De un tiempo a esta parte está quedando patente que los misiles han cambiado el desarrollo de las guerras, que tienden a desarrollarse a distancia, al menos en buena y creciente parte. Sin embargo, la idea de unos proyectiles autopropulsados lanzados de forma masiva sobre el enemigo no nació en estos tiempos, ni siquiera en el siglo XX, cuando se desarrollaron los cohetes. Como sabemos, éstos son originarios de la China del siglo XIII, pasando con el tiempo de su primigenio uso festivo al militar y fue en éste dónde encontramos una de sus variantes más asombrosas, sólo que coreana: el hwacha, un lanzacohetes múltiple que recuerda bastante a los míticos Matress, Calliope o Katyusha de la Segunda Guerra Mundial.

La Historia de Song, uno de los documentos oficiales chinos recopilados en una antología titulada Veinticuatro historias, registra, como indica su nombre, el devenir de la dinastía Song (960-1279 d.C). Redactado bajo la dirección del ministro Toqto’a y el primer ministro Alutu, durante la dinastía Yuan, consta de casi medio millar de capítulos que incluyen biografías de los emperadores y datos de otros muchos personajes. Uno de los apartados más interesantes, para el tema que nos ocupa, es el que atribuye la invención del cohete a dos sabios, aunque en diferentes momentos: el primero, Feng Zhisheng, en el año 969; el segundo, Tang Fu, en el 1000.

No todos los investigadores aceptan eso, puesto que los cohetes necesitaban pólvora para impulsarse y resulta que las tres fórmulas que había de la composición de ésta, ideadas por alquimistas chinos en el siglo IX y recogidas en el Wujing Zongyao (un tratado militar, realizado entre los años 1040 y 1044, que describe todas las armas de su tiempo), eran para bombas arrojadas mediante catapultas o flechas, inadecuadas pues para autopropulsar proyectiles.

Vista trasera de un hwacha. Reconstrucción del Museo Jinju/Imagen: Kang Byeong Kee en Wikimedia Commons

Consecuentemente, aunque se pueden interpretar como cohetes las referencias que algunos informes de 1232 hacen a las hwajeon o «flechas de fuego», así como a «lanzas voladoras de fuego», que tenían una cabeza explosiva que estallaba al impactar y causaban una gran devastación en cientos de metros a la redonda, la primera noticia segura data de trece años más tarde, cuando la armada de los Song utilizó cohetes propiamente dichos durante unos ejercicios navales. Y, ya con más detalles, en 1264 se habla de un artefacto pirotécnico que voló mediante combustión interna y asustó a la madre del emperador Lizong.

A mediados del siglo XV, el general y filósofo Jiao Yu, que estaba al mando de la artillería del emperador Zhu Yuanzhang, escribió otro célebre tratado de tecnología militar titulado Huolongjing (a menudo traducido como Manual del fuego del dragón) en el que describe, entre otras, las armas de pólvora usadas por el ejército chino ante los mongoles. Hay flechas y lanzas de fuego, cañones, bombardas, minas terrestres y marinas, granadas, pistolas de serpentín, cohetes, huolongchushui (cohetes multietapa) y, atención, lanzacohetes.

Plataforma de lanzamiento de un hwacha con su mortífera carga/Imagen: Draq en Wikimedia Commons

Éstos recibían el expresivo nombre de nidos de abejas -por la forma hexagonal del contenedor- y se sabe que fueron utilizados por las tropas Ming a partir de 1380, con reseña expresa de su uso por el general Li Junglong en la guerra civil contra las fuerzas de Zhu Di (el futuro emperador Yongle). Es decir, los cohetes habían rebasado ya su utilización inicial, meramente festiva, para convertirse en un arma terrible que auguraba una nueva época. Y, como es habitual en el mundo bélico, con el paso del tiempo otros países adoptaron las novedades.

Así es cómo nos desplazamos geográficamente un poco más al este, a la península de Corea. Desde el siglo XIII hasta mediados del XIV, la dinastúa Goryeo, que había unificado el país, estuvo sometida al Imperio Mongol y a la dinastía Yuan, la que Kublai Khan instauró en China y que trató de mantener en sus fronteras el secreto de la composición de la pólvora, limitándose a exportarla pero siempre en cantidades reducidas, que asegurasen la dependencia del cliente respecto al productor. Para los coreanos, esa política resultaba todo un contratiempo, ya que necesitaban pólvora en grandes cantidades para hacer frente a las incursiones de los waegu.

Waegu (wakō en japonés y wakou en chino) era el término con que se referían a los piratas nipones (la palabra alude al país de Wa, o sea, Japón, aunque posteriormente los chinos se sumarían y serían mayoría en las tripulaciones) que atacaban sus costas y las de China desde el siglo XIII; partidas de bandidos y contrabandistas, engrosadas por campesinos y comerciantes arruinados a los que se unían también ronins (samuráis sin señor y, por tanto, al margen de la ley). Los mongoles habían conseguido mantenerlo a raya hasta entonces, pero a partir del 1350 ya empezaban a desbordar las defensas y a constituir un problema importante.

Principales enfrentamientos durante la primera fase de la invasión japonesa/Imagen: Hyndrangea en Wikimedia Commons

Por eso Corea intentó fabricar su propia pólvora a partir de 1374 y un sabio llamado Choe Mu-seon logró desarrollar una fórmula con nitrato de potasio sonsacando información a los mercaderes chinos mediante soborno. Algo que permitió que en 1377 se fundase una oficina gubernamental -con el propio Choe al frente- para fabricarla a gran escala junto con las armas a las que se destinaría. Las primeras de éstas fueron cañones de mano (arma de fuego que carecía de mecanismo de disparo, funcionando por ignición externa) y cohetes, de los que el primero, en 1409, recibió el nombre de juhwa, después llegaron otros, como el chokcheonhwa.

En 1388, el general Yi Seong-gye dio un golpe de estado y derrocó a los Goryeo, sustituyéndolos por otros gobernantes títere hasta que en 1392 decidió asumir él mismo el poder, instaurando una nueva dinastía, la Joseon, que iba a durar hasta 1897. La inestabilidad política resultante de esos cambios propició que, en 1592, el kampaku (regente imperial) japonés Toyotomi Hideyoshi ordenara la invasión de Corea. En esa campaña entraron en liza algunas armas nuevas, como el geobukseon (barco tortuga, una especie de nave acorazada y artillada) y el panokseon (buque de vela y remo de grandes dimensiones) del almirante Yi Sun-sin, al que ya dedicamos un artículo anteriormente.

Pero, aparte de esas innovaciones navales, Corea contaba con otras artilleras igualmente temibles. Por un lado, estaban sus cañones, cañones de mano y morteros: los primeros, los hwapo se incrementaron luego con otros tipos como los hwatong y los chongtong, siendo estos últimos los que más se fajaron durante el conflicto. Los había de seis calibres distintos y podían disparar danseok (bolaños), cheoltanja (balas de cañón) y otro tipo de proyectiles, unos convencionales y otros explosivos (con la particularidad de tener espoletas cronométricas).

Por otro lado estaba el singijeon, descrito en un apéndice del libro Gukjo Orye Seorye dando cuenta de medidas, materiales, etc. Consistía en una especie de tubo de papel lleno de pólvora negra y acoplado a una hwajeon (flecha de fuego, de algo más de un metro de longitud). Tenía un alcance considerable, dependiendo de su tamaño: el grande, entre uno y dos kilómetros; el mediano, de centenar y medio de metros; y el pequeño, poco más que una flecha con un saquito de pólvora, no superaba los cien. La pólvora impulsaba el proyectil a través de una mecha que terminaba en la cabeza explosiva, detonándola al acabarse.

Un conjunto de singijeon cargados en un hwacha/Imagen: Kang Byeong Kee en Wikimedia Commons

El singijeon demostró su eficacia en las fronteras septentrionales, donde se empleó para expulsar a los orangkae (bárbaros), especialmente los yurchen (un pueblo de lengua tungú, antepasado de los manchúes). Consecuentemente, era lógico que también se destinara a la defensa del litoral ante los waegu y, a continuación, para repeler el intento de invasión japonés, también conocido como Guerra Imjin. Ésta, curiosamente, no empezó de forma explícita sino como una solicitud de paso hacia otro objetivo, China, en un precedente de lo que haría Napoleón al entrar en España, salvo que en el caso asiático los coreanos no transigieron.

No podían porque la dinastía Joseon seguía siendo vasalla de la Ming, así que los japoneses, viendo denegada su petición de tránsito, desembarcaron en Busán, tomaron la ciudad y continuaron avanzando, conquistando también Hanseong (actual Seúl) y Pyeongyang. En el mar las cosas les fueron más adversas y el mencionado almirante Yi Sun-sin los derrotó una vez y otra. La contienda se fue prolongando año tras año, en parte porque los chinos intervinieron a favor de sus aliados, y si bien se produjo una segunda invasión, al final Hideyoshi tuvo que renunciar en diciembre de 1598.

Como decíamos, los coreanos emplearon una innovadora tecnología artillera, que superaba incluso a la china, compensando así su escasez de soldados y la abundancia de arcabuces que exhibieron los japoneses. Contaban asimismo con la ventaja de una producción propia de pólvora y el alcance de su arco, que doblaba al del enemigo. El recurso al singijeon permitió al general Gwon Yul defender con éxito la fortaleza de Haengju ante una fuerza atacante muy superior. Pero lo verdaderamente asombroso se produjo cuando se ideó el hwacha, el sistema para lanzar masivamente los singijeon.

Una reconstrucción de un mangam hwacha mostrando cómo disparaba sus cañones/Imagen: jnilbo.com en Wikimedia Commons

El primer hwacha, denominado por entonces hwageo, se concibió después del juhwa, en 1451, y el mérito correspondió a dos sabios, Yi Do y Choi Hae-san (el hijo de Choe Mu-seon). Fue el rey Munjong el que en 1451 impulsó la fabricación de hwachas a gran escala, obteniendo una versión mejorada a la que dio su nombre y que tenía capacidad para lanzar un centenar de cohetes singijeon o doscientas balas de chongtong (recordemos, un tipo de cañón pequeño) con punta de acero. De ese modo, Corea dispuso de cincuenta unidades para la defensa de Hanseong más otras ochenta instaladas en la frontera norte.

El hwacha era básicamente un armazón de madera de pino o roble que ejercía de plataforma de lanzamiento para, al prender las mechas, disparar un centenar de cohetes a la vez a través de unos agujeros. Venía a ser como una especie de carro de mano -de hecho tenía ruedas lubricadas con aceite ensartadas en ejes de hierro y dos brazos que servían para tirar de él-, lo suficientemente ligero como para que un par de operarios lo trasladasen sin demasiado esfuerzo.

El ángulo idóneo de disparo para alcanzar la máxima distancia, que era de unos cuatrocientos cincuenta metros, se situaba en cuarenta y cinco grados, si bien dependía de la altitud a la que el aparato estaba ubicado, las condiciones meteorológicas, la distancia del enemigo, el tipo de carga, etc. De todas formas, en batalla, dicha distancia se procuraba reducir a unos cien metros para asegurar los blancos.

Como cabía esperar, se produjo cierta diversificación y así nació el mangam hwacha, que tenía forma de caja y llevaba tres de sus caras decoradas con dokkaebi (una especie de duendes traviesos del folklore coreano), en plan simbólico. Su virtud, además de poder disparar seiscientos proyectiles en tandas de quince, era que bastaban dos soldados para manejarlo, uno para los disparos y otro para recargar, lo que le otorgaba gran versatilidad.

Otro tipo de hwacha, con cañones chongtong/Imagen: Kang Byeong Kee en Wikimedia Commons

Otras variantes eran la que incluía un brazo vertical para tirar sobre formaciones en línea o centinelas en torres y la que usaba cañones chongtong en vez de flechas y cohetes. No obstante, el modelo básico de construcción era el mismo para todos, lo que favorecía el aprovechamiento de piezas de unos para otros y simplificaba tanto el proceso de fabricación como el de montaje, sin contar el adiestramiento de sus usuarios.

Los hwachas fueron armas importantes en la guerra contra los japoneses, sobre todo para defender ciudades y fortalezas de las oleadas de atacantes. Baste citar el ejemplo de Haengju, donde los apenas tres mil cuatrocientos coreanos del general Gwon Yul fueron capaces de repeler los asaltos de unos treinta mil nipones usando cuarenta hwarchas con los que destrozaron sus formaciones.

Asimismo, se embarcaron varias unidades en los panokseons de la flota de Yi Sun-sin, permitiéndole combatir a distancia y al ataque, en lugar de la defensiva; pese a la mayor dificultad de uso en la mar, por la inestabilidad, resultaron claves para la victoria en la batalla naval de Noryang, en la que se rechazó el último intento de invasión.

El uso de este singular lanzacohetes múltiple se mantuvo vigente hasta mediados de la dinastía Joseon, en el siglo XVIII, cuando la presencia de europeos en Asia ya era habitual y frecuente, introduciendo un armamento más moderno. Ello, pese a todo, no hizo desaparecer completamente el arma hasta la centuria siguiente.


Fuentes

Park Seong-Rae, Science and technology in Korean history: Excursions, innovations, and issues | Stephen Turnbull y Peter Dennis, The Samurai Invasion of Korea 1592–98 | Eric Niderost, The Imjin War: The Japanese Invasion of Korea (en Warfare History Network) | Maurice Keen (ed.), Medieval warfare. A history | Wikipedia


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