Aunque el concepto «indoeuropeo» es estrictamente lingüístico, no étnico, suele aplicarse por extensión a los pueblos que originariamente hablaban esas lenguas y a todo lo que les caracterizaba en el ámbito histórico, social, cultural y religioso. Pero, como ya vimos en el artículo dedicado al filólogo William Jones, hubo un idioma protoindoeuropeo que en el siglo XIX se adjudicó unitariamente a los arios primitivos, aunque hoy se cree que sólo era una de las varias evoluciones de otra habla anterior conocida como pre-protoindoeuropeo. En cualquier caso, lo que nos interesa aquí es intentar desvelar la propuesta más aceptada -no exenta de controversia- para identificar el origen de esa lengua protoindoeuropea y que se conoce como la hipótesis de los Kurganes.

Kurgán es una palabra rusa de origen turco usada para enunciar un enterramiento tumular. Ese tipo de tumba, en el que una cámara mortuoria subterránea con varias dependencias acoge al difunto con su ajuar, abarca un período muy amplio que va desde la Edad del Bronce (IV milenio a.C.), en la que lo utilizaban los pueblos de las estepas euroasiáticas, hasta el siglo VI d.C., en el que consta su empleo por hunos y magiares nómadas. En ese primer período, los usuarios eran los kurganes, denominación que alude a una serie de comunidades del medio y bajo Volga agrupadas bajo el epígrafe de cultura Yamna.

Aunque también podrían considerarse las posteriores y sucesivas culturas de Andrónovo y de Srubna (siendo Siberia el hábitat de la primera y el entorno septentrional del Mar Negro la segunda), a las que habría que añadir a escitas, sármatas, cumanos, hunos, kipchak y pazyryk , que constituirían una prolongación, los importantes para lo que tratamos son los yamnay (o yamnayas), puesto que a ellos los asimiló con los últimos protoindoeuropeos la arqueóloga lituana Marija Gimbutas, a la sazón autora de la mencionada hipótesis de los kurganes (y ya fallecida, en 1994).

Esquema de un túmulo kurgán de las estepas, por José-Manuel Benito Álvarez/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

No partió de cero. Otros investigadores previos decimonónicos ya habían propuesto la identificación de los protoindoeuropeos con nómadas esteparios de la región del Ponto-Caspio, caso de Theodor Benfey, Victor Hehn, Otto Schrader y Theodor Poesche, a los que se sumaron luego Gordon Childe y Ernst Wahle, aunque no faltaban opiniones discrepantes como la de Karl Penka, que abogaba por un origen no europeo en vez de póntico. Marija Gimbutas, que nació en Vilna en 1921 y se doctoró en arqueología-antropología en 1946 (ya en Viena; poco después se estableció en EEUU) había estudiado con Jonas Puzinas, discípulo del citado Wahle.

Fue ella la que introdujo la expresión «cultura de los kurganes«, en sustitución de la de los Túmulos. Lo hizo en 1956 para agrupar las similares características de las culturas Sredny Stog II, Cerámica Cordada y la citada Yamna, ampliando su cronología desde la Edad del Cobre hasta la del Bronce, a lo largo de dos milenios entre el sexto y finales del cuarto. Según Gimbutas, otras culturas encajables entre la de los kurganes serían la Bug-Dniéster, la Samara, la Jvalynsk, la Dniéper-Donets, la Maikov-Dereivka y la Usatovo. Los movimientos nómadas de todas y cada una de ellas, en un desarrollo paralelo al de la expansión del caballo, hicieron que la cultura de los kurganes fuera ampliando sus horizontes en cuatro etapas, aunque otras publicaciones establecen tres oleadas.

Área de la cultura Yamna en el 3500 a.C./Imagen: Rowanwindwhistler en Wikimedia Commons

El resultado es una periodización que empieza en el protoindoeuropeo temprano (4500-3500 a.C.), sigue en el protoindoeuropeo medio (3500-3000 a.C.) y termina en el protoindoeuropeo tardío (3000-2500 a.C.), con un epílogo que alcanza hasta el 500 a.C. y en el que las protolenguas se ramifican en múltiples dialectos (protogriego, protoiranio…), mientras van surgiendo las culturas del Vaso Campaniforme, Campos de Urnas y Hallstatt en Europa del norte, así como la védica en Asia y la micénica y la protoitálica en Europa del sur; se expanden las lenguas iranias e indoarias, y posteriormente las celtas; etc.

Así pues la hipótesis de los kurganes, que atribuye a éstos el origen de los pueblos indoeuropeos, asume una expansión gradual desde el bajo Volga hasta el Dniéper y afectando a los Balcanes y el Danubio. Fue posible gracias a la movilidad que proporcionaban la domesticación del caballo y su aplicación al carro de dos ruedas, lo que seguramente supuso la destrucción, por choque, de la cultura Cucuteni (de la que hablamos en otro artículo). En la siguiente oleada se produjo una hibridación con culturas de la Europa septentrional (Cerámica Cordada, Baden y Ánforas Globulares) a la par que entraban las primeras lenguas indoeuropeas. Y en la última, los kurganes llegaron a Bulgaria, Hungría y Rumanía, dejando atrás las estepas.

Dado que fue en el Volga donde se encontraron los restos más antiguos de monta de caballo -concretamente asociados a la cultura de Samara-, esa zona y sus estepas constituirían para Gimbutas el urheimat (palabra germana que significa «hogar original») indoeuropeo. Ahora bien, una hipótesis complementaria de la de los kurganes propone que hubo un urheimat secundario en el área que ocupó la cultura de las Ánforas Globulares (heredera de la de los Vasos de Embudo), situada entre el mar Báltico al norte, la cuenca del río Elba al oeste, la del Vístula al este y la cuenca media del Dníeper en el sur; lenguas indoeuropeas celtas, itálicas y germánicas procederían de ahí junto con, quizá, las extintas paleobalcánicas y el protomicénico.

Dispersión de las lenguas indoeuropeas según la hipótesis de los kurganes/Imagen: DEMIS Mapserver en Wikimedia Commons Crédito: DEMIS Mapserver / Wikimedia Commons

Ello dividiría las lenguas indoeuropeas en dos grandes grupos. Por un lado, las del satem, que cambiaron algo su fonetización y se siguen hablando en la región de origen: las indo-iranias, unas antiguas (védico sánscrito, persa antiguo y avéstico) y otras modernas (nepalí, bengalí, neoindio y diversos dialectos de Pakistán, Irán y Afganistán); el armenio, antiguo y moderno; el eslavo antiguo y sus derivaciones modernas (ruso, ucraniano, polaco, checo, búlgaro, serbocroata, esloveno y eslovaco); y el báltico antiguo y moderno (letón y lituano).

Por otro lado están las del centum, que no palatalizaron los fonemas protoindoeuropeos de las anteriores. Serían el griego antiguo y moderno; el grupo itálico antiguo (latín, osco, falisco y umbro) y moderno (las lenguas romances como el español, portugués, francés, rumano, etc); el germánico antiguo (gótico) y moderno (alemán, inglés, sueco, danés…); el celta antiguo y moderno (irlandés, gaélico, bretón…); el anatolio (hitita); y el tocario de Asia Central. En realidad, esa división binaria es rechazada hoy en favor de un árbol filogenético de siete ramas, pero cada autor hace el suyo según los parámetros y criterios que utilice.

Culturas del norte y este de Europa entre el 3200 a.C. y el 2300 a.C./Imagen: Rowanwindwhistler en Wikimedia Commons

Para Gimbutas, todo vino como consecuencia de una serie de invasiones guerreras en las que las agresivas sociedades patriarcales incursoras, gracias a su superioridad técnica del carro y el bronce, desplazaron a las culturas matriarcales locales que procedían del Neolítico, teniendo el culto a la diosa Madre que ceder su sitio al del belicoso dios del trueno. Si bien esa imposición de una cultura sobre otra es algo aceptado por los historiadores en general, no todos están de acuerdo en que se tratase siempre de un proceso violento; es posible que a menudo fuera una lenta asimilación sin ruptura, fruto de las emigraciones de muchos pueblos menos homogéneos de lo que la arqueóloga lituana suponía.

Es lo que opina el estadounidense James Patrick Mallory, otro buscador del urheimat protoindoeuropeo, pese a que muchos consideran significativo que nunca se diera el caso contrario:

«Al principio, uno podría imaginar que la economía de argumentos involucrada con la solución de Kurgan debería obligarnos a aceptarla de plano. Pero los críticos existen y sus objeciones se pueden resumir de manera bastante simple: casi todos los argumentos a favor de la invasión y las transformaciones culturales se explican mucho mejor sin hacer referencia a las expansiones de Kurgan, y la mayoría de las pruebas presentadas hasta ahora se contradicen totalmente con otras pruebas, o es el resultado de una grave interpretación errónea de la historia cultural de Europa del Este, Central y del Norte.»

Lo cierto es que las críticas van más allá de la dicotomía conquista-asimilación y ponen en duda incluso el concepto mismo de cultura de los kurganes, considerándolo demasiado impreciso. Así lo creen Alexander Häusler y David Anthony, por ejemplo. Por su parte, el británico Colin Renfrew propuso la hipótesis alternativa de un urheimat anatolio, en el que la expansión de las lenguas protoindoeuropeas se debería a la difusión de la agricultura; eso obligaba a incrementar la antigüedad al noveno milenio, razón por la cual hay pocos defensores que apoyen a Renfrew, al que Mallory también rechazó, aunque Russell Gray y Quentin Atkinson adelantaron asimismo la cronología del protoindoeuropeo, en su caso al séptimo milenio.

Estatuilla de una divinidad femenina de la cultura Cucuteni/Imagen: Petro Vlasenko en Wikimedia Commons

Vyacheslav Vsevolodovich Ivanov y Tamaz V. Gamkrelidze, filólogos ruso y georgiano respectivamente, se sumaron al abanico teórico abanderando la hipótesis armenia, que situaba el urheimat entre el sur del Cáucaso y el norte de Mesopotamia entre el cuarto y el tercer milenio. Por último, los italianos Alberto Piazza y Luigi Luca Cavalli-Sforza trataron de aunar las hipótesis esteparia y anatolia recurriendo a la genética (la cultura Yamna procedería de agricultores neolíticos de Oriente Medio, emigrados a la estepa y adaptados al nomadismo ganadero), pero sin conseguir armonizarlo en el plano lingüístico.

Es la genética precisamente la que, en los últimos tiempos, se ha impuesto como herramienta de investigación. Parece resultar insuficiente por sí sola, como vimos, aun cuando los estudios realizados han demostrado que, en efecto, poblaciones con haplogrupos de ADN-Y y una firma sanguínea distintiva se expandieron a Europa y el sur de Asia desde la estepa del Ponto-Caspio durante el tercer y segundo milenio antes de Cristo. Estas migraciones proporcionan una explicación plausible para la difusión de algunas de las lenguas indoeuropeas y sugieren que la hipótesis anatolia -que, recordemos, remonta el urheimat al neolítico- es improbable.

Hay marcadores como el SNP M17, del haplogrupo R1a1 (frecuente en Asia del oeste y el subcontinente indio), que se asocian a los kurganes y se han encontrado en poblaciones del este de Europa, así como en porcentajes considerables de Escandinavia, resultando en cambio escasos en la parte occidental del continente, donde abunda más el R1b; éste se habría difundido desde la península ibérica entre el 18000 y el 11000 a.C., lo que lleva a preguntarse cómo llegó allí.

Orígenes del haplogrupo R1a/Imagen: Joshua Jonathan en Wikimedia Commons

La respuesta la aportó un estudio de David Reich, de la Universidad de Harvard, llevado a cabo con centenar y medio de individuos ibéricos a los que practicó análisis de ADN, descubriendo que descendientes de los yamnayas llegaron a lo que hoy es España. Por lo visto, dejaron un impacto genético tan importante que al cabo de unas generaciones el cromosoma Y de los recién llegados reemplazó totalmente al de los locales, de ahí que en determinados medios sensacionalistas se hablase de un genocidio.


Fuentes

Marija Gimbutas, Bronze Age cultures in Central and Eastern Europe | Pierre Leveque, Las primeras civilizaciones | Raquel López Melero, Breve historia del mundo Antiguo | Francisco Villar, Lenguas, genes y culturas en la prehistoria de Europa y Asia suroccidental | Asya Pereltsvaig y Martin W. Lewis, The Indo-European Controversy | J. P. Mallory y Douglas Q. Adams (eds.), Encyclopedia of Indo-European Culture | VVAA, Introducción a la Prehistoria | Wikipedia


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