusenes I recibió el trono del Bajo Egipto, tres de sus hermanos (Masaharta, Dyedjonsuefanj y Menjeperra), se sucedieron en el cargo de sumo sacerdote de Amón y una hermana (Maatkara) fue nombrada Divina adoratriz de Amón. Por tanto, las dos familias que dirigían el valle del Nilo tenían un vínculo sanguíneo directo, algo que continuó a lo largo de todo el período. A modo de anécdota, resulta interesante señalar que en el hipogeo de Pinedyem I, DB320, descubierto en Deir el-Bahari en 1860, se encontraron muchas momias, acumuladas allí para preservarlas en un momento en que era difícil garantizar la protección adecuada.

Pero es la tumba de Psusenes I la que nos interesa aquí, ya que si el personaje ha entrado en la historia con anecdótica relevancia es gracias a ella y no por un reinado del que tenemos pocas noticias: las más relevantes fueron el embellecimiento arquitectónico de Tanis; la construcción de los muros del recinto y la parte central del Gran Templo de la ciudad, dedicado a la tríada Amón-Mut-Jonsu (para lo cual utilizó materiales de Pi-Ramsés, urbe vecina en proceso de abandono por la colmatación del brazo fluvial que la regaba); el matrimonio que contrajo con su hermana Mutnedyemet; y el haber correinado junto al hijo que tuvieron ambos, Amenemope, la mayor parte del tiempo.

Ataúd de plata del faraón Psusenes I/Imagen: Aidan McRae Thomson en Wikimedia Commons

El NRT III (o Número 3) como decíamos que ha sido bautizado el enterramiento, fue descubierto en 1940 por el egiptólogo francés Pierre Montet, quien llevaba ya dos décadas excavando en Oriente Próximo. Las necrópolis reales iban a ser su gran especialidad, pues en 1923 encontró la de Jebail en Biblos, siendo la pieza estrella un sarcófago que mostraba por primera vez los veintidós caracteres del alfabeto fenicio. Centrado en el delta del Nilo los últimos diez años, sacó a la luz entonces la de Tanis, ciudad que inicialmente tomó por Pi Ramsés debido al mencionado traslado de ladrillos, que llevaban el nombre de su fundador, Ramsés II.

En ese lugar habían sido enterrados los faraones de las dinastías XXI y XXII, por lo que venía a ser una versión del Valle de los Reyes tebano y ello ha hecho que a Montet se le compare con Carter. Y es que fueron varias las tumbas de faraones y altos dignatarios egipcios que contenían aún buena parte de su ajuar funerario, aunque ello se debía a una circunstancia típica del Antiguo Egipto: la reubicación de los cuerpos en otros sepulcros por diversas causas. El caso de Psusenes I es paradigmático en ese sentido, como veremos a continuación.

El primer hallazgo, acaecido en 1939, fue la tumba de Sheshonq II, tercer gobernante de la XXII dinastía. Su lugar de descanso eterno original había quedado inundado, por lo que ya entonces le trasladaron con sus pertenencias a otro sitio; una prueba de esas prisas serían unas plantas adheridas al ataúd de plata y los desperfectos que mostraba la superficie de éste, que no ocultaban su magnificencia, subrayada por una máscara funeraria de oro macizo. Ese otro sitio donde se le depositó era la antecámara de la tumba de Psusenes I, que los trabajos lograron dejar finalmente al descubierto un año más tarde.

Estatua de Pinedyem I en el templo de Karnak/Imagen: AdaVegas Travel en Wikimedia Commons

Un logro importante por dos causas. Primera, porque no se veían evidencias de que hubiera sido accedida, lo que la convertía en un caso único en la historia egipcia. Segunda, porque ello salvaguardó la integridad del ajuar en el tiempo. Y aunque no era tan espectacular como el de Tutankamón, sí que resultaba vistoso, con mención especial para la magnífica máscara mortuoria, hoy expuesta en el Museo Egipcio de El Cairo: mide unos cuarenta y ocho centímetros de alto por treinta y ocho de ancho, estando hecha de oro y lapislázuli, con incrustaciones de vidrio blanco y negro para los ojos y las cejas del rostro.

Asimismo, los dedos de las extremidades del faraón estaban revestidos de oro (con las uñas esculpidas), material con que también se habían fabricado las sandalias que calzaban sus pies. Cada dedo iba adornado con un anillo, bien áureo, bien de alguna piedra semipreciosa. En esa línea de boato, sorprendente en un tiempo tan decadente a priori como el Tercer Período Intermedio, la momia yacía dentro de un ataúd de plata, metal precioso que por entonces era más caro que el oro por ser menos abundante en Egipto y tener que importarse de otros países; si el oro era considerado la carne de los dioses, la plata eran los huesos.

Máscara funeraria de Psusenes I/Imagen: Larazoni en Wikimedia Commons

Tanto el sarcófago exterior, de granito rojo, como el intermedio, de granito negro, fueron tomados de otro faraón, Merenptah (el cuarto de la XIX dinastía, decimotercer hijo y sucesor de Ramsés II), tal como indica un cartucho con su nombre que se ve en la tapa del primero; algo bastante usual, decíamos antes, encontrándose numerosos casos a lo largo de la historia egipcia que a menudo complicaron las cosas a los científicos.

Y eso que el larguísimo reinado de Psusenes I le dio tiempo de sobra para preparar su entierro; ni siquiera murió violentamente, a pesar de que un análisis forense practicado el mismo año de su descubrimiento reveló que sus últimos años debió estar inválido por una avanzada artritis y por un agujero en el paladar resultante de la infección de sus grandes caries.

Pero no sólo el faraón resultó estar acuciado por achaques. Al contrario que en el Valle de los Reyes, el clima en Tanis es muy húmedo debido a su ubicación en el delta, junto al Mediterráneo, y por ello peor para la preservación de las cosas; consecuentemente, los materiales orgánicos aparecieron desechos por las filtraciones de agua. Fue el caso de los vendajes, carne y piel de las momias, por ejemplo, así como de los muebles, que resultaron prácticamente irrecuperables. En eso, Montet quedó en desventaja frente a Carter.

Collar de oro y lapislázuli de Psusenes I/Imagen: tutincommon en Wikimedia Commons

No obstante, el francés lo compensó porque dentro de la tumba de Psusenes I también había más ocupantes, empezando por la familia cercana: su esposa Mutnodjmet, su hijo y heredero Amenemopé y el príncipe Anjefenmut. Asimismo, más tarde se trasladaron allí las momias de Psusenes II (el último gobernante de la dinastía XXI) y Siamón (el sexto de la XXV), de las que sólo quedan huesos debido a la citada acción de descomposición de la humedad.

Pero todavía quedaban sorpresas en aquella tumba. No fueron inmediatas porque la Segunda Guerra Mundial obligó a interrumpir los trabajos, pero éstos se reanudaron en 1946 y Montet procedió a excavar el muro sureste de la antecámara, que daba acceso a las tres bóvedas ya alumbradas y que tenía un grosor que hacía sospechar que detrás podía haber algo. Y vaya si lo había. Tras unas complejas y delicadas operaciones de retirada de pesadas losas graníticas el equipo se quedó atónito.

Allí se alojaba otra tumba más (es decir, dentro de la de Psusenes I), igualmente intacta. Correspondía a un personaje que, al fallecer, recibió el privilegio de ser enterrado junto a su señor: el general Undjebundjed, comandante de la guardia personal, sacerdote de Jonsu y mano derecha del faraón. El ajuar era fastuoso, compuesto por una vajilla de oro y plata, joyas, cientos de usebtis, cuatro vasos canopos de alabastro y un sarcófago antropomórfico en cuyo interior había un ataúd forrado con láminas de plata.

Máscara funeraria del general Undjebundjed/Imagen: Jon Bodsworth en Wikimedia Commons

El asombro se sublimó cuando lo abrieron. La momia estaba desecha, como las demás, pero el cráneo se encontró cubierto por otra espléndida máscara funeraria de oro macizo, muy parecida a la de Sheshonq II pese a ser de épocas diferentes. Más allá del valor económico estaba el histórico.

El conjunto, sumado a los anteriores, parecía indicar que la reseñada inestabilidad del Tercer Período Intermedio no debió ser constante y hubo momentos tranquilos. El anómalo medio siglo en el que Psusenes I se mantuvo en el poder debió ser uno de ellos y la suntuosidad de su última morada constituiría un reflejo.


Fuentes

Antonio Pérez Largacha, Historia antigua de Egipto y del Próximo Oriente | José Llull García, El Tercer Período Intermedio (en José Miguel Parra (coord.), El Antiguo Egipto) | Ad Thijs, The Burial of Psusennes I and “The Bad Times” of P. Brooklyn 16.205 | Peter A. Clayton, Chronicle of the pharaohs: the reign-by-reign record of the rulers and dynasties of ancient Egypt | Henri Stierlin y Christian Ziegler, Tanis. Trésors des pharaons | Wu Mingren, Psusennes, the Silver Pharaoh with riches that rivalled those of Tutankhamun | Wikipedia


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