Nuestro objetivo primario es asegurarle a Gran Bretaña una posesión limitada en su extensión, que pagaría con creces su establecimiento abriendo una inmensa fuente de beneficio comercial y, al mismo tiempo, haría temblar al gobierno de España por el destino de sus posesiones en el Nuevo Mundo.

Thomas Maitland

En 1800, con una España partidaria de Napoleón y, por tanto, enemiga de los británicos, un militar escocés llamado Thomas Maitland recibió el encargo de diseñar un proyecto para invadir la Sudamérica española. Era otro de los varios concebidos y no llevados a cabo porque siempre dependían de las circunstancias, pero en este caso pudo tener una insospechada repercusión: es posible que José de San Martín tuviera acceso a él y aprovechara algunas ideas audaces, como la confluencia de dos ejércitos, uno desde Chile y otro desde Buenos Aires, cruzando los Andes. Se trataba del Plan Maitland, bautizado así en honor a su creador.

Antes hay que aclarar el contexto. España no formó parte de la llamada Segunda Coalición, firmada en 1797 por Reino Unido, Rusia, Austria, Imperio Otomano, Portugal, Nápoles y Estados Papales, porque, por la Paz de Basilea de dos años antes y el Tratado de San Ildefonso de 1796, el gobierno de Manuel Godoy había puesto fin a la adversa guerra contra la Convención francesa. De ese modo, retomaba una relación diplomática que venía a revivir los Pactos de Familia entre ambos países -aunque esta vez sin los borbones galos de por medio, evidentemente-, acordando una política militar conjunta contra Reino Unido.

Es decir, el país se posicionaba al lado de Francia, algo que se reforzó aún más en 1799, cuando Napoleón regresó de su campaña en Egipto y, mediante su famoso golpe del 18 de Brumario contra el Directorio, tomó el poder para afrontar el peligro de una invasión austríaca, solucionada con su victoria en Marengo. La razón del cambio de dirección política española fue triple. Por un lado, Carlos IV necesitaba el apoyo francés para inclinar en su favor el futuro del Ducado de Parma, cuyo heredero estaba casado con su hija María Luisa. Por otro, la idea del propio Godoy de asegurarse una vía de escape ante la animadversión que despertaba, que auguraba una posible caída.

Thomas Maitland retratado por John Hoppner/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Pero, sobre todo, estaba el siempre presente temor de que los británicos aprovechasen la situación internacional para atacar los territorios hispanos de ultramar, como demostraron con la conquista de Trinidad y los fallidos intentos en Puerto Rico y Tenerife. Godoy, en efecto, cayó cuando el Directorio alcanzó un acuerdo con Londres por su cuenta, siendo sustituido por un gabinete de ilustrados, aunque regresaría al poder a finales del año 1800. Para entonces habían pasado muchas cosas, entre ellas el final de la Cuasi Guerra, que enfrentó a EEUU con Francia, siendo ingleses y españoles respectivos aliados, y la elaboración en ese contexto de un oscuro e ignoto plan para invadir parte de la Sudamérica hispana, descubierto por el historiador argentino Rodolfo Terragno en una fecha tan reciente como 1998.

El responsable de dicho plan se llamaba Thomas Maitland, un escocés al que alistaron en el ejército al poco de nacer (1760), dado que su hermano mayor era quien estaba destinado a heredar el condado paterno. Así fue cómo el joven Thomas recibió el nombramiento de subteniente de un regimiento de dragones en el que nunca llegó a ejercer porque desapareció cuando él tenía cuatro años, así que su vida militar real empezó en otro, los Seaforth Highlanders, en 1778. Su primer destino fue en la India, donde se ganó el ascenso a mayor; irónicamente, su hermano, diputado en el Parlamento, era contrario a esa guerra y simpatizante de la Revolución Francesa, por lo que le apodaban Citizen Maitland.

En 1794 tomó contacto con la realidad americana, al ser destinado su regimiento a la expedición que el brigadier general Whyte dirigía para apoderarse de la colonia francesa de Saint-Domingue, la zona occidental de la isla de La Española (lo que hoy es Haití), donde el líder revolucionario, un liberto llamado Toussaint L’Ouverture, era hostil a españoles e ingleses al acusarlos de esclavistas, expulsándolos del territorio (la Francia revolucionaria había abolido la esclavitud). Whyte llegó prometiendo a los colonos la restauración del Antiguo Regimen y el restablecimiento de la esclavitud, a pesar de que los abolicionistas británicos pusieron el grito en el cielo.

Maitland y L’Ouverture acordando el tratado en una ilustración anónima/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Sin embargo la misión podía considerarse fracasada porque la mayor parte de las tropas enfermaron y fue necesario pactar con Toussaint L’Ouverture una retirada; le ofrecieron proclamarle rey, aunque él lo rechazó y al final se firmó un acuerdo bilateral, conocido como Convención Maitland, por el que dos puertos haitianos se abrirían al comercio con Inglaterra y EEUU, que le venderían armas a cambio de azúcar, mientras L’Ouverture se comprometía a no invadir Jamaica. Maitland obtuvo el ascenso a brigadier general de las fuerzas de las indias Occidentales y asumió el mando de un regimiento negro jamaicano, pero regresó a Europa en 1799 para liderar la conquista de la isla Belle-Îlle-en-Mer, en Bretaña, desde la que se preveía ayudar a los contrarrevolucionarios galos.

Posteriormente, Maitland continuaría una carrera en la política y el ejército, que le llevó a ser diputado y consejero del Rey; gobernador de Ceilán (1805-1811); combatir en lo que los británicos denominan Peninsular Wars, o sea, la Guerra de Independencia española, trasladando efectivos de Menorca al continente (y enfermando, por lo que tuvo que ser relevado); y acabar su carrera como gobernador de Malta, donde aparte de ganarse el apodo de King Tom, por su autoritarismo y excentricidades -Sir Charles Napier, futuro héroe, que estuvo a sus órdenes, le definió como «rudo viejo déspota»-, debió afrontar una epidemia de peste antes de fallecer de apoplejía en 1824.

Pero lo que realmente nos interesa aquí de este personaje fue el plan que lleva su nombre y proyectó en 1800, mientras hacía los preparativos de la toma de Belle-Îlle-en-Mer. En realidad se titulaba Plan to capture Buenos Aires and Chile, and then emancipate Peru and Mexico y fue el parlamentario y diplomático Sir John Coxe Hippisley (a quien el rey Jorge III había descrito como «gran intrigante»), que conocía a Maitland al haber coincido ambos en la India (era oficial de la Compañía Británica de las Indias Orientales), quien le pidió diseñar una operación para apoderarse de América del Sur.

Francisco de Miranda retratado por Georges Rouget/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Hippisley, vinculado al gobierno del primer ministro William Pitt el Joven, había tomado contacto con jesuitas hispanoamericanos expulsados (el padre Vizcardo incluso publicó una Carta a los españoles americanos incitando a la rebelión), a raíz del cambio de orientación política español, contratando a algunos de ellos y obteniendo así información estratégica sobre los virreinatos: defensas, puertos de montaña, opinión local, etc. En esos momentos, había en Londres un lobby pro-emancipación encabezado por Francisco de Miranda, pero el interés británico por conquistar los territorios hispanos de ultramar iba y venía en función de la coyuntura política, y en 1800, con la situación antes descrita, Hippisley escribió un informe sugiriendo la intervención.

El encargo de desarrollarla teóricamente recayó en su viejo conocido, Maitland, cuyo primer memorandum, enviado al secretario de Guerra, Henry Dundas, justificaba la operación no sólo por razones estratégicas sino también económicas:

Desde un punto de vista comercial, esto no sólo vertería sobre Inglaterra la masa de mercancías producidas y acumuladas en aquellos ricos territorios, sino que abriría una fuente de exportaciones para las manufacturas británicas, tan extensa como beneficiosa. Con la posesión de Buenos Aires, además de abastecer inmediatamente a todas las colonias españolas de este lado, infaliblemente nos abriríamos una vía indirecta hacia todos los asentamientos portugueses en Sudamérica.

El escocés calculó que serían necesarios unos cinco mil hombres, de los que tres mil seiscientos serían de infantería, entre mil doscientos y mil cuatrocientos de caballería, y ciento cincuenta de artillería. La mitad serían voluntarios y la otra mitad debía proceder de los regimientos de la India -el propio autor propone cuáles-, gracias a «la seguridad que la reciente y brillante tarea del marqués Wellesley nos ha proporcionado en aquella parte del mundo» (se refiere a Richard, el hermano de Arthur -el futuro duque de Wellington-, que era gobernador general de la India y acababa de echar a los franceses de allí).

Henry Dundas retratado por Sir Thomas Lawrence/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Esas fuerzas se embarcarían en la escuadra de la Compañía Británica de las Indias Orientales que mandaba Sir Richard Husey Bickerton, realizando una singladura hasta El Cabo y desde allí cruzarían el Atlántico con escala en Cabo Verde. Al tomar Montevideo en primer lugar, los barcos dejarían de ser necesarios, aunque también solicitaba a la corona que fletase «unas pocas fragatas livianas y barcos de pequeño calado» para remontar el Río de la Plata, siempre que ello no implicase hacer notar demasiado la organización de una empresa que tenía que ser lo más secreta posible para no llamar la atención del enemigo.

Es curiosa la postura de Maitland ante el comportamiento a adoptar con población hispana. Dado que el plan estaba concebido como un golpe a España pero sin capacidad para quebrar el dominio de ésta en ultramar, el texto dice que «puede ser necesario dar una o dos vueltas más a la cuestión de la línea de conducta ante los colonos españoles», recomendando ganarse su favor, pero sin subvencionarles sus posibles ansias de independencia, al carecer de base sólida e información para «formarnos un juicio cuidadoso»:

Si ellos tienen la fuerza necesaria para resistir los esfuerzos del gobierno español, ya estarán preparados y yo pienso que debemos alentarlos a declarar tal Independencia; pero si ellos mismos no están inclinados a adoptar esta línea, no deberíamos hacer ningún intento de crear tal espíritu por la fuerza.

Dundas se interesó por la idea, pero prefería algo más ambicioso, opinando que había que ocupar también Caracas desde las Antillas. Maitland discrepaba, pensando que sería difícil retener luego lo conquistado. Aducía, con bastante soberbia, que ellos sabían que vencerían gracias a su superior conocimiento y habilidad, pero que «la ignorancia y el prejuicio de los españoles» les impulsarían a intentar resistir. Para él, la clave era Perú y redactó un segundo memorando con una táctica audaz: dos ejércitos, uno desembarcado en Valparaíso y otro en Buenos Aires, que se unirían cruzando los Andes, algo que se podría hacer en «cinco o seis días».

Los virreinatos de la América española en 1800: Nueva España (rosa), Nueva Granada (verde), Perú (amarillo) y Río de la Plata (azul)/Imagen: Milenioscuro en Wikimedia Commons

El primero, de tres mil infantes y cuatrocientos jinetes, partiría desde la India, pasaría el Cabo de Buena Esperanza y se dirigiría a Chile; el segundo, formado por cuatro mil infantes y mil quinientos jinetes, tomaría las actuales capitales argentina y uruguaya, avanzando hacia Mendoza para iniciar el paso de los Andes. Aquí cometió una errata geográfica al decir que «Chile está a barlovento del rico asentamiento de Perú en México»; posteriormente lo corrigió, poniendo Quito en vez de México, aunque se le olvidó hacerlo también en la síntesis final, en la que insistía en que el objetivo era «indudablemente la emancipación de Perú y México».

Si los españoles lograban rechazar el ataque a Valparaíso o Santiago, sugería ir al Bío-Bío y pactar con los indios, cuya resistencia había sido históricamente feroz, tal como contaba un a cita adjunta de La Pérouse. Por otra parte, Maitland advertía del peligro de desviarse de los objetivos fijados: tomar Lima o El Callao proporcionaría riquezas, pero debilitaría la combatividad de los soldados y pondría en peligro la presencia de Gran Bretaña en Sudamérica a largo plazo -o incluso una posible anexión-, al provocar la aversión de los habitantes, ya de por sí hostiles a un dominio europeo.

Maitland, huelga decirlo, soñaba con ser el jefe de la expedición, pero se iba a llevar una decepción-. A principios de 1801, William Pitt fue forzado a dimitir por su proyecto de unificar Inglaterra e Irlanda dando libertad de culto a los católicos, y en su caída arrastró a Dundas. El primero volvió al gobierno en 1804, pero el segundo se vio envuelto en un juicio por corrupción que supuso el final de su carrera política, pese a ser absuelto. Con él se acabó cualquier aventura americana, máxime cuando la atención mundial se centraba en una Francia donde Bonaparte se había proclamado emperador.

William Pitt el Joven retratado por John Hoppner/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Ahora bien, la idea de abrirse un hueco a codazos en América del Sur no se perdería del todo. Al fin y al cabo no era nueva; y contaba con, al menos, un par de antecedentes. Uno, el del propio Francisco de Miranda, que en 1790 presentó un plan a Dundas para que enviase una flota a bloquear Cartagena de Indias, “el único sitio de resistencia y puerto de desembarco para cualquier socorro que pudiera ser despachado desde España o desde La Habana”. Una vez que cayese la ciudad, los criollos fundarían un nuevo país llamado Santa Fe que tendría libertad de comercio.

El otro corrió a cargo del diputado Nicholas Vansittart , que ofreció a Dundas un plan titulado Proposals for an expedition against Spanish America through the Pacific Ocean (Propuestas para una expedición contra Hispanoamérica por el Océano Pacífico), basado en tomar Buenos Aires y desde allí viajar por mar a Chile para atacar El Callao y Lima con apoyo de una fuerza combinada, parte llegada desde la India y parte desde Inglaterra. Es decir, básicamente lo mismo que propondría el escocés, salvo el paso de los Andes. Fue descartado en 1797 porque, como dijo Dundas, los beneficios resultaban “pobres adquisiciones si fueran a obtenerse con sacrificio del Mediterráneo”.

Por todos esos precedentes, en 1804 Dundas, ahora Lord Melville, se entrevistó con Pitt para proponerle una nueva expedición concebida por los dos hombres que le acompañaban en esta ocasión: Sir Home Riggs Popham y Francisco de Miranda. Su plan era como el de Maitland, previendo capturar Buenos Aires y Valparaíso cruzando las montañas, para converger sobre Lima; incluía además la captura de Nueva Granada. Pitt no se mostró muy entusiasta y se desentendió. Pero como seguía habiendo voces a favor, finalmente se accedió a enviar una expedición al mando del general Robert Craufurd. Todo estaba preparado cuando llegó la noticia de que ya se había realizado una que, además de fracasar estrepitosamente, carecía de autorización.

Y es que que Popham había tomado la decisión de hacerla por su cuenta, con la ayuda de otro militar, William Carr Beresford. Sus tropas lograron entrar en Buenos Aires, pero en mes y medio las milicias populares de Santiago de Liniers, tras destituir al virrey -que había huido- y reforzadas desde Montevideo, las expulsaron. Craufurd fue enviado entonces a la atacar la actual capital uruguaya junto al general John Whitelocke, tomándola en 1807 para desde allí marchar sobre Buenos Aires. Pero la aventura acabó también en desastre. Según admitieron algunos criollos, el mayor error había sido llegar como conquistadores, en vez de como libertadores, tal como pronosticó Maitland.

La reconquista de Buenos Aires, cuadro de Charles Fouqueray mostrando la rendición de William Bereford ante Santiago de Liniers/Imagen: Wikimedia Commons

Así lo entendió sir Arthur Wellesley -recordemos, futuro duque de Wellington-, cuando asumió el mando de otra expedición destinada a apoderarse de México, desde donde enviaría tropas al Río de la Plata y promovería la independencia de toda América: “El único modo de arrancarle las colonias a la corona de España es por una revolución y con el establecimiento de un gobierno independiente dentro de ellas”. Pero en 1808 Inglaterra y España se convertían en aliadas contra la Francia napoleónica y esas fuerzas fueron redestinadas a combatir a la Grande Armée en la península ibérica.

Allí estaba luchando José de San Martín, un militar natural de Yapeyú, Virreinato del Río de la Plata, pero formado en España. Participó en las batallas de Bailén y La Albuera y Badajoz (en estas últimas a las órdenes de Beresford, irónicamente), antes de ser ascendido a teniente coronel y, en 1811, regresar a América vía Londres para colaborar en lo que pudiera, dados los sucesos que estaban ocurriendo en Buenos Aires: la revolución de Mayo, que destituyó al virrey y nombró la Primera Junta. En la capital británica coincidió con otros militares españoles criollos partidarios de romper el vínculo con la metrópoli, habida cuenta que ésta era ahora francesa; también Simón Bolívar había pasado por la ciudad el verano anterior.

José de San Martín, obra de Daniel Hernández Morillo/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Probablemente todos formaban parte de la Gran Reunión Americana o Logia de los Caballeros Racionales, de la que surgió más tarde la célebre Logia Lautaro, a la que pertenecieron también otros libertadores como Manuel Belgrano, Bernardo O’Higgins, Juan Martín de Puyrredón o Carlos María de Alvear. Se trataba de una orden masónica fundada por el escocés Lord James MacDuff y Francisco de Miranda, quien a su vez ya estaba de nuevo al otro lado del Atlántico, junto a Bolívar, tratando de independizar Venezuela.

MacDuff, compañero y amigo de San Martín en las Peninsular Wars fue quien le convenció para defender la emancipación; así, el español quizá habría tenido ocasión de conocer el Plan Maitland y tomar buena nota, ya que pese a algunas diferencias, buena parte de su futura estrategia resultaría muy similar.

Los condicionales obedecen a que, por entonces y al contrario que Miranda, San Martín era un desconocido y no están bien documentadas sus actividades en Inglaterra. No es posible saber a ciencia cierta con quién se entrevistó y con quién no, aunque parece que sí tuvo contacto con personajes decisivos como el futuro primer ministro George Canning, el secretario de colonias Lord Castlereagh, el ya mencionado John Hippisley y el marino Thomas Cochrane, que había rescatado a Miranda tras su fallida liberación de Venezuela en 1806. Mientras los archivos no lo aclaren, siempre quedará la duda de si hay que incluir a Maitland en ese grupo; a su plan, visto lo visto, seguramente sí.


Fuentes

Rodolfo H. Terragno, Maitland & San Martín | Manuel Godoy, Memorias (ed. de Emilio Laparra y Elisabel Larriba | Jean René Aymes, La Guerra de la Independencia en España, 1808-1814 | John Lynch, San Martín. Soldado argentino, héroe americano | Charles. K. Webster, Gran Bretaña y la independencia de la América Latina 1812-1830 | Tulio Halperín Donghi, Historia contemporánea de América Latina | Wikipedia


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