En 1964, la construcción de la presa de Asuán movilizó a la UNESCO para organizar el traslado de los templos de Ramsés II y Nefertari en Abu Simbel a una cota más alta y evitar así que quedasen sumergidos, así como al desmontaje de otros edificios para llevarlos a lugar seguro; ésa es la razón de que, por ejemplo, el Templo de Debod esté en Madrid. Toda esa operación constituyó un hito de la ingeniería que, sin embargo, tenía un precedente todavía a mayor escala y más de cien años antes: la elevación de la ciudad de Chicago para alejarla de su pantanoso subsuelo.

En efecto, cualquiera que visitase esa urbe entre la segunda mitad de la década de los cincuenta y primera de los sesenta del siglo XIX se hubiera quedado asombrado al ver cómo casi a diario alguna calle era cortada al tráfico para que la recorriera un enorme edificio de varias plantas de altura, transportado por cientos de operarios desde su emplazamiento original a otro. Otras permanecían en el lugar donde habían sido construidas, pero un par de metros sobre el terreno, alzadas mediante tornillos niveladores para poder practicar debajo un sistema de alcantarillado.

De hecho, hay testimonios en ese sentido y un viajero llamado David MacRae relató que “nunca pasó un día durante mi estancia en la ciudad sin encontrarme con una o más casas cambiando de lugar», añadiendo que llegó a contar nueve en una misma jornada. Lo más sorprendente de todo era que, mientras los coches de caballo y los transeúntes tenían que pararse y ceder el paso a aquellas moles, los ocupantes del inmueble continuaban haciendo uso de él como si tal cosa, tanto si era su vivienda como si se trataba de oficinas, entrando y saliendo por su puerta en movimiento a las viviendas o incluso a los bajos comerciales.

Chicago a vista de pájaro en una litografía de 1857/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Consecuentemente, un vecino podía despertarse por la mañana en su dirección de siempre y acostarse de noche en otra situada en el extremo opuesto de la ciudad, en una curiosa demostración de ese espíritu práctico tan característico de los estadounidenses o del funcionamiento de un febril sistema que no detenía su marcha ni por razones de fuerza mayor. Una fuerza que presentaba contundentes razones materializadas en miles de muertos y con nombres tan disuasorios como fiebre tifoidea, disentería y cólera.

Aunque la capital del estado de Illinois es Springfield, su localidad más poblada es Chicago, que según los exploradores españoles del siglo XVI debe su gracia a una palabra de la lengua algonquina de los indios miami: shikaakwa, traducible como cebolla o ajo silvestre en alusión a una planta típica de la zona, que los franceses adaptaron en el XVII como Checagou. Una centuria después fueron los indios potawatomi los que se asentaron en aquella región a la que no tardaron en acudir también colonos galos.

Ubicación de Chicagou en el lago Míchigan (arriba a la derecha), en el mapa francés de Guillaume de L’Isle, 1718/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Uno de ellos, Jean Baptiste Point DuSable (que, por cierto, era negro pero libre), se casó con una potawatomi y se estableció en una granja de Checagou. Fue lo que se considera el germen histórico de la ciudad, ya que no tardó en atraer a otros franceses gracias al potencial económico que suponía el lago Míchigan para el comercio y transporte de pieles, levantándose una próspera factoría. Ésta fue creciendo y en 1795, tras la llamada Guerra de los Indios del Noroeste, los derrotados nativos, que habían sido apoyados por Inglaterra, cedieron la región a sus vencedores, los recién nacidos EEUU.

El gobierno construyó un fuerte, Fort Dearborn, que resultó destruido en 1812 en una nueva contienda india, aunque finalmente el Tratado de St. Louis otorgó la propiedad a los blancos. Éstos reconstruyeron el fuerte en 1818 y, como era habitual, en su entorno se fueron instalando colonos y mercaderes. Doce años más tarde se presentó el primer plan de desarrollo urbano, con el puerto lacustre como referencia económica. Chicago alcanzó la categoría de ciudad en 1837, abriéndose canales, carreteras y vías férreas que la convirtieron en un estratégico nudo de comunicaciones; también llegaron cosechadoras, fábricas…

Todo ese entramado tenía, empero, un punto débil: el subsuelo. Al asentarse sobre la orilla del lago, el terreno pantanoso hacía que cuando llegaba el calor todo quedase embarrado, provocando enormes dificultades de movilidad (se hacían bromas populares hablando de «la ruta más rápida a China», en el sentido de que alguien podía hundirse en el lodo y emerger al otro lado del planeta) y generando un estado de suciedad que se agravaba con aguas estancadas y falta de drenaje, dado que el casco urbano se había levantado sólo ligeramente por encima del nivel de la superficie lacustre.

Ellis Sylvester Chersbourgh en 1886/imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Como además no se previó un sistema de drenaje adecuado ni un alcantarillado, había aguas estancadas por todas partes y, consecuentemente, nubes de mosquitos pululaban por muchas zonas provocando enfermedades. Empezaron a sucederse epidemias que, favorecidas por la masificación de una población en rápido crecimiento gracias a la llegada de inmigrantes europeos, cuyas condiciones de vida no eran precisamente buenas, tuvieron una funesta repercusión demográfica. Se calcula que hasta un seis por ciento de los habitantes perecieron en un nefasto ciclo de seis años, con especial virulencia en 1849, determinando a las autoridades a tomar medidas en el asunto de una vez.

En 1854 se creó una Junta de Comisionados de Alcantarillado que, tras no pocas discusiones, aceptó el imaginativo plan presentado por uno de sus miembros, Ellis Sylvester Chersbourgh. Era un ingeniero de Baltimore que ya había solucionado un problema parecido en Boston y ahora proponía construir un sistema de alcantarillado sobre el suelo para después elevar todos los edificios de la ciudad hasta diez pies (algo más de tres metros) utilizando un complejo sistema de gatos hidráulicos. Los trabajos se iniciaron dos años más tarde, una vez se aclararon todos los detalles.

Lo primero fue proceder a un saneamiento a fondo, ya que por entonces Chicago había adquirido la triste fama de ser la ciudad más sucia de EEUU. Hubo que colocar desagües para eliminar las aguas estancadas, cubrir los embarrados caminos con varias capas de tierra, construir aceras en el casco urbano… Luego se hicieron las alcantarillas, que tenían la novedad de incorporar bocas con tapa para que un equipo de operarios pudiera acceder a su interior y llevar a cabo la limpieza y un mantenimiento regular.

Esquema de la construcción del Great Chicago Lake Tunnel y el Two-Mile Crib, por John M. Wing/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Asimismo, se revirtió el flujo del río Chicago, donde se vertían las aguas residuales, para que en vez de desembocar en el lago Míchigan lo hiciera en el río Mississipi, cuya corriente las arrastraría lejos, hacia el mar. En ese sentido, se dragó el Illinois and Míchigan Canal, de dieciocho metros de ancho y casi dos de profundidad, que había sido construido entre 1836 y 1848 para facilitar el transporte de mercancías en barcazas (remolcadas desde la orilla por mulas) y que servía de conexión entre ambos cauces fluviales.

Por otra parte, fue construido el Great Chicago Lake Tunnel, primero de una serie de túneles que iban hasta unas estructuras situadas en el centro del lago para extraer allí agua potable y evitar las residuales que se acumulaban en la costa. Esto último no era baladí, puesto que desde el primer asentamiento se había vuelto usual que los colonos cavasen sus propios pozos y letrinas domésticos, ignorando que el subsuelo arenoso provocaba filtraciones de las segundas que al toparse con una capa de arcilla, circulaban hasta los primeros, originando los fatales brotes de cólera de 1835, 1852 y 1854.

LaChicago Avenue Pumping Station en su dirección actual de Michigan Avenue/Imagen: Elekhh en Wikimedia Commons

El Chicago Lake Tunnel medía más de tres kilómetros de largo por cinco de ancho y se situaba a dieciocho de profundidad en el lecho lacustre. El agua entraba en su interior, por la acción de la gravedad, a través de una estructura arquitectónica situada en el centro del lago llamada Two-Mile Crib, y era conducida por el túnel hasta una estación de bombeo ubicada en la orilla (todavía está en pie, en la actual North Michigan Avenue). Se inauguró en 1867 y más tarde se añadirían otras, aunque a lo largo de la primera mitad del siglo XX acabarían abandonadas o demolidas, siendo sustituidas por sistemas de bombas modernos.

Después de todo esto llegó el momento más insólito, el de la elevación de la ciudad y el traslado de los edificios. El honor de ser el primero, en 1858, le correspondió a uno de ladrillo situado en la esquina entre Randolph Street y Dearborn Street. Aquella mole de cuatro pisos, veintiún metros de longitud y seiscientas ochenta toneladas métricas fue levantada del suelo con una herramienta inventada recientemente, el tornillo nivelador, una especie de gato mecánico pero de gran resistencia, gracias a que funcionaba girando el fuste dentro del soporte (como un tornillo, de hecho) y tenía la ventaja de ser autobloqueante, permaneciendo en su sitio al dejar de girar.

Para alzar el edificio se emplearon doscientos tornillos, que lo situaron al nuevo nivel requerido de seis pies y dos pulgadas (un metro y ochenta y ocho centímetros) sin causarle ningún daño a su estructura. Ante el éxito obtenido, la empresa contratada ad hoc, propiedad de un ingeniero bostoniano llamado James Brown asociado a otro local, James Hollingsworth, recibió un nuevo y más audaz encargo a finales de año: repetir con otro inmueble de mayores dimensiones. Como también se hizo satisfactoriamente, en primavera se atrevieron con uno el doble de grande.

Un antiguo tornillo nivelador/Imagen: Johnalden en Wikimedia Commons

La cosa se volvió casi rutinaria y más de medio centenar de edificios de Chicago terminaron aquel año a más altura de aquella en la que habían sido construidos. Eso proporcionó experiencia y espoleó a varios ingenieros (entre ellos los dos citados, pero también George Pullman, posteriormente inventor del coche-cama) a unirse para realizar el traslado de una manzana entera de Lake Street en una única operación. Se trataba de una fila de edificios de piedra y ladrillo, algunos de hasta cuatro plantas, que se extendía a lo largo de casi cuatro mil metros cuadrados y cien metros de calle, con viviendas, oficinas, comercios, talleres…

Seiscientos obreros manejaron seis mil tornillos niveladores para que, en sólo cinco días y sin que ningún inquilino tuviera que desalojar su casa o cerrar su negocio, la manzana se elevase casi metro y medio. Los trabajos causaron una enorme expectación entre los transeúntes, a quienes incluso se permitía pasar entre los tornillos para meterse en los cimientos vaciados y demostrar así la seguridad de la técnica empleada.

Lo mismo pasó al año siguiente con la Tremont House, uno de los edificios más altos de Chicago. Se trataba de un hotel de cuatro mil metros cuadrados, reconstruido en ladrillo en 1853 después de que sus dos versiones anteriores, de madera, fueran destruidas por sendos incendios en 1839 y 1841. Esta vez fueron necesarios cinco mil tornillos y medio millar de hombres, que, como en el caso anterior, consiguieron su objetivo con huéspedes y todo, uno de ellos senador. El hotel terminó un metro ochenta por encima de su cota anterior y no fue el único, pues también el Briggs, de cinco pisos y veintidós mil toneladas, se alzó en 1866 mientras continuaba funcionando.

La elevación de los edificios de Lake Street, por Edward Mendel/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

No todo se reducía a la piedra; hubo que afrontar otros materiales. El Robbins Building, situado en la esquina de South Water Street y Wells Street, era de hierro colado, pues éste ya empezaba a extenderse en arquitectura y hasta se iba a convertir en una seña de identidad de la segunda mitad decimonónica. El problema del Robbins estaba en que el peso del hierro, usado en la estructura (rellenada con mampostería) pero también en la decoración, hacía que los cinco pisos repartidos por sus cuarenta y seis metros de largo por veinticuatro de ancho pesaran más de lo visto hasta entonces: unas veintisiete mil toneladas. Pero los ingenieros lograron elevarlo los previstos setenta centímetros y además con los setenta metros de acera circundante.

A pesar del buen resultado del tornillo nivelador, también se incorporó otro sistema que lo mejoraba sustancialmente y que en 1853 había sido utilizado en San Francisco para la misma tarea, la elevación de inmuebles: el gato hidráulico, una máquina accionada a manivela que a esas alturas de la historia ya había evolucionado lo suficiente, desde que el físico Blaise Pascal lo formulase en el siglo XVII, como para que el estadounidense Richard Dungeon registrase una patente en 1851. Se sabe que al menos un edificio de Chicago, la Franklin House, fue elevada mediante gatos hidráulicos bajo la dirección del ingeniero John C. Lane.

Ahora bien, si el levantamiento de casas fue un episodio asombroso, más aún resultó un episodio complementario: el trasladarlas de sitio. Se aplicó fundamentalmente a los inmuebles de madera, que tenían un armazón de ese material rellenado luego con tablones, considerados para entonces ya obsoletos y de aspecto pobre, indignos de la flamante imagen que se proyectaba -y se estaba materializando- para el nuevo Chicago. Muchos de ellos no fueron alzados a una cota más alta sino directamente desplazados a un nuevo emplazamiento para construir otros de ladrillo o hierro en el hueco que dejaban.

Esquema de un gato hidráulico de 1910/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Como en el caso anterior, unas veces se trataba de edificios individuales y otras de filas enteras de una calle, que eran movidos sobre rodillos hasta los suburbios. Más tarde, se les sumaron aquellos inmuebles de ladrillo que tampoco se adaptaban al canon estético, de modo y manera que, durante unos años, el tráfico rodado de la ciudad no se compuso sólo de peatones y carruajes sino también de moles de viviendas. Llegó a ser algo tan rutinario que hasta dejó de llamar la atención, aunque el historiador británico Paul Johnson lo resaltó como ejemplo de que la determinación y el ingenio estadounidense se basaban en la idea de que todo lo material es factible.


Fuentes

David MacRae, The americans at home: pen-and-ink sketches of american men, manners and institutions | Louis P. Cain, Sanitation in Chicago: A Strategy for a Lakefront Metropolis | Alfred Theodore Andreas, History of Chicago from the earliest period to the present time | Chicago Daily Tribune | City of Chicago | Wikipedia


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